Al observar las características actuales de los sistemas políticos y los partidos políticos, nos encontramos con el dilema de fondo del estado liberal en las actuales condiciones del sistema económico, que se encapsula a veces con el fenómeno más general de la globalización. Es la realidad de un sistema económico en búsqueda de un nuevo sistema político porque el actual ya no le sirve.
Los refererendos realizados en Francia y los Países Bajos en 2005 rechazando esa constitución única han sido indicadores emblemáticos de la crisis del estado liberal en el corazón territorial del liberalismo. Diversas expresiones políticas en Europa como la dificultad de realizar referéndums para asentar la constitución única europea, así como la ola de conservadurismo y el fortalecimiento de la extrema derecha en las últimas elecciones en Gran Bretaña, Francia, Alemania y Dinamarca, ilustran la falta de sincronía entre sistema económico y sistema político.
En Estados Unidos el avance de la extrema derecha se ha hecho sentir en las dificultades que ha tenido Barack Obama para desarrollar su programa de reformas social demócratas, para muchos más inocuas que “en la medida de lo posible”. Todo da cuenta de un sistema político que se embotella y no está dando cuenta de la diversidad de posiciones que enfrenta el sistema económico.
El caso de Chile también es significativo porque siendo un alumno privilegiado de las medidas del ajuste estructural de los años 80 y con una trayectoria de 30 años de implementarlas, exhibe un sistema político de representatividad cuestionado e incapaz de abordar las reformas al modelo que los movimientos sociales exigieron en 2011 y 2012. En un círculo vicioso digno de una manual de sociología de la frustración, en Chile la derecha y el conservadurismo durante casi la totalidad de los 25 años post dictadura, han gobernado a través de una social democracia condicionada por el peso del gran capital transnacional y sus inversiones.
El actual gobierno de la presidenta Michelle Bachelet, apoyado por una nueva coalición de centro izquierda llamada Nueva Mayoría, sufre también los embates de esa ola ultraconservadora que surge justamente cuando el estado liberal entra en etapas de mayor crisis. Sucedió en la década de 1970 y se prolongó hasta década siguiente que es cuando se aplica el ajuste económico que tenía como propósito, no solo el libre mercado desatado, sino la virtual destrucción de la política y su sustento mayor, que es la legitimidad del estado como el único gran mediador.
Es en la ola conservadora donde se refugia el gran capital en la actual crisis del estado liberal. Se sostiene sobre los sistemas rígidos de reproducción de liderazgo y que permanecen protegidos al cambio mostrando facetas de confrontación y división que se confunde con debate y democracia. La crisis revitaliza las doctrinas conservadoras que recurre a los remanentes de la guerra fría donde prevalece la cultura del control y la desconfianza para dominar, con el uso de redes que se superponen a las personas que eligen representantes. Más que redes, se trata de infiltrar las bases de la ciudadanía, en sus niveles más básicos de autonomía política para someterse al dictamen de los órganos del poder, entre ellos, los partidos políticos dominados por el gran capital. No hay mucho de misterio en esto y la tonada es monótona.
La estructura de los partidos políticos consolidada en la era pos segunda guerra mundial y orientada a defender el gran capital, ha conformado estancos rígidos de poder con partidos blindados absorbiendo todo el clima de la confrontación. Se benefician partidos cuyos objetivos consisten en acceder a cuotas de poder y mantenerse en un sistema corporativo del poder político, económico y militar, formando el sistema mayor que se expresa en el gobierno y el estado. Charles Wright Mills, lo describe magistralmente en un clásico, La Elite del Poder (The Power Elite. 1956), apoyo sociológico indispensable y que al parecer desapareció de las lecturas regulares en el estudio de la política.
Los sistemas políticos y de partidos en este escenario de poder corporativo, ven reducidas las posibilidades de representatividad efectiva y real en el sentido de no poder expresar la diversidad de necesidades en una población cada vez más multifacética y con intereses más complejos. La ausencia de un sistema político más horizontal y participativo que lo sustente, es en el fondo la ventaja del actual sistema económico, porque con horizontalidad pierde eficacia y en donde la representatividad solo puede aplicarse con verticalidad.
Una matriz analítica más amplia se hace cada vez más necesaria y bien por Thomas Piketty, el economista que ha denunciado la desigualdad histórica como ninguno otro. Qué mejor oportunidad para introducir la crisis política del estado liberal en el debate en una perspectiva más masiva. Para que los detentores del actual modelo que sofoca palpen la amenaza real y no solo en la abstracción del análisis o, en el peor de los casos, en un sistema político que ya no presta los servicios requeridos. No es solo la cooptación del sistema político, es más que eso. Es el fracaso del estado liberal frente a ese gigantesco mundo corporativo del gran capital cooptando las pocas garantías que ofrece de justicia social. Texto: Juan F. Coloane. Ver también: La crisis del estado liberal (Parte I de III)
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