El actual mundo globalizado, la “aldea global” como se le ha dado en llamar (McLuhan), en forma creciente es regido por un pensamiento único, en muy buena medida vehiculizado por los medios masivos de comunicación, y en especial los audiovisuales. En términos políticos -o dicho de otro modo: en términos de ciudadanía- esa globalización viene a uniformar puntos de vista, a tener parámetros universalmente compartidos. Ahora bien: si se habla de “globalización” debe entenderse bien de qué se trata.
Retos actuales ante el nuevo escenario de la comunicación digital y global
Se entiende por “globalización” el proceso económico, político y sociocultural que está teniendo lugar actualmente a nivel mundial por el que cada vez existe una mayor interrelación económica entre todos los rincones del planeta, por alejados que estén, gracias a estas tecnologías que han borrado prácticamente las distancias permitiendo comunicaciones en tiempo real, siempre bajo el control de grandes corporaciones multinacionales. En realidad, la globalización propiamente dicha comienza con la expansión del naciente capitalismo de Europa cuando sale a “conquistar” el mundo, allá por inicios del siglo XVI. Ahí verdaderamente comienza a hacerse global, mundial, planetario en sentido estricto, todo el sistema económico, y por tanto, su impronta político-cultural. Conquistadores europeos, con mano de obra esclava africana, sojuzgan a pueblos americanos, sentando las bases para una homogenización de toda la “aldea global”. Pero es recién ahora, con el final de la Guerra Fría, que el sistema capitalista puede sentirse abiertamente triunfador y dueño de toda la escena mundial. Ahora es cuando puede decirse que la globalización triunfó.
Esa globalización que se vive actualmente (económica, política y cultural) es el caldo de cultivo donde las nuevas tecnologías de la información y la comunicación son el sistema circulatorio que la sostiene, haciendo parte vital de la nueva economía global centrada básicamente en la comunicación virtual, en la inteligencia artificial y en el conocimiento como principal recurso, todo lo cual permite el nuevo capitalismo financiero, hiper concentrado en poquísimas manos, superando a los Estado-nación modernos.
Las nuevas tecnologías digitales, más allá de la explosión con que han entrado en escena y su consumo masivo siempre creciente, no benefician por igual a todos los sectores. “En América Latina la presencia o el desarrollo de una SIC [sociedad de la información y la comunicación] está más ligada a la consolidación de grandes consorcios multinacionales del audiovisual que a la incorporación de la convergencia a los procesos productivos. Esto último se ha polarizado en un sector capaz de desmaterializar la economía, en tanto que sobrevive otro gran sector que permanece al margen de los cambios tecnológicos y continúa trabajando dentro de un esquema de producción clásico, ayudado de herramientas que también podríamos definir como clásicas. En nuestros países sólo un sector de la población (muy probablemente el que acumula el consumo tecnológico de distintas generaciones), es la que se ha incorporado efectivamente al proceso de producción ligado a la información y el conocimiento”. (6)
La repetida insistencia en relación a las maravillas de las nuevas tecnologías digitales de la información y la comunicación, en realidad puede tener mucho de espejismo manipulado desde los grandes centros de poder que se benefician de ellas, de su comercialización y de su uso como mecanismo de control a escala planetaria. El hecho de que en cierta forma la utilización de las tecnologías de la información y la comunicación pueda facilitar las cosas en ciertos aspectos para las grandes mayorías, no es efectivo si no se terminan con los problemas estructurales, con las brechas sociales enormes que siguen siendo el paisaje cotidiano: el hambre, la exclusión crónica, el analfabetismo, las enfermedades curables, el racismo. Pese a este portento de las tecnologías de la inteligencia artificial, el hambre sigue siendo uno de los principales problemas del mundo. ¡Siglo de la hiper tecnología… y nos seguimos muriendo a causa del hambre! Simplemente bochornoso.
No está demostrado que por el hecho de utilizar alguna de las nuevas tecnologías digitales se elimine automáticamente la exclusión social o se termine con la pobreza crónica. De todos modos, sabiendo que estas herramientas encierran un enorme potencial, es válido pensar que no disponer de ellas propicia la exclusión, o la puede profundizar. Visto que la red de redes, el internet, es la suma más enorme nunca antes vista de información que pone al servicio de la humanidad toda una potente herramienta de comunicación, no acceder a él crea desde ya una desventaja comparativa con quien sí puede acceder. De todos modos, el desarrollo propiamente dicho, el aprovechamiento efectivo de las potencialidades que abren las nuevas tecnologías comunicacionales, no se da por el sólo hecho de disponer de una computadora, de hacer uso de las redes sociales o de un teléfono celular de última generación, o de una consola de videojuegos, tan a la moda hoy día. Los videojuegos, valga agregar, que cada vez comienzan a ser jugados desde las más tempranas edades (2 o 3 años), bastante poco amigables para los adultos -los que no han crecido en esta cultura cibernética- funcionan como “verdaderas propedéuticas informales para el acercamiento amistoso y lúdico a los aparatos electrónicos. […] Ese tiempo invertido los acerca sin reparos mayores a la manipulación de aparatos de tecnología digital” (7). Después de varios años de “acostumbramiento”, ya desde niños, los jóvenes encuentran como algo absolutamente natural, y más aún: imprescindible, el mundo de las tecnologías de la información y la comunicación. El consumismo está ya puesto en marcha, y la obsolescencia programada hará que cada cierto tiempo haya que reemplazar el equipo en cuestión. Obviamente todos estos aparatos podrán ser “bonitos”, pero no dejan de ser instrumentos, útiles, herramientas. La diferencia fundamental no la hacen los instrumentos, sino los sujetos que los utilizan.
Lo que sí hace la diferencia es la capacidad que una población pueda tener para aprovechar creativamente estas nuevas formas culturales. Si el internet “ha transformado la vida”, como tan insistentemente dice cierto pensamiento dominante (desde una perspectiva más mercadológica que crítica, terminando por constituirse en “mito”, en manipulación mediática), ello permite descubrir el porqué de esa tenaz repetición: está claro que alimenta muy generosamente a quienes lucran con su comercialización.
En realidad, con el comercio expandido por todo el orbe nació la globalización. Hoy asistimos a su entronización cultural, basada en muy buena medida en tecnologías que unen el mundo a velocidades vertiginosas, pero como se dijo en alguna ocasión: la globalización comenzó la madrugada del 12 de octubre de 1492, cuando Rodrigo de Triana pronunció su grito de ¡tierra!
Entre los íconos de esta globalización se inscribe también el mercado como punto máximo del desarrollo y “la democracia” como expresión superior de la organización política. Los medios masivos de comunicación, cada vez más globalizados y concentrados, juegan un papel clave en la expansión de este fenómeno y de sus mitos. Hoy día, la ciudadanía (ciudadanía global, ciertamente) es moldeada cada vez más por ellos.
Ese proceso de homogenización político-cultural y el papel que en él pueden jugar los medios masivos de comunicación, se perfilaba ya algunas décadas atrás; así, por ejemplo, el Informe McBride de UNESCO del año 1980 lo expresaba explícitamente: “La industria de la comunicación está dominada por un número relativamente pequeño de empresas que engloban todos los aspectos de la producción y la distribución, las cuales están situadas en los principales países desarrollados y cuyas actividades son transnacionales. (…) Se deben adoptar medidas encaminadas a ampliar las fuentes de información que necesitan los ciudadanos en su vida cotidiana. Procede emprender un examen minucioso de las leyes y reglamentos vigentes para reducir las limitaciones, las cláusulas secretas y las restricciones de diversos tipos en las prácticas de información. (…) Con harta frecuencia se trata a los lectores, oyentes y los espectadores como si fueran receptores pasivos de información”. (8)
Sin dudas, el rol de los medios abre interrogantes sobre su aporte a la consolidación de la democracia genuina. Como dice Marcial Murciano: “El papel de árbitro que siempre ha mantenido el Estado en la moderna democracia se reduce y el mercado, ordenado ahora por los nuevos líderes empresariales, no asegura ninguno de los principios redistributivos que la democracia contemporánea debe asegurar al ciudadano que ahora debe situarse en un plano local y mundial al mismo tiempo. Probablemente más que en ningún otro período de nuestra historia reciente se hace necesario abrir un nuevo debate político-cultural sobre la posición de dominio y control de los actores económicos sobre el sistema de los medios, en el nuevo contexto de la democracia participativa y la globalización. Sin dudas son tiempos de nuevas exigencias para las políticas de comunicación democrática”. (9)
Más allá de todo el despliegue científico-técnico con que nos movemos como sociedad globalizada que entró en la modernidad -todos tenemos teléfono celular, el internet es un hecho, todos directa o indirectamente consumimos petróleo… ¿es eso el progreso?- en el ámbito ideológico-político seguimos apegados a mitos, a frases hechas, a estereotipos: ¿qué diferencia la creencia de cualquier mito popular (fantasmas, hadas mágicas, personajes mitológicos, etc.) de los mitos en torno a la democracia? Y los medios masivos de comunicación, en vez de ser críticos al respecto, los alimentan generosamente.
La ética del comunicador
Un comunicador social dispone de un acceso y poder de convocatoria sobre la población como no lo tienen otros profesionales. Quiera que no, es un formador de opinión, de ciudadanía. Hoy, con la importancia definitoria de los medios de comunicación en nuestras sociedades masificadas, es un agente vital en la reproducción de pautas socio-culturales. O, también, un agente fenomenal para el cambio de esas pautas.
Si bien es cierto que la actual cibercultura abre la posibilidad de una cierta liviandad, de un pensamiento icónico muchas veces nada reflexivo, también da la posibilidad de acceder a un cúmulo de información y a nuevas formas de procesar la misma como nunca antes se había dado, por lo que estamos allí ante un fabuloso reto.
La cultura digital que ha llegado con una fuerza avasalladora, sin precedentes, presenta un gran desafío: obviamente, en tanto tecnología, no es ni “buena” ni “mala”. Plantearlo en esos términos es sumamente reduccionista. Pero no se puede dejar de considerar cómo funciona, quién la maneja, qué papel juega para los grandes poderes globales como negocio y como mecanismo de control social. O también como contra-mensaje, como contra-poder. La posibilidad de construir ahí un espacio alternativo está servida. Se trata de ver cómo hacerlo.
No debe dejarse de tener en cuenta que se han abierto ciertos canales para una relativa democratización de la información. En cierto sentido, todos podemos dejar nuestra marca en la red de redes, decir, transmitir, denunciar, hacer evidentes ciertas cosas. Pero hay que cuidarse de no caer en la ilusión de creer que los cambios sociales son sólo cuestiones de modernización tecnológica. La tecnología, si no está al servicio de la causa del Ser Humano como especie, sigue siendo un mecanismo de dominación. La comunicación social y todo su creciente arsenal tecnológico deben servir para fomentar desarrollo genuino, para afianzar la democracia de base, para buscar el bienestar para todos, y no estar al servicio de ninguna opresión. Si no es así, se termina convirtiendo en cómplice (¡o en actora principal!) de la explotación. Es por eso que decíamos que los comunicadores ya no son el “cuarto poder”: constituyen uno de los principalísimos poderes dominantes del mundo.
Ahora bien: el comunicador social no es neutro; de hecho, desempeña un papel muy importante en la conformación de ciudadanía, y siempre está tomando partido, tiene una posición, está ubicado con los pies sobre la tierra. Es imposible pedir “objetividad” como generalidad, como un bien en sí mismo. “La objetividad no existe en ningún aspecto de la vida, ni del periodismo de ningún lugar del mundo. En tantos seres sociales formados por una historia, un contexto y una mirada del mundo particular, única e irrepetible, resulta imposible creer que puede haber una mirada objetiva sobre un hecho, acontecimiento o relato”, afirma Natalia Locco (10). En todo caso, siguiendo a Victoria Camps: “lo que el buen informador debe proponerse, no es tanto ser objetivo cuanto creíble” (11).
Ahí estriba el asunto crucial de su misión profesional: ser serio, ético, tener sentido crítico, saberse agente formador de las grandes multitudes a quien se dirige. El conocimiento técnico, por más excelente que sea, no es ninguna garantía de una buena práctica, de un buen ejercicio profesional. Para ello es imprescindible contar con un proyecto humano, social, político en su sentido más amplio.
En relación a lo anterior Ignacio Ramonet expresa: “En estos tiempos de globalización neoliberal, la información se ha convertido en uno de los problemas principales de la democracia (…) Se puede hacer un paralelismo con lo sucedido con la alimentación. Había escasez de alimentos -y sigue habiendo en algunos países-, luego la revolución agraria permitió producir en abundancia. Hoy sabemos que muchos de los alimentos son tóxicos, pueden envenenarnos (el caso de la "vaca loca" por ejemplo). Lo mismo sucede con la información; está contaminada. Hay que crear una ecología de la información para limpiarla, para que se respete la verdad, para mejorar la calidad informativa y así mejorar la calidad de la democracia”. (12)
Debe quedar claro que nadie tiene el poder absoluto para cambiar todo un entramado social o para impedir sus cambios en forma terminante. Las transformaciones, las mejoras en la calidad de vida, las mutaciones son procesos complejos, largos, muy arduos. Cada quien aporta su grano de arena al respecto. Quienes abrazan la profesión de comunicar tienen, sin duda, un privilegio especial: su accionar influye de un modo más profundo que otros en ese proceso. Por eso hay que tener muy claro los principios éticos con los que deben manejarse. Más allá de la imperiosa necesidad de trabajar para asegurar la propia subsistencia, la disyuntiva que se plantea es: ¿se trabaja para continuar con este sistema o para proponer otro? Texto: Marcelo Colussi. Ver: ''Parte I''.
Notas:
6) Crovi, Diana. “Sociedad de la información y el conocimiento. Entre el optimismo y la desesperanza”. UNAM. México, 2002.
7) Urresti, M. “Ciberculturas juveniles”. La Crujía Ediciones. Buenos Aires, 2008.
8) UNESCO. “Un solo mundo, voces múltiples. Comunicación e información en nuestro tiempo”. Fondo de Cultura Económica. México, 1993
9) Murciano M. (2005) Nuevos conglomerados mediáticos y libertad de expresión: grupos de comunicación, democracia y política de comunicación. En CICom: Comunicación, democracia y ciudadanía. Centro de Investigación en Comunicación, Escuela de Comunicación, Universidad de Puerto Rico. Puerto Rico.
10) Locco, N. En Sabina Finck: El dilema de la objetividad. Versión digital en: http://catedragauna.com.ar/el-dilema-de-la-objetividad/
11) Camps, V. En Rodríguez, B.: Una información libre es tan necesaria como el agua o el aire para los seres vivos. Versión digital en: http://www.barahonainformativo.com/2012/01/una-informacion-libre-es-tan-necesaria.html
12) Ramonet, I. Una reflexión sobre los medios y la democracia. Versión digital disponible en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=118309
Bibliografía:
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- Brzezinsky, Z. (1968).The Technetronic Society, en Encounter, Vol. XXX, No. 1
- Centro Knight para el Periodismo en las Américas. (2009) “El impacto de las tecnologías digitales en el periodismo y la democracia en América Latina y el Caribe”. Austin, Texas Centro Knight.
- Crovi, D. (2002). “Sociedad de la información y el conocimiento. Entre el optimismo y la desesperanza”, en Revista mexicana de Ciencias Políticas y Sociales. México. Año XLV, N°. 185, mayo-agosto de 2002, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM.
- Del Pino, Julio; Duaso, A. y Martínez, R. (2001) “Prácticas de ocio, cambio cultural y nuevas tecnologías en la juventud española de fin de siglo”. Madrid. Opiniones y Actitudes N°. 37.
- Eco, U. (1968) Para una guerrilla semiológica. Artículo reproducido en el libro de Eco, La estrategia de la ilusión, Lumen/de la Flor, 1987. Barcelona.
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- Galbraith, J. La sociedad opulenta. (2008). Barcelona: Editorial Ariel.
- García Canclini, N. (1995) “Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales de la globalización”. México. Ed. Grijalbo.
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- Urresti, M. (2008) “Ciberculturas juveniles”. Buenos Aires. La Crujía Ediciones.
- Wolton, D. (2000) “¿Internet, y después? Una Teoría Crítica Sobre los Nuevos 'Media'”. Barcelona. Ed. Gedisa. RECOMENDADO: '''GUERRAS MEDIÁTICAS'''.
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