20 ene 2013

Fin del capitalismo (2 de 2)


¿Quién levantaría la lucha armada en la actualidad como vía para el cambio social cuando la tendencia es buscar salidas negociadas y deponer las armas? Sin embargo, en el medio de esa nebulosa siguen surgiendo protestas, voces críticas. Es decir: sigue habiendo esperanzas. La historia no ha terminado, definitivamente. Si eso quiso anunciar el grito victorioso apenas caído el muro de Berlín con aquellas famosas frases pomposas de “fin de la historia” y “fin de las ideologías”, el estado actual del mundo nos recuerda que no es así. Ahora bien: ¿qué hacer para que colapse este sistema y pueda surgir algo alternativo, más justo, menos pernicioso para nuestra especie? El solo hecho de seguir planteándonos todo esto muestra que la utopía no está muerta. Puede estar golpeada, maltrecha, aturdida. Pero no muerta. Los materiales que aquí ofrecemos intentan ser un llamado a mantener viva esa esperanza. Si “sembramos utopía”, tal como quisimos ponerle de sub-título al presente libro, es porque esperamos que la misma madure, florezca, fructifique y dé como resultado algo menos injusto que el actual sistema que, aunque quisiera -y por supuesto no quiere- no puede superar su asimetría estructural. Es por eso que, aún pasando este mal momento, el socialismo sigue siendo una esperanza abierta. La utopía nos sigue esperando. A modo de conclusión: Dicho todo lo anterior (trece exposiciones con lujo de detalles) resultaría ocioso repetir que el sistema capitalista no ofrece solución a los grandes problemas históricos de la humanidad. Esto ya es más que sabido. La cuestión básica estriba en cómo nos planteamos su transformación. Ya ha habido varios intentos para llevar adelante esa monumental empresa en el transcurso del siglo XX. No se puede decir que los mismos fracasaron estrepitosamente; no, de ningún modo. Con dificultades, con muchos más problemas de los que hubiera sido deseable, se consiguieron resultados encomiables. Si se miden con el rasero capitalista basado en la acumulación del fetiche mercancía y la teoría del valor, por supuesto que esas sociedades no se “desarrollaron”; pero está claro que los socialismos realmente existentes se encaminaron a otra cosa y no a repetir el modelo del capitalismo. Si de medirlas se trata, definitivamente hay que apelar a otras categorías. Lo que se buscó en esas experiencias tiene que ver básicamente con la dignificación del ser humano, con desarrollar sus potencialidades, con la promoción de valores más ricos que la acumulación de objetos apuntando, por el contrario, hacia la solidaridad, al espíritu colectivo, al darle vuelo a la creatividad y la inventiva. Quizá esas primeras experiencias, de las que sin dudas podemos y debemos formular una sana crítica constructiva, son un primer paso: con las dificultades del caso quedó demostrado que sí se puede ir más allá de una sociedad basada en la exclusiva búsqueda de lucro personal/empresarial. Los logros en ese sentido están a la vista: en esas sociedades, más allá de la artera publicidad capitalista, no se pasa hambre, la población se educa, no existe la violencia demencial de los modelos de libre mercado, existe una nueva idea de la dignidad. Si hoy muchas de esas experiencias se revirtieron o se pervirtieron, eso debe llamar a una serena reflexión sobre qué significa hacer una revolución. Pero no hay nada más demostrativo de los logros obtenidos como el hecho que, por inmensa mayoría, en los países donde existieron modelos socialistas, al día de hoy, con la llegada del capitalismo salvaje y luego de pasado el furor de la novedad de las “cuentas de colores” de los fascinantes shopping centers, las poblaciones añoran los tiempos idos. Ahora, al igual que en cualquier país capitalista, allí comer, educarse, tener salud y seguridad social es un lujo; el socialismo, aún con sus errores, enseñó que la dignidad no tiene precio. La titánica tarea de revolucionar el sistema conocido implica un cambio fenomenal: es la construcción de un parteaguas en la historia, es el inicio de una sociedad que, alcanzado un nivel de productividad mucho más alto que otros estados históricos de desarrollo anteriores, puede empezar a pensar realmente en el bien común, en el colectivo, en la especie humana como un todo. Eso es el socialismo. Obviamente, un proyecto fenomenal. Haciendo nuestras las palabras de Marx que poníamos en el epígrafe del libro: “No se trata de reformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva.” Establecer una nueva sociedad: ahí está la clave. No es reformar, maquillar, disimular algo viejo dando la sensación de un superficial cambio cosmético. Estamos hablando de una transformación profunda, enorme. Por supuesto, eso es algo monumentalmente difícil. Es refundar la humanidad. Y eso, la experiencia lo mostró, no es algo que se logra por decreto, en poco tiempo, sólo con buena voluntad a partir de ideas renovadoras, con una vanguardia que intenta dinamizar un proceso y empuja. Cambiar el curso de la historia implica transformar de raíz el sujeto que somos. Para el caso: transformar a millones y millones de seres humanos. Eso no es imposible, pero sí sumamente complejo. Unas pocas generaciones, tal como efectivamente sucedió en esas primeras experiencias, sólo pueden servir para comenzar a dimensionar la magnitud de la empresa con la que nos enfrentamos. ¡Es un reto fenomenal! Ahora bien: estas reflexiones nos llevan hacia consideraciones que van más allá de la intención original de esta obra; nos obligan a repensar el sentido último de lo que significa la revolución socialista. ¿Por qué no funcionaron como se esperaba las primeras revoluciones socialistas del silgo XX? ¿Por qué, después de varias décadas, cayeron, o se revirtieron? ¿Acaso no es posible entonces tomarse en serio lo de transformar la historia, crear un “hombre nuevo”, dejar atrás la prehistoria apegada a las luchas en torno a la propiedad privada? Reflexiones, por cierto, que son imprescindibles para acometer la construcción del cambio en ciernes. La idea de base es que sí es posible; si no, ni siquiera nos lo estaríamos planteando. La pasión que nos alienta es que la utopía es posible. De lo que se trata ahora es cómo darle forma, cómo sembrarla para que germine. Pero lo que pretendemos con esta colección de ensayos que aquí presentamos no apunta a reflexionar sobre esto precisamente: busca, en todo caso, plantear cómo está el capitalismo actual, y qué podemos hacer para lograr su transformación. Es decir: cómo colapsar el actual sistema, cómo impactar, cómo vencerle. Dicho así, pareciera que aquí se dan recetas, guías de acción, un “manual” para hacer la revolución. ¡Ojalá se pudiera disponer de eso! Sin embargo, ello es absolutamente imposible; es más: está reñido con la ética socialista misma, con la idea de una verdadera transformación. Más allá de poder pensar dificultades comunes e intentar sacar conclusiones de los errores cometidos y de las luchas libradas, si algo define la experiencia humana es su complejidad, su alto grado de imprevisibilidad (pese a que exista una ciencia social -de derecha- que intenta anticiparse y controlarla), su dosis de irracionalidad incluso. Vista en sentido histórico, más allá de saber que las guerras son disputas a muerte por el poder: ¿es racional la guerra en términos de especie humana, o justamente atenta contra ella? Todos sabemos que fumar puede producir cáncer, pero seguimos fumando. ¿Cómo entender la racionalidad entonces? Se abre ahí una imperiosa necesidad de reformularnos cuestiones básicas, desde el materialismo histórico y desde las ciencias sociales que fueron apareciendo en el transcurso del siglo XX, luego que Marx formulara las líneas fundamentales de este andamiaje conceptual. Por ejemplo, la cuestión del poder como eje que dinamiza buena parte de las relaciones interhumanas (las conocidas al menos, las que se basan y presuponen la propiedad privada), es un tema que desde la izquierda tradicionalmente no se ha considerado en toda su complejidad, lo cual no deja de ser una agenda pendiente de gran importancia. ¿Por qué vemos que se repiten muchas veces similares errores en la construcción de alternativas anticapitalistas? ¿Estamos en la izquierda inmunizados ante los juegos del poder, o ello debería replantearse con mayor altura crítica? ¿Por qué un camarada dirigente de ayer puede transformarse tan fácilmente en un magnate? Así sea sólo un ejemplo este tema del poder -no pequeño, por cierto- son muchas las tareas de revisión crítica que nos esperan para potenciar las estrategias revolucionarias, hoy por hoy bastante alicaídas. Los materiales aquí ofrecidos no son “manuales”; son preguntas críticas. No más. Pero tampoco: nada menos. ¿Cómo nos planteamos el tema del poder? ¿Qué hay de las actuales mezquindades y flaquezas que nos constituyen? (Dicho en otros términos: ¿por qué es posible revertir revoluciones socialistas victoriosas?) ¿Cómo se construye el “hombre nuevo” del socialismo? Sólo decir esto y ya vemos la necesidad de la autocrítica: ¿“hombre” como sinónimo de humanidad? ¿No se nos filtra ahí un arrogante prejuicio machista? Dicho sea de paso: en el presente libro sólo varones publican; ¿arrogante prejuicio machista de quien seleccionó los textos? De eso se trata entonces: “no de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva.” La autocrítica permanente debe ser una clave vital. Pero en lo humano no se puede establecer aquello de “borrón y cuenta nueva”: construimos el socialismo con la materia prima que somos. Ahí estriba una dificultad enorme, y por tanto, el reto es mayúsculo. De todos modos “dificultad”, nunca, en ningún momento histórico y en ninguna lengua significa “imposibilidad”. Sin dudas es mucho más fácil preguntar críticamente y desarmar lo establecido que proponer cosas nuevas. Esa es una dialéctica humana: es más fácil destruir que construir. En ese sentido, resulta más simple constituirnos en críticos implacables del capitalismo (pues obviamente hay muchísimo por demoler ahí) que proponerle alternativas válidas, posibles, efectivas, que realmente sirvan para edificar algo nuevo. Si fuera tan fácil aportar soluciones, el mundo sería distinto. Pero siendo auténticamente socráticos en nuestro proceder, podríamos decir que en el hecho de preguntar/criticar lo conocido anida ya el germen de la respuesta, o sea, la solución al problema planteado. Por tanto, vale (¡y mucho!) preguntarnos acerca de los límites del capitalismo, del actual y de sus raíces históricas, porque a partir de ese interrogante se podrán ir construyendo las respuestas, los caminos alternativos. Está claro que el libro en su conjunto, que es eminentemente una colección de reflexiones políticas, es un ejercicio académico-intelectual y no una propuesta de acción concreta. En verdad, nunca pretendimos esto último; y por supuesto no creemos haber contribuido mucho en ese sentido. Pero sí podemos dejar algunas preguntas en el nivel de lo que los autores aquí reunidos pueden aportar: consideraciones críticas sobre aspectos teóricos que ojalá permitan iluminar un poco más la práctica concreta. Sin tenerle miedo a la teoría, podemos repetir con Einstein que “no hay nada más práctico que una buena teoría en el momento oportuno”. ¿Cómo hacer la revolución socialista entonces? La publicación, en todo caso, dice más lo que no se debe hacer que los pasos concretos a seguir. Quizá es poco, pero no deja de ser importante considerarlo: hablar de los límites y los errores nos da ya un primer marco. Presentémoslo en forma de preguntas:

¿Es posible construir el socialismo en un solo país hoy día? Quizá podría ser factible tomar el poder a nivel nacional, desplazar al gobierno de turno en forma revolucionaria y establecerse como nuevo grupo gobernante con un planteo de izquierda, pero eso no significa necesariamente una transformación en términos de relaciones de fuerza como clase de los trabajadores y oprimidos. Además, dado el grado de complejidad en el proceso de globalización y la interdependencia de todo el planeta, es imposible construir una isla de socialismo con posibilidades reales de sostenimiento a largo plazo. En ese sentido los planteos revolucionarios deben apuntar a pensar en bloques, espacios regionales. La idea de Estado-nación entró en crisis y hay que revisarla críticamente desde las propuestas de izquierda. El ejemplo de los distintos socialismos que se intentaron construir en el transcurso del siglo XX, o el socialismo bolivariano actual, nos da alguna pista al respecto: se pueden comenzar procesos muy interesantes, fecundos, imprescindibles incluso; pero eso es un preámbulo del socialismo. De todos modos, todo ello no debe inmovilizarnos y hacernos pensar en que hay que abandonar las luchas nacionales. De momento nuestra unidad de acción son espacios nacionales, y ahí debemos trabajar, planteándonos todos estos problemas como los nuevos retos.

¿Cómo dar luchas globales desde lo micro? No hay más alternativa que esa: las luchas son siempre en el espacio local, pequeño: en la comunidad, en el sindicato, en las reivindicaciones sectoriales. Pero toda lucha debe tener como perspectiva final un nivel más amplio, entendiendo que lo local es articula, en definitiva, con lo planetario. Hoy día hay que buscar sumar descontentos, acumular fuerzas de los numerosísimos golpeados/explotados/excluidos del sistema. Ese trabajo de hormiga de juntar descontentos se hace en el nivel micro; aprovechando la globalización que impera, el desafío es sumar esos descontentos puntuales y locales en esfuerzos globales, macros. El Foro Social Mundial fue (es) un intento en ese sentido. quizá no prosperó como herramienta real de lucha, pero a partir de ello hay que estudiar el fenómeno y ver cómo impulsar alternativas realmente viables que consideren el estado actual del mundo como aldea global.

¿Es necesaria una vanguardia? Viejo problema en la izquierda, no resuelto, y probablemente que no admite “una” solución única. Vanguardia no debe ser partido único. Sin lugar a dudas que el puro espontaneísmo tiene límites muy cercanos: es, en todo caso, pura reacción visceral, más propia de los procesos colectivos de muchedumbres desarticuladas (pensemos en un linchamiento por ejemplo) que de acciones planificadas, con direccionalidad política, que buscan motorizar proyectos claros. Por supuesto que la reacción espontánea existe, y puede jugar un papel muy importante en la historia; pero la historia tiene líneas maestras que alguien traza, que no son casuales. Es más: hoy día existe toda una parafernalia de ciencias (¿éticamente las podremos seguir llamando así?) que tienen como objetivo manejar, controlar, trazas escenarios a futuro y lograr que grandes masas de población actúen conforme a lo planificado. Por supuesto, están siempre al servicio de los poderes de turno. Desde la izquierda no planteamos “manejar” las masas, pero sí trazar líneas para que se den cambios en el sistema. Eso, en definitiva, es la política revolucionaria: tener proyectos a futuro en el que las grandes mayorías jueguen el papel protagónico para transformar el actual estado de explotación e injusticia. Dejando librado todo al puro voluntarismo, al espontaneísmo popular, no se irá muy lejos: es preciso tener claro un proyecto. Esa claridad es la que debe aportar la vanguardia. Ahora bien: es difícil establecer quién juega ese papel. Los partidos de izquierda tradicionales con su estructura vertical, militar en algunos casos, son cuestionables. El liderazgo de una sola persona, más allá de su carisma, puede dar como resultado el nada deseable culto a la personalidad que ya hemos conocido en más de una ocasión, quitándole real protagonismo a las clases explotadas. En todo caso hay que pensar en vanguardias con dirección colegiada, siempre en diálogo permanente con las masas.

¿Quién es hoy el sujeto de la revolución? Las nuevas modalidades del capitalismo globalizado presentan nuevos paisajes sociales; el proletariado industrial urbano, considerado como el núcleo revolucionario por excelencia para la revolución socialista, está hoy diezmado. O vendido por sindicatos corruptos cooptados por la clase dominante, o desmovilizado por contrataciones laborales en absoluta precariedad que lo dejan en situación de indefensión, la clase obrera como tal ha retrocedido en su papel histórico, acorralándosela y anestesiándola (para eso, además, están las nuevas tecnologías de control: medios de comunicación masivos, nuevas religiones fundamentalistas, deporte profesional que inunda la vida cotidiana). Por supuesto sigue siendo la principal creadora de plusvalor a partir de su trabajo, pero hoy día la arquitectura del sistema, sin cambiar en su sustancia, ha tenido modificaciones importantes. Numéricamente, incluso, no está en crecimiento; la desocupación o subocupación -derivados naturales del capitalismo, más aún en esta fase de hiper robotización y automatización de los procesos productivos, de deslocalización y de primado del capital financiero-especulativo- han hecho del proletariado industrial una minoría entre la masa de explotados. Los explotados/excluidos del sistema, globalmente considerado, crecen: campesinos sin tierra que en muchos casos marchan a las ciudades, subocupados y desocupados, poblaciones originarias cada vez más marginadas o excluidas por un modelo de desarrollo que no las incluye, migrantes del Sur hacia el Norte, empobrecidos por la crisis estructural, jóvenes sin futuro, constituyen los sectores más golpeados por el capitalismo. Los obreros industriales, tanto en el capitalismo central como en el periférico, en ese mar de desesperación pueden considerarse afortunados, pues tienen salario fijo (eso, hoy día, ya se presenta como un lujo). Todo ello, por tanto, cambia el panorama social y político: hoy día el fermento revolucionario se nutre en muy buena medida de todo ese subproletariado de trabajadores precarizados e informales, de población “sobrante” en la lógica del sistema. Y además entran en escena con fuerza creciente otros actores (otros descontentos, diríamos) como las mujeres, históricamente marginadas y que ahora levantan reivindicaciones específicas, los pueblos originarios, las juventudes, que pasan a ser igualmente fermentos de cambio. Por todo ello, el motor de la revolución socialista hoy ya no es sólo el proletariado industrial: es la masa de trabajadores y golpeados por el sistema. Los grupos más beligerantes de estas últimas décadas han sido, justamente, grupos indígenas, campesinos sin tierra, desocupados urbanos, “marginales” del sistema, en sentido amplio. Es preciso redefinir con precisión el actual sujeto revolucionario, pero sin dudas hay ahí otro desafío que debemos asumir con ética revolucionaria.

¿Cuáles deben ser en la actualidad las formas de lucha? Las que se pueda, simplemente. Insistamos mucho en esto: ¡no hay manual para hacer la revolución! La Comuna de París, allá por el lejano 1871, fue una fuente inspiradora, y de allí Marx y Engels tomaron importantísimas enseñanzas. Es a partir de esa experiencia que surge la idea de “dictadura del proletariado”, en tanto gobierno revolucionario de los trabajadores como constructores de un nuevo orden. Después de los socialismos realmente existentes y de todas las luchas del pasado siglo se abren interrogantes para plantearnos esa noble y titánica tarea de hacer parir una nueva sociedad: ¿cómo hacerlo en concreto? Pregunta válida no sólo para ver cómo empezar a construir esa sociedad nueva a partir del día en que se toma la casa de gobierno sino también para ver cómo llegar a esa toma, punto de arranque primario. Ya hemos dicho que la tarea de construir la sociedad nueva es complejísima y necesita de la autocrítica como una herramienta toral. Ahora bien: la pregunta -quizá más pedestre, más limitada y puntual- que se pretende el hilo conductor del presente libro es ¿qué hacer para estar en condiciones de comenzar esa construcción? Dicho en otros términos: ¿cómo se desaloja a la actual clase dominante y se toma su Estado (el Estado nunca es de todos, es el mecanismo de dominación de la clase dominante) para comenzar a construir algo nuevo? ¿Se puede repetir hoy -metafóricamente hablando- la toma del Palacio de Invierno de la Rusia de 1917? ¿O hay que pensar en una movilización popular con palos y machetes que, acompañando a su vanguardia armada, pueda desalojar al gobernante de turno como sucedió en la Nicaragua de 1979? ¿Constituyen los procesos democráticos -dentro de los límites infranqueables de las democracias burguesas- de Chile con Allende, o la actual Revolución Bolivariana en Venezuela, con Chávez a la cabeza, modelos de transiciones al socialismo? ¿Cuáles son sus límites? ¿Se puede apostar hoy por movimientos armados, cuando vemos, por ejemplo, que todas las guerrillas en Latinoamérica o ya han depuesto las armas, o están próximas a hacerlo? ¿Se puede revolucionar la sociedad y construir el socialismo con el “mandar desobedeciendo”, como pretende el movimiento zapatista? ¿Hay que participar en los marcos de la democracia representativa para ganar espacios desde allí? Dado que no hay manual para esto, la respuesta debería ser amplia y ver como válidas todas esas alternativas. “Válidas” no significa ni infalibles ni seguras; son, en todo caso, pasos a seguir. ¿Hoy es pertinente levantar la lucha armada? Pertinente, quizá sí, como de hecho puede suceder en algunos puntos del planeta (el movimiento naxalita en la India, por ejemplo), pero no está clara su real posibilidad de triunfo, dadas las tecnologías militares sofisticadas con que el sistema cuenta para defenderse. En definitiva, golpeado como está hoy el campo popular, desarticulado y sin propuestas claras, muchos pueden ser los caminos para comenzar a construir alternativas. Queda claro que no hay “una” vía; distintas formas pueden ser pertinentes. Quizá los movimientos populares amplios, los frentes, la unión de descontentos y la potenciación de rebeldías comunes pueden ser útiles en un momento. La presunta pureza doctrinaria de las vanguardias quizá hoy no nos sirva. En realidad estas no son conclusiones en sentido estricto. Todo el libro, a través de sus diferentes textos, es una invitación a profundizar estos debates, a enriquecerlos y darles vida. Si algún valor puede tener todo este esfuerzo es aportar un modesto grano de arena más en una búsqueda interminable. De lo que sí podemos estar absolutamente seguros es que esa utopía vale la pena. El mundo de ninguna manera puede ser una suma de “triunfadores” y “desechables”, por lo que esa búsqueda está abierta, invitándonos a zambullirnos en ella. Cerremos con una frase del poeta Antonio Machado totalmente oportuna para el caso: “Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar”.
(1) Colectivo de autores: 1) Amado, Oscar, 2) Borges, Edgar, 3) Colussi, Marcelo, 4) Corbière, Emilio, 5) Cuevas Molina, Rafael, 6) Fontes, Anthony, 7) Illescas Martínez, Jon E. (Jon Juanma), 8) López y Rivas, Gilberto, 9) Mora Ramírez, Andrés y 10) Perdomo Aguilera, Alejandro L.

19 ene 2013

Fin del capitalismo (1 de 2)


Próximamente aparecerá el libro que lleva por título “¿Fin del capitalismo? Nuevas formas de explotación, nuevas ideas para la lucha. Sembrando utopía”. Se trata de un conjunto de 14 ensayos de 10 autores diversos, de distintos países (Cuba, Venezuela, Argentina, España, Costa Rica, México, Estados Unidos), los cuales tienen un hilo conductor: son preguntas sobre la situación actual del capitalismo (¿está en crisis, agoniza, o está más fuerte que nunca?) y reflexiones sobre las nuevas ideas que se plantean para la lucha revolucionaria, haciendo un análisis crítico de lo que ha sido el socialismo hasta la fecha. A modo de adelanto, presentamos aquí su Introducción y sus Conclusiones.
Introducción

Algunos años atrás, no muchos, parecía -o, al menos, muchos queríamos creerlo así- que el triunfo de la revolución socialista era inexorable. El mundo vivía un clima de ebullición social, política y cultural que permitía pensar en grandes transformaciones. Entre las décadas del 60 y del 70 del siglo pasado, más allá de diferencias en sus proyectos a largo plazo, en sus aspiraciones e incluso en sus metodologías de acción, un amplio arco de protestas ante lo conocido y de ideas innovadoras y contestatarias barría en buena medida la sociedad global: radicalización de las luchas sindicales, profundización de las luchas anticoloniales y del movimiento tercermundista, estudiantes radicalizados por distintos lugares con el Mayo Francés de 1968 como bandera, aparición y radicalización de propuestas revolucionarias de vía armada, movimiento hippie anticonsumista y antibélicista, incluso dentro de la iglesia católica una Teología de la Liberación consustanciada con las causas de los oprimidos. Es decir, reivindicaciones de distinta índole y calibre (por los derechos de las mujeres, por la liberación sexual, por las minorías históricamente postergadas, por la defensa del medioambiente, etc.) que permitían entrever un panorama de profundas transformaciones a la vista. Para los años 80 del siglo pasado, al menos un 25% de la población mundial vivía en sistemas que, salvando las diferencias históricas y culturales existentes entre sí, podían ser catalogados como socialistas. La esperanza en un nuevo mundo, en un despertar de mayor justicia, no era quimérico: se estaba comenzando a realizar. Hoy, tres o cuatro décadas después, el mundo presenta un panorama radicalmente distinto: la utopía de una sociedad más justa es denigrada por los poderes dominantes y presentada como rémora de un pasado que ya no podrá volver jamás. “El Socialismo solo funciona en dos lugares: en el Cielo, donde no lo necesitan, y en el Infierno donde ya lo tienen”, es la expresión triunfante de ese capitalismo que, en estos momentos, pareciera sentirse intocable. Lo que se pensaba como un triunfo inminente algunos años atrás, parece que deberá seguir esperando por ahora. El sistema capitalista no está moribundo. Para decirlo con una frase más que pertinente en este contexto: “los muertos que vos matáis gozan de buena salud”, anónimo equivocadamente atribuido a José Zorrilla. Las represiones brutales que siguieron a aquellos años de crecimiento de las propuestas contestatarias, los miles y miles de muertos, desaparecidos y torturados que se sucedieron en cataratas durante las últimas décadas del siglo XX en los países del Sur con la declaración de la emblemática Margaret Tatcher “no hay alternativas” como telón de fondo cuando se imponían los planes de capitalismo salvaje eufemísticamente conocido como neoliberalismo, el miedo que todo ello dejó impregnado, son los elementos que configuran nuestro actual estado de cosas, que sin ninguna duda es de desmovilización, de parálisis, de desorganización en términos de lucha de clases. Lo cual no quiere decir que la historia está terminada. La historia continúa, y la reacción ante el estado de injusticia de base (que por cierto no ha cambiado) sigue presente. Ahí están nuevas protestas y movilizaciones sociales recorriendo el mundo, quizá no con idénticos referentes a los que se levantaban décadas atrás, pero siempre en pie de lucha reaccionando a las mismas injusticias históricas, con la aparición incluso de nuevos frentes y nuevos sujetos: las reivindicaciones étnicas, de género, de identidad sexual, las luchas por territorios ancestrales de los pueblos originarios, el movimiento ecologista, los empobrecidos del sistema de toda laya (el “pobretariado”, como lo llamara Frei Betto). Hoy día, según estimaciones fidedignas, aproximadamente el 60% de la población económicamente activa del mundo labora en condiciones de informalidad, en la calle, por su cuenta (que no es lo mismo que “microempresario”, para utilizar ese engañoso eufemismo actualmente a la moda), sin protecciones, sin sindicalización, sin seguro de salud, sin aporte jubilatorio, peor de lo que se estaba décadas atrás, ganando menos y dedicando más tiempo y/o esfuerzo a su jornada laboral. “El amo tiembla aterrorizado delante del esclavo porque sabe que, inexorablemente, tiene sus días contados”, podría decirse con una frase de cuño hegeliano. Eso es cierto, al menos en términos teóricos: el sistema sabe que conlleva en sus entrañas el germen de su propia destrucción. La lucha de clases está ahí, y la posibilidad que las masas oprimidas alguna vez despierten, abran los ojos y revolucionen todo (¡como ya lo han hecho varias veces en la historia!), está presente día a día, minuto a minuto. Por eso y no por otra cosa los mecanismos de control del sistema están perpetuamente activados, mejorándose de continuo. Pero hay que reconocer que hoy, en este momento, este combate (combate que es sólo un momento de una larga guerra) no lo viene ganando el campo popular. Hoy, caído el muro de Berlín y tras él el sueño de un mundo más justo, el gran capital sale fortalecido. El capitalismo como sistema, aunque le tenga terror a la posibilidad de estas “explosiones” de los desposeídos, sabe cada vez más cómo controlar. ¡Y sin lugar a dudas, controla muy bien! La esencia misma del capitalismo actual (al menos el por así decir “tradicional”: el estadounidense, el europeo, el japonés, el capitalismo pobre del Tercer Mundo; algo distinto quizá es el caso chino) se inclina cada vez más a controlar lo logrado, a prever y evitar posibles desestabilizaciones. En otros términos: es cada vez más sumamente conservador. De ahí que buena parte de su energía la dedica al mantenimiento del orden establecido, al control social. El neoliberalismo, que es una estrategia económica sin dudas, puede entenderse en ese sentido como una gran jugada política, que retrotrae las cosas a décadas atrás y sienta bases para varias generaciones: hoy día aterroriza tanto la posibilidad de ser desaparecido y torturado como la de perder el trabajo. La cultura light dominante es la expresión de esa re-ideologización: “no piense y sea feliz”. No otra cosa que control social es todo el inmenso aparataje superestructural que cada vez más viene perfilándose en el sistema: un sistema-mundo basado en forma creciente en la industria militar, en las tecnologías de avanzada ligadas a las comunicaciones -sutil forma de control; de hecho hoy día transitamos lo que los estrategas de la primera potencia mundial llaman “guerra de cuarta generación” (Lind, 1989)-; control basado en el manejo planetario de las masas, en las industrias de la muerte (los principales rubros del quehacer humano actual están ligados a las mafias del ámbito financiero-especulativo (¿por qué no llamarlo usura?), a la producción y venta de armas así como de los narcóticos, al control social en su más amplio sentido. El capitalismo actual, si bien en su raíz continúa siendo el mismo que estudiaron los clásicos de la economía política en la Inglaterra del siglo XVIII o XIX (Adam Smith, David Ricardo, Thomas Maltus, John Stuart Mill), así como también Marx, es decir: un sistema basado exclusivamente en la obtención de lucro, ha ido sufriendo importantes mutaciones en su dinámica. El actual modelo tampoco es el que pudo estudiar Lenin a principios del siglo XX, cuando ya se perfilaba la importancia creciente del capital financiero, pero aún con potencias imperiales enfrentadas mortalmente entre sí. El capitalismo actual se basa crecientemente en la especulación (mundo de las finanzas como nunca antes en la historia), en el primado absoluto de capitales de orden global que ya han dejado atrás el Estado-nación moderno, en la destrucción como negocio (industria de la guerra, consumismo voraz que lleva a la incontenible catástrofe medioambiental, sistema que excluye cada vez más población en vez de integrarla), en la concentración de riquezas en forma inversamente proporcional al volumen de lo producido y del crecimiento poblacional. Si hoy alguien dijera que los grandes capitales pueden tener hipótesis de mediano plazo en donde se elimina buena parte de las grandes masas planetarias, donde el trabajo va siendo casi totalmente automatizado, y donde el planeta Tierra puede comenzar a ser prescindible (con vida en islas interplanetarias para grupos “escogidos”), ello no parecería de vuelo especulativo, pura ciencia-ficción. Por el contrario, los escenarios que se van dibujando en el sistema-mundo, más que pensar en un acercamiento de los beneficios del desarrollo científico-técnico para el grueso de la población mundial dejan ver un retroceso ético fenomenal: vale más la propiedad privada que la vida humana, vale más el lucro que cualquier valor “espiritual”. ¿Cómo, si no, entre los negocios más dinámicos de la actualidad podrían encontrarse las guerras y las drogas ilegales? El capitalismo chino, segunda economía a escala planetaria y siempre en ascenso, aún en plena crisis financiera de los grandes centros capitalistas históricos, de momento no muestra abiertamente estas características mafiosas. No abiertamente, valga aclarar, pero sí las tiene también. Hay diversos grupos mafiosos que desde las reformas de Deng Xiaoping, con el oxígeno capitalista gozan de buena salud, como: las triadas chinas (de gran importancia en los talleres de textil de las Zonas Económicas Especiales, donde hacen tratos con los capitalistas no chinos y tienden a meter su negocio mediante ellos en Europa, por ejemplo). Seríamos quizá algo ilusos si pensamos que ello se debe a una ética socialista que aún perduraría en el dominante Partido Comunista que sigue manejando los hilos políticos del país. En todo caso responde a momentos históricos: la revolución industrial inglesa de los siglos XVIII y XIX, China recién ahora la está pasando, al modo chino por supuesto, con sus peculiaridades tan propias (la sabiduría y la prudencia ante todo). Queda entonces el interrogante de hacia dónde se dirigirá ese proyecto. Pero lo que es descarnadamente evidente es que el capitalismo ya envejecido se mueve cada vez más como un capo mafioso, como un “viejo mañoso”, pleno de ardides y tretas sucias. Las guerras y las drogas ilegales son hoy una savia vital, y los dineros que todo eso genera alimentan las respetables bolsas de comercio que marcan el rumbo de la economía mundial al tiempo que se esconden en mafiosos paraísos fiscales intocables. En ese sentido, la enfermedad estructural define al capitalismo actual y no hay diferencias con el de siempre. Si el negocio de la muerte se ha entronizado de esa manera, si lo que duplica fortunas inconmensurables a velocidad de nanotecnología es la constante en los circuitos financieros internacionales, si en una simple operación bursátil se fabrican cantidades astronómicas de dinero que no tienen luego un sustento material real, si el capitalismo en su fase de hiper-desarrollo del siglo XXI se representa con paraísos fiscales donde lo único que cuenta son números en una cuenta de banco sin correspondencia con una producción tangible, si destruir países para posteriormente reconstruirlos está pasando a ser uno de los grandes negocios, si lo que más se encuentra a la vuelta de cada esquina son drogas ilegales como un nuevo producto de consumo masivo mercadeado con los mismos criterios y tecnologías con que se ofrece cualquier otra mercadería legal, todo esto demuestra que como sistema el capitalismo no tiene salida. Pero el capitalismo no está en crisis terminal. Convive estructuralmente con crisis de superproducción, desde siempre, y hasta ahora ha podido sortearlas todas; así surgió el keynesianismo (hoy, quizá, con un keynesianismo latinoamericano, como los diversos proyectos de “capitalismo con rostro humano” de la región); o incluso ahí están las guerras como válvulas de escape, siempre listas para servir a la estabilidad del sistema. Estos nuevos negocios de la muerte son una buena salida para darle más aire fresco. Lo trágico, lo terriblemente patético es que el sistema cada vez más se independiza de la gente y cobra vida propia, terminando por premiar el que las cuentas cierren, sin importar para ello la vida de millones y millones de “prescindibles”, de “población sobrante”, población “no viable”. Ello es lo que autoriza, una vez más, a ver en el capitalismo el principal problema para la humanidad. Esto es definitorio: si un sistema puede llegar a eliminar gente porque “no son negocio”, porque consumen demasiados recursos naturales (comida y agua dulce, por ejemplo) y no así bienes industriales (es lo que sucede con toda la población del Sur), si es concebible que se haya inventado el virus de inmunodeficiencia humana VIH -tal como se ha denunciado insistentemente- como un modo de “limpiar” el continente africano para dejar el campo expedito a las grandes compañías que necesitan los recursos naturales allí existentes (minerales estratégicos, petróleo, biodiversidad, agua dulce), si un sistema puede necesitar siempre una cantidad de guerras y de consumidores cautivos de tóxicos innecesarios, ello no hace sino reforzar la lucha contra ese sistema mismo, por injusto, por atroz y sanguinario. Porque, lisa y llanamente, ese sistema es el gran problema de la humanidad, pues no permite solucionar cuestiones básicas que hoy día sí son posibles de solucionar con la tecnología que disponemos, tales como el hambre, la salud, la educación básica. Quizá podría pensarse que el sistema actual se volvió “loco”…, pero es ése el sistema con el que tenemos que vérnosla. Y en realidad, sopesadamente vistas las cosas, no hay ninguna “locura” en juego. Hay, eso sí, límites infranqueables. El sistema se retroalimenta a sí mismo de su mismo combustible: lo que lo pone en marcha y alienta es el afán de lucro, y eso puede terminar siendo su tumba; pero no puede cambiar. Si se modifica, deja de ser capitalista. Un capitalismo de rostro humano, atemperado en su voracidad y en su frenética busca de ganancia a toda costa, es posible limitadamente, sólo en algunas islas perdidas, suponiendo siempre la explotación inmisericorde de los más. El sistema, en tanto sistema-mundo de alcance planetario y absolutamente interconectado, no admite cambios reales sino sólo parches cosméticos (la socialdemocracia, por ejemplo). Por eso, en tanto sistema -estando más allá de voluntades subjetivas- no puede detenerse, y como máquina desbocada sigue tragando seres humanos y destrozando la naturaleza para optimizar su tasa de ganancia, aunque eso elimine en forma creciente seres humanos y se enfrente en forma autodestructiva a la casa común de todos, el mismo planeta. Por eso mismo, también, se hace imprescindible conocerlo en su más mínimo detalle, analizarlo, desmenuzarlo. Eso es lo que pretenden los materiales que conforman el presente texto: un análisis profundo de las actuales características del sistema como un todo. Los textos aquí presentados no son -ni lo pretenden, en modo alguno- análisis económicos en sentido estricto; por supuesto, presuponen una lectura del fenómeno económico como trasfondo (léase: lucha de clases como motor de la historia, ley del valor, plusvalía), pero pretenden ser, ante todo, análisis políticos. En otros términos: ¿cómo se mueve el sistema capitalista actual? ¿Cuáles son sus notas distintivas? ¿Se alteró algo de lo denunciado en El Capital decimonónico? ¿Cómo y en qué sentido cambió? ¿Por qué el actual capitalismo se apoya en el parasitismo de los monumentales capitales financieros globales que se desplazan por toda la faz de la Tierra con velocidad vertiginosa? ¿Por qué la producción y tráfico de drogas ilegales, por ejemplo, ocupa un lugar de tanta preeminencia actualmente? El “imperio”, como categoría aislada (Hardt, Negri, 2001), no termina de explicar, y mucho menos de otorgar herramientas válidas, para plantear vías reales de acción en pos de la transformación. ¿Hay imperios o hay capitales globales? ¿Es posible hoy una nueva guerra de proporciones mundiales, quizá con armamento nuclear? ¿Está el mundo globalizado por los capitales supranacionales, o sigue habiendo rivalidades inter-imperialistas? ¿Cómo pararse ante los escenarios de nuevas guerras planetarias desde el campo popular? Todo esto, retomando las primeras experiencias socialistas del siglo XX, e incluso el llamado “socialismo del Siglo XXI” -concepto muy discutible, por cierto- nos debe llevar a plantear críticamente la posibilidad (o imposibilidad) de socialismo en un solo país. En definitiva, preguntas todas que nos apuntan a la cuestión de fondo: ante estas nuevas caras de la explotación, ¿cómo proponer alternativas? Ante el dominio fenomenal de los capitales globales, las bombas inteligentes, los mecanismos de detección satelital y las neurociencias al servicio de los poderes, ¿cómo es posible seguir pensando en la utopía de un mundo de mayor justicia? En ese caso, entonces: -pregunta fundamental de lo que pretende ser nuestro aporte- ¿qué hacer? Hace ya más de un siglo, en 1902, Vladimir Lenin se preguntaba cómo enfocar la lucha revolucionaria; de esa manera, parafraseando el título de la novela del ruso Nikolai Chernishevski, de 1862, igualmente se interrogaba ¿qué hacer? La pregunta quedó como título de la que sería una de las más connotadas obras del conductor de la revolución bolchevique. Hoy, 110 años después, la misma pregunta sigue vigente: ¿qué hacer? Es decir: qué hacer para cambiar el actual estado de cosas. Si vemos el mundo desde el 20% de los que comen todos los días, tienen seguridad social y una cierta perspectiva de futuro, las cosas no van tan mal. Si lo miramos desde el otro lado, no el de los “ganadores”, la situación es patética. Un mundo en el que se produce aproximadamente un 40% de comida más de la necesaria para alimentar a toda la humanidad sigue teniendo al hambre como una de sus principales causas de muerte; mundo en el que el negocio más redituable es la fabricación y venta de armamentos y donde un perrito hogareño de cualquier casa de ese 20% de la humanidad que mencionábamos come más carne roja al año que un habitante de los países del Sur. Mundo en el que es más importante seguir acumulando ese fetiche llamado dinero, aunque el planeta se torne inhabitable por la contaminación ambiental que esa misma acumulación conlleva. Mundo, entonces, que sin ningún lugar a dudas debe ser cambiado, transformado, porque así, no va más. Entonces, una vez más surge la pregunta: ¿qué se hace para cambiarlo? ¿Por dónde comenzar? Las propuestas que empezaron a tomar forma desde mediados del siglo XIX con las primeras reacciones al sistema capitalista dieron como resultado, ya en el siglo XX, algunas interesantes experiencias socialistas. Si las miramos históricamente, fueron experiencias balbuceantes, primeros pasos. No podemos decir que fracasaron; fueron primeros pasos, no más que eso. Nadie dijo que la historia del socialismo quedó sepultada, más allá del aire triunfalista con que la derecha actual, post Guerra Fría, presenta las cosas. Quizá habría que considerarlas como la Liga Hanseática, allá por los siglos XII y XIII en el norte de Europa, en relación al capitalismo: primeras semillas que germinarían siglos después. Los procesos históricos son insufriblemente lentos. Alguna vez, en plena revolución china, se le preguntó al líder Lin Piao sobre el significado de la Revolución Francesa, y el dirigente revolucionario contestó que… aún era muy prematuro para opinar. Fuera de la posible humorada, que seguramente sólo un chino con 5.000 años de historia a sus espaldas puede hacer, hay ahí una verdad incontrastable: los procesos sociales van lento, exasperantemente lentos. De la Liga Hanseática al capitalismo globalizado del presente pasaron varias, muchas centurias; hoy, terminada la Guerra Fría, se puede decir que el capitalismo ha ganado en todo el mundo, dando la sensación de no tener rival. Para eso fue necesaria una acumulación de fuerzas fabulosas. Las primeras experiencias socialistas -la rusa, la china, la cubana- son apenas pequeños movimientos en la historia. No ha pasado aún un siglo de la Revolución Bolchevique, pero la semilla plantada no ha muerto. Y si hoy nos podemos seguir planteando ¿qué hacer? ante el capitalismo, ello significa que la historia continúa aún. El mundo, como decíamos, para la amplia mayoría no sólo no va bien sino que resulta agobiante. Pero el sistema global tiene demasiado poder, demasiada experiencia, demasiada riqueza acumulada, y hacerle mella es muy difícil. La prueba está con lo que acaba de suceder estas últimas décadas: caída la experiencia de socialismo soviético y revertida la revolución china con su tránsito al capitalismo (o “socialismo de mercado” al menos), los referentes para una transformación de las sociedades faltan, se han esfumado. Movimientos armados que levantaban banderas de lucha y cambios drásticos algunos años atrás ahora se han amansado, y la participación en comicios “democráticos” pareciera todo a cuanto se puede aspirar. Lo “políticamente correcto” vino a invadir el espacio cultural y la idea de lucha de clases fue reemplazándose por nuevos idearios “no violentos”: de Marx (el fundador del socialismo científico) pasamos a Marc’s (métodos alternativos de resolución de conflictos). La idea de transformación radical, de revolución político-social, no pareciera estar entre los conceptos actuales. Pero las condiciones reales de vida no mejoran para las grandes mayorías. Aunque cada vez hay más ingenios tecnológicos pululando por el mundo que supuestamente deberían hacer la vida más agradable, las relaciones sociales se tornan más dificultosas, más agresivas. Las guerras, contrariamente a lo que podía parecer cuando terminó la Guerra Fría -quizá una esperanza ingenua-, siguen siendo el pan nuestro de cada día desde la lógica de los grandes poderes que manejan el mundo. La miseria, en vez de disminuir, crece. Una vez más entonces: ¿qué hacer? Hoy, después de la brutal paliza recibida por el campo popular con la caída del muro de Berlín, símbolo de una caída mucho más grande, y el retroceso sufrido en las condiciones laborales (pérdidas de conquistas históricas, desaparición de los sindicatos como arma reivindicativa, condiciones cada vez más leoninas, sobre-explotación disfrazada de cuentapropismo) las grandes mayorías, en vez de reaccionar, siguen anestesiadas. Una vez más también: el sistema capitalista es sabio, muy poderoso, dispone de infinitos recursos. Varios siglos de acumulación no se revierten tan fácilmente. Las ideas de transformación que surgen a partir del pensamiento labrado por Marx, puntal infaltable en el pensamiento revolucionario, hoy día parecieran “fuera de moda”. Por supuesto que no lo son, pero la ideología dominante así lo presenta. Hoy, producto de ese sofisticado trabajo superestructural del sistema, es más fácil movilizar a grandes masas por un telepredicador o por un partido de fútbol que por reivindicaciones sociales. ¡Pero no todo está perdido! Los mil y un elementos que el sistema tiene para mantener el statu quo no son infalibles. Continuamente surgen reacciones, protestas, movimientos contestatarios. Lo que sí pareciera faltar es una línea conductora, un referente que pueda aglutinar toda esa disconformidad y concentrarla en una fuerza que efectivamente impacte certeramente en el sistema. ¿Por dónde golpear a ese gran monstruo que es el capitalismo? ¿Cómo lograr desbalancearlo, ponerlo en jaque, ya no digamos colapsarlo? Los caminos de la transformación se ven cerrados. Quizá el presente es un período de búsqueda, de revisiones, de acumulación de fuerzas. Hoy por hoy no se ve nada que ponga realmente en peligro la globalidad del sistema-mundo capitalista. Las luchas siguen, sin dudas, y el planeta está atravesado de cabo a rabo por diversas expresiones de protesta social. Lo que no se percibe es la posibilidad real de un colapso del capitalismo a partir de fuerzas que lo adversen, que lo acorralen. El proletariado industrial urbano, que se creyó el germen transformador por excelencia -de acuerdo a la apreciación absolutamente lógica de mediados del siglo XIX- hoy está en retirada. Los nuevos sujetos contestatarios -movimientos sociales varios, campesinos, luchas étnicas, reivindicaciones puntuales por aquí y por allá- no terminan de hacer mella en el sistema. Y las guerrillas de corte socialista parecen destinadas hoy a ser piezas de museo, salvo excepciones puntuales, como el movimiento naxalita en la India. Ver: Parte 2

13 dic 2012

España colonial


P. Bilsky
Un nuevo Protectorado asoma en Europa. Primero fue Grecia, ahora es España quien debió aceptar el estatuto colonial impuesto por la Unión Europea. Buena parte del pueblo español se diferencia de sus dirigentes y clases dominantes, y sale a la calle a gritar las verdades que los medios hegemónicos ocultan. Los mineros asturianos demostraron que sus viejas luchas son eternas y lucen rozagantes. Se conoce con el nombre de Generación del 98 a un grupo de intelectuales y escritores españoles que se mostraron profundamente afectados por la crisis moral, política y social de España hacia fines del siglo XIX, tras derrotas militares que le hicieron perder en 1898 sus últimas colonias (Puerto Rico, Guam, Cuba y Filipinas). Fue esta la última manifestación de una larga decadencia que puede remontarse muchos siglos atrás. El viejo Imperio español que descubrió América e implantó sus colonias en varios continentes se fue desgajando de a poco. Ya durante el siglo XVII, cuando apenas comenzó la decadencia, se denunciaba que la presión de los banqueros alemanes y los intereses usurarios que imponían por los préstamos eran las causas de la debacle. El oro de América, extraído en condiciones de genocidio, no permaneció en España, no fue invertido ni ahorrado por la dispendiosa corona europea, que se destacaba en todo el contexto europeo por su derroche en fiestas, vestimentas y adornos. El trabajo, y en general toda actividad productiva, era considerado una deshonra por los nobles españoles. La burguesía que siglos después surgió en España, con un notable retraso con respecto al resto de Europa, conservó esa característica: poca inversión, mucho gasto, y una dependencia casi obsesiva por las formas exteriores, el parecer y el qué dirán. En 1920, en su obra Luces de bohemia, Ramón del Valle Inclán denuncia el carácter esperpéntico de la burguesía española, las clases dominantes, el sistema político y la prensa al servicio de los poderes fácticos y la represión de las luchas populares. No es difícil imaginar la iracundia poética de Valle Inclán ante lo que ocurre hoy en España. “La tragedia de España no es tragedia sino esperpento”, escribió Don Ramón, que creó ese género para poder así denunciar la degradación de la sociedad de su tiempo. La semana pasada, y a cambio de los 30 mil millones de euros, el gobierno de Rajoy anunció más ajuste fiscal, suba del IVA, rebaja en subsidios por desempleo, y despidos de empleados públicos. Todo bajo la atenta supervisión europea. El gobierno de España ha entregado el ya poco poder de decisión que le quedaba. Cada vez resulta más claro que el gobierno de Rajoy no gobierna, sino que apenas administra los intereses de los banqueros. Pero no todo es degradación en España de hoy, como tampoco lo fue en la España de 1920 que retrata Valle Inclán. El poeta dejó bien claro en Luces de bohemia que el pueblo que trabaja y lucha, los obreros que enfrentan la represión, y los trabajadores comprometidos con el cambio social quedan fuera de la degradación. Los esperpentos están en otra parte. Con sus cascos encendidos y acompañados por numerosos ciudadanos, cientos de mineros abarrotaron la semana pasada Puerta del Sol de Madrid, tras más de 20 días de marcha desde el norte de España para protestar por los recortes de más del 60 por ciento en las ayudas al carbón que exponen a la mayoría de las explotaciones carboníferas a un cierre definitivo. “No somos terroristas, somos mineros”, corearon los manifestantes en su marcha, horas después de que en la Puerta del Sol se escucharan consignas como “Madrid entero se siente minero” y “Mineros unidos jamás serán vencidos”. Los mineros asturianos, que lucharon contra el franquismo en históricas jornadas, demostraron que no todo está degradado. Como en la obra de Valle Inclán, como tantas veces en la historia de España, los mineros asturianos fueron duramente reprimidos por la policía. Pero antes dejaron en claro, en el espacio público, en la calle, quiénes son los decadentes y traidores. Ver: El Régimen autocrático del E. E. 

14 nov 2012

La trampa Tucídides


A.Jalife-Rahme
Un analista posmoderno debe estar siempre en interacción con sus lúcidos lectores, quienes han mostrado, para mi gran asombro, una gran cultura y un enorme interés sobre la geoestrategia de China. Los principales militares de Estados Unidos, general Martin Dempsey, jefe de estado mayor de las fuerzas conjuntas, y general James Cartwright, anterior vicedirector de las fuerzas armadas conjuntas, durante una conferencia en Virginia Beach, Virginia, 'Guerra Conjunta’, se pronunciaron en contra de un conflicto con Rusia y China. El general Martin Dempsey advirtió sobre el peligro de caer en la trampa de Tucídides: decretar la guerra simplemente por temor al poder ascendente de China. En su Historia de la guerra del Peloponeso, el genial Tucídides (siglo V a.C.) redactó que lo que hizo la guerra inevitable fue el crecimiento del poder de Atenas y el miedo que esto provocó en Esparta. A juicio del general Martin Dempsey existe amplia historia sobre el trato de una superpotencia con una potencia en ascenso, por lo que Estados Unidos debe ser la superpotencia que rompa ese paradigma. Indicó que existen excelentes relaciones militares con China a nivel de servicio y que se está tratando de elevarlas uno o dos puntos. En efecto, el general Martin Dempsey hace mucho que ha advertido en contra de caer en la trampa de un conflicto con China simplemente por el temor de su ascenso como potencia global. Los dos importantes militares son unas palomas frente a los superhalcones del Partido Republicano y su flamante candidato Mitt Romney (el tercer Bush), quienes en su vida no han disparado una arma pero están dispuestos a detonar la tercera guerra termonuclear contra China y Rusa, valiéndose del inflamatorio contencioso de Irán. En la principal conferencia del 15 de mayo, el general James Cartwright fustigó el proceso en el Congreso y el ala ejecutiva donde se están acumulando recursos para llevar agua al molino de la estrategia bélica de la administración Obama, que se basa primordialmente en el concepto de batalla aire-mar (air-sea battle: ASB). El concepto ASB ha sido desarrollado conjuntamente por la fuerza aérea y la marina en contra de medidas anti-acceso/negación de territorio (anti access/ area denial): tomadas por ciertos países para mantener a las fuerzas de Estados Unidos lejos de un rango en caso de un conflicto. El antecedente de ASB fue la doctrina batalla aire-tierra (air-land battle: ALB) de la década de los 80, en la que el ejército terrestre y la fuerza aérea desarrollaron un plan de batalla en contra de la formación de tanques soviéticos estacionados en Europa. El Pentágono es muy ambiguo en admitir que ASB está destinado a China y, en menor medida, a Irán. ¿El teatro de batalla en Irán sería la experimentación de ASB contra China? Los proponentes de ASB no se atreven a tocar ni siquiera con el pétalo de una rosa sin espinas a Rusia, cuyo arsenal nuclear puede hacer desaparecer del mapa a Estados Unidos en 15 minutos; los dos, Estados Unidos y Rusia, se extinguirían mutuamente. Corre una broma geoestratégica, de que en caso de una guerra entre Estados Unidos y Rusia el gran vencedor resultaría China. El general James Cartwright criticó a quienes ven en el ASB el Santo Grial para el Pentágono en el futuro y señaló que su grave problema versa en la innecesaria demonización de China, lo cual no está en los mejores intereses de nadie. El general James Cartwright reconoció que la reciente estrategia pivote –la doctrina Obama para Asia: retiro de tropas de Irak y Afganistán y reposicionamiento en las salidas de los mares de China (mar del Sur, mar Amarillo y mar del Este)– ha sido interpretada como si Estados Unidos hubiese abandonado al resto del mundo para concentrarse en contener a China. Rechaza que esto sea así pero reconoce la contradicción inherente entre la estrategia pivote de Obama para Asia y el concepto ASB, con el fin de formular una estrategia homogénea. Esta búsqueda de la estratégica cuadratura del círculo se complica más debido a la impugnación de Rusia en contra del despliegue de Estados Unidos de su escudo misilístico de defensa en Europa, por lo que el general James Cartwright aconsejó reconsiderar la estrategia de Estados Unidos con China y Rusia antes de entrar a un conflicto estratégico  con ambos. El general James Cartwright divulgó las dos preocupaciones que le han sido expresadas en su diálogo con Rusia: 1) la posibilidad de que el escudo misilístico de defensa de Estados Unidos sea capaz de alcanzar y tocar su sistema intercontinental balístico de misiles (ICBM, por sus siglas en inglés) y, por consecuencia, desajustar el equilibrio de poder”; 2) la potencialidad de que se genere un escenario en que Estados Unidos lance un ataque preventivo y luego utilice el escudo misilístico para eliminar sus fuegos residuales (v.gr. lanzamiento de represalias de sus remanentes ICBM). The last but not the least: la preocupación de Rusia sobre el escudo de misiles de Estados Unidos (Block IIB Standard) a instalar en Polonia y Rumania, que el general ruso Nikolai Makarov ha amenazado destruir en forma preventiva. Al unísono de la mencionada conferencia de Virginia Beach, se celebró un debate sobre el concepto ASB bajo los auspicios de Brookings Institution en Washington en el que el jefe de estado mayor de la fuerza aérea, general Norton Schwartz, y el almirante Jonathan Greenert, jefe de operaciones navales, intentaron convencer a su audiencia de las supuestas bondades del ASB, negando que estuviese destinado a cualquier potencial adversario en particular. ¡Cómo no! ¿Cuál sería entonces su utilidad, en última instancia, en momentos del recorte del presupuesto del Pentágono y de la grave crisis económica de Estados Unidos? Lo que emergió de la discusión en Brookings Institution fue el reparto de tareas de la fuerza aérea y la marina con la necesidad de Estados Unidos para mantener la libertad militar de acción en cualquier parte del mundo. Según el almirante Jonathan Greenert, no se trata de una campaña particular, sino de un importante objetivo estratégico para el acceso, es decir, Estados Unidos no puede permitir la inaccesibilidad de cualquier punto del planeta que considere fundamental para el libre intercambio global de bienes y servicios. Se desprende que la palabra acceso es jerárquicamente prioritaria para la presencia de Estados Unidos en el océano Pacífico, responsable en gran medida del crecimiento económico y la estabilidad en la región, como ha sucedido en las pasadas décadas. Ergo, la estratégica cuadratura del círculo que no despejó el general James Cartwright, su colega más bélico, el almirante Jonathan Greenert la resolvió a su manera sofista: conectó el concepto ASB con el pivote estratégico en la Cuenca del Pacífico. A mi juicio, si se trata del océano Pacífico, es evidente que todo tipo de contramedidas se aplica específicamente a China y a su economía orientada a las exportaciones. La palabra acceso se refiere a los mares de China que son su oxigenación al océano Pacífico. Estados Unidos desentierra a Tucídides 26 siglos más tarde.

17 oct 2012

El doble negocio de la desocupación


J. Majfud
Los pobres desempleados e improductivos que viven de la ayuda del Estado en realidad no son un mal negocio para las grandes empresas. No sólo ayudan a mantener los sueldos deprimidos, según ya se sabía en el siglo XVIII, sino que, además, en nuestra civilización de las cosas son consumidores perfectos. La ayuda que estos pobres desempleados reciben del Estado va destinada completamente al consumo de bienes básicos o de diversión y dis-track-tion, lo que significa que las megaempresas aún así continúan haciendo un gran negocio con el dinero de los contribuyentes. Por supuesto, todo tiene su arte y su línea de naufragio. Por otro lado, esta realidad sirve para una crítica o un discurso en principio aceptable y enquistado en la conciencia popular del mundo rico, producto del bombardeo mediático: mientras las grandes compañías producen (en varios sentidos de la palabra) y generan puestos de trabajo, los holgazanes se benefician de ellas a través del Estado. Las grandes compañías son las vacas sagradas del progreso capitalista y el Estado con sus holgazanes son las lacras que impiden la aceleración de la economía nacional. En primera instancia es verdad. Este mecanismo no sólo mantiene una cultura de la pereza en las clases más bajas esperando esa ayuda del Estado (cuando existe un sistema de seguro social como en Estados Unidos) sino que además alimenta el odio de las clases trabajadoras que deben resignarse a seguir pagando sus impuestos para mantener a ese margen de desocupados que básicamente significan una carga y también una permanente amenaza de mayor criminalidad y más gastos en prisiones. Lo cual también es cierto, ya que es más probable que un desocupado profesional se dedique a alguna actividad criminal que un trabajador activo. Este odio de clases mantiene el status quo y, por ende, el dinero sigue fluctuando de la clase trabajadora a la clase ejecutiva, entre otros medios, vía holgazanes-desocupados. Si esos desocupados estuviesen en el circuito de trabajo, probablemente consumirían menos y exigirían mejores salarios y educación. Estarían mejor organizados, no tendrían tanto resentimiento por aquellos que se levantan temprano para ir a sus trabajos, serían menos víctimas de la demagogia de los políticos populistas y de las sectas empresariales que son, en definitiva, las dueñas del capital y, sobre todo, del know-how social --los know-why y los know-what son irrelevantes. Para alguien que debe vender un mínimo anual de toneladas de azúcar a la industria de la alimentación, por decirlo de alguna forma, un trabajador nunca será una mejor opción que un desocupado mantenido por el Estado. Para los empresarios de la salud, tampoco. Algunos estudios recientes indican que el consumo de azúcar en las gaseosas es tan perjudicial para el hígado como el consumo de alcohol, ya que el hígado de cualquier forma debe metabolizar el azúcar (glucólisis), por lo cual tomar una soda, en última instancia y sin considerar las alteraciones de la conducta, es lo mismo que beber whisky (Nature, Dr. Robert Lustig, Univ. of California). Una Coca-Cola ni siquiera tiene las ventaja que tiene el vino para la salud. Sin embargo, en los últimos años la proporción de azúcar en las bebidas y la cantidad que consume cada individuo ha ido aumentando en el mundo entero, a pesar que nuestro organismo sólo tuvo tiempo de evolucionar para tolerar el azúcar de las frutas, una temporada al año. Los especialistas consideran que ese aumento del consumo se debe a la presión política de las compañías que están involucradas en la comercialización del azúcar. Como consecuencia, en Estados Unidos y en muchos otros países tenemos poblaciones cada vez más obesas y más enfermas, lo que de paso significa mayores ganancias para la industria de la salud y los laboratorios farmacéuticos. Pero así funciona la lógica del capitalismo tardío, que es la lógica global hoy en día: si no hay consumo no hay producción y sin ésta no hay ganancias. Sería mucho más saludable para los consumidores si los vendedores de alimentos a base de sabrosos shocks de sal-azúcar, asaltaran a cada consumidor antes de entrar a un supermercado. Pero esto, como el incremento de impuestos, es políticamente incorrecto y demasiado fácil de visualizar por parte de los consumidores. Siempre me llamó la atención el hecho universal de que los drogadictos roban y matan a personas honestas para comprar drogas y no roban ni asaltan a los mismos vendedores de drogas, lo cual sería un camino más directo e inmediato para una persona desesperada. Pero la respuesta es obvia: siempre es más fácil asaltar a un trabajador honesto que a un delincuente que conoce el rubro. Por lo general, esto último es casi imposible, al menos para un consumidor común. El objetivo primario de cualquier empresa son las ganancias y todo lo demás son discursos que intentan legitimar algo que no puede ser cambiado dentro de la lógica puramente capitalista. Cuando esta lógica funciona sin trabas, se llama progreso. Las compañías progresan y como consecuencia progresan los individuos --hacia la destrucción propia y ajena. Recientemente la ciudad de Nueva York prohibió la venta de las botellas gigantes de soda alegando que estimulaban el excesivo consumo de azúcar. Este tipo de medidas nunca sería tomado, ni siquiera propuesta, por una empresa privada cuyo objetivo es vender, al menos que venda agua mineral. Pero en este caso la prohibición explícita de una empresa sobre otra iría contra las leyes del mercado, razón por la cual esta lucha normalmente se produce según las leyes de Darwin, donde los más fuertes devoran a los más débiles. Estos límites a la “mano invisible del mercado” sólo pueden establecerlos los gobiernos. Lo mismo ocurrió con la lucha contra el tabaquismo. Los gobiernos suelen estar infestados, inoculados por los lobbies de las grandes corporaciones y suelen responder a sus intereses, pero no son monolitos y cada tanto recuerdan su razón de ser según los preceptos modernos. Entonces se acuerdan de que existen para la población, y no al revés, y actúan en consecuencia reemplazando las ganancias por la salud colectiva. Las libertades no han progresado por las corporaciones empresariales y financieras sino a pesar de estas. Han progresado a lo largo de la historia por aquellos que se han opuesto a los poderes hegemónicos o dominantes del momento. Siglos atrás esos poderes eran las iglesias o los Estados totalitarios, como los antiguos reyes y sus aristocracias, como en la Unión Soviética y sus satélites. Desde hace varios siglos hasta hoy, cada vez más, esos poderes radican en las corporaciones que son las que poseen el poder en forma de capitales. Cualquier verdad que salga de los grandes medios estará controlada de forma directa o de forma sutil –por ejemplo, a través de la autocensura-- por estas grandes firmas, que son las que mantienen los medios a través de los anuncios publicitaros. Los medios ya no sobreviven, como en el siglo XIX y gran parte del siglo XX, de la venta de ejemplares. Es decir, los grandes medios cada vez dependen menos y, por lo tanto, cada vez se deben menos a la clase media y trabajadora. La Era digital podrá un día revertir este proceso, pero por el momento los individuos aislados se limitan a reproducir noticias y narrativas sociales prefabricadas por los grandes medios que básicamente viven de los anuncios publicitarios de las grandes empresas y corporaciones. Es decir, los superyós sociales. El control es indirecto, sutil e implacable. Cualquier cosa que vaya contra los intereses de los anunciantes significará la retirada de capitales y, por ende, la decadencia y el fin de esos medios, que dejarán lugar a otros para cumplir su rol de marionetas. Con algunas excepciones, ni los pobres ni los trabajadores pueden hacer lobbies en los parlamentos. En tiempos de elecciones, son los las corporaciones quienes pondrán miles de millones para elegir un candidato o el otro. Ninguno de los candidatos cuestionará la realidad básica que sostiene la existencia de esta lógica pero cualquiera de ellos que sea elegido y luego electo --o viceversa-- estará hipotecado en sus promesas cuando asuma el poder y deberá responder en consecuencia: ninguna empresa, ningún lobby pone millones de dólares en algún lugar sin considerar eso como una inversión. Si lo ponen para combatir el hambre en África será una inversión moral, “lo que les sobra”, como dijera Jesús refiriéndose a las limosnas de los ricos. Si lo ponen en un candidato presidencial será, obviamente, una inversión de otro tipo. El poder desproporcionado de estas corporaciones, muchas secretas o discretas son el peor atentado contra la democracia en el mundo. Pero pocos podrán decirlo sin ser etiquetados de idiotas. O aparecerán en algunos grandes medios voceros del establishment, porque cualquier medio que se precie de democrático deberá pagar un impuesto a su hegemonía permitiendo que se filtren algunas opiniones verdaderamente críticas. Estas, claro, son excepciones, y entrarán en conflicto con un público acostumbrado al sermón diario que sostiene el punto de vista contrario. Es decir, serán entendidas como productos infantiles de aquellos que no saben “cómo funciona el mundo” y defienden a los holgazanes desocupados que viven del Estado, mientras éste vive de y castiga a las grandes empresas más exitosas. Sobre todo en tiempos de crisis, el Estado las castiga con rebajas de impuestos, préstamos sin plazo y rescates sin límites. Desde la última gran crisis económica de 2008 en Estados Unidos, por ejemplo, las grandes empresas y corporaciones no han parado de aumentar sus ganancias mientras la reducción del empleo ha sido débil y un caballito de batalla para la oposición al gobierno. Los economistas más consultados por los grandes medios llaman a esto “aumento de la productividad”. Es decir, con menos trabajadores se obtienen mayores beneficios. Los trabajadores que sobran como consecuencia del aumento de productividad son derivados a la esfera del maldito Estado que debe asegurar que --aunque desmoralizados o por eso mismo-- sigan consumiendo con el dinero de la clase media para aumentar aún más las ganancias de los mercaderes de las elites dominantes que, sin pagar esos salarios pero sin dejar de venderles las mismas baratijas y las mismas sodas azucaradas y las mismas chips saladas, verán aumentadas aún más la efectividad, la productividad y las ganancias de sus admirablemente exitosas empresas. Nosotros podemos llamar a todo este mecanismo perverso “el doble negocio de la desocupación” o “los milagros de las crisis financieras”. Ver: DEUDA IMPAGABLE

5 sept 2012

Bodas de sangre


J. Altamira
Europa asiste al final de un matrimonio que fue celebrado en su momento con fanfarria, pero que escondía un secreto que los contrayentes acabarían por descubrir al cabo de algún tiempo. Al final, lo que fue encapsulado al principio como una tragedia griega acabó desplegando su potencia universal y ahora le toca a España asistir al desenlace de unas nupcias que, como en la pieza de Lorca, tendrá consecuencias colectivas. Los observadores más reputados de la escena económica internacional no se valen ahora del lenguaje financiero para esconder sus opiniones. “Esta vez, Europa está de verdad al borde del precipicio”, titula El País (10.6) la materia que firman el afamado Nouriel Roubini y el historiador inglés, Niall Ferguson. Al mismo texto, el Financial Times lo encabezó de otra manera: “Alemania no acaba de aprender las lecciones de 1930”, mientras el principal columnista financiero del The Telegraph (10.6), aseguraba que “el mundo se encuentra incómodamente próximo a un 1931”. Son los años que dispararon la mayor depresión económica mundial en la historia del capitalismo. El editor del FT no se había quedado atrás, unos días antes, cuando, sin reparar en las reglas de la lógica, concluía que “El pánico se ha convertido en completamente racional” (6.6).
El fiasco español
El detonante de todo este `catastrofismo’ fue el rescate de España por parte de la Comisión Europea y el FMI, un país que había sido caracterizado como ‘muy grande para ser salvado’, y cuyo sistema bancario calificado como “muy sólido” en una fecha tan cercana como febrero de 2010. La operación consiste en inyectar 100 mil millones de euros (aunque no se sabe si en dinero efectivo o en papeles de garantía) a un fondo estatal de rescate de bancos, o sea que incrementa la deuda pública española en un 15% de una sola vez, para hace frente a una corrida bancaria que amenaza dejar a España sin bancos. En el primer trimestre del año salieron 97 mil millones de euros (Le Monde, 2.6), pero otros 45 mil millones lo hicieron en abril (Ámbito, 13.6). La fuga supera el monto del salvamento. El 70% de ese dinero es retirado por bancos extranjeros, que no refinancian los créditos o sacan los depósitos; los ahorristas, como ocurre con frecuencia, llegarán tarde. A esto es necesario añadir la salida de capital que se produce por medio de la venta masiva de deuda pública por parte de fondos extranjeros, y la desvalorización consiguiente de los títulos que son objeto de este remate, que están en poder de los bancos españoles. La banca española está quebrada; esto vale potencialmente para `titanes` como el Santander o el BBVA, que ven desvalorizarse sus participaciones o créditos a la industria, debido a la recesión económica. Con una deuda conjunta, pública y privada, de alrededor de tres billones de euros y un alto porcentaje de ella con la eurozona y fuera de ella, es por completo normal que los titulares de los medios se salgan de los goznes. Hay que advertir, de todos modos, algo que es esencial en la caracterización de la bancarrota actual: a partir de los activos y pasivos de los bancos se ha construido otro edifico financiero, más inmenso, que consiste en contratos de seguros sobre esos activos y pasivos, al igual que otras inversiones compensatorias (conocidas como “derivados”). De modo que reducir la crisis al ‘defol’ de los activos visibles (subyacentes), le priva a ella de perspectiva adecuada (catastrófica). El rescate en cuestión es, además, una falacia. Con una política de ´ajuste´ que apunta a reducir la deuda pública, el rescate la aumenta. Al meter en las cuentas a un acreedor soberano - el Fondo Europeo de Rescate - desplaza la prioridad de los acreedores privados en un evento de quiebra. El aumento de la deuda pública, como ya se dijo antes, desvaloriza los activos del estado en manos de los bancos, lo que aumenta su incapacidad de pago. España ha llegado a esta situación luego de haber obligado a la fusión de cinco bancos en quiebra, con el resultado de crear otro mayor, Bankia, que primero intentó rescatar de la quiebra mediante una nacionalización parcial y que ahora debe socorrer el Fondo Europeo - en una suerte de supra nacionalización de un banco en gran parte nacionalizado. La desesperación de la operación de rescate queda definitivamente al desnudo cuando se sabe que los rescatistas ignoran la envergadura del agujero financiero que pretenden llenar, una vez que la auditora de Bankia (Deloitte) denunció que las cuentas de la entidad estaban fraguadas. Para que una auditora rehúse su colaboración en un fraude contable, la envergadura de la estafa debe ser francamente desproporcionada.
Todos en la misma bolsa
La quebradera bancaria no se limita a España; en la cola siguen Italia y Francia (“La salida de capitales en Italia ha subido a 322 mil millones de dólares desde 2009” - Corriere della Sera, 31.5). Pero incluso los bancos de Alemania y Austria no están mejor: “fueron los más golpeados en los primeros estadios de la crisis (…) aún atrapados en la burbuja hipotecaria de Estados Unidos (FT, 7.6), a lo cual suman “sectores problemáticos como el naval y financiero”. La agencia Moody`s “destacó la limitada capacidad de los bancos alemanes para hacer frente a pérdidas, dada su escasa rentabilidad y el escaso monto de patrimonio relativo al total de sus activos” (idem). Una parte de la banca francesa está enterrada hasta el cuello en Grecia, en tanto que la de Italia acumula una parte colosal de la deuda pública italiana y en el este europeo y los Balcanes, al borde de un ‘defol’. La mayor parte de la banca se encuentra entrampada en la deuda pública de sus propios países. La misma agencia Moody´s destaca otro dato no menos relevante: la crisis no afecta solamente a los bancos, también golpe a los fondos que se endeudaron para comprar empresas en crisis - “la cuarta parte de 254 empresas que confrontan una renovación de 133 mil millones de euros de vencimientos de deuda en 2015, podrían verse en cesación de pagos y la cifra se podría duplicar si se cierran los mercados de deuda privada” (Le Monde, 31.5). Las fuerzas productivas se encuentran completamente empantanadas; para mover un dólar de producto, Estados Unidos necesita aplicar dos dólares treinta de palanca financiera (Corriere della Sera, 31.5) - a pesar de que tiene una deuda pública de nación y estados de 20 billones de dólares y concentra la mitad del movimiento financiero fuera de balance bancario, de todo el mundo- alrededor 200 billones de dólares. Un punto fundamental de la crisis afecta no ya a la generalidad de los bancos sino a los bancos centrales nacionales de la zona euro. Ocurre que, ‘grosso modo’, estos bancos centrales financiaron los saldos negativos del balance de pagos de sus países, primero en los tiempos de euforia importadora y luego (con la crisis) para rescatar a bancos y empresas de sus países, con crédito, principalmente, del Banco Central de Alemania, por medio de una operatoria especial prevista en los estatutos del Banco Central. Este mecanismo permitió un boom exportador por parte de Alemania, en la primera fase, y el sostenimiento de sus bancos y empresas a partir de la crisis. El monto de la deuda ha llegado a la generosa cifra de 800 mil millones de euros y, con suerte, llegará al billón, al final de 2012. Es claro que el Bundesbank no logrará cobrar la mayor parte de esa deuda sin derribar a los bancos centrales nacionales deudores. Un rescate de los bancos centrales nacionales por parte del Banco Central Europeo es un contrasentido, porque equivaldría a usurpar una institución estatal autónoma. Alemania debería salir al rescate de su propio banco central. La fenomenal acumulación de capital, real y ficticio, propiciada por la formación de la zona euro, que estuvo ligada en forma íntima a la separación de Europa oriental y los Balcanes de la Unión Soviética ha llegado a su estación terminal. Con la reserva de estudiar el asunto con mayor cuidado, la bancarrota europea cierra el ciclo negativo de la disolución de la Unión Soviética y podría iniciar el ciclo positivo de una re-reunificación de Europa y Rusia bajo un régimen socialista.
Salidas falsas
El callejón sin salida en que ha entrado la crisis europea y mundial, ha obligado a los estados a discutir caminos o instrumentos alternativos a los usados hasta ahora. Uno es que el salvamento de los bancos quede a cargo de los accionistas del banco, que perderían su capital, y de los acreedores, en el monto que corresponda. El capital desvalorizado del banco podría ser adquirido por nuevos inversores. Del rescate desde afuera, por el Estado o nuevos aportes de capital (‘bail-out’, en inglés), se pasaría al rescate desde adentro, a cargo de accionistas y acreedores (el ‘bail-in’). Como es claro que semejante destrucción oficial de capital precipitaría una depresión económica sin precedentes, la intención es inaugurar este proyecto a partir de 2017, cuando los autores imaginan que lo peor habrá pasado. El proyecto es al mismo tiempo una maniobra de baja altura de un conjunto de bancos norteamericanos, que para oponerse a nuevas regulaciones destinadas a reforzar su patrimonio, declaran su disposición a admitir la vigencia del ‘bail-in’ en un futuro. En síntesis, nada por aquí, nada por allá. La otra propuesta, que ha obtenido mayor difusión, es la llamada “unión bancaria”, que pondría al sistema bancario europeo bajo una protección y supervisión únicas. Es decir que el rescate de un banco en quiebra corra por cuenta de las instituciones europeas con independencia de la nacionalidad de la entidad desafortunada. Alemania, Austria, Finlandia y Holanda se oponen, por la simple razón de que serían ellas las que deberían cargar con la mayor parte de una factura que sería principalmente ajena. El capital no existe en general sino como una concurrencia o rivalidad entre capitales. Se ha hecho notar poco que una parte importante de la gran banca, mundialmente, está atiborrada de dinero, provista por enormes rescates de varios billones de dólares, que ni presta por temor a perder el dinero y que tampoco salda sus deudas a la espera de circunstancias mejores o que prefiere usar en operaciones especulativas de plazo breve. O sea que mientras están reunidos los elementos monetarios de una salida general a la crisis bancaria, esta crisis se profundiza por la falta de oportunidades de negocios o por la competencia inter-bancaria. El llamado ‘bail-in’ es el procedimiento capitalista natural en cualquier crisis localizada; que se lo quiera regular o reglamentar es una contradicción de propósitos. La proposición más debatida es la de emitir eurobonos, o sea títulos públicos respaldados por la totalidad de los estados de la zona euro, en proporción a sus recursos, para pagar o canjear la deuda pública de los estados nacionales. Las objeciones a este planteo son numerosas: que esos bonos deberían ser garantizados por estados que no garantizan el pago de su propia deuda nacional, por lo que al fin de cuentas serían los alemanes y consortes los que se verían obligados a poner la plata en el momento de la verdad. El gobierno de Alemania no rechaza, sin embargo, la propuesta: la condiciona a que se acepte la supervisión supra nacional de los planes de `ajuste’ de los países afectados. Primero el ´ajuste` y la pérdida de autonomía nacional, después el bono. Se trata, como es obvio, de un nuevo callejón sin salida. Más allá de eso, el ‘eurobono’ sería otra operación de rescate de un capital y finanzas públicas en quiebra; una salida especulativa parcial para el capital dinero que no tiene salida; y, en definitiva, el ingreso a una etapa más alta de la crisis. La propuesta de una ‘unión bancaria’ ha puesto, sin embargo, los pelos de punta a los ingleses - no así los ‘eurobonos’, que Estados Unidos, Gran Bretaña y Japón saludan, porque les permitiría sacar su plata enterrada en Europa (China, más precavida, advirtió que no pondría un peso en ‘eurobonos’ - The Wall Street Journal, 8.6). Una ‘unión bancaria’, en cambio, implicaría subsidios para los bancos continentales que rivalizan con el mercado financiero de Londres. Como se ve, el capitalismo es un reñidero de múltiples capitales que pujan por un mercado que se restringe, por utilidades que disminuyen y por la confiscación de la propiedad privada ajena para poder consolidar un monopolio.
Cuestión planetaria
¿Cuáles son las alternativas? Interrogándose sobre lo que finalmente haría Alemania, la potencia rectora, el editor del FT, Martín Wolf, se respondió, en un artículo en Le Monde: “j’ignore”. Que no lo sepa ni lo conjeture es una medida de la confusión que reina en los círculos dirigentes del imperialismo europeo. La estrategia de Alemania es, sin embargo, visible para cualquiera: “die Anschluss” - la anexión de la zona euro. Un ejemplo de ellos es que ha exigido la creación de ‘zonas francas’ en las naciones en quiebra (O Estado de Sao Paulo, 26.5). Alemania, sin embargo, no tiene por ahora los medios militares, políticos o económicos para imponer una anexión - debe proceder por etapas, de acuerdo a las oportunidades que ofrezca la propia a crisis. Tampoco puede proceder en forma administrativa: debe negociar o imponer su hegemonía a Francia, y negociar un reparto de influencias con Estados Unidos y China. Es que la bancarrota capitalista mundial tiene alcances históricos, no se reduce a evento de quiebra sino que impone una reorganización planetaria del capital, incluidas por sobre todo las guerras. La obra de García Lorca es una excelente metáfora, porque alude a la disolución de la relación carnal entre el capital y la fuerza de trabajo. Es precisamente esta condición de conjunto la que determina que la salida a este derrumbe para la humanidad, debe ser el socialismo, porque se trata precisamente de proceder a una reorganización social planetaria que debe tener por eje político y social al proletariado. Cuando la presente crisis mundial está a punto de ingresar a su sexto año, sus desarrollos fundamentales aún no han tenido lugar; sólo se ha desenvuelto el escenario preparatorio. Esta caracterización de conjunto debería ser la premisa de la estrategia revolucionaria.

13 ago 2012

En la mente del corrupto


A. Lugilde
Si te corrompes no te va a pasar nada y si no lo haces, eres idiota. Este es el principal mecanismo que opera en la mente del corrupto español. Tras más de dos décadas investigando la corrupción en España, el politólogo Fernando Jiménez, profesor de la Universidad de Murcia, ha intentado retratar la corrupción a través de las palabras de quienes la practican, empresarios y servidores públicos. Ha contado con un buen material, de algunos de los múltiples sumarios de corrupción abiertos en toda España en los últimos años, que incluyen transcripciones de conversaciones telefónicas de los implicados en las que hablan abiertamente de sus actividades delictivas, de los negocios que van a hacer y de las voluntades que se subastan.
 Las principales conclusiones sobre los pensamientos que pueblan la mente del corrupto, que Jiménez incluyó en un artículo publicado en la revista Letras Libres con el también politólogo Vicente Carbona, pueden resumirse en los que serían cinco mandamientos. Estos son: "No te va a pasar nada; serías tonto si no aprovechas la oportunidad; reparte los beneficios lo más posible; no dejes de hacer lo que pide el pueblo, como por ejemplo las obras; alimenta tu máquina del poder a través de los recursos ilegales para financiar las campañas, esto te permitirá mantener o incluso ampliar tu esfera de influencia para hacer negocios. 
Jiménez explica que en la actualidad las transcripciones de grabaciones suelen ser mucho menos jugosas, porque quienes hablan saben que la Guardia Civil puede estar grabando. "Aquí el más tonto hace relojes", afirma en una de esas cintas un consejero del cabildo de Lanzarote, el equivalente insular a las diputaciones, en una conversación con un intermediario que pide que agilice un plan urbanístico. "Esta gente va a montar un negocio y no vas a tener que trabajar más. Y si no lo haces tú, lo hará otro", agrega el conseguidor, que explica también qué hacer con el dinero. "Blanquearlo es muy fácil" si se cobra primero en la islas Caimán, llega a decir. "Tú eres tonto. Eres el único alcalde honrado de España", le dijo el constructor Francisco Hernando al alcalde de Seseña, de Izquierda Unida, cuando detuvo las obras de la disparatada urbanización que es el símbolo de los desmanes del ladrillo en España. Esa percepción de impunidad está vinculada a la debilidad de la respuesta ante estas prácticas irregularidades. "Las posibilidades de descubrirlas son limitadas, aunque se haya avanzado, y hay un número muy bajo de sentencias condenatorias", apunta Nicolás Rodríguez Álvarez, profesor de Derecho Procesal de la Universidad de Salamanca y codirector del máster en Corrupción y Estado de Derecho. 
Manuel Villoria, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Rey Juan Carlos, considera que "una parte elevada de la corrupción no se conoce, porque se tapa, a través de acuerdos entre los implicados". Así, sólo aflora una porción pequeña, de la que a su vez otra parte menor se traduce en condenas judiciales. La debilidad del Estado de Derecho en la persecución de los corruptos se pone de manifiesto, según explica Nicolás Rodríguez, en los intentos que hace la fiscalía anticorrupción para llegar a acuerdos con los acusados, como ocurrió en el caso Urdangarin, a fin que reconozcan la culpabilidad a través de un pacto. "El problema es la prueba", afirma Rodríguez, y recuerda que en ese tipo de compromisos se busca que los acusados devuelvan al menos parte del dinero defraudado. A menudo una parte de los fondos obtenidos a cambio de obras, contratos o recalificaciones urbanísticas se destinan a la financiación de los partidos, un auténtico agujero negro del sistema político español. "Yo no quiero nada, tú paga la campaña", le dijo el concejal de Orihuela Jesús Fernández, de un pequeño partido, al empresario Ángel Fenoll, uno de los principales protagonistas del caso Brugal. El profesor Fernando Jiménez incide en que desde la perspectiva del político que se corrompe la clave está en "tener la llave", lo que revela una concepción del cargo público como una oportunidad para enriquecerse. "Eso de ser alcalde me la suda. Yo lo que quiero es mangonear por detrás", confesaba el concejal de Orihuela en su conversación con el empresario Ángel Fenoll. El corrupto se salta las leyes pero acostumbra a tener presente alguna regla, para tener contentos a los votantes. El ejemplo paradigmático es el de la Marbella de Jesús Gil. Lo afirmaba muy gráficamente el intermediario que negociaba una recalificación en Lanzarote cuando le decía al político que "no vayas a joder al pueblo, o sea lo estúpido es que no le dejes hacer casas.
 Tú tienes que ser generoso". En realidad, el pueblo siempre sale perjudicado de la corrupción, porque al vulnerarse las normas se producen todo tipo de desmanes, que acaban teniendo muy negativas consecuencias económicas, urbanística, ambientales o morales, como también puso de manifiesto el caso de Marbella. El boom inmobiliario español de finales del siglo pasado y comienzos del presente, financiado con los créditos baratos derivados de la pertenencia al euro, generó toda una enorme oleada de corrupción en España. En este momento, de parón de la construcción y también de fuerte reducción de los contratos de las Administraciones públicas, las oportunidades de negocio han disminuido notablemente. "Se supone que hay menos corrupción, porque hay menos actividad", sostiene Fernando Jiménez. Sin embargo, la corrupción sigue existiendo. Como la energía, cambia, pero no se destruye. Joan Botella, catedrático de Ciencia Política de la Universitat Autònoma de Barcelona, opina que "se ha transformado pero no ha desaparecido". La vincula "a las gran cantidad de dinero que cambia de manos en las crisis".