La narrativa dominante dice que el dinero “engrasa” las ruedas del comercio. Se podría, desde luego, hacer funcionar la máquina comercial sin dinero, pero, sin duda, funciona mejor con el lubricante del dinero.
Según esta narrativa, el dinero fue creado como un medio de intercambio: en vez de cambiar tu plátano por un pescado, ambos usuarios aceptan usar conchas de caracol como intermediario del acuerdo. Con el tiempo, la evolución del dinero incrementó la eficiencia seleccionando, sucesivamente, metales preciosos, en bruto, monedas acuñadas de metales preciosos, papel-moneda respaldado por metales preciosos y, finalmente, dinero fiduciario constituido por monedas metálicas de base, billetes de papel y entradas electrónicas.
Sin embargo, eso nunca ha cambiado la naturaleza del dinero, que era la de facilitar el comercio de bienes y servicios. Como proclamó Milton Friedman, a pesar de la complejidad de nuestra moderna economía, todos los procesos económicos importantes están contenidos en la sencilla economía, fundada en el trueque.
El dinero no sería sino un “velo” que obscurecería esa sencilla realidad; en el léxico convencional, el dinero puede ignorarse dada su “neutralidad”. (Para los versados en teoría económica académica, basta referirse al teorema Modigliani-Miller y a la hipótesis de los mercados eficientes, que probarían que las finanzas son irrelevantes.)
Sólo tendríamos que preocuparnos por el dinero cuando hay demasiado: la otra tesis famosa de Friedman es que “la inflación es siempre y en todo momento un fenómeno monetario”; demasiado dinero causa el incremento de los precios. De aquí la preocupación que suscita la actual política de Flexibilización Cuantitativa de la Fed, que ha cuadruplicado el “dinero Fed” (las reservas) y que debería estar provocando una inflación masiva.
Ver el dinero desde la perspectiva del intercambio resulta muy engañoso a la hora de entender el capitalismo.
En la historia de Robinson Crusoe, yo he obtenido un plátano y tú, un pescado. ¿Pero cómo los conseguimos? En el mundo real, los plátanos y los pescados han de producirse y esa producción debe ser financiada.
La producción comienza con el dinero necesario para la compra de los insumos, lo que crea ingreso monetario para comprar productos.
Como decía mi madre, “el dinero no crece en los árboles”. ¿Cómo consiguen el primer dinero los productores? ¿Tal vez vendiendo productos? Lógicamente, es un argumento de regreso infinito: un problema del huevo y la gallina. El primer dólar gastado (por el productor o por el consumidor) tiene que venir de algún sitio.
Hay otro problema. Aun si pudiéramos imaginar que la humanidad “recibió maná del cielo” para empezar a poner en marcha la economía monetaria –digamos, una dotación inicial de un millón de dólares—, ¿cómo explicamos los beneficios, los intereses y el crecimiento?
Si yo soy un productor que ha heredado 1.000 dólares y los he gastado en insumos, no me sentiré feliz si consigo con las ventas sólo 1.000 dólares. Quiero un rendimiento, tal vez de un 20% (con lo que obtendré 1.200 dólares). Si soy un prestamista de dinero, prestaré 1.000 dólares, pero también querré obtener 1.200 dólares. Y todos nosotros queremos un pastel cada vez más grande. ¿Cómo puedo hacer que ese millón inicial se doble o triplique?
Aquí es donde aparece el “éforo” de Schumpeter. Un éforo es “alguien que supervisa”, y Schumpeter aplicó el término a los banqueros. No necesitamos imaginar el dinero como una suerte de maná, sino que hemos de verlo más bien como la creación de poder de compra controlada por el banquero.
Un productor que desee contratar recursos presenta una propuesta a la consideración del banquero. Mientras el banquero analiza su comportamiento económico en el pasado, así como la riqueza ofrecida como garantía, lo más importante para él será la probabilidad de que las perspectivas de los proyectos sean superiores a las "garantías". Si es así, el éforo avanzará un préstamo.
Más técnicamente, el banquero acepta el pagaré del productor y realiza pagos a los suministradores de recursos (incluido el trabajo) mediante abonos en sus cuentas de depósito. El pagaré del productor es el activo del banquero; los depósitos del banco son su pasivo, pero son los activos de los tenedores del depósito (suministradores de recursos).
Así es como el dinero va a parar a la economía, no vía maná caído del cielo, ni desde los helícópteros de Milton Friedman que lanzan el dinero de los bancos centrales.
Cuando los depositantes gastan (tal vez en bienes de consumo, tal vez para comprar insumos para sus propios procesos de producción), lo hacen con cargo a sus cuentas y se abona a las cuentas de los proveedores.
En nuestros días, el grueso del “dinero” consiste en entradas electrónicas a golpe de tecla en los balances de los bancos. Puesto que vivimos en un ambiente con muchos bancos, los pagos a menudo entrañan al menos dos bancos. Los bancos compensan las cuentas con cargos mutuos; o sirviéndose de depósitos en los bancos correspondientes. Sin embargo, la compensación neta entre los bancos se hace normalmente en los balances del banco central.
Como cualquier otro banquero, la Reserva Federal o el Banco de Inglaterra crean dinero a “golpe de teclado”. El dinero del banco central tiene la forma de reservas o billetes, creados para realizar pagos a clientes (bancos o tesoro nacional) o para hacer compras por su propia cuenta (títulos del tesoro o títulos respaldados por hipotecas).
La creación de dinero por los bancos y por el banco central está limitada por reglas generales como normas de suscripción, criterios de garantías o ratios de capital. Tras el abandono del patrón oro, no hay límites físicos a la creación de dinero. No hay límite físico ninguno para las entradas a golpe de tecla en los balances bancarios. Este reconocimiento es fundamental para las cuestiones que tienen que ver con las finanzas. También resulta aterrador.
Lo bueno del éforo schumpeteriano es que siempre se puede suministrar la financiación suficiente para emplear plenamente todos los recursos disponibles a fin de apoyar el desarrollo de capital de la economía. Podemos servirnos de los golpes de teclado para llegar al pleno empleo.
Lo malo del éforo schumpeteriano es que podemos crear más financiación que la que podemos usar razonablemente. Además, nuestros éforos podrían tomar malas decisiones sobre qué actividades deberían obtener el financiamiento a golpe de teclas.
Es difícil encontrar ejemplos de la creación excesiva de dinero en la financiación de usos productivos. Más bien, el principal problema es que buena parte de las finanzas se crean para alimentar burbujas de precios de los activos. Y eso vale tanto para las finanzas creadas por nuestros éforos de la banca privada como para nuestros éforos de los bancos centrales.
El mayor desafío al que hoy nos enfrentamos no es el de la falta de financiación, sino más bien la manera de impulsar la financiación para promover tanto los intereses privados como el interés público, a través del desarrollo de capital de nuestro país. TEXTO: RANDALL WRAY. Ver: Hª. del Banco M.
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