Las contradicciones del equilibrio de poder
Tras los desastrosos fracasos en Irak y Afganistán, la nueva estrategia de equilibrio de poder de USA responde a su intento de estabilizar la región sin comprometerse a un despliegue de tropas a gran escala. Consciente del declive de EE UU como potencia en la región, trata de cerrar acuerdos con Estados como Irán, que hasta ahora eran a los ojos de Washington simplemente enemigos. Al mismo tiempo, necesita asegurarse la fidelidad de rivales regionales como Arabia Saudí e Israel, pero cada vez que EE UU se inclina en una dirección, los del otro lado hacen todo lo posible por socavar cualquier acuerdo con sus adversarios. A resultas de ello, Washington tiene dificultades para moverse en este berenjenal de intereses contradictorios. La expansión del EI en Siria e Irak ha puesto a prueba la estrategia de los EE.UU. Este ha forjado una coalición internacional de 60 países para contener, debilitar y a ser posible destruir el EI, pero se ha negado a desplegar tropas de combate en ninguno de estos dos países. En vez de ello, ha lanzado una vasta campaña de bombardeos contra el EI para apoyar a fuerzas terrestres aliadas, acompañadas de un número creciente de asesores y fuerzas especiales estadounidenses.
En Siria, EE UU ha establecido una alianza de hecho con Assad. Un reciente titular del Wall Street Journal lo dice todo: “EE UU ha mantenido contactos con el régimen de Assad durante años”. El diario informa que “en 2014, cuando EE UU multiplicó las incursiones aéreas contra los yihadistas, funcionarios del Departamento de Estado llamaron por teléfono a sus homólogos del ministerio sirio de Asuntos Exteriores para asegurarse de que Damasco diera vía libre a los aviones estadounidenses en los cielos de Siria”. Assad aprovechó la oportunidad para aplastar a lo que quedaba de la revolución en vez de combatir al EI. A su vez, EE UU entrenó en Arabia Saudí a una pequeña fuerza de oposición para combatir, no contra Assad, sino contra el EI, en un esfuerzo en gran parte infructuoso. En Irak, EE UU bombardea las posiciones del EI, mientras el Estado chií y el gobierno regional kurdo se encargan de la ofensiva terrestre.
EE UU se ha apoyado en este esfuerzo en sus alianzas tradicionales con Egipto, Turquía, Arabia Saudí e Israel. Al mismo tiempo, no solo coopera con Siria, sino también con Irán y Rusia. Ha suscrito un acuerdo con Irán relativo a su programa nuclear, por el que Teherán acepta restricciones e inspecciones a cambio de un alivio de las sanciones económicas occidentales. Todavía más desconcertante es el hecho de que Washington se haya visto forzado a dirigirse a Rusia para entablar negociaciones con Assad con vistas a un acuerdo de paz en Siria, aun estando empantanado en una nueva guerra fría con el Kremlin. Consciente de la debilidad de Washington, Putin decidió lanzar su propia guerra aérea en Siria. Pese a las afirmaciones de Putin de que combate al EI, más del 80% de sus incursiones aéreas han estado apuntando a otros objetivos, incluidas fuerzas apoyadas por EE UU.
Aliados desbocados
Israel, Turquía y Arabia Saudí se oponen categóricamente a los acuerdos de los EUA con sus respectivos adversarios regionales. Cada uno de estos países ha intentado impedir su pacto nuclear con Irán y su búsqueda de un acuerdo de paz que preserve al Estado sirio mediante interferencias en el interior de EE UU. A pesar de ser aliados de EE UU, cada uno de ellos adopta medidas que se cruzan en el camino de la política del gobierno USA. En una interferencia sin precedentes en la política estadounidense, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, apoyó al candidato republicano Mitt Romney frente a Obama en las elecciones presidenciales de 2012. Asimismo, ninguneó al presidente cuando aceptó una invitación de los republicanos para hablar en el Congreso sobre Irán en 2015.
Turquía, a pesar de ser miembro de la OTAN, también actúa por su cuenta de un modo agresivo con arreglo a sus propios planes. Bajo el régimen de Recep Erdogan, practica lo que algunos han denominado “neootomanismo”, presentándose como un nuevo modelo para Oriente Medio: un régimen islámico moderado con una floreciente economía neoliberal. Después de aplastar su propia “primavera” turca en el parque Gezi en 2013, el presidente turco lanzó al poco tiempo una campaña para hacer retroceder al Partido Democrático del Pueblo (HDP) en las últimas elecciones: un partido de izquierda que defiende a los kurdos. Después de adoptar medidas represivas contra el HDP, reanudó la guerra contra el Partido Kurdo de los Trabajadores (PKK). Este ataque a los kurdos, cuyo partido hermano en Siria cuenta con el apoyo parcial de EE UU, amenaza con socavar los intentos estadounidenses de asegurar una solución política en Siria.
Turquía también reaccionó enérgicamente tras la intervención rusa en Siria en defensa de Assad, abatiendo un avión ruso que estaba bombardeando en una zona fronteriza en litigio, habitada por la minoría turcomana siria. Rusia respondió imponiendo sanciones draconianas a Turquía y amenazó con disparar contra cualquier caza turco que penetrara en el espacio aéreo sirio.
Arabia Saudí es otro de los países que han tomado un rumbo cada vez más independiente. Ha mantenido la producción de petróleo en su nivel actual, asegurándose de que su precio siga bajando a medida que se desacelera el crecimiento de la economía mundial. EE UU se beneficia en parte de esta situación, ya que asesta un nuevo golpe a la economía rusa, ya de por sí debilitada a raíz de las sanciones occidentales. Claro que los saudíes también persiguen otros objetivos: pretenden socavar la industria de fracturación hidráulica (fracking) estadounidense, que para ellos es una competidora. Además, se resisten a dejar que aumenten los precios del petróleo, por mucho que esto les genere un déficit presupuestario nunca visto en Arabia Saudí, por temor a que unos precios más altos favorezcan a la industria petrolera de Irán e Irak.
El peligro de la política saudí para EE UU estriba en que hará que Rusia e Irán estrechen sus relaciones con China. Esto amenaza con minar la estrategia de equilibrio de poder de USA y su esfuerzo por prevenir el ascenso de una alianza rival que tenga acceso independiente a las reservas de petróleo y gas natural. Riad había intentado a la desesperada impedir el acercamiento entre EE UU e Irán y un posible acuerdo de paz en Siria que preservara el régimen de Asad, además de desviar la atención de la crisis presupuestaria en que está sumido el país debido a la caída de los precios del petróleo. Para alcanzar estos objetivos recurrió al sectarismo: ejecutó a 47 prisioneros acusados de terrorismo, incluido el famoso dirigente de la rebelión chií contra la monarquía saudí en 2011, el jeque Nimr al Nimr. Irán condenó el acto, y su líder supremo declaró que “la mano divina de la represalia apretará el cuello de los políticos saudíes”. El gobierno iraní permitió asimismo que una protesta popular en Teherán saqueara la embajada saudí.
Riad obtuvo la respuesta que buscaba y aprovechó la ocasión: junto con Bahréin, Sudán y Kuwait, rompió las relaciones diplomáticas con Irán y los Emiratos Árabes Unidos las rebajaron de nivel. En estos momentos, la región entera está todavía más polarizada en bloques sectarios, uno dirigido por Irán y el otro por Arabia Saudí, lo cual dificultará aún más que EE UU pueda mediar en algún tipo de acuerdo que preserve el régimen sirio. Sin embargo, Arabia Saudí sigue siendo un aliado clave en la región. USA acaba de aprobar un nuevo contrato por un valor de 1.290 millones de dólares para este país, que actualmente libra una brutal guerra aérea en Yemen que se ha cobrado ya miles de vidas.
Liberales contra neoconservadores
Varios neoconservadores, como Robert Kagan, han criticado la política exterior de Obama, afirmando que de hecho EE UU no se halla en declive relativo, sino que sufre de falta de voluntad política. Kagan defiende que Obama debería abandonar su estrategia de equilibrio de poder y en su lugar desplegar 50 000 tropas terrestres en Irak y Siria para destruir el EI y poner orden en estos países y en toda la región/46. La postura de Kagan se basa en la negación de la realidad del declive de EE UU. Para EE UU otra guerra sobre el terreno en la región sería igual de desastrosa que la invasión original de Irak. Pero demuestra correctamente que la estrategia de USA apenas tiene probabilidades de triunfar.
USA ha respondido a sus críticos con una campaña mediática en la que defiende su estrategia y celebra una sucesión de éxitos contra el EI. En Irak, han logrado algunas victorias: el bombardeo de posiciones del EI en Ramadi ha permitido a las fuerzas especiales suníes y líderes tribales expulsar al EI de la ciudad. En realidad, sin embargo, el EI no ofreció mucha resistencia, prefiriendo retirarse a su bastión en Mosul, donde ha concentrado sus tropas, que están cayendo en el mismo momento que se escriben estas líneas. Por mucho que el Estado iraquí puedan derrotar allí al EI, es probable que se topen después con una guerra de guerrillas durante años. Es más, EE UU ha avanzado muy poco en la superación de las divisiones étnicas y sectarias dentro del país. La élite y las masas suníes siguen viendo el Estado gobernado por los chiíes como un opresor. Y los kurdos han conseguido la independencia de hecho en su parte del país.
En Siria, EE UU busca a la desesperada un acuerdo de paz, pero dado el apoyo intransigente de Rusia a Assad y la hostilidad absoluta de la oposición alineada con EE UU hacia el dictador, es difícil ver alguna solución fácil para una transición ordenada. Las partes contendientes persiguen fines muy distintos, e incluso si se llega a un arreglo, en el mejor de los casos mantendrá el actual Estado neoliberal que ha condenado a la miseria de los trabajadores y campesinos del país y que dio pie en su momento a la revuelta popular.
El efecto geopolítico del bajón económico mundial
La desaceleración económica mundial seguramente intensificará los cismas y las crisis regionales dentro del orden multipolar asimétrico. La directora gerente del FMI, Christine Lagarde, ha advertido que el sistema mundial se enfrenta “al riesgo de un nuevo periodo de crecimiento mediocre-bajo durante un tiempo prolongado”. A diferencia de 2008, el epicentro de las tendencias a la crisis en el sistema se halla en China, que experimenta una desaceleración con una tasa de crecimiento oficial de alrededor del 6,8 %, pero hay quienes calculan que la cifra real está más cerca del 3 %. Los estímulos del Estado han agravado el problema de la sobreinversión, la sobrecapacidad, la caída de la tasa de beneficio y el alto nivel de endeudamiento.
La desaceleración china golpea a sus economías tributarias de América Latina a Asia. Debido a colapso de los precios de las materias primas, países como Brasil, Venezuela y Rusia han caído en una profunda recesión. En efecto, actualmente los BRICS suelen responder al calificativo de “los cinco frágiles”, y hay quien ha ampliado su número para incluir a “los diez atribulados”. Algunos países situados en el corazón del sistema, como Canadá, también se han visto arrastrados a la recesión, y otros como Australia han comenzado a crecer menos. Mientras China arrastra la economía mundial pendiente abajo y Europa no sale del estancamiento, la recuperación de EE UU es la más sólida de las economías capitalistas avanzadas. Temiendo la perspectiva de la inflación, el banco central estadounidense, la Reserva Federal, ha dado prioridad al capital de su propio país y ha elevado los tipos de interés. Este aumento debilitará todavía más a unos mercados emergentes ya sacudidos por la caída de los precios de las materias primas.
Los capitales ya han empezado a huir a EE UU como apuesta más segura, dejando a los mercados emergentes sin apenas posibilidad de invertir. El Instituto de Finanzas Internacionales informa que los flujos netos de capitales serán negativos para los mercados emergentes por primera vez desde 1988. El aumento de tipos de la Reserva Federal también empujará al alza los tipos de interés en los mercados emergentes justo cuando convendría rebajarlos para favorecer el crédito y la inversión. Finalmente, los préstamos en dólares resultarán más caros de devolver. Así, Nouriel Roubini predice que “el abandono de la política de tipos cero por parte de la Reserva Federal provocará graves problemas a aquellas economías emergentes que tienen amplias necesidades de créditos internos y externos, una enorme deuda denominada en dólares y una gran fragilidad macroeconómica y política. La desaceleración económica de China, junto con el fin del superciclo de las materias primas, generará todavía más vientos en contra para las economías emergentes”.
Aunque no es posible predecir cuál será el efecto a largo plazo del bajón económico mundial en el equilibrio de poder entre las grandes potencias, sabemos que intensificará las rivalidades en el sistema en la medida en que cada Estado aplica políticas en interés de su respectiva clase capitalista y pretende que sus competidores paguen el precio de la desaceleración en curso. Además, las crecientes tensiones militares entre Estados rivales presionarán sobre unos presupuestos ya muy mermados por las enormes deudas contraídas con el rescate del capitalismo tras la crisis financiera de 2007-2008.
También agravará las crisis regionales. Los países asiáticos, ya embarcados en sendos conflictos, se dedican ahora a efectuar devaluaciones competitivas de sus respectivas monedas. En Europa, el estancamiento ya está exacerbando las tendencias centrífugas que amenazan a la UE. El creciente descontento con la austeridad genera una oposición a la UE tanto de izquierda (como muestran los ejemplos de Syriza en Grecia y de Podemos en España) como de derecha, encabezada esta última por una serie de partidos que alimentan sentimientos xenófobos contra los inmigrantes, los refugiados y los musulmanes. Incluso Rusia ha intervenido en varios países para financiar partidos de derecha, incluido el Frente Nacional francés para minar las bases de la UE. Tal vez lo más preocupante sea el efecto que tendrá la desaceleración global en Oriente Medio. Desgarrado por las potencias imperiales que respaldan a bandos opuestos en la rivalidad entre Estados de la región, la caída del precio del petróleo generará enormes tensiones en la economía de estos países, que depende casi totalmente de las rentas petroleras. Arabia Saudí ya registra un déficit récord de 98.000 millones de dólares, y algunos analistas temen que podría agotar sus reservas de divisas de 640.000 millones de dólares de aquí a 2020. Los demás países productores de petróleo de la región también se verán muy afectados, incluidos los rivales de Arabia Saudí: Irán e Irak. Bajo la presión presupuestaria, todos estos Estados estarán todavía más tentados de desviar la atención de sus recortes presupuestarios mediante el ruido de sables nacionalista y la utilización de minorías religiosas como chivos expiatorios.
Tendencias contrapuestas
Mientras que otra ronda de crisis intensificará la rivalidad en el orden mundial multipolar asimétrico, tres tendencias contrapuestas reducen la posibilidad de que degenere en una guerra abierta. En primer lugar, los principales centros de acumulación de capital en el mundo, inclusive EE UU y China, están sumamente integrados en el plano económico. Apple, por ejemplo, que realiza la gran mayoría de sus desarrollos de alta tecnología y diseño en EE UU, depende en buena medida de la empresa taiwanesa Foxcon y de sus fábricas radicadas en China continental. Esto significa que las clases capitalistas y sus Estados tienen un interés económico en evitar conflictos hostiles.
En segundo lugar, EE UU tiene una ventaja militar aplastante sobre sus rivales menores. A pesar del aumento de los presupuestos de defensa de China y Rusia, EE UU todavía gasta más en este terreno que sus inmediatos seguidores juntos. Es la única potencia militar realmente global, lo que induce a las potencias imperialistas menores a evitar el enfrentamiento abierto con EE UU. En tercer lugar, EE UU, China y Rusia tienen grandes arsenales nucleares. El espectro de lo que durante la guerra fría se llamaba “destrucción mutua asegurada” acecha detrás de cada conflicto menor. Todos están interesados en evitar este tipo de conflagración. Estos tres factores frenan el desarrollo de guerras abiertas entre EE UU y sus rivales. Es más probable que las rivalidades se diriman a través de una cooperación antagonista o un pulso como el de la guerra fría. No obstante, la alteración continua del equilibrio de poder económico acumula tensiones crecientes en el sistema, sobre todo entre EE UU y China. Texto: Ashley Smith. Ver: Parte I
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