¿Cómo puede ser inocente un fraude? En su libro 'La economía del fraude inocente', el economista John Kenneth Galbraith aclara el misterio. La idea de fraude inocente nos remite a una serie de análisis y supuestos equivocados que han sido adoptados por los economistas convencionales, es decir, los que sirven a los poderes establecidos. Esos análisis se han erigido en mitos y causan daños incalculables.
La presunción de inocencia proviene de una doble crítica a dichos economistas. Para Galbraith, esos economistas convencionales no sólo están equivocados, sino que son demasiado torpes para darse cuenta de sus errores. Es decir, pueden perpetrar el fraude pero son incapaces de entender lo que están haciendo. Y si por acaso alguno de estos economistas oficiales aclara que sí entiende lo que está haciendo, entonces la presunción de inocencia se remplaza por una acusación de alevosía, premeditación y ventaja.
Entre los fraudes inocentes que cultivan los economistas convencionales se encuentra el uso del término sistema de mercado para referirse al capitalismo. Galbraith sabía muy bien que estos dos términos no son sinónimos y que el origen del capitalismo se basa en una profunda distorsión del funcionamiento de los mercados. No sólo impera en el capitalismo una forma de circulación monetaria que nada tiene que ver con la circulación de mercancías en el mercado, sino que en el capitalismo el trabajo y la naturaleza se convierten en mercancías. El mercado es la tierra en la que crece el capitalismo como una maleza que todo lo invade. Al contrario de lo que se piensa comúnmente, el capitalismo acaba por destruir el mercado.
El libro de Galbraith identifica otros ejemplos de fraude inocente perpetrados por economistas oficiales. Uno muy importante es la distinción entre sector privado y sector público. En realidad, nos dice Galbraith, los intereses de las grandes corporaciones son ahora la prioridad para los planes y políticas de los gobiernos. Tiene razón y si hubiera podido continuar con su análisis (el libro se publicó cuando tenía 94 años) hubiera señalado que a nivel de la política macroeconómica, los ministerios del tesoro y hacienda, así como los bancos centrales, han subordinado las prioridades de la política fiscal y monetaria a los dictados del capital financiero. La pretendida ‘autonomía’ del banco central es otro fraude inocente. En la política económica es difícil distinguir dónde termina el sector público y dónde comienza el sector privado.
Quizás el mejor ejemplo de fraude inocente en política económica es la idea de que el banco central es capaz de controlar la oferta monetaria en una economía. Éste ha sido uno de los mitos más acendrados en la teoría y en la práctica económica y tuvo un segundo aire cuando Milton Friedman revivió las tesis tradicionales de la teoría monetaria. Es bien sabido que para los monetaristas el gobierno siempre debe mantener un balance fiscal y si es necesario, debe intervenir en la economía sólo a través de la política monetaria. Inicialmente y con el fin de controlar la inflación, eso significaba mantener la oferta monetaria creciendo de manera gradual al ritmo de la actividad económica. Se suponía que esa debía ser la regla de oro del banco central. Irónicamente, el problema para los monetaristas es que nunca supieron encontrar la medida adecuada de la masa monetaria para su planteamiento de política económica. Así, no sorprende que en Estados Unidos la Reserva federal nunca hubiera sido capaz de encontrar la forma de controlar las medidas de masa monetaria con las que estuvo experimentando durante casi treinta años.
Ahora sabemos que Paul Volcker fue el último director de la Reserva federal que intentó controlar de manera directa la oferta monetaria. Después de varios años intentando dominar la oferta monetaria, en 1986 la Fed, todavía bajo la tutela de Volcker, abandonó la lucha y aceptó lo que los banqueros ya sabían: que la oferta monetaria la determinan los bancos comerciales privados.
La política monetaria sufrió un cambio radical. Se transformó en una política que utiliza tasas de interés como instrumento principal en lugar de buscar controlar la oferta monetaria. La cantidad de moneda en circulación dejó de ser la variable clave para tratar el tema de la inflación y en su lugar se prefirió hablar de ‘expectativas inflacionarias’. El trabajo de Lucas vino a rematar las cosas: el gobierno no debe intervenir jamás en la vida económica porque los agentes son capaces de prever el efecto de dicha intervención y pueden cancelarlo con sus propias acciones. Es la ‘teoría económica’ que aprendieron los tecnócratas mexicanos en su visita a las universidades estadunidenses en la década de los años setenta. El fraude inocente nos hace recordar a Fedro en los Diálogos: la credibilidad de alguien que cometió un fraude vergonzoso nunca será restaurada, aunque diga la verdad. De todos modos, los economistas del sistema nunca dirán la verdad. Texto: Alejandro Nadal. Ver: La ley de la oligarquía
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