Europa se sacude entre el terror impuesto por los asesinatos en París y la esperanza que anida en las manifestaciones masivas y en las nuevas formaciones políticas progresistas surgidas de la crisis en Grecia y en España.
Con el trasfondo de una crisis económica que no cede y que puede sumirla en el estancamiento de larga duración, la vieja Europa se revuelve entre el terror impuesto por los asesinatos de París y la esperanza que anida en las manifestaciones masivas y en las nuevas formaciones políticas surgidas de la crisis en Grecia y en España.
El filósofo italiano Antonio Gramsci acuñó en su tiempo el aforismo "pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad" que ha sido interpretado de diversas formas y maneras. Tal vez por los vericuetos de esta ecuación analítica transiten hoy los pensamientos de muchos ciudadanos europeos.
El aberrante atentado ocurrido en París hace algunos días y el surgimiento, a medida que la crisis se profundiza, de tendencias nazi-fascistas en numerosos países de la eurozona, promueven una sensación de impotencia frente a la irracionalidad de los fundamentalismos. Por el contrario es desde el seno de las sociedades en las que la crisis más daño social produjo -Grecia, España- donde se han podido construir coaliciones políticas de izquierda -Syriza, Podemos- que se plantean romper con el círculo de crisis, ajuste y más crisis, planteando otra salida y la recreación del futuro. Terror y esperanza compiten en la coyuntura europea.
El terror globalizado
El atentado a la redacción de Charlie Hebdo y la ocupación de un local de comidas judío con toma de rehenes incluida, es apenas una aparición puntual y bárbara de un proceso mucho más profundo. Como lo revelan los acontecimientos recientes en las zonas ocupadas por el Estado Islámico (ISIS) en Siria e Irak o por otros grupos en Pakistán y en Nigeria, tan bárbaros como el de París.
Estos atentados terminan favoreciendo a las potencias imperialistas y a las tendencias derechistas y de extrema derecha, contra los árabes, los musulmanes oprimidos, las minorías étnicas y promoviendo la implantación de mayores medidas de contralor social. El horizonte europeo es el de Estados Unidos después del 11S (Patriot Act). Se sabe, pero conviene reiterarlo, que le dan aire a la hipocresía de los principales líderes de las grandes potencias. La mayoría de ellos verdaderos terroristas de Estado, que promueven guerras y solo critican la violencia cuando ocurre en sus territorios y, como en el caso de los franceses, llamar a la unidad nacional con la cual buscan tapar los problemas internos.
Más aun, han vuelto a poner en primer plano la reaccionaria idea del "choque de las civilizaciones", ligada al "fin de la historia" y a la globalización. En estas concepciones, derivadas del fin de la bipolaridad, los conflictos ya no serían por cuestiones económicas, por zonas de influencia o por la confrontación de clases, sino de nuevo tipo: culturales, étnicas y religiosas, encarnadas por bandas y tribus, que se enfrentan por razones de sobrevivencia y también por quién lidera y hegemoniza. Se habla entonces en Europa de guerra, pero si esta se vuelca contra "los pobres, las minorías étnicas y los musulmanes" estaríamos, como dice el historiador Enzo Traverzo, ante "el retorno de lo reprimido".
Se trata de comprender
No para justificar lo injustificable, pero sí para comprenderlo, es necesario revisitar, aunque más no fuera someramente, los orígenes de esta barbarie, algo que en general los medios hegemónicos buscan ignorar. Hay que ubicarse en los años '70 del siglo pasado en Afganistán, cuando para contrarrestar a un gobierno de corte reformista y laico, los Estados Unidos dieron apoyo a sectores opositores cuyo centro era estar contra las reformas económicas y políticas y sobre todo contra el laicismo, cobraron fuerza entonces los talibanes, finalmente Al-Qaeda. Como se sabe el ISIS tiene su origen en Irak, resultado de la invasión norteamericana del 2003, el bloqueo posterior y luego la nueva ofensiva imperialista y la guerra en Siria. En ambos casos los Estados Unidos -como antes lo habían hecho en Afganistán- apoyaron y armaron a los grupos fundamentalistas. El resultado es que los Estados de Irak y Siria están hoy al borde de la disolución. En el mundo musulmán no hay en esta coyuntura liderazgos claros, sino mucho
s centros y, además, el petróleo. El ISIS busca ocupar ese vacío estatal.
Pero no hay que olvidar la intervención colonial y las atrocidades de Francia en Argelia -la guerra de independencia costó la vida a un millón de musulmanes árabes, casi el 10 por ciento de la población de entonces-. Un conflicto que aun está latente en ambas sociedades. Aquellas viejas prácticas coloniales de alguna manera se reproducen hoy en los millones de árabes y africanos que viven en Francia, sometidos a la discriminación, el racismo y la segregación social y económica. No es ocioso recordar que buena parte de la fuerza de trabajo francesa deviene de aquella inmigración forzada. Aún cuando un alto porcentaje son nacidos allí siguen siendo considerados como inmigrantes y ellos se sienten ciudadanos de segunda.
Es esta compleja realidad, que no pareciera tener solución a la vista, la que alimenta el odio y los fundamentalismos.
La esperanza
Atravesada por viejos fantasmas, sumergida en un entramado de crisis económica irresuelta, de movimientos democráticos auto-organizados, de nacionalismos y xenofobias varias, Europa siente cuestionar, por derecha e izquierda, el orden político instituido.
No se trata solo de los tradicionales partidos conservadores, es la propia socialdemocracia la que no puede presentarse ya como alternativa a las políticas en curso, no puede diferenciarse de las que imponen la derecha y el capital financiero, muestra así su agotamiento y la falta de proyecto político propio. Esta situación alimenta tensiones políticas y se verifica el ascenso de formaciones de derecha extrema -el Frente Nacional en Francia, Amanecer Dorado en Grecia- y de una izquierda que cuestiona el régimen establecido -Syriza en Grecia, Podemos en España-. Si los primeros alimentan la sensación de terror, los segundos renuevan la esperanza.
Años de aplicación de los planes de austeridad de la Troika (BCE, CE y FMI) hundieron en la miseria a miles de familias y robaron el futuro a las jóvenes generaciones españolas y griegas. Pero estos pueblos no se dejaron vencer por el desaliento. Cientos de manifestaciones, huelgas generales, estados asamblearios, emprendimientos autogestivos, mecanismos de solidaridad social y tantas otras formas de resistencia, de las que América latina conoce muy bien, pavimentaron el camino hasta llegar a las coaliciones izquierdistas que hoy conmueven sistemas políticos tan anquilosados como deslegitimados y a partidos políticos tradicionales corroídos por la corrupción y el burocratismo. Coaliciones que, aunque no se presentan como alternativas al capitalismo, luchan por reformas que éste hoy no acepta ni puede dar.
Las elecciones griegas del este domingo 25 pueden ser un momento bisagra que impacte en el conjunto del escenario europeo. Está planteada la posibilidad de un triunfo de Syriza que desplace a los responsables políticos del saqueo y la capitulación y forme un nuevo gobierno. En España Podemos, expresión política de los indignados, avanza por senderos similares. Ambas fuerzas encabezan los sondeos -entre el 20, el 30 por ciento o tal vez más de intención de voto- y pueden abrir un nuevo curso para esas sociedades y para la izquierda anticapitalista europea.
El papel a jugar por los anticapitalistas en estas coaliciones es decisivo, ya que no se trata solo de conjurar la crisis del capital sino también de cuestionar el orden capitalista como tal. Texto: Eduardo Lucita. Ver: ''¿Todos somos Charlie Hebdo?''
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