Las crisis de la deuda de la periferia están ligadas a las crisis que estallan en los países capitalistas más poderosos y son utilizadas para subordinar a algunos Estados. Lo que sigue es una puesta en perspectiva histórica de las crisis de la deuda de los países de la “periferia” desde el siglo XIX al XXI. Desde América Latina a China pasando por Grecia, Túnez, Egipto y el Imperio otomano, la deuda ha sido utilizada como un arma de dominación y un medio de acumulación de riqueza en beneficio de las clases dominantes.
A partir de los años 1820, los gobiernos de los países latinoamericanos, recién salidos de las guerras de independencia, se lanzaron a una ola de préstamos. Los banqueros europeos buscaban con entusiasmo ocasiones de endeudar a estos nuevos Estados pues eso les era extremadamente beneficioso. En un primer momento, estos préstamos sirvieron a los esfuerzos de guerra para garantizar y reforzar la independencia. En los años 1820, los préstamos externos tomaban la forma de títulos de la deuda emitidos por los Estados por el intermedio de banqueros o de corredores de bolsa en Londres. Luego, a partir de los años 1830, atraídos por los altos rendimientos, los banqueros franceses se hicieron muy activos y entraron en competencia con la plaza financiera de Londres. En el curso de los decenios siguientes otras plazas financieras se sumaron a la competencia: Francfort, Berlín, Amsterdam, Milán, Viena… La forma utilizada por los banqueros para prestar a los Estados limitaba los riesgos a los que se exponían puesto que en caso de suspensión del pago de la deuda, eran los tenedores de títulos los directamente afectados. Habría sido de otra forma si los banqueros hubieran prestado directamente a los Estados. No obstante, cuando estos banqueros adquirían ellos mismos una parte de los títulos que vendían o que otros banqueros vendían se encontraban con dificultades en caso de no pago. Por otra parte, la existencia de un mercado de títulos al portador permitía a los banqueros llevar a cabo múltiples manipulaciones que les procuraban un rendimiento elevado.
El recurso al endeudamiento exterior se reveló contraproductivo para los países concernidos en particular porque esos préstamos habían sido contratados con condiciones muy favorables para los acreedores. Las suspensiones de pago fueron numerosas y dieron lugar a represalias por parte de los países acreedores que utilizaron en varias ocasiones la intervención armada para obtener el reembolso. Las reestructuraciones de deuda sirvieron normalmente a los intereses de los acreedores y de las grandes potencias que les apoyaban e hicieron entrar a los países deudores en un círculo vicioso de endeudamiento, de dependencia y de “desarrollo del subdesarrollo”, por retomar una expresión del economista André Gunder Frank.
El arma del endeudamiento fue utilizada como medio de presión y de subordinación de los países endeudados. Como subrayaba Rosa Luxemburg en 1913, los préstamos “constituyen el medio más seguro para los viejos países capitalistas de mantener bajo su tutela a los países jóvenes, de controlar sus finanzas y de ejercer una presión sobre su política exterior, aduanera y comercial”.
Felizmente, México, en dos ocasiones, salió de forma victoriosa de la confrontación con sus acreedores (en 1867 bajo la presidencia de Benito Juarez y, más tarde, en la onda de la revolución mexicana dirigida por Emiliano Zapata y Pancho Villa que decretaron la suspensión de la deuda en 1914). Brasil igualmente se enfrentó con éxito a sus acreedores entre 1933 y 1943, lo mismo que Ecuador en 2007-2009, sin olvidar Cuba respecto al Club de París. Cuando se prepara una nueva crisis de la deuda de América Latina, es fundamental sacar enseñanzas de los dos últimos siglos. No hacer esto equivale a condenarse a revivir los dramas del pasado.
La deuda externa como arma de dominación y de subordinación
La utilización de la deuda externa como arma de dominación jugó un papel fundamental en la política imperialista de las principales potencias capitalistas a lo largo del siglo XIX y prosigue en el siglo XXI bajo formas que han evolucionado. Grecia, desde su nacimiento en los años 1820-1830, estuvo sometida por completo a los dictados de las potencias acreedoras (en particular Gran Bretaña y Francia). Haití, que se había liberado de Francia en el curso de la Revolución francesa y había proclamado la independencia en 1804, fue de nuevo sometida a ésta en 1825 por la deuda. Túnez endeudada fue invadida por Francia en 1881 y transformada en protectorado-colonia. La misma suerte fue impuesta a Egipto en 1882 por Gran Bretaña. El Imperio otomano, a partir de 1881, fue sometido directamente a los acreedores (Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia…), lo que aceleró su estallido. China fue forzada por los acreedores a conceder concesiones territoriales y a abrir por completo su mercado en el siglo XIX. La Rusia zarista fuertemente endeudada habría podido constituirse también en presa de las potencias acreedoras si la revolución bolchevique no hubiera llevado en 1917-1918 al repudio unilateral de las deudas.
De las diferentes potencias periféricas que podían potencialmente acceder al papel de potencias capitalistas imperialistas en la segunda mitad del siglo XIX, es decir, el Imperio Otomano, Egipto, el Imperio ruso, China y Japón, sólo este último logró la mutación|. En efecto, Japón no recurrió prácticamente al endeudamiento exterior para realizar un importante desarrollo económico y transformarse en una potencia capitalista imperialista en la segunda mitad del siglo XIX. Japón conoció un importante desarrollo capitalista autónomo como consecuencia de las reformas del período Meiji (iniciado en 1868). Importó las técnicas de producción occidentales más avanzadas de entonces, a la vez que impedía la penetración financiera extranjera en su territorio, rechazando recurrir a préstamos exteriores y suprimiendo en el país las trabas a la circulación de los capitales autóctonos. A finales del siglo XIX, Japón pasó de una autarquía secular a una expansión imperialista vigorosa. Por supuesto, la ausencia de endeudamiento exterior no fue el único factor que permitió a Japón dar el salto hacia un desarrollo capitalista vigoroso y llevar a cabo una política internacional agresiva, alzándole al rango de las grandes potencias imperialistas. Otros factores que sería demasiado largo enumerar aquí operaron igualmente pero es evidente que la ausencia de endeudamiento exterior jugó un papel fundamental.
A contrario China, que hasta los años 1830 llevaba a cabo un desarrollo muy importante y constituía una potencia económica de primer nivel, al recurrir al endeudamiento exterior permitió a las potencias europeas y a los Estados Unidos marginarla y someterla progresivamente. Aquí también intervinieron otros factores, como las guerras impuestas por Gran Bretaña y Francia para imponer el libre comercio y la exportación forzosa a China del opio, pero el recurso a la deuda externa y sus nefastas consecuencias jugaron un papel muy importante. En efecto, para reembolsar préstamos extranjeros, China tuvo que sacrificar concesiones territoriales y portuarias a las potencias extranjeras. Rosa Luxemburg menciona, entre los métodos empleados por las potencias capitalistas occidentales para dominar a China el “sistema de la deuda pública, de préstamos europeos, de control europeo de las finanzas con la consecuencia de la ocupación de las fortalezas chinas, la apertura forzada de puertos libres y la concesión de ferrocarriles obtenidas bajo la presión de los capitalistas europeos”. Joseph Stiglitz, casi un siglo después de Rosa Luxemburgo, remite igualmente ello en su obra 'La gran desilusión'. Texto: Eric Toussaint. Traducción: Alberto Nadal. Ver Parte II.
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