En el caso de Latinoamérica: con Estados que criminalizan los reclamos sociales o que directamente asesinan campesinos, indígenas y militantes sociales poniéndoles el rótulo de terroristas; o que permiten que esos crímenes se realicen con impunidad; o que reprimen a los estudiantes que luchan por una educación pública gratuita y a los trabajadores rurales sin tierra que exigen la aplicación de la reforma agraria en toda América Latina y el Caribe. Con un sistema político envilecido por la impunidad de la corrupción y el nepotismo a todos los niveles y en todos los países, incluidos los antiguos partidos de izquierda luego de la instauración de gobiernos “progresistas”; un sistema de partidos que en todo su espectro claudica al neoliberalismo y a las multinacionales. Y todo esto en un panorama continental de cuestionamiento de la mayoría de la población a las instituciones de dominación burguesas-imperialistas -que en varios casos han llegado al colapso frente al empuje popular-; ¿debemos seguir atados a la “manera mediada bajo la forma de lucha política entre partidos”? ¿Entre cuáles partidos? Ya que son casi inexistentes o testimoniales los que intentan defender los intereses de los sectores populares. Continúa diciendo Bensaid: “Ya que la dialéctica de la emancipación no es un río largo y tranquilo: las aspiraciones y las expectativas populares son diversas y contradictorias, a menudo divididas entre la exigencia de libertad y la demanda de seguridad. La función específica de la política consiste precisamente en articularlas y conjugarlas”(10). Los movimientos sociales continentales empiezan a demostrar en algunos casos su capacidad de articular y conjugar las “aspiraciones y expectativas populares” y estructurarlas en un programa común. Los organizadores y movilizadores sociales obtendrían mucho mejor resultado y se sentirían más realizados si se integraran en estos movimientos y se dedicaran a la tarea de ayudar a formular sus necesidades y a impulsarlos y aglutinarlos bajo sus demandas. Abandonando la desgastante tarea de autoconstrucción de pequeñas organizaciones políticas, repitiendo fórmulas obsoletas. Estamos hablando de un nuevo sujeto social-político que toma conciencia de sus necesidades y las articula en el plano social y las conjuga en el plano político. De lo que hablamos es que adquiere relevancia y urgencia la necesidad de contraponer a la fuerza destructiva extra parlamentaria del capital la correcta acción extra parlamentaria de un movimiento socialista radicalmente re-articulado. Como lo atribuye a Laclau, Bensaid no renuncia al horizonte de unificación de lo social y lo político. Por el momento nos describe un panorama contradictorio: “¿Movimientos acéfalos, reticulares, rizomáticos, obligados por las derrotas a quedar acorralados en una interiorización subalterna del discurso dominante? Pero también redespliegue del movimiento social en los diferentes ámbitos de la reproducción social, multiplicación de espacios de resistencia, afirmación de su autonomía relativa y de su temporalidad propia. Todo esto no es negativo si se va más allá de la simple fragmentación y se piensa en la articulación”(10). El paisaje continental nos da algunas pautas alentadoras. En las revueltas populares de los últimos años se pudieron detectar organizadores y movilizadores social-políticos junto a sus propios movimientos, trascendiendo los límites que les adjudica la democracia burguesa y lanzándose con éxito a “articular” y “conjugar” las demandas en el plano político. Quizá el horizonte de unificación no esté tan lejano sí -en las palabras y en los hechos- caminamos decididos hacia él. Algunos ejemplos del nuevo sujeto social-político continental. Los campesinos de Chiapas-organizados en el EZLN- eligieron un camino diferente. En silencio defienden sus territorios del gobierno y las corporaciones y salvaguardan sus producciones de los intentos destructivos del mercado. Y por ese camino han crecido y se han fortalecido. Y antes, en medio de un proceso electoral se propusieron “escuchar abajo” a los sujetos socio-políticos explotados, discriminados, segregados, para que, a partir de su autonomía, establezcan las bases de un programa anticapitalista, como “proyecto de nación”. Y evitaron el derroche de esfuerzos de participar en elecciones digitadas y manipuladas por el imperio. Que es de lo que se compone hace décadas la política mexicana.
Esto no quiere decir que se descarte en absoluto ni la participación electoral ni la intervención parlamentaria. Pero debemos aprender de las últimas experiencias continentales en ese sentido. Los cocaleros del Chapare, los indígenas de Omasuyo, los pobladores de El Alto y otras innumerables organizaciones sociales y étnicas de Bolivia, optaron por el escenario electoral para disputar el gobierno con todos los partidos del sistema. Pero esto, sin delegar la formulación de su programa ni su representación en los políticos profesionales que estafaron sistemáticamente sus esperanzas. La intervención electoral en Bolivia se realizó sobre la base de un enorme movimiento social que representaba a los pueblos originarios que, a su vez, son mayoría en el país. Y con el antecedente inmediato de un enfrentamiento al Capital violento y extenso en términos de territorio y de tiempo. Cortes de carreteras, invasión de haciendas y/o bloqueo de ciudades, asedio a los parlamentos oligárquicos, derrocamiento de dos presidentes lacayos del imperio, huelgas y piquetes, choques violentos entre la población y el aparato represivo. Y en esos choques, tanto ejército como policía tuvieron síntomas de disgregación. Fue esta decisiva batalla del movimiento popular la que terminó imponiendo por primera vez en 500 años un presidente aymara -Evo Morales- en un país de población mayoritariamente indígena. En un proceso electoral en el marco de una clase capitalista vapuleada. No en unas elecciones bajo el pleno control de una burguesía estable o a la ofensiva. Por eso fue una gran conquista democrática que se extendió en luchas por el reparto o recuperación de tierras, en defensa de la soberanía sobre los recursos naturales y contra el imperialismo hegemónico. Como explica el vicepresidente García Linera: “El primer componente central del “evismo” es una estrategia de lucha por el poder fundada en los movimientos sociales. Esto marca una ruptura con las estrategias previas que ha conocido nuestra historia política y buena parte de la historia política continental y mundial. Anteriormente, las estrategias de los sectores subalternos estaban construidas a la manera de una vanguardia política cohesionada que lograba aglutinar en su base social a estos movimientos.”...“En otros se trató de una vanguardia política democrática-legal o armada que lograba arrastrar o empalmarse con movimientos sociales que la catapultaban”...”El “evismo” modificó ese debate, al plantearse la posibilidad de que el acceso al poder sea obra de los propios movimientos sociales”(11). Es que en Bolivia, desde la guerra del agua en Cochabamba se venía conformando un movimiento social-político que no separaba las demandas sociales de las políticas, porque no era parte de la tradición europea del brazo sindical/brazo político. Ver pié de página en el capítulo I. Ver CAPÍTULO 3
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