Un reflejo del sol en el ala del avión emitió un foco de luz sobre Itaca y Ulises supo que volvía a su patria. Lo hacía después de seis años de crisis y hundimiento y lo primero que sintió al comprar el billete de bus es que quizá aquellos iban a ser los últimos euros que circularían por el país. En el camino al hotel encontró una ciudad no en bancarrota pero sí empobrecida, atascada, como si no hubiera evolucionado en décadas. En la plaza Omonia encontró por la noche a una anciana con alpargatas, tocada con un gorro del Panatinaikos, las piernas torcidas, el pitillo en los labios, gritando como una posesa: “Este es el fín, atenienses!”. A Ulises le pareció que aquella vieja siempre había estado allí, sentada bajo la lluvia en Omonia, o en cualquier otra plaza depauperada del país. Le compró unos cigarrillos y siguió paseando.
En los barrios populares de Psiri y Keramikós, antes bulliciosos y alegres, las aceras están solitarias a las ocho de la tarde y las luces de las tiendas, apagadas e inanes. Entrar a oscuras en el cajero de un banco también tiene sus riesgos: puedes pisar tres bultos humanos antes de llegar al cash. Te miran desde el suelo pidiendo perdón por ser pobres. Tú les devuelves la mirada pidiendo excusas por obtener dinero.
“ Los mercados ya no tiene respuesta para Grecia” grita
Alexis Tsipras desde una gran plasma.
“No pasarán”, así en castellano, es una de las pintadas más frecuentes en los muros. No son de ahora, sino de 2010 o 2012, fechas de los primeros rescates. Sólo tienen cuatro años pero ya lucen descoloridas y viejas, como si procedieran de los tiempos del imperio otomano. En cuatro años Grecia ha perdido la cuarta parte de su riqueza. ¿Cómo es posible que Alemania, con el 5 por ciento de paro pertenezca al mismo grupo monetario que Grecia, con el 25?, se pregunta Ulises.
“Los mercados ya no tiene respuesta para Grecia” grita Alexis Tsipras desde una gran plasma instalada en el kiosko de la coalición Tsyriza de la plaza Klafthmonos. La jaima está repleta de propaganda servida por jóvenes estudiantes comprometidos. Unos 2.000 en Atenas están actuando como voluntarios. Yulia, universitaria, es una de ellas. Su pronóstico es claramente subjetivo: “La derecha no pasará del 18 por ciento y nosotros ganaremos por mayoría”. El candidato Tsipras habla desde Creta en su último mitin de campaña. Los altavoces difunden su voz grave en toda la calle, y las consignas llegan hasta las terrazas, donde chicas ociosas fuman y toman pequeños cafés sin parar. El candidato no se fía de las encuestas e intenta convencer desesperadamente al 11 por ciento de indecisos que mañana domingo puede darle la mayoría absoluta. Eliseos, camarero, es uno de ellos: “Tsipras, Samarás…es lo mismo. Yo estoy muy contento de ser anarquista”. Samarás, por su parte, candidato de Nueva Democracia, el partido que falseó las cifras de entrada en el euro, está hablando en Atenas, pero a la media hora del mitin, ya no queda una sola bandera griega ni en las calles, ni en el metro.
En la televisión hay un programa que se llama “Proyecto Rojo”. A Ulises le recuerda otro llamado “Al rojo vivo”. Por unos momentos le parece estar ante la Sexta. ¿No es Pablo Iglesias el entrevistado? La periodista pregunta al líder de Podemos. “Usted es muy joven, 36 años. ¿Le parece estar preparado para gobernar?”. Hace seis años a Alexis Tsipras, con 34, le hicieron la misma pregunta y el líder de Tsyriza dijo: no, no estamos preparados, se ganó unas buenas simpatías por su sinceridad y hoy es el candidato más atractivo. Iglesias no lo duda: “sí, claro que estamos preparados; los que no están preparados son los que nos han metido en esto”.
Grecia debe 280.000 millones de euros. Todavía no han nacido las generaciones que podrán pagar esta deuda. Los dueños de los mercados sugieren que el país venda sus islas. Dan por finiquitado al enfermo y proponen emplear recursos en las economías que todavía pueden salvarse. Y citan a España, por ejemplo.
Los atenienses de la calle no confían mucho en las elecciones. Ellos inventaron el escepticismo y el estoicismo. Todavía se sienten criaturas traídas y llevadas por los dioses, ante quienes poco puede hacerse. Los más viejos juegan una partida de tabli (backgammon) en una taberna rodeados por chupitos de ouzo. Katerina, 70 años, opina que el problema no son las elecciones sino el día siguiente.
Chicas con minifaldas vertiginosas pasean las calles de Karaiskaki a última hora de la noche. Ulises ya no les pregunta. Se interroga sobre la decadencia de su patria. ¿Viene de ahora o no se fue nunca? Las últimas emisiones de televisión están pobladas de músculos, boxeo y concursos de Gran Hermano. En lo alto, el Partenón llora una lluvia triste sobre sus ciudadanos.Texto: Emilio Garrido
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