18 ene 2014

8 Tesis sobre el neoliberalismo (4 de 4)

Tesis 7. El Neoliberalismo radicalmente es autoritario

Como lo muestra y demuestran la gran mayoría de los casos en la región, el inicio y la raíz de la era neoliberal in vivo, es decir, la inauguración del neoliberalismo real, se encuentra fuertemente asociada con un arco autoritario. Tanto de naturaleza sociopolítica como económica; igualmente desde punto de vista institucional como para-institucional.
Por una parte, el componente autoritario se despliega a través de la oleada de dictaduras cívico-militares impuestas en el Cono Sur del continente desde la década de 1970s (decíamos anteriormente, empezando por Chile y Argentina además de los antecedentes de este período en Bolivia, Brasil, Uruguay y Paraguay, entre otras). Todos estos acontecimientos tienen la impronta además de estar promovidos por el intervencionismo extranjero, situación confirmada a través de la documentación desclasificada por parte de la Central de Inteligencia Americana, a propósito del Plan Cóndor, a la postre uno de los casos más paradigmáticos, y que aplicaría ampliamente para los países latinoamericanos y caribeños. Por otra parte, el influjo del autoritarismo neoliberal se mantuvo incluso después de la época de las dictaduras cívico-militares. En la oleada posterior de “democratizaciones” bajo la institucionalización de las llamadas democracias restringidas - al decir de O’Donnell delegativas o democracias con gran potencial autoritario - desde la década de los 80s y especialmente en la década de los 1990s, el modelo neoliberal instalado inicialmente a través los golpes de Estado se profundiza y se consolida en distintos aspectos.
En casos más puntuales, como el colombiano donde las rupturas institucionales fueron menos inestables y más excepcionales, el autoritarismo se habrían cristalizado bajo la presencia e institucionalización de regímenes anocráticos o simplemente Anocracias: una tipología de régimen político: “parte democracia, parte dictadura”, considerando un análisis empírico más próximo de las características inherentes al contexto. El régimen económico aquí también ha reforzado correlativamente al régimen político, y a la inversa, con lo cual sería lícito de hablar para estos casos de régimen económico-político de Anocracias neoliberales.
En este contexto sería fundamental remarcar el hecho que el modelo neoliberal tiene como presupuesto inicial dentro del arco autoritario la violencia estatal: “Con el Terrorismo de Estado se dispone deliberada y sistemáticamente el pasaje del modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI) al nuevo modelo neoliberal (…) los principales métodos mediante los que se construyeron las bases del neoliberalismo en nuestro país [Nota: se refiere a la Argentina, pero es una afirmación que se verifica para los demás países de la región] fueron tanto la impunidad como el terror sistemáticamente organizado por el Estado'.
Quisiéramos subrayar entonces que, como tendencia en general, además de los procesos considerados “normales” (legales, institucionalizados) la matriz neoliberal desde su mismo nacimiento emerge de la mano de procesos “para-normales” (ilegales, para-institucionalizados) como forma de instalarse en la región, de la mano de la impunidad y la violencia del terrorismo de Estado, dos elementos - veremos - imposibles de soslayar a la hora de analizar el régimen económico-político del neoliberalismo y que, ratifican - entre otras - que el funcionamiento del neoliberalismo exige necesariamente dimensiones extraeconómicas y, en específico, como sucede dentro del capitalismo (recordemos la exacerbación de todas las lógicas del sistema en la fase neoliberal), la progresión del carácter violento del Capital en relación con el Trabajo (precarización y desposesión exasperadas) y también en relación con la Naturaleza (depredación agravada). No obstante, la etapa de contrarrevolución neoliberal, en diferentes situaciones y episodios más allá de la oleada dictatorial, todavía mantiene una combinación particular entre la violencia institucional (legal y “legítima” á la Weber) y la para-institucional, en ciertos casos velada y en otros “institucionalizada”. Colombia sería un caso paradigmático de esto último en vista de la sistematicidad de fenómenos sociopolíticos como el Paramilitarismo - auspiciados en asocio con sectores del Estado y de la dirigencia política; o, en otros términos, los equivalentes medioambientales que representan prácticas ecocidas (alegórico de homicidios al ecosistema) como el fracking, autorizados por varios Estados extractivistas y neoextractivistas.
En este sentido, no habría que olvidar las palabras de David Harvey en relación al hecho sustancial contemporáneo - léase el síntoma más diciente del actual capitalismo neoliberal - que: “(…) estamos en el medio de una transición fundamental del funcionamiento del sistema global… El balance entre acumulación por desposesión y reproducción ampliada ya se ha volcado a favor de la primera y es difícil imaginar que esta tendencia haga otra cosa que profundizarse, transformándose en el emblema de lo que es el nuevo imperialismo”.

Tesis 8. El Neoliberalismo es eminentemente Colonialista: ¿la tercera edición de la servidumbre?

Una de la tesis más ensombrecidas y en la que existen grandes déficits en el análisis del neoliberalismo es la urgente reflexión sobre su naturaleza sustancialmente colonialista9. Ésta, raíz inherente, se expresa de varias formas. Nos limitamos aquí esbozarla a través de dos dimensiones cruciales: 1) el componente colonial in vitro del pensamiento político-ideológico neoliberal; y 2) el neoliberalismo neo-colonial in vivo y los resultados concretos que podrían sugerir hacia adelante una hipotéticas tercera reedición de la servidumbre.
En primer lugar, la impronta ideológica colonial del neoliberalismo ya puede rastrearse desde las reflexiones inaugurales suscitadas en la Sociedad Mont-Perélin, foro neoliberal que evoluciona en paralelo al período de “descolonización” de postguerras del siglo XX, especialmente en África, y la tesis del desarrollo colonial sostenida por los propios países colonizadores europeos las cuales permiten comprender de qué manera se construyó este núcleo al interior del neoliberalismo, ante todo, presentándolo como su opuesto: un horizonte “liberador” e “independentista”, incluso, “emancipador”; y, simultáneamente, proponiéndolo como una fatalidad dentro del proceso de modernización en el marco de los valores de la modernidad capitalista. No sin razón, el supuesto “triunfo definitivo” del Capitalismo en el siglo pasado y tras el derrumbe de los llamados Socialismos reales promovió la idea según el Capitalismo - en su variante neoliberal - sería la fase superior (última históricamente) de la evolución-civilización humanas; el último hombre de Francis Fukuyama.
Pero más allá de la mera reflexión filosófica sobre este asunto, el “subdesarrollo” y, en consecuencia la misma noción de “desarrollo” - ambos eufemismos que actualizan en positivo y en negativo la idea-fuerza quizás más sustancial del Capitalismo histórico: el Progreso -, proceden y emergen unívocamente dentro y desde los márgenes del neoliberalismo. Aun cuando existe al día de hoy una larga tradición crítica que ha develado el carácter colonialista de la idea del Desarrollo, sigue sin enfatizarse que el desarrollo y el sub-desarrollo son conceptos eminentemente neoliberales.
A partir de lo que ha documentado recientemente - y como pocos - Plehwe (2009), podemos establecer que el Desarrollo como discurso dominante neoliberal-colonial ha sido generado ideológicamente tanto desde un punto de vista de: a) proyecto (político) estratégico en la forma de paradigma general y específico para la reproducción global en el capitalismo tardío como de b) trayectorias (de políticas) tácticas.
En este primer caso (a), desde el mismo momento de la invención de la dicotomía Desarrollo/Sub-desarrollo con la enunciación de la Doctrina Truman (1949): los países más desarrollados debían mostrar la vía hacia el Progreso y prestarle “ayuda” a los menos desarrollados (“sub” y/o “en” desarrollo) para que éstos últimos abandonen tal condición.
Este tema fue objeto de reflexiones permanentes en las agendas de Mont-Perélin. Al principio - como lo reconstruye Plehwe - estuvo relativamente subordinado a otras prioridades relacionadas con la coyuntura política, especialmente, internacional del momento. Precisamente, el tópico del Desarrollo se convierte en clave con la consolidación de la Guerra Fría. Dentro de esta articulación, el papel que jugaría el comercio internacional, uno de los tres “grandes temas” dentro de la Sociedad Mont-Pérelin (los otros dos eran el carácter del Estado y la influencia del socialismo) fue discutido amplia y sistemáticamente en varias conferencias neoliberales pero con la particularidad que era tratado en relación con “los países en subdesarrollo”. Seguramente una de las más famosas conferencias, la realizada en Beauvallon (Francia) a principios de la década de los 1950s y en donde existió un panel titulado: “Liberalismo y los países subdesarrollados” tuvo entre sus objetivos - como en las de todas estas aventuras intelectuales - provocar un marco ideológico y, luego, acciones prácticas para resolver el acertijo del subdesarrollo bajo una visión neoliberal, desde luego distante - técnica y, sobre todo, políticamente - de las posturas keynesianas, estructuralistas y socialistas. Finalmente, el neoliberalismo convino en que: “(…) el principal camino hacia el progreso económico para los países subdesarrollados - decía Benham en 1951 - está en incrementar su producto por trabajador en la agricultura y especializarse en producir para exportar esos bienes y servicios en los cuales ellos tengan ventajas comparativas…”.
La respuesta neoliberal proponía que el “desarrollo” debía basarse en la especialización de la producción tradicional agrícola dirigida “hacia afuera” (exportación) y, por lo tanto, orientada hacia el mercado (libre comercio internacional); por supuesto, una visión que riñe en casi todos los aspectos con la política de industrialización por sustitución de importaciones y el desarrollo nacional hacia adentro en boga en el capitalismo de esos años y completamente antípoda si se lo compara con los detalles económico políticos presentes en los regímenes socialistas.
¿Qué implicaciones conllevaría lo anterior en términos del componente colonial que se le inculca al neoliberalismo? Primero que la estrategia de desarrollo sugiere “la concentración recomendada en el sector primario (especialización de las exportaciones en áreas competitivas de esto)… [la cual] no podría desafiar la prevaleciente división global del trabajo estando así en línea con los intereses (conservadores) de los países desarrollados aún con el control de los territorios coloniales (asegurando un mejor y continuado acceso a los insumos primarios y evitando potencialmente nueva competencia para sus propias exportaciones industriales a las regiones)”. Pero, en segundo término - propone Plehwe - este tipo de argumentaciones estaban plenamente arraigadas en los “estereotipos típicos de la antropología victoriana prevalecientes en el discurso comparativo del evolucionismo del siglo XIX”, es decir, en discursos coloniales de la época colonialista (en este caso británica) que marcan un tipo continuidad que se materializa a través de una especie de aggiornamento espacio-temporal de tal cosmovisión.
Ahora bien, realidades de este tipo no sólo se identifican al nivel político ideológico estratégico y paradigmático. Como también ha mostrado Plehwe para casos de estudio puntuales, políticas concretas que en el pasado reportaron algún tipo de productividad emanada de la funcionalidad política que representa la relación colonial para el capitalismo, han sido (b) tácticamente “trasladadas” y “transferidas” hacia otros contextos. El caso contemporáneo de Argentina durante la década de los 1990s con la instalación de políticas económicas neoliberales, específicamente el régimen de la Convertibilidad - de impronta colonialista - , ilustra este punto (Plehwe 2011). A través de lo anterior, el neoliberalismo ha logrado consolidar gran parte de la dependencia y subordinación neo-coloniales en la reproducción y acumulación asimétricas necesarias para su proyecto entre Centro(s) y Periferia(s), o - como más recientemente se ha venido convocando - entre el Norte y el Sur Globales (geografías espacio-temporales epistémicas y concretas del Capital).
En esta perspectiva in vitro, las tesis sobre colonialismo externo (más cercano al imperialismo y nuevo imperialismo) e interno son plenamente actuales y válidas y además refuerzan - en ambos niveles - las lógicas y las contradicciones exacerbadas del capitalismo en términos de dominación, explotación, opresión y alienación de la fase actual.
De otra parte y derivado de las consideraciones anteriores, el colonialismo neoliberal se expresa radicalmente in vivo en lo que podríamos denominar una (hipotética) tercera edición de la servidumbre.
Más allá de algunas alusiones coloquiales sobre la existencia de un régimen de generalizada esclavitud en las periferias capitalistas contemporáneas (aunque sus principales rasgos, en virtud del avance global del neoliberalismo, se mostrarían paulatinamente estructurales, incluso en las zonas centrales) debe notarse que las nuevas formaciones sociales dentro del neoliberalismo, en especial, los niveles - hoy extralimitados - en la explotación económica tanto de la fuerza de trabajo absorbida y excluida o latente (la denominada precarización, en la cual las maquilas son un buen ejemplo, y el aumento inusitado en los ejércitos de reserva de mano de obra: inactivos, desempleados, etc.) como también en la explotación ilimitada de la naturaleza (extractivismos en sus diferentes versiones) y las condiciones socioeconómicas y socioambientales en general, mayormente vinculadas con la ampliación de espacios periféricos y el recrudecimiento de sus lógicas contradictorias, podrían sugerir importantes paralelos con una (posible) tercera nueva fase de lo que Engels y Marx describieron como la (segunda) reedición de la servidumbre (Engels 1882; Skazkin et alt. 1980). En su versión original, Engels se refería a una suerte de “retraso” dentro del desarrollo del capitalismo naciente a través del fortalecimiento del feudalismo (o “retorno” a sus formas tradicionales) en Europa central y oriental. A pesar de la especificidad del “desarrollo” en estas zonas, las dinámicas estaban funcionalmente articuladas con la acumulación capitalista. Bajo nuestra interpretación, la reedición de la servidumbre de la que habla Engels supone la conformación ab origine de las periferias, a la vez contrapuestas y complementarias a las zonas occidentales centrales del capitalismo.
Hoy las configuraciones neoliberales (precarización, desindustrialización, empobrecimiento, etc.) configurarían un cuadro análogo, con todo lo que ello implica, ya no en sentido original sino “renovado” que implica (y se explica) fundamentalmente por el reforzamiento de la condición de sujeción, subordinación y dependencia neocoloniales de las periferias ampliadas, especialmente en su sentido socioeconómico, dentro de la economía-mundo. Con base en ello, sería plausible proponer hacia el futuro una reedición de la servidumbre (en sentido relativo y, en ciertos casos, pleno) en una tercera versión como tesis de trabajo y en tanto signo característico del sistema socioeconómico, esta vez estacionario, - en palabras de Gunder Frank - del “desarrollo del subdesarrollo” (condición colonialista) profundizada en la hegemonía (y trance) neoliberal.

Sintesis liminar: Antineoliberalismo Anticapitalista

Considerando las anteriores 8 tesis sobre el Neoliberalismo resulta un hecho que cualquier alternativa autentica al statu quo necesariamente pasaría no sólo por una perspectiva abiertamente anti-neoliberal sino también, decididamente anticapitalista. Expliquémoslo mejor.
Por lo general, en el primer caso, el antineoliberalismo se ha agotado en señalar “críticamente” al hoy anacrónico viejo neoliberalismo ortodoxo de las últimas décadas apuntando hacia el también desgastado Consenso de Washington, es decir, al decálogo de políticas económicas allí resumidas. En este caso, no se percata que el neoliberalismo es un proyecto social y político de clase imposible de reducir a un programa específico de políticas públicas, sean éstas económicas o “sociales”. Tampoco advierte el proceso emergente hoy en marcha de recomposición del capitalismo centrado en el mercado - vale decir, los intereses privados dominantes de naturaleza neoliberal - y el cambio de estrategia asociada a la necesidad de dotar con regulacionismo estatal al proceso de acumulación neoliberal, incluyendo sus facetas de reproducción, seguramente las más ilustrativas, las de desposesión.
Hablar entonces de una supuesta era post-neoliberal sin verificar cambios (o posibles futuras transformaciones, es decir, “otro” proyecto social y político), por lo menos en la estructura y la funcionalidad del régimen económico político actual resulta ser demasiado aventurado y, en nuestro concepto, políticamente peligroso. No es válido afirmar la superación progresiva del neoliberalismo simplemente bajo la sospecha de verificar la (mayor o menor) presencia estatal - para los defensores de este tipo de argumentos, “activa” - o el cambio en un par de políticas económicas que ni reforman ni reformulan la matriz del neoliberalismo. Por el contrario, en muchos casos reales, particularmente en la región latinoamericana, las supuestas “reformas antineoliberales”, la dejan intacta. Algunos van más allá - incluso - y presumen verificar la aurora “post”-neoliberal con la excusa de una serie de políticas que se autoproclaman “sociales” y “redistributivas”, sin poner en cuestión el espectro amplio, político y económico, del neoliberalismo que venimos hablando.
Un antineoliberalismo (el cual puede identificarse fácilmente con posiciones contrarias al neoliberalismo ortodoxo pero no al neoliberalismo capitalista, tal y como sucede con las posturas heterodoxas fielmente neoliberales) sin el adjetivo anticapitalista propone ser tal vez una de las mayores encrucijadas políticas de la actualidad.
Una salida antineoliberal que no retorne nuevamente al neoliberalismo (así sea de otro tipo, llámese “regulado”, con “rostro humano” - ¡una contradicción en términos! -, todos ellos y en todo caso, neoliberales) debe convocar la destitución (y no el mantenimiento o la restitución) del neoliberalismo real. Ello significa ante todo una actitud contra el neoliberalismo, en todas sus versiones y, principalmente, des-andar el espinoso camino de las décadas anteriores y, en simultáneo, la instalación progresiva de otro régimen económico guiado e inspirado en otro proyecto político.
Por ejemplo, la vorágine de discursos y el cándido paroxismo generado sobre todo por la supuesta novedad del emergente nuevo desarrollismo (y el neo-extractivismo) en América Latina y el Caribe (también modelo por antonomasia, bajo otras características en países del Sudeste asiático), el cual en sus teorías y, especialmente, en sus prácticas, resultan ser simplemente una continuidad interrumpida, un neoliberalismo regulado que resulta antineoliberal frente al programa de políticas promovidas por la ortodoxia pero no discute el “modelo” ni el paradigma, con lo cual en diferentes sentidos converge casual o acríticamente con la heterodoxia neoliberal, se sintonizan consistentemente con el proyecto hegemónico actual y por las mismas razones resulta ser una sin-salida para la crisis actual. Quizás, lo más desaventurado de este (sub)desarrollismo neoliberal es su capacidad para “atrapar” y deshacer, precisamente “vía” el Estado, las múltiples resistencias que desde hace varias décadas se han gestado desde los pueblos de la región, no como una moda sino fruto de la descomposición y malestar de las realidades sociales que produjo y sigue produciendo el capitalismo neoliberal hoy vigente, y que han mostrado la posibilidad de auténticas alternativas ante el statu quo y sobre todo nuevos paradigmas ético-políticos. Este parece ser el gran desafío de nuestros tiempos. Texto: J. F. Puello-Socarrás. Ver: Parte 1




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