En el “prime time” de los grandes canales de la televisión abierta de Estados Unidos, los conductores de noticias se han encargado de atribuir al islamismo la ola terrorista comenzada con los atentados del 11 de septiembre 2001. En esta legión se sostuvo que el terrorismo era más que Al Queda y que una suerte de islamismo radical “versión 2.0” con enorme fuerza asociativa sería responsable exclusivo del terrorismo. El resultado fue el endurecimiento de la política de la OTAN y los países que la forman, hacia la "normalización forzada" de los países con predominio islámico.
Después de la tragedia del 7 de enero en París donde fueron asesinadas al menos doce personas, conducir el análisis a la premisa de un mundo islámico en revuelta contra la cultura occidental, impide ver el centro del asunto. Así mismo, enfatizar que el hecho pone en peligro la libertad de expresión, porque el medio caricaturizó al profeta fundador del islamismo, es alejarse del problema de fondo. Sería poco convincente atribuir este último atentado en Francia, a una motivación diferente al que causan los ataques terroristas que ocurren casi diariamente en Siria, Irak, Afganistán y Yémen últimamente. La matriz con el objetivo para desestabilizar es la misma. El contingente de terroristas organizados para llevarla adelante tiene el mismo origen: La descomposición ética en el actual sistema de relaciones internacionales, que se ve reflejada en la dificultad de resolver políticamente la guerra que afecta a Siria.
El clima internacional proclive a la actividad terrorista, ha sido en gran parte estimulado por el plan para derrocar al presidente en Siria, Bashar al- Assad, que lleva más de tres años de ejecución. Bajo el diseño de este plan, que Naciones Unidas ha sido incapaz de detenerlo, países como Qatar y Arabia Saudita, en alianza con Turquía e Israel, han contribuido al crecimiento del actual contingente terrorista que se parapeta bajo la fachada de un estado islámico en guerra, como ISIS o DAESH.
El actual orden mundial caracterizado laxamente como de globalización , al hacer prevalecer el objetivo económico y geopolítico, sobre la formación de un sistema de cooperación y desarrollo entre las naciones, ha llevado a la violencia estatal y no estatal a niveles nunca vistos en las últimas tres décadas. En este plano, las potencias occidentales, de las economías más poderosas, tienen la mayor parte de la responsabilidad. Las naciones donde han surgido las redes terroristas post desplome soviético, han sido precisamente aquellas donde la OTAN con Estados Unidos a la cabeza, instalaron el recurso de la violencia extrema para combatir la expansión del comunismo. El pecado original consiste en haber introducido adiestramiento insurreccional y fobia antisoviética en las escuelas coránicas para jóvenes en Afganistán y Pakistán.
Estos atentados ocurren principalmente en aquellas naciones que han participado en una intervención o invasión de la OTAN en los países donde se formaron terroristas con el objetivo anti soviético. Son contingentes de una suerte de épica anticomunista y que al colapsar el poderío soviético, y ver que les cambian las cartas sobre la mesa, sienten que han sido utilizados con los mismos objetivos coloniales de antaño.
Por su política de supremacía global, la Alianza Transatlántica como máximo organismo encargado de la seguridad estratégica de las democracias occidentales, ha contribuido a desatar más de 50 conflictos armados en el período post desplome soviético. El armamentismo de Estados Unidos ha estado a la cabeza de este lacerante ambiente de conflictos armados y tensión internacional. Esta histórica Alianza creada para combatir al comunismo, cuando ha tenido todo el espacio del poder a su disposición, sin que ninguna potencia o alianza de países se le ponga al frente, ha generado más conflictos armados que en todo el período de la guerra fría.
Tarde o temprano, a Francia le tocaría su turno de sufrir un ataque de las redes terroristas que amenazan con la estabilidad de varios estados. Lo sufrieron el Reino unido y España por su involucramiento con la invasión a Irak en 2003. Francia ha sido protagonista en las negociaciones en torno a superar la crisis en Siria e Irak y participa activamente en esa dualidad de derrotar al ISIS y apoyar a los rebeldes que hace tres años no pueden derrocar al presidente Bashar al -Assad.
El llamado mundo occidental estaciona la cultura islámica en un atraso de varios siglos respecto a la occidental, contradiciendo la constatación de que no existen culturas fuertes o débiles, ni superiores o inferiores. Solo son diferentes. Predominan los ecos de siglos con la visión retrógrada a de “Cultura Fuerte versus Cultura Débil”. Lo del 7 de enero fue más que un atentado terrorista. No es Francia la que se desestabiliza. Lo que continua inestable es la capacidad de comprender el centro del problema que genera la actual actividad terrorista. Eso incumbe a las autoridades francesas y su aspiración para disminuir los actuales focos de tensión internacional. Texto: J. Fco. Coloane. Ver también: Oriente y Occidente
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