En esto reside la incertidumbre para el orden económico liberal en el este de Asia, apuntalado por la hegemonía estadounidense. Las élites chinas se han beneficiado masivamente de su integración con este orden, pero la continuación de su legitimidad dentro de China depende de un proyecto nacionalista etnocéntrico que corre el peligro de convertirse en “demasiado antiliberal” desde el punto de vista de Occidente. La rápida modernización militar china y las crecientes disputas territoriales en los mares del este y del sur de China son aspectos de esta situación.
Entonces aparece el TPP
El secretario de defensa de EE.UU. Ashton Carter lo comprendió bien cuando declaró que la firma del TPP es más importante que enviar otro portaaviones al este de Asia. Un factor esencial tras la longevidad del poder estadounidense en la era posterior a la Segunda Guerra Mundial es su capacidad de permear otras economías de una manera que alinea estructuralmente los intereses de sus clases dominantes con los intereses de la hegemonía estadounidense. Las élites japonesas apoyan firmemente la hegemonía de EE.UU. no porque se sientan forzadas a hacerlo, sino porque lo hacen en función de sus propios intereses.
Las élites chinas ya dependen del capitalismo global, pero para asegurar que siga siendo así en el futuro previsible, EE.UU. necesita su mayor liberalización e integración con el capital global –y por tanto la dependencia de este- (esencialmente corporaciones estadounidenses), finanzas globales (centradas en Wall Street y la Reserva Federal de EE.UU.) y de exportaciones a consumidores occidentales (especialmente estadounidenses).
Por cierto, no todo tiene que ver con China. EE.UU. ha estado presionando a Japón para que liberalice su economía desde los años 70 y el TPP continúa esta búsqueda presionando a agricultores y fabricantes de automóviles japoneses. Malasia, México y Vietnam son importantes plataformas de exportación que compiten con China por capital extranjero. Australia, Canadá y Nueva Zelanda son importantes aliados de EE.UU. En términos generales, mientras más países liberalizan, más abiertos se hacen a la influencia estadounidense. Pero todos, incluyendo a los chinos, saben que el TPP tiene que ver sobre todo con China, convirtiéndolo en uno de los acuerdos comerciales más geopolíticamente orientados de todos los tiempos.
El TPP tiene que ver con el establecimiento de las normas y reglas del futuro, encerrando a las regiones más dinámicas del globo –Asia oriental, y especialmente China– en el capitalismo global centrado en Estados Unidos. Si EE.UU. puede forjar estándares comunes en la protección de la PI y el arbitraje de inversionistas con Japón y Europa Occidental mediante el TTIP [Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones], Occidente puede seguir fijando las reglas de intercambio para el resto del mundo.
Por lo tanto, si China quiere continuar su integración con el capitalismo global (lo que tiene que hacer, porque una aguda disminución en el crecimiento económico debilitaría la autoridad del PCC), entonces China se verá presionada a seguir liberalizando y armonizando sus reglas y regulaciones según los “estándares internacionales” establecidos por Occidente. El ajuste a la creciente liberalización también reducirá la prominencia de cualquier modelo alternativo coherente de “capitalismo de Estado” para que sea adoptado por otros.
Esto es lo que algunos llaman “poder estructural”, la capacidad de fijar las reglas y normas del sistema de modo que otros tengan pocas alternativas aparte de ajustarse. El poder estructural es frecuentemente más efectivo que el “poder relacional” o simplemente tratar de obligar a otros a hacer algo. Y explica por qué China, a pesar de expresar un interés en participar, está siendo excluida de las negociaciones del TPP, para que no pueda alterar las reglas.
Los artífices del TPP están estructurando el acuerdo para que sirva a sus propios intereses: protección de los derechos de propiedad intelectual y arbitraje de inversionistas facilitan la continuación de la dominación de las mayores corporaciones del mundo, que siguen siendo europeas, japonesas y sobre todo estadounidenses.
La protección de la propiedad intelectual asegura que los sectores de conocimiento avanzado, como la industria farmacéutica, mantengan sus saludables márgenes de beneficios (y que a los pobres se les nieguen medicamentos que salvan la vida). La agroindustria estadounidense se beneficiará de la apertura del sector agrícola de Japón, y Nike se beneficiará de la mayor liberalización de Vietnam (donde fabrica la mayor parte de sus zapatos).
Para comprender qué intereses se están sirviendo simplemente hay que notar que los representantes comerciales de EE.UU. van acompañados de más de seiscientos “asesores corporativos” a las negociaciones, que están envueltas en el secreto. ¿Asesores laborales? Ninguno.
El TPP también facilitará que las corporaciones transnacionales demanden a los Gobiernos regulaciones laborales, ecológicas, sanitarias, de seguridad y otras, a fin de obtener compensación con dineros públicos por “pérdida de ganancias futuras” debidas a la “expropiación”. Los mecanismos de resolución de disputas entre inversionistas y estados -que ya existen en numerosos tratados internacionales de inversión– serán consolidados y fortalecidos en el TPP para asegurar un solo estándar, más predecible, para la cantidad récord de nuevos casos.
Un caso semejante en 2011 involucró a Philip Morris, que invocó el tratado de inversión de 1993 entre Hong Kong y Australia por la “expropiación” de su propiedad intelectual. Australia aprobó algunas de las leyes de envase de cigarrillos más estrictas del mundo, cubriendo los paquetes con espantosas fotografías de tumores y eliminó el logo de marca de Philip Morris del frente. El TPP facilitará que las corporaciones cuestionen las políticas de salud pública y otras políticas en tribunales supranacionales, evadiendo las instituciones legales interiores.
El TPP está bajo presión en EE.UU., especialmente por parte de grandes sindicatos que argumentan que décadas de acuerdos comerciales y de inversión han aumentado el poder del capital sobre los trabajadores, llevando a la subcontratación en el extranjero de puestos de trabajo en la manufactura, aumentando vertiginosamente los niveles de desigualdad. Muchos en la UE se oponen al, todavía mayor, TTIP por razones semejantes, pero con más énfasis en arbitraje entre estados e inversionistas). Si se aprobase, el TPP sería el más expansivo tratado comercial y de inversión en la historia, abarcando un 40% del PIB mundial, un tercio de sus exportaciones y casi la mitad de la inversión extranjera directa del mundo. Probablemente daría un nuevo impulso a las negociaciones del TTIP, que se han atascado debido a las protestas masivas, incluyendo una petición con más de un millón de firmas. Presionaría a China a liberalizar aún más y a alinearse con los intereses del capital estadounidense, mientras el TPP se convierte en el modelo para futuros acuerdos megarregionales y de comercio e inversión. Sobre todo reforzaría aún más el poder del capital sobre los trabajadores en EE.UU. y en el exterior, asegurando que las regulaciones corporativas, laborales, y ecológicas se mantengan permisivas.
Por estos motivos es obvio que debemos oponernos al TPP, para no hablar de cualquier acuerdo internacional que realce el poder del capital. En lugar de acuerdos de “libre comercio” que protegen a inversionistas y corporaciones, la izquierda debería luchar por acuerdos internacionales que fortalezcan los estándares laborales y ecológicos (fijando medidas que se puedan hacer cumplir más allá de la simple retórica), proteger y nutrir el poder independiente de los sindicatos e imponer mayores regulaciones y controles del capital, incluyendo su movilidad.
Pero esto tiene que ocurrir en el contexto del cambio del equilibrio de las fuerzas sociales contra el capital en cada nación. Con los antiguos Segundo y Tercer Mundo (especialmente China) integrados ahora más profundamente que nunca en el capitalismo global, esta lucha es particularmente urgente en el centro del capitalismo global, EE.UU. Texto: S. S. Traducción: German L. Ver Parte I
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