Creo que fue Hobbes el que afirmó que “el hombre es el lobo del hombre”. Toda idea, incluso la delirante, tiene un núcleo de verdad. Para llegar a ese núcleo es necesario aceptar la afirmación que fuera sin cuestionarla. Es pésima estrategia empezar con un “no”. Por ejemplo: no, el hombre nace bueno, la cultura lo hace malo”. El arte de cuestionar comienza con un “si”. Ni siquiera un “si, pero”. Ante el inmediato cuestionamiento, nuestro interlocutor se defiende. Se eriza. Se parapeta. O sea: aumenta la resistencia ante nuestro cuestionamiento. Y nos obliga a la antipática actitud de sobre actuar nuestro desacuerdo.
Nuestro interlocutor se victimiza ante el supuesto agravio de nuestra pregunta, la intolerancia que mostramos ante sus expresiones e incluso puede amenazarnos con denunciarnos ante el Inadi. Toda idea con un componente asertivo exagerado se acerca demasiado, digamos que se toca, con una ideación dogmática. No cuestionable, algo así como una verdad revelada. Sin tener demasiado claro revelada por quién. Un maestro inmaculado, la propia divinidad, la tradición familiar que siempre es cultural, la Academia.
Chocar de frente contra un muro de cemento no es aconsejable. La estrategia que sugiero hay que sostenerla con fe, que dicen que mueve montañas. Empezar siempre con un “si” entusiasta. Elogiar la afirmación escuchada con adjetivos laudatorios. Y con una expresión de duda, de incertidumbre frente a la propia afirmación, dejando traslucir incomodidad y una actitud similar a caminar en puntas de pie, lo opuesto a salir con los tapones de punta. Y balbucear: “quizá, a lo mejor, no estoy seguro, lo mas probable es que sea una pavada, me siento tonto diciendo esto”.
En ese momento nuestro interlocutor tiene la guardia baja. Ese momento le costará carísimo y al contado. Le contesto: “estoy totalmente de acuerdo. El hombre es el lobo del hombre. Lo que me preocupa es quién tiene la capacidad de transformar a un hombre en lobo”. Por lo tanto la cuestión se desliza desde una verdad convencional encubridora (el hombre es el lobo del hombre) a un nivel fundante: los procesos políticos y culturales que desalojan el deseo y el placer para transformarlos en mandato y en culpa.
El hombre es el lobo del hombre como efecto de lo que he nombrado como “cultura represora”. El nombre de la Bestia. La cultura represora entroniza a la Jerarquía como único organizador social. La llamada familia patriarcal es una de las expresiones más cotidianas de la Organización Piramidal. En lo más alto de la pirámide hay un solo lugar. Y solo un elegido o una elegida podrán ocuparlo.
Los mecanismos de la elección varían. Desde los designios inescrutables de la divinidad hasta los designios muchas veces inescrutables de la voluntad popular. El elegido o la elegida arrastran por efecto pegoteo a múltiples seguidores, acólitos, amanuenses, testaferros, cómplices, arribistas, oportunistas. Y también no pocos convencidos, al menos por un tiempo.
La Organización Piramidal, algo así como la ley del gallinero pero mucho más cristalizado, garantiza que la cooperación y la competencia sean desalojadas por la absoluta rivalidad. Todos y todas se convierten en alpinistas caníbales cuya garantía para seguir subiendo es arrojando al precipicio a los que pretenden lo mismo. Pobres contra pobres, pobres contra excluidos, excluidos contra ocupas, de planta contra tercerizados, conductores de automóviles contra piqueteros fuera de la ley, candidatos contra entenados. Y cuando el alpinismo se torna depredador, todos contra todos. Luego el colapso y la construcción de nuevas pirámides.
Algunos llaman a esto gobernabilidad. El hombre acorralado no podrá dejar de ser lobo para otro hombre acorralado. No lucharán espalda contra espalda como el gaucho Martín Fierro y el Sargento Cruz. Se matarán como si fueran enemigos culturales, gladiadores de algún imperio que siempre inventará su propia versión del circo con algunas migas de pan. El hombre no puede dejar de ser lobo del hombre en una Organización Piramidal. Lo que hay que subvertir es ese tipo de organización. La familia patriarcal, las diferentes formas de catequesis laica y religiosa, los diferentes cultivos de subordinación sin valor, las apelaciones abstractas a una Patria Única y Verdadera.
Nuestros originarios seguirán padeciendo a la Organización Piramidal que se hace llamar Estado Nación. Una de las modalidades más habituales de ese hombre convertido en lobo, es el ejercicio sistemático de la ingratitud. Arrasa el pasado para construir nuevos presentes. Confunde autogestión con autoengendramiento. No tiene nada que agradecer y mucho menos para lamentar.
La ingratitud quizá no sea un pecado capital, pero sin dudarlo es una mordida cruel de la cultura represora. No es lo mismo la deuda con el origen que la gratitud por aquello que hemos recibido. La gratitud solamente florece en una organización asimétrica pero no jerárquica. La búsqueda terca de la horizontalidad lleva en su fracaso el huevo de la serpiente jerárquica. No es con ovejas que derrotaremos a los lobos. Y mucho menos con perros, que en los albores de la humanidad traicionaron a los demás animales para unirse al depredador más cruel: el hombre. Que ha sido y será el lobo de los demás animales.
El perro ingrato con los demás animales es el mejor amigo del ingrato hombre. La ingratitud y el espanto también unen. O por lo menos, amontonan. La gratitud no germina cuando hay pactos perversos. Y esos son los pactos fundantes en la cultura represora. La batalla cultural no será suficiente. Incluso puede ser contraproducente porque no plantea con claridad contra qué se combate. Propongo pasar de la queja a la protesta y más temprano que tarde, de la protesta al combate. Declarar la guerra contra todas las formas de la cultura represora.
Mala prensa tiene la guerra, ignorando que la emancipación, la liberación solamente es posible cuando resistimos el exterminio que la Organización Piramidal planifica. ¡A las armas ciudadanos! clama La Marsellesa. El hambre es un crimen y hace décadas se declaró la guerra contra los hambreadores. Sé que utilizo una terminología poco habitual. Es lo que sucede cuando nos apartamos de las diferentes formas del relato y las palabras se acercan a las cosas. Mi gratitud es con esa forma de militancia que sabe endurecerse con el enemigo y más sabe ejercer la ternura con el compañero.
De esa gratitud nos hablaba el Che. Gratitud por haber sabido alejarse de toda Organización Piramidal para construir Colectivos Autogestionarios. Que sabiendo que tienen riesgos, afirmo que vale la pena enfrentarlos. Militancia, activismo, gratitud, tres formas para enfrentar los mandados de la cultura represora. Una forma de la felicidad de la que ojalá podamos darnos cuenta cuando la encontramos. Texto: Alfredo Grande. Ver: ''PARTE II''.
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