¿No es que los movimientos económicos los regula el mercado? Si es así, son muchas las preguntas que se abren y quedan sin respuesta: ¿quién y cómo decide los flujos de oferta y demanda, los porcentajes de desocupación que hay, la acumulación de riqueza y la multiplicación de la pobreza? Si es el mercado ¿qué decidimos con la rutina electoral de cada cierto tiempo? ¿Quién ha salido de la pobreza asistiendo puntual a los comicios? ¿Quién decide las políticas de las grandes corporaciones mundiales que fijan la marcha económica de la población planetaria? ¿Alguien votó por ello? ¿Quién decidió, a través de qué proceso de elección popular se estableció que todos tenemos que consumir, por ejemplo, un refresco como Coca-Cola y no otro, agua potable o un refresco local hecho con hierbas naturales? ¿Hubo algún plebiscito, referéndum o proceso eleccionario para decidir las políticas comunicacionales de los grandes monopolios de la información, aquellos que moldean nuestro punto de vista día a día, minuto a minuto, los que imponen lo que se debe pensar y lo que no? ¿Se consultó a la población planetaria para formar un infame Consejo de Seguridad en el seno de la Organización de Naciones Unidas con derecho a veto formado sólo por cinco Estados? ¿Por medio de qué elecciones populares se deciden las guerras? ¿Hubo alguna consulta democrática para decidir la catástrofe medioambiental que produjo la voracidad del gran capital? ¿Algún ciudadano del mundo votó para terminar con los bosques, con la capa de ozono, para secar fuentes de agua dulce? ¿Quién eligió, y por medio de qué mecanismo, lo que tenemos que consumir para divertirnos? –léase: películas de Hollywood o videojuegos, cada vez más extendidos… ¡y violentos!–. ¿Quién es el que decide sobre quién puede tener armas nucleares y quién no: la gente con su voto? Y todos los llamados “grupos vulnerables” (minorías étnicas, discapacitados, homosexuales, seropositivos, niñez en riesgo, discriminados por el motivo que sea) ¿qué participación real tienen en el ejercicio del poder? ¿Algún negro eligió democráticamente ser pobre? ¿Alguna mujer decidió ser condenada a trabajar más que un varón y a ganar menos?
Es decir, si se profundiza la estructura íntima de los sistemas políticos, siguen surgiendo las preguntas: ¿a quién representan los representantes del pueblo en las democracias formales? Los políticos profesionales de las democracias parlamentarias, ¿representan a los pobres, a los excluidos, a las mujeres hechas a un lado, a los indigentes, a los desesperados de toda laya que pueblan la Tierra? ¿Por qué hay tan pocas mujeres, o indígenas, e negros en los cargos electivos de cualquier país?
Las decisiones que marcan el destino del mundo –la economía, la guerra, los modelos culturales dominantes– jamás se toman democráticamente. Luego de decididas por unos pocos –la citada observación de Valéry es más que oportuna entonces– se busca “evitar que la gente tome parte en los asuntos que le conciernen” pero haciendo creer que participa, que decide. En buena medida, hasta ahora eso es la política. Tal como dijo alguna vez el escritor argentino Jorge Luis Borges: al menos hasta ahora, tal como la conocemos, “la democracia es una ficción estadística”.
Ahora bien: esto abre una serie de reflexiones que es muy importante desarrollar.
La idea respecto a que “la masa es estúpida y no piensa” es, como mínimo, muy sencilla. Sin dudas, tal como se ha venido dando la organización de todas las sociedades de clases, la minoría en el poder supo manipular a las grandes masas. Pero eso no significa que la gente sea intrínsecamente tonta; menos aún, que merezca ser tratada como tonta. No hay ninguna duda –la historia y la experiencia lo enseñan– que la psicología de las masas presenta características peculiares que no pueden entenderse desde el punto de vista de lo individual. Puestos en masas, transformados en hombre-masa, todos desaparecemos como sujeto para constituirnos en un colectivo y seguir la corriente; y es cierto que, en tanto colectivo, en tanto grupo indiferenciado, no hay razonamiento crítico. Pero esto no invalida la posibilidad de reflexión, y mucho menos, no autoriza a la manipulación de la masa. ¿En nombre de qué, con qué derecho una elite puede manipular a una gran mayoría? No se puede ser tan superficial, tan falto de rigor científico y decir que “a la gente le gusta eso” Más que superficial, eso escamotea la verdad –por no decir que es totalmente cuestionable en términos éticos–.
Como formulación de ciencia social explicar algo en función de una presunta “estupidez” connatural es restringido: la gente podrá ser “tonta” (ahí está Homer Simpson como su ícono), pero hay límites a la tontera. Si fuéramos tan tontos y prefiriésemos “naturalmente” nuestra condición de esclavos, seguiríamos bajo el látigo del amo esclavista. ¡Pero hay Espartacos! Por todos lados en la historia han surgido Espartacos, y siguen surgiendo. Y cada vez más las poblaciones (esas masas manipulables a las que se intenta conformar con el pan y circo –ayer gladiadores, hoy Hollywood, fútbol y telenovelas–), cada vez más van abriendo los ojos, despertando, exigiendo derechos, dando saltos hacia delante, aunque también sigan consumiendo los que se les ordena y pensando lo que las usinas mediáticas informan. Cada vez más la historia nos muestra poblaciones que se rebelan y protestan, alzan la voz, participan en su vida política.
La democracia formal, la democracia representativa de los parlamentos modernos con su división de tres poderes (ejecutivo, legislativo y judicial), no termina de ser en su plenitud el gobierno del pueblo. En realidad, más allá de la declamación formal, resta mucho para ser verdaderamente un ejercicio de poder horizontal de todos, una democracia deliberativa.
El mejoramiento de las condiciones económico-sociales es un factor de gran importancia para el progreso de las sociedades; pero eso no es todo: la población tiene que tomar parte activa en los asuntos que le conciernen, involucrarse, sentir que la toma de decisiones le es algo propio. La equidad, la justicia, la democracia definitiva, es el avance en todos los aspectos: los económicos y también los políticos.
La democracia, si se queda sólo en lo formal, es vacía, no es democracia. Es el gobierno de los grandes grupos económicos secundados por los políticos de profesión y por todo el andamiaje cultural y militar que permite seguir con la misma estructura, dándose el lujo incluso de jugar a la participación de la gente en las decisiones. Pero la gente no decide. La población, la gran masa, es consumidora (hay que atenderla bien para que siga comprando), o electorado (hay que atenderlo bien para que me sigan votando).
O también puede ser televidente, y ya es sabido lo que ello implica: ¿decide algún usuario de los medios masivos de comunicación, más allá de cuestionables programas “participativos” (¡los reality shows!, por ejemplo), decide algo de lo que consume? Si ese ciudadano consumidor que vota cada tantos años protesta demasiado… es considerado un “subversivo”; entonces ahí están los aparatos de control. Pero nunca participa en las decisiones básicas de su vida, aunque viva en democracias formales donde nunca hay golpes de Estado.
Es real que en algunos lugares del planeta esas democracias representativas dan resultado, pues ahí nadie pasa hambre y tiene cuotas más o menos altas de beneficios. Pero para mantener esas “democracias occidentales”, el 80 % de la población mundial pasa grandes sufrimientos. O democracia para todos, o si no hay algo que no funciona. No puede haber democracia sólo para un 20 %; eso no es poder para todos. La misma idea de democracia incluye a la totalidad, no sólo a fragmentos, a sectores.
El sistema político democrático, para ser tal, debe incluir realmente a la totalidad de la población en la toma de decisiones: democracia deliberativa, democracia participativa. Si no, no termina de ser genuinamente el “gobierno del pueblo”. Sin la participación ciudadana genuina no hay ciudadanía; hay actos eleccionarios cada cierto tiempo, pero no democracia. Texto: Marcelo Colussi. (Parte II de II). Ver: 'Parte I'.
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