Tras un larguísimo período histórico llamado -mal llamado- Reconquista de unos 700 años comenzó a fraguarse lo que hoy en día podemos llamar el Reino de España. Fue en realidad este período de siete siglos no una necesidad religiosa de arrebatar tierras y haciendas a sus moradores sino la de ocupar propiedades agrícolas y ganaderas por la expansión demográfica que se iba dando en las poblaciones del norte peninsular. Pudiera ser que D. Pelayo algo ayudase, pero esto lo dejo al criterio de mi entendido lector.
Fue Isabel I la que comenzó dicho proyecto con su especial y personal ambición de extender la cultura y religión de Castilla al resto de territorios peninsulares. Pronto contó con la colaboración de la Corona de Aragón personificada en el Rey Fernando, a la sazón su esposo. Tras innumerables batallas contra el infiel –leña al moro hasta que se aprenda el catecismo- y con el apoyo, a regañadientes, de los judíos hacendados de sus tierras, a los que traicionaría tantas veces como fuese menester, se consiguió la casi unificación de Iberia en un solo reino, gobernado con saña y mano dura por la iluminada cristiana a quien Dios daba toda su complacencia. Y quiso la casualidad que apareciera un extranjero, genovés al parecer, que tras peregrinaciones varias en busca de financiación para sus proyectos ultramarinos diese con el correcto clavo al que agarrarse. Y de aquí a la idea de cristianizar nuevos mundos solo había un paso. Y diese éste. A fines del año de gracia de 1.492 tres naves de la Corona se daban de bruces con unas islas que se encontraban en lo que después se denominaría continente americano o nuevo mundo; nuevo, ¿para quién? Se tomo posesión de aquel vasto continente a sangre, espada y crucifijo en nombre del Reino, y sus habitantes pasaron a ser súbditos. En este imperio no se ponía el sol, dicen que decían los entendidos en geografías varias de la época. Y en estas vicisitudes transcurrieron unos años, tomando posesiones ora en Perú, ora en México, ora en tierras aledañas. Pero como poco dura la alegría en casa del pobre, ya allá por 1.580 comenzó el declive imperial, que no olvidemos, incluía a los Paises Bajos, Nápoles y Sicilia, el Milanesado, etc en Europa. El primero de los territorios ‘ocupados’ en tomar la deriva nacional-independentista fue la actual Holanda, y de entonces a acá la historia de España no es sino la de una continúa desmembración geográfica y política, debido entre otras razones a la pésima gestión administrativa y económica que la metrópoli impartía en sus posesiones. A principios del siglo XIX se independizan las grandes posesiones ultramarinas y a finales del mismo siglo las de extremo oriente. Mas tarde y muy recientemente acudieron al rico panal de la independencia Guinea y el Sahara, si bien la provincia del sur de Marruecos con singularidades propias. Y es a principios del siglo XX cuando en la España patria de todos los españoles comienzan a fraguarse los regionalismos, nacionalismos y separatismos. Y llegamos al siglo presente. ¿Que nos encontramos? Ni mas ni menos que la misma suerte de desafecciones a la Madre Patria que se originó en 1.580. País Vasco y Catalunya, muy en especial esta última, toman el testigo de aquellos antecesores en el camino de la independencia de Castilla. Y es que se repite la historia y en consecuencia obligados estamos a repetirla. La gestión política y administrativa de Madrid hacia ‘provincias’ sigue siendo tan miope como la iniciada por Felipe II. Leña al desafecto al régimen hasta que hable castellano con corrección, dicen que dice un ministro de educación de apellido Wert. Visto lo visto y atentos al comportamiento obtuso de Castilla-Madrid-España hacia estos territorios periféricos, ¿seguimos pensando que la historia se detendrá aquí? Mucho me temo que no, señores capitalinos. Estaremos a la escucha. Texto: @javierginer
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.