Desde el fin del mundo bipolar con la Unión Soviética y Estados Unidos compitiendo por una utópica supremacía global, la ausencia de un orden mundial ha consistido en un período permisivo para exacerbar nuevos desequilibrios y apetitos por expansión en distintos niveles. La coyuntura política internacional en torno a Ucrania, Crimea, Siria, Irán, Corea del Norte y, en los diferendos territoriales entre China y Japón, y China con Vietnam, es el resultado de ese fenómeno que refleja cierto grado de descomposición institucional en los órganos que contribuyen a mantener la convivencia internacional.
La estructura multilateral de la ONU no ha llenado el vacío y no es accidental que en cada caso estén involucrados China y Rusia, frente a un actor central que amenaza con desestabilizar los equilibrios como es la Alianza Transatlántica. Esto sucede principalmente por el peso monetario y político de las corporaciones transnacionales que en su mayor parte portan las banderas de los países de la OTAN, estandarte bélico del poder Transatlántico.
La actual tendencia de los equilibrios en política internacional está determinada por el diseño del capital transnacional. La idea es no facilitar el espacio económico fuera del circuito de la Alianza Transatlántica, a las naciones que impulsan sus propias corporaciones de alcance global como China, Rusia, India, Sudáfrica y Brasil y otras con desarrollo emergente y de alcance medio. Las inconclusas negociaciones en plataformas como la de Doha por 12 años y las dificultades de llevar adelante un clima apto para negociar con equidad y justicia y no de virtual chantaje por parte de los países más industrializados, -especialmente Estados Unidos, Canadá y la Europa comunitaria más desarrollada-, en la Organización Mundial de Comercio (OMC), le asestaron un golpe justo al corazón del modelo que es el libre intercambio. Se demostró que cuando se trata de racionalizar (colocar reglas en función de compartir y no de dominar) la noción de multilateralismo no se adapta al salvajismo que prevalece en el comercio.
La reunión de la OMC en la primera semana de Diciembre 2013, en Bali, Indonesia, ha generado expectativas porque era la primera vez que desde su fundación en 1995 se había llegado a un acuerdo multilateral de comercio en facilitar y transparentar procedimientos, apoyar el desarrollo y la seguridad alimentaria de los países más pobres, y reducir el proteccionismo en la exportación de productos. Sin embargo, con el correr de los meses este acuerdo es analizado como un triunfo de los países industrializados y cuestionado por expertos de países como India por invadir dominios de las grandes potencias productoras de alimentos.
Uno de los factores determinantes en el actual clima internacional proviene de la inversión extranjera y del poderío económico de las Corporaciones Transnacionales (CT) no financieras. Las cadenas de valor mundiales coordinadas por las CT no financieras, representan aproximadamente el 80% de lo que circula en el comercio mundial.
La mayor parte del capital circulando por el mundo se origina en estas corporaciones. Del centenar de CT con mayor volumen y alcance global, 80 de ellas declaran banderas en naciones de la Alianza Transatlántica. Jacques Maisonrouge, legendario presidente de la IBM, en 1974, en medio de una severa crisis económica mundial, afirmaba que las corporaciones globales necesitaban dialogar con una entidad compuesta por miembros de la fuerza laboral, el Gobierno y las compañías transnacionales y así enunciar nuevas reglas del juego. A partir del ajuste estructural que se implanta en la década siguiente, las reglas del juego demandaron desarrollar uniformidad de gobiernos para instalar una sola entidad económica mundial. Se abría la oportunidad para un orden político mundial más flexible del que plantea la gobernabilidad desde la perspectiva del estado-nación.
Es la época del liberalismo desatado para salvar al sistema de la crisis, con todo cojeaba de una pata: no había una ideología clara. En la década de los años 70, con el fin de la guerra en Vietnam, surge con más fuerza en el sector corporativo de EEUU la idea de legitimar un sistema único de gobierno utilizando la doctrina de los derechos humanos como el bastión ideológico detrás del libre mercado. (1)
Por ese camino se generaron dos problemas. Primero, el concepto de libertad (capitalista) opera con mayor eficacia cuando no existen desigualdades económicas significativas. El segundo consiste en que al colocar a la corporación transnacional por sobre la identidad nacional, la protección a los derechos humanos y la libertad ha sido un instrumento que tiende a privilegiar a los países que han sido siempre más poderosos, particularmente las naciones con tradición colonialista. Identidades, culturas, nacionalidades, raíces, tradiciones, forman la retaguardia o desaparecen en la carrera desenfrenada por la máxima rentabilidad del capital sin fronteras.
En este plano de instalación de una idea de gobiernos alineados con el capital transnacional, los derechos humanos se usan como otra “tecnología” al servicio del poder. En la apariencia, el sistema político democrático que se propaga con los Derechos Humanos como centro, se presenta como abierto, pero en el fondo es el autoritarismo del gran capital corporativo que incita a violaciones de derechos humanos que no están tipificadas y que tienen que ver con identidades, culturas, nacionalidades, raíces, tradiciones.
Si hay mercado libre, hay gobernabilidad, si no lo hay, es el camino a la insurgencia. Esta fórmula simple de concebir el poder es deliberada, porque el sistema vigente no ofrece otra alternativa y cuando hay protesta cierra filas en el autoritarismo o en la tendencia creciente a "secuestrar" el sistema político del estado liberal. Después de 30 años de ajuste económico global permanente sin distribución, ni de ingreso, ni de poder político, el desajuste político que amenaza a la estabilidad de los estados, no solo está vulnerando el sistema global sino también a la potencia hegemónica que lo ha sustentado: Estados Unidos y sus aliados. Texto: J. F.Coloane. Fin de parte III de III. Ver también: 'Parte II'.
Nota:(1) Desde la existencia de la Unión Soviética y el llamado campo socialista bajo su influencia, invocar el respeto a los derechos humanos ha sido para la Alianza Transatlántica un instrumento de perforación de sistemas políticos autónomos, o de los países que no están bajo su influencia. No se aplica a los países que están bajo la influencia de esta alianza, como las monarquías del golfo pérsico, o naciones aliadas del África, Asia y América Latina que violan permanentemente los derechos humanos.
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