Cuando intentamos, y a veces logramos, entender el sentido de las cosas, de algunas cosas, a veces de pequeñas cosas y otras veces de las grandes cosas, incluyendo la vida misma, oponemos el sentido al sin sentido. “Esto no tiene sentido” decimos con frecuencia. Quizá porque intuimos un sentido que no nos agrada; quizá porque el esfuerzo para descifrarlo nos es ajeno. El sentido es una diversidad de sentidos. Y todos esos sentidos están atravesados por el modo de producción histórico y social. El sentido de la gratitud se abre a la reciprocidad y a la equivalencia. Ambas sostenidas en el tiempo. Lo que defino como trípode de la implicación mucho tiene que ver con sostener el sentido originario de las tentaciones y degradaciones, del oportunismo y las claudicaciones.
La coherencia, la consistencia y la credibilidad son condiciones necesarias para sostener el sentido originario. Lo reaccionario es justamente volver al sentido originario para traicionarlo. Para degradarlo. En primera y última instancia: para exterminarlo. El fundamentalismo es invocar el sentido en vano, con la intención de esterilizarlo. Tradición, familia y propiedad es la tradición de los represores, la familia patriarcal y la propiedad privada. Que no fue el sentido originario de la humanidad en sus albores comunitarios, cooperativos, de aquello que se conoce como comunismo primitivo. El fundamentalismo es una estrategia exterminadora de la ingratitud política. Se destroza la reciprocidad y se aniquila la equivalencia.
Osvaldo Soriano escribió lo que yo bautizo como un tratado sobre la ingratitud. Si José Ingenieros nos enseñó sobre El Hombre Mediocre (y ya que estamos y al calor de los tiempos, la mujer mediocre) el “gordo” Soriano escribe sobre El Hombre Ingrato. Su novela “No habrá más penas ni olvido” es una desgarrada reflexión sobre los perversos mecanismos en que la cultura represora convierte al hombre en lobo del hombre. La Patria Peronista enfrentó hasta el exterminio ideológico, político y físico a la Patria Socialista. Exterminio que dura hasta nuestros días. Las políticas públicas en derechos humanos de la década “gaemper” (ganada, empatada, perdida) pretendió y logró barnizar al capitalismo como serio. Remake del “somos argentinos y humanos” con el cual el Terrorismo de Estado se lavaba sus fauces sangrientas. “La fiesta de todos” fue el maldito mundial de 1978, que tanto mejoró la imagen argentina en el exterior y en el interior (de los propios ciudadanos martirizados).
Esa juventud maravillosa que hace 40 años el General echó de la Plaza nunca más pudo volver. Desde ya, no como juventud. Pero tampoco como maravillosa. Al menos para los que sentimos y pensamos que la maravilla revolucionaria todavía nos conmueve. El sentido originario del peronismo fue propiciar el poder de las mayorías. Trabajadores, campesinos, intelectuales, militantes, que buscaban sin lograrlo un nuevo lugar en el mundo. El General dio una señal de que un mundo del pueblo, para el pueblo y con el pueblo era posible. La realidad no es la única verdad. La parábola siniestra que se abre con la masacre de Ezeiza se cierra con la militancia traicionada en una plaza que debió ser de la victoria, mostró con crueldad que para ese pueblo que luchaba el único mundo posible era el exterminio. Entonces el sentido de la gratitud se abre cuando lo confrontamos con el sentido de la ingratitud.
Son dos caras de diferentes monedas. Hay monedas originarias que sostienen el intercambio. Por ejemplo en Veracruz (México) se utiliza una moneda local, el túmin. Hay monedas no originarias que sostienen las venas abiertas de América latina. El dólar, sin ir más cerca. La cara de la gratitud es sonriente y puede mostrar los dientes. La cara de la ingratitud es siniestra y siempre muestra los colmillos. Hoy un juramento, mañana una traición, y no solamente en los amores de estudiante.
La traición, origen del cristianismo, es una de las marcas visibles de la ingratitud. La traición tiene su origen, su sello de fábrica, en la ingratitud. Te di la mano y me comiste el codo. Con dolor no exento de optimismo de la voluntad puedo afirmar que en el campo de nuestras izquierdas, más clasistas, más populares, la ingratitud es una moneda demasiado corriente. La frase “entre gallos y medianoche” evidencia justamente que a la noche se traiciona lo que se acordó en el día, entre abrazos y brindis. Todos unidos no triunfaremos. Quizá la expresión de la máxima ingratitud sea ser duro con el compañero, tan duro hasta el extremo límite de quebrarlo, y tierno con el enemigo, tan tierno hasta el extremo límite de aceptar ser su furgón de cola, sin el menor pudor de mover el rabo.
Para no ser ingratos con la sangre derramada, para no seguir negociándola, para no seguir invocándola en el vano de todos los vanos, es necesario sostener el elogio de la gratitud y el desprecio de la ingratitud. Si es más grave un grafitti que la muerte “accidental” de 51 pasajeros de un tren con pueblo pero no para el pueblo, podemos sospechar que las formas más cínicas y perversas de la ingratitud están copando la parada y la sentada. Sostengamos nuestra ternura con las y los compañerxs… Y la gratitud vencerá a la muerte. Texto: Alfredo Grande. Ver: 'Parte I'.
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