Este año pasado se cumplieron 40 años de los golpes de Estado en Uruguay (27 de junio) y en Chile (11 de setiembre), que iniciaron el ensayo de lo que luego serían las políticas neoliberales. Estas adquirieron carta de ciudadanía global con la restauración conservadora de los tories británicos y los republicanos yanquis. Thatcher y Reagan, contra los mineros ingleses y los controladores aéreos estadounidenses, otorgaron vía libre a la ofensiva mundial del capital. Una ofensiva que anticipó el terrorismo de Estado en el Cono Sur de América, inaugurando una cooperación transnacional de la internacional del terror: el Plan Cóndor.
El capital había llegado hacia fines de los años sesenta al límite de su retroceso en la lucha de clases, construido desde la emergencia de la teoría y práctica de la revolución con el Manifiesto Comunista, El Capital, y la organización proletaria en la Asociación Internacional de los Trabajadores, junto a experiencias e intentos de poder obrero desde la Comuna de París y especialmente la Revolución de Octubre. Con El Capital se consolidaba un enfoque teórico de crítica a la Economía Política y al capitalismo, con asiento en la Teoría del valor y el plusvalor, que explicaba el origen del excedente económico y su apropiación por la burguesía, originando el análisis central según nuestro entender, de la relación entre el trabajo y el capital como núcleo esencial para entender la realidad. Con esa contradicción asociada a la ley tendencial de caída de la Tasa de Ganancia, Marx aportaba elementos esenciales para discutir las crisis en su momento y en la actualidad. Son cuestiones imprescindibles para intentar analizar las políticas de los Estados contemporáneos, la presión sobre ellos del capital hegemónico y las contradicciones al interior de los procesos de cambio como los que vive Nuestramérica y sus gobiernos “progresistas”. Esta historia de la lucha de clases contemporánea que ubicamos luego de 1848 ofrece un proceso social donde los trabajadores organizados y en lucha ponían en jaque al capital, que contestaba recurrentemente con mayor agresividad y violencia. Por si alguien duda sobre la violencia del capital, solo basta registrar la matanza en la lucha por la hegemonía y la dominación imperialista manifestada entre 1914 y 1945. La respuesta del capital a la crisis capitalista de los años '30 había sido a la defensiva, con concesiones a la lucha y el poder de los trabajadores. El Estado benefactor sería una respuesta transitoria, hasta que se pudiera derrotar la ofensiva popular y de los trabajadores, la que se presentaba hacia mediados de los '70 con el contundente triunfo militar, político y cultural del pueblo de Vietnam sobre Estados Unidos, claro que con la solidaridad mundial. Pero también se manifestaba en la acumulación de fuerzas social, económica y política de los trabajadores y los pueblos, puesta de manifiesto en la Carta de los Deberes y Derechos de los Pueblos, votada en 1974 por Naciones Unidas, más conocida por la demanda de un Nuevo Orden Económico Mundial, obviamente rechazada por Estados Unidos y el selecto grupo de países que luego conformarían el G7 y algún asociado más.
El capital había llegado hacia fines de los años sesenta al límite de su retroceso en la lucha de clases, construido desde la emergencia de la teoría y práctica de la revolución con el Manifiesto Comunista, El Capital, y la organización proletaria en la Asociación Internacional de los Trabajadores, junto a experiencias e intentos de poder obrero desde la Comuna de París y especialmente la Revolución de Octubre. Con El Capital se consolidaba un enfoque teórico de crítica a la Economía Política y al capitalismo, con asiento en la Teoría del valor y el plusvalor, que explicaba el origen del excedente económico y su apropiación por la burguesía, originando el análisis central según nuestro entender, de la relación entre el trabajo y el capital como núcleo esencial para entender la realidad. Con esa contradicción asociada a la ley tendencial de caída de la Tasa de Ganancia, Marx aportaba elementos esenciales para discutir las crisis en su momento y en la actualidad. Son cuestiones imprescindibles para intentar analizar las políticas de los Estados contemporáneos, la presión sobre ellos del capital hegemónico y las contradicciones al interior de los procesos de cambio como los que vive Nuestramérica y sus gobiernos “progresistas”. Esta historia de la lucha de clases contemporánea que ubicamos luego de 1848 ofrece un proceso social donde los trabajadores organizados y en lucha ponían en jaque al capital, que contestaba recurrentemente con mayor agresividad y violencia. Por si alguien duda sobre la violencia del capital, solo basta registrar la matanza en la lucha por la hegemonía y la dominación imperialista manifestada entre 1914 y 1945. La respuesta del capital a la crisis capitalista de los años '30 había sido a la defensiva, con concesiones a la lucha y el poder de los trabajadores. El Estado benefactor sería una respuesta transitoria, hasta que se pudiera derrotar la ofensiva popular y de los trabajadores, la que se presentaba hacia mediados de los '70 con el contundente triunfo militar, político y cultural del pueblo de Vietnam sobre Estados Unidos, claro que con la solidaridad mundial. Pero también se manifestaba en la acumulación de fuerzas social, económica y política de los trabajadores y los pueblos, puesta de manifiesto en la Carta de los Deberes y Derechos de los Pueblos, votada en 1974 por Naciones Unidas, más conocida por la demanda de un Nuevo Orden Económico Mundial, obviamente rechazada por Estados Unidos y el selecto grupo de países que luego conformarían el G7 y algún asociado más.
Ese era el límite que establecía el capital a la ofensiva de los trabajadores y los pueblos. La lucha de clases imponía modificar la situación, y como siempre, la partera de la historia capitalista se reiteró con la violencia del terror del Estado capitalista. El punto de partida de la experiencia represiva se concentró en el Cono Sur de América, uno de los territorios donde la lucha popular amenazaba seriamente el orden capitalista. No solo Cuba y su experiencia insurgente y Chile con su propuesta electoral para la construcción del socialismo eran los proyectos a derrotar, sino también Argentina, Brasil y Uruguay. La ofensiva popular utilizando todos los métodos -acción de masas y/o presencia electoral y/o lucha armada– confrontaba con el orden mundial, desde la territorialidad específica de Nuestramérica. Era una práctica acompañada por reflexión teórica, crítica, desde el desarrollo de la teoría de la revolución, en el camino de Marx y el pensamiento revolucionario clásico, con rupturas y ensayos que suponía la teoría de la dependencia, o los teólogos de la liberación, articulando procedencias diferentes para un rumbo común anti-capitalista.
Con financiamiento de Estados Unidos y las grandes transnacionales de ese origen, junto a las clases dominantes locales se habilitó un nuevo ciclo de ofensiva del capital sobre el trabajo que recorrió la historia contemporánea por 40 años hasta la crisis capitalista en curso.
1.- La caída de la tasa de ganancia y la respuesta del capital
Desde la segunda guerra mundial hasta principios de los setenta, las economías de los países centrales vivieron una de las épocas de mayor certidumbre y estabilidad en la historia del capitalismo. El alto nivel de empleo favorecía el consumo de la producción en masa y el Estado recaudaba lo suficiente para sostener cierto grado de bienestar de la población. A fines de los años sesenta en el capitalismo mundial se presenta una aguda manifestación de la Ley de la Tendencia Decreciente de la Tasa de Ganancia, que recién se recuperará a comienzos de los ochenta y como consecuencia de la ofensiva neoliberal del capital transnacional.
En los setenta se produjo un fuerte crecimiento de los precios del petróleo y las materias primas y una creciente inestabilidad de los tipos de cambio. En esa década las políticas keynesianas y sus instrumentos fiscales y monetarios para incidir sobre la demanda efectiva no pudieron superar la estanflación (inflación con estancamiento). La prioridad de los gobiernos se desplazó de la búsqueda del pleno empleo al control de precios y salarios con atención privilegiada para el déficit público. Luego se sucedieron los procesos de desregulación de la economía, de privatización de las empresas y servicios propiedad del sector público (de hecho o de derecho) y el consiguiente desmantelamiento, progresivo e incesante, de la arquitectura de redes que sostenía el Estado de bienestar.
El fuerte cambio en las políticas económicas fue producto de una crisis estructural del capitalismo asociada a la reducción de la tasa de ganancia. La prioridad de los gobiernos se concentró entonces en recuperar una rentabilidad que los empresarios consideraran satisfactoria. Los avances científicos produjeron cambios tecnológicos que aumentaron la capacidad productiva reduciendo el ciclo de vida útil de máquinas y productos, se destacan la difusión de las computadoras en el manejo de la información; la automatización del proceso de producción; la transmisión instantánea de la información a cualquier punto del planeta; la estandarización del transporte (contenedores) que reduce los costos y agiliza la distribución a escala mundial.
Es así que el desarrollo de las fuerzas productivas entró en contradicción con un mundo fragmentado en mercados nacionales, y su resolución transitoria se dirigió a la promoción de acuerdos bajo la celosa vigilancia de los principales organismos multilaterales: Fondo Monetario Internacional (FMI), Banco Mundial (BM), Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) primero y la Organización Mundial de Comercio (OMC) después. Con base en ese proceso se construyó, estableció y operó el nuevo orden mundial que tiene como uno de sus ejes la liberalización comercial multilateral. Es bajo la egida de estas condicionantes que tuvo amparo física y legalmente la penetración de las empresas transnacionales en los mercados globales, eliminando fronteras económicas nacionales y los altos costos de transacción e instalación para dichas empresas.
La liberalización de la circulación de capital condujo a la globalización de los mercados financieros y al crecimiento exponencial del capital ficticio, potenciado éste último por un proceso de desregulación en Estados Unidos que permitió al capital financiero participar libre y conjuntamente en las áreas de crédito y especulación, incluyendo los mercados de derivados. A partir de la crisis de las hipotecas “sub prime” quedo al descubierto la fragilidad del sistema y la colusión entre las instituciones financieras y las instituciones que deberían regularlas. En la economía real las empresas transnacionales fueron el motor y las principales beneficiarias de un mercado mundial, construido a su medida, en el que desarrollaron su actividad lo que explica el gran crecimiento del comercio (dominantemente entre sus filiales), potenciándose enormemente las rentas tecnológicas y las economías de escala. Tales empresas explotan todos los espacios legales en cualquier parte del mundo para conseguir capital, trabajo y todo tipo de recursos e insumos que reduzcan sus costos apuntando a un triple proceso de reducción de los mismos: relocalización de sus plantas productivas; centralización de sus procesos administrativos y financieros; tercerización de los aspectos logísticos. Sin olvidar, por supuesto, la conversión necesaria del poder de mercado en poder político estratégico acorde a sus planes de expansión y de control de la producción y del comercio mundial. Se agudizó, en tal contexto, la tendencia dominante de la economía capitalista en el proceso de concentración de la propiedad y las alianzas estratégicas. La apertura comercial y financiera operada y señalada con anterioridad, estuvo acompañada por cambios institucionales tendientes a reducir el papel del Estado como productor en la economía, siendo la privatización de empresas públicas uno de los aspectos más notables. En Gran Bretaña y Estados Unidos se privatizaron empresas y servicios a partir de los ochenta, como forma de ampliar espacios para la acumulación capitalista. La creciente explotación de la fuerza de trabajo es el principal factor contra-restante de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. A partir de los ochenta hay un incremento de la explotación de los trabajadores en el mundo, no sólo en la periferia sino también en los países centrales: es la época en que Margaret Thatcher en Gran Bretaña reprime y derrota una huelga nacional de mineros, y donde Ronald Reagan hace lo mismo en Estados Unidos contra los controladores aéreos.
El efecto es el aumento de la plusvalía absoluta, por medio de la extensión e intensificación de la jornada de trabajo en el marco de una desregulación de las relaciones laborales; aumenta la plusvalía relativa debido a los avances de la tecnología que incrementan la productividad del trabajo y lo intensifican. Para imponer este aumento de la plusvalía fue necesario eliminar las conquistas que los trabajadores habían obtenido en el pasado, lo cual implicó destruir o, al menos, debilitar sustancialmente, a los organizaciones sindicales y sus aliados.
El capital que no encuentra espacios para su valorización en el área productiva o en el área comercial busca la rentabilidad deseada en la especulación. Eso produce una dificultad significativa desde el punto de vista de la contradicción entre producción y apropiación en los siguientes términos: el capital ficticio exige rentabilidad alta, pero no contribuye para la producción del excedente y de la plusvalía. La ganancia ficticia es ganancia del capital que no tiene origen en la plusvalía y se obtiene especulando en el sistema financiero.
El capital productivo crece, pero a mucho menor velocidad que el capital especulativo, lo que provoca que esa contradicción se amplifique y agudice. Lo que en principio es una solución para capitalistas individuales -que encuentran espacios para obtener ganancias- agudiza la inestabilidad del sistema en su conjunto. Es una solución temporal que genera crisis más agudas y recurrentes porque al crear ganancia ficticia, crean más capital ficticio que exige nuevos espacios de inversión en el ámbito especulativo o en la economía real. El capital que obtiene sus beneficios en la economía real interactúa con el capital que obtiene sus ganancias en el proceso especulativo buscando -asociados o compitiendo entre sí- formas de aumentar y preservar su valor. Los recursos naturales, tierras, inmuebles y empresas de los países periféricos son un objetivo fundamental del capital como lo demuestra el crecimiento de la Inversión Extranjera Directa en los países periféricos. Lo que hemos llamado neo-colonización, se explicaría por este fenómeno de preservación y expansión del capital.
Es un proceso que no se puede entender sin identificar a los sujetos organizadores del orden contemporáneo: las corporaciones transnacionales, expresión concentrada del desarrollo del capital, los principales Estados del capitalismo y las organizaciones mundiales que inducen un orden global para sustentar el régimen del capital, la explotación. Texto: Antonio Elías y Julio C. Gambina. Ver: Cap. 2
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