Grecia, uno de los primeros países quebrados de la Eurozona, es un espejo en el que leer el futuro inmediato. A pesar de las continuas consignas de los gobiernos europeos que repiten como un mantra “Nosotros no somos Grecia”, las políticas aplicadas y sus consecuencias se han venido repitiendo de una forma u otra en los restantes países con problemas. Ahora, en el país mediterráneo se está llevando a cabo un ingente proceso de concentración bancaria, en el que las entidades financieras se devoran unas a otra para crear monstruos más voraces, en un festival caníbal alegremente financiado con dinero público sin importar la irresponsabilidad con la que hayan actuado los bancos. Una de las pocas consecuencias previsibles de esta crisis será el fortalecimiento de los bancos, que han conseguido darle la vuelta a la crisis y hacer de una debacle financiera, una crisis de los Estados. Grecia es una buena muestra de ello.
“Si te debo una libra, yo tengo el problema; pero si te debo un millón, el problema lo tienes tú”. Este aforismo del economista John Maynard Keynes ha sido utilizado profusamente en los últimos años para explicar la situación de crisis actual, y con todo el peso de la razón. La paradoja contenida en esta frase es sólo aparente pues, en efecto, en el caso de grandes deudas, los acreedores son los que más deben preocuparse por la solvencia del deudor, como se pone de manifiesto cuando un gobierno no corre a rescatar a un hipotecado moroso (deuda pequeña), pero sí a un banco, cuya quiebra podría suponer dejar un enorme reguero de deudas (en depósitos, acciones, bonos o cualquier otro tipo de obligación financiera). Es el famoso lema “too big to fail” (demasiado grande para dejarlo caer o quebrar) popularizado en el Congreso de Estados Unidos en la década de 1980 y ahora recuperado bien sea aplicado a bancos, empresas o economías nacionales.
La consciencia de este hecho ha creado un sistema que el economista griego Yanis Varoufakis, en su libro El Minotauro global, ha llamado “quiebrocracia” (bankruptocracy), un sistema en el que los bancos más grandes, y por tanto más proclives a dejar un gran agujero en la economía del sistema en caso de quiebra, tienen –hablando en plata- cogidos por los huevos a los Estados. Muy pronto al inicio de la crisis, los banqueros se dieron cuenta de que, por muy irresponsable que hubiese sido su comportamiento financiero, podían contar con el dinero de los contribuyentes para salvar sus entidades. Sólo había un requisito: que el banco fuese grande, cuanto más grande mejor. En ese caso se podía justificar tranquilamente el rescate de la empresa dado que no hacerlo entrañaría riesgos aún mayores.
La señal inequívoca de que este era el comportamiento a seguir fue Lehman Brothers. Cuando entre el verano de 2007 e inicios de 2008, la burbuja que se había formado debido a la desregulación que permitió la financiarización de la economía, la titulización y comercio abusivo de productos tóxicos (como las llamadas hipotecas basuras u otro tipos de préstamos con alto riesgo de impago) y el comportamiento irresponsable de los diversos actores económicos –desde inversores a reguladores- comenzó a pinchar, los gobiernos decidieron nacionalizar bancos como Northern Rock (Gran Bretaña), subvencionar con dinero público la adquisición privada del banco estadounidense de inversión Bear Stearns por JP Morgan y rescatar los institutos hipotecarios también estadounidenses Freddie Mac y Fannie Mae. En cambio, cuanto le tocó el turno de la quiebra a Lehman Brothers, el cuarto mayor banco de inversión en su país, el Tesoro de EE.UU. decidió que esta vez la entidad sí debía expiar sus pecados. “En las extraordinariamente tensas condiciones de septiembre de 2008, dejar quebrar a este banco fue una metedura de pata de proporciones colosales porque eliminó cualquier vestigio de confianza entre los bancos. Después de todo, Lehman no había hecho nada que otras muchas instituciones financieras no hubieran hecho. De repente, se volvió extremadamente peligroso prestar a otras instituciones financieras o comprar sus acciones. Las fichas de dominó comenzaron a caer inmediatamente, demostrando lo imprudente que es, en una crisis capitalista sistémica, basar la intervención del gobierno en el principio del ‘riesgo moral’”, escribe otro economista heleno, Costas Lapavitsas, en su ''El capitalismo financiarizado''.
“Riesgo moral” (moral hazard) es una forma suave de llamar a lo que se podría calificar, sin ambages, como “irresponsabilidad moral” si tomamos en cuenta su definición más extendida, como la que hace el Premio Nobel de Economía Paul Krugman: “una situación en la que una persona toma la decisión de cuánto riesgo correr mientras que otra asumirá el coste si las cosas van mal” (The Return of Depression Economics and the Crisis of 2008). Si bien las ideas liberales sobre las que se funda el capitalismo han defendido siempre que el riesgo de la inversión es individual –definición que se ajusta a la noción ideal de lo que sería el emprendedor o empresario-, la regla se ha convertido en otra: como dejó dicho el congresista estadounidense Andrew Young, el sistema actual es “socialismo para los ricos y libre mercado para los pobres”, otra versión de la máxima marxista “socializar las pérdidas y privatizar los beneficios”.
Pero, por terminar con el aspecto histórico, veamos qué sucedió tras las quiebra de Lehman Brothers. Viendo el tremendo impacto que tuvo el hundimiento de Lehman Brothers en la economía global, el Gobierno de EEUU, temeroso, volvió a echarse la mano al bolsillo para rescatar bancos sin importarle la “irresponsabilidad moral” en la que hubiesen incurrido los beneficiarios del dinero público: el banco de inversión Merrill Lynch, la aseguradora AIG… Como suele ser habitual, las ideas de Washington y Nueva York fueron calcadas por Europa, que se lanzó a la pesca y rescate de sus entidades financieras.
Y este rescate del sector financiero es la principal causa por la que la crisis se ha convertido –especialmente en los estados más débiles de la Eurozona- en una crisis del déficit y de la deuda pública (y no tanto la mala gestión de los fondos públicos por parte de políticos más o menos corruptos o más o menos incapaces). Un simple análisis (Bloomberg) de la composición de la deuda griega antes y después de su rescate nos permite observar que no se ha “salvado” tanto al Estado griego –aquejado, sin duda, de graves problemas de corrupción y mal gobierno- sino a los bancos franceses y alemanes que habían comprado importantes cantidades de títulos de deuda a este país movidos por los jugosos intereses que ofrecía, ya que un impago de Grecia hubiese provocado grandes pérdidas a dichas entidades (y no olvidemos que un contrato como la compra de títulos de deuda, si firmado entre partes con igual conocimiento, otorga tanta responsabilidad al acreedor que lo compra –en este caso el banco- como al deudor). En cambio, gracias a las inyecciones de fondos de los contribuyentes europeos, y a pesar de las quitas y reestructuraciones de deuda, se ha conseguido que bancos galos y germanos deshiciesen sus posiciones en el mercado de deuda heleno con un coste relativamente bajo (Forbes).
De esta forma se ha conseguido darle la vuelta completa a la tortilla y lo que en principio era una crisis financiera en toda regla, con unos culpables claros –las entidades financieras y sus manejos irresponsables- ha sido convertido en una crisis económica cuya responsabilidad ha quedado diluida en toda una serie de actores.
Remedios antiguos y bancos zombi: el caso de Grecia
Especialmente la Unión Europea, como llevada por un misticismo primitivo, se ha dedicado a aplicar los mismos ungüentos y medicinas que provocaron la crisis: recetas de mayor desregulación y fundamentalismo monetarista para los Estados, y para el sector bancario fomentar una especie de canibalismo zombi, espoleando las fusiones y absorciones para crear bancas monstruosas e igualmente zombis que, en caso de sufrir problemas, deberán absorber una ingente cantidad de fondos públicos. Porque, ya se sabe, son too big to fail…
El caso de la banca zombi –definida como aquella que se mantiene con vida sólo gracias a la inyección constante de capital público- ha llegado en Grecia al paroxismo más absoluto. Durante los últimos dos años de crisis, los grandes bancos griegos han estado recibiendo inyecciones periódicas de liquidez del Banco Central Europeo (BCE) -bien a través de sus instancias propias, bien a través del Fondo de Estabilidad Financiera del Estado Helénico o HFSF- que han utilizado para comprar Letras del Tesoro del Estado griego a corto plazo (3 y 6 meses) y que, a su vez, han usado como garantía para recibir liquidez de los organismos mencionados anteriormente, para, nuevamente, volver a comprar Letras del Tesoro griego… y así hasta el infinito más absurdo en un proceso en el que el dinero, simplemente, pasaba de un lado a otro como la bola de ping-pong sobre la mesa, sin que esos fondos fluyesen a la economía real ni el Estado griego aliviase sus problemas de endeudamiento. Aún más, el negocio era más favorable a los bancos puesto que el interés al que se les prestaban fondos líquidos desde el BCE y el HFSF es inferior al que ellos recibían por las Letras del Tesoro.
Mientras tanto, se iba forjando la reestructuración de todo el sistema bancario griego tal como indicaba el segundo memorándum firmado a inicios de 2012 por Grecia y la troika (BCE, Comisión Europea y Fondo Monetario Internacional), que contemplaba la liquidación de entidades bancarias que no fuesen capaces de obtener la ampliación de capital necesaria en el mercado privado (llama la atención en cambio que se haya sido mucho más paciente con los cuatro grandes bancos privados de Grecia, a pesar de que hasta abril de 2013 no aprobaron sus planes de recapitalización). El 30 de abril, Miltiadis Damanikis, consejero delegado y presidente de Probank, un pequeño-mediano banco comercial griego, llamaba la atención sobre la “flagrante violación” en la igualdad de trato entre los bancos respecto a cómo se ha comportado el Gobierno griego con las cuatro entidades consideradas “sistémicas” –National Bank, Piraeus, Eurobank y Alphabank- a las que les ha abierto el grifo del dinero sin demasiadas preguntas.
Obviamente los cuatro grandes bancos griegos –a pesar de estar edificados sobre pies de barro debido a las pérdidas asumidas por la quita de deuda griega, a la pérdida de depósitos debido a la crisis y a la exposición a créditos morosos- han sido los grandes beneficiarios de esta reestructuración del sistema bancario a través de absorciones, fusiones y liquidaciones impulsada por el Gobierno griego y bendecida por las instituciones europeas. Entre las víctimas, se han liquidado los dos bancos públicos más importantes de Grecia (ATEbank o Banco Agrícola y TT Hellenic Postbank o Banco Postal).
El mayor premio se lo ha llevado el banco privado Piraeus Bank, que ha asumido 15 entidades financieras en los últimos años, entre ellas las subsidiarias griegas del francés Société Generale (Geniki) y del Millenium Bank portugués, el banco bueno resultante de la liquidación banco público griego ATEbank y las filiales en Grecia de los bancos chipriotas Bank of Cyprus, Laiki y Hellenic. De este modo, Piraeus ha pasado de ser el cuarto mayor banco de Grecia al segundo mayor, con unos activos totales de 95.000 millones de euros.
Y eso que las prácticas del presidente ejecutivo de Piraeus, Mijalis Sallas, han sido cuanto menos de dudosa legalidad. Una serie de investigaciones por parte del corresponsal de la agencia Reuters Stephen Grey y otros periodistas revelaron que Sallas usó préstamos sospechosos de los bancos Marfin Popular Bank y Proton Bank para afianzar su posición como accionista principal de Piraeus, para hacer operaciones de compras de propiedades que le pertenecían con dinero de Piraeus y para justificar ante el BCE y el HFSF que era capaz de ser considerado solvente porque podía captar dinero del mercado privado.
Hoy Marfin Popular Bank es llamado Laiki, uno de los bancos que ha provocado la crisis de Chipre después de haber sido rescatado por el Estado chipriota, y su filial en Grecia ha sido asumida por Piraeus, mientras que Proton es también un banco quebrado, con su presidente perseguido por la Justicia y que será dividido en banco bueno y malo y la parte sana vendida a alguno de los cuatro grandes bancos griegos.
La respuesta a las investigaciones de Grey fue una demanda judicial y una campaña de difamación contra Reuters, además de la contratación de una empresa de espías para investigar al periodista (Stephengrey.com). El periodista Kostas Vaxevanis, director de la revista Hot Doc (que reveló la lista de presuntos evasores fiscales conocida como Lista Lagarde y también había investigado éste y otros escándalos bancarios), asegura haber sido objeto de un complot destinado a matarle precisamente por estas últimas revelaciones (Hot Doc).
Que duda cabe de que para hacer esto, el sector financiero debe contar con unas buenas dosis de connivencia con el mundo político. En los últimos meses se abrió una investigación judicial sobre las deudas de los partidos Nueva Democracia (ND) y Movimiento Panhelénico Socialista (PASOK), los dos que se han alternado en el poder desde 1974 y que actualmente forman parte del Gobierno de coalición. La mayoría pro-gubernamental en el parlamento se apresuró a aprobar una ley que permitirá a los banqueros que aprobaron estos préstamos evitar la Justicia (eKathimerini). Las deudas de ND y PASOK acumuladas con los bancos griegos entre 2001 y 2012 –contratadas en base a préstamos a bajo interés que, aún así, no están devolviendo- ascienden a 254 millones de euros a razón de 217 millones a ATEbank, 22 millones a Attiki Bank, 20 millones a Piraeus y 10 millones a Marfin (Agencia EFE). Casualmente ATEbank, un banco público, fue recientemente liquidado por considerarse inviable y su parte sana vendida a Piraeus por 95 millones de euros, una cantidad irrisoriamente baja según los analistas locales, lo que llevó a la oposición a tachar el acuerdo de escándalo y a insinuar que podría haber habido un acuerdo bajo la mesa.
Otro punto más y probablemente tampoco casual: el actual gobernador del Banco Central de Grecia es Yorgos Provópulos, antiguo consejero delegado de Piraeus Bank (y también de Emporiki, cuando supervisó su venta al francés Crédit Agricole, que recientemente lo ha vendido a Alphabank). En cambio el actual presidente de Eurobank, Timos Jristodulu, había sido antes gobernador del Banco Central, representante de Grecia ante el FMI y el Banco Mundial, presidente de National Bank y eurodiputado por el partido conservador ND. Petros Jristodulu, un economista formado en Goldman Sachs y que ha sido investigado por EEUU por el asesoramiento dado por ese banco al gobierno griego para camuflar su deuda con la colaboración de National Bank, ha sido consejero delegado precisamente de National Bank y ahora es viceconsejero delegado de la misma entidad, tras haber presidido la Autoridad de la Deuda Pública (PDMA), la organización responsable de la emisión de bonos soberanos de Grecia.
Todo esto no ha sido óbice, más bien al contrario, para que el Estado griego continuara financiando a los cuatro grandes bancos griegos. En 2008, al inicio de la crisis financiera global se entregaron 28.000 millones de euros para garantizar su liquidez; en octubre de 2012, 18.000 millones más para su recapitalización y, ahora, se inyectarán otros 27.500 millones.
El proceso de recapitalización –necesario, por otra parte, para cumplir las ratios de solvencia exigidas por el BCE- funciona de la siguiente manera, tal y como quedó acordado por Grecia y la troika en el segundo memorándum: en caso de que los bancos consigan captar del mercado privado al menos un 10 % de sus necesidades de capital, el HFSF, es decir, el Estado griego, pondrá la parte restante a cambio de Cocos u otro tipo de acciones con derechos restringidos de voto (a pesar de que el monto total de dinero público que se entregará bastaría para convertir estas entidades en públicas ya que supera la más de la mitad de su capital social actual).
De los cuatro grandes bancos griegos, tres –National Bank, Piraeus y Alphabank- han presentado ya sus planes de recapitalización y están en proceso de lograr ese 10 % de capital privado, por lo que su gestión seguirá siendo privada, mientras que uno, Eurobank, ha reconocido que no podrá alcanzar el mínimo por lo que se ha puesto en manos del HFSF y su junta de accionistas ha aprobado la nacionalización. Sin embargo, esto no significa que vaya a convertirse en un banco público ya que otro de los compromisos asumidos por Grecia con la troika es que el banco resultante, bien capitalizado con dinero público y al que probablemente se le unan otras entidades (la parte sana de TT Hellenic Postbank es la que cuenta con más opciones de serlo), será puesto a la venta en el sector privado en un plazo máximo de cinco años.
Sólo en un caso la troika parece haber puesto el freno al fortalecimiento de los grandes bancos. Se trata del caso de la fusión de National Bank y Eurobank, a pesar de que ésta se hallaba en un estado bastante avanzado y había sido refrendada por las autoridades bancarias europeas. El problema es que el proceso se llevó a cabo al mismo tiempo que ocurría la crisis bancaria de Chipre y, al parecer, a la troika le entró –esta vez sí- miedo de que un banco como el resultante de la fusión de National Bank y Eurobank, que hubiese tenido unos activos similares al PIB de Grecia (previsto en 183.000 millones de euros para 2013), pudiese acabar con el Estado griego en caso de sufrir problemas. Eso sí, podría haber otras razones más prosaicas y menos amables en el freno al proceso de fusión: el analista Dimitris Kontogiannis, del diario Kathimerini, cree que la troika ha detenido la fusión porque así los bancos extranjeros podrán comprar a un precio más bajo los activos de Eurobank una vez sea sacado a la venta.
Destrucción creativa y reforzamiento de los bancos
Decía Karl Marx en El 18 de Brumario de Luis Bonaparte que la historia se repite “primero como tragedia y luego como farsa”. Estamos, ahora, plenamente inmersos en la repetición como farsa, utilizando para salir de la crisis la misma medicina que nos llevó a ella, engordando los bancos que ya se habían escapado del control de los Estados al inicio de la crisis.
Marx admiraba las grandes dosis de creatividad que liberaba el capitalismo a la vez que avisaba sobre su capacidad autodestructiva en crisis, como la actual, de superproducción, en las que hay “demasiada civilización, demasiados recursos, demasiada industria, demasiado comercio” para ser aguantados por el sistema. “¿Cómo se sobrepone la burguesía a las crisis? –se preguntan Marx y Friedrich Engels en el Manifiesto Comunista-. De dos maneras: destruyendo violentamente una gran masa de fuerzas productivas y conquistando nuevos mercados, a la par que procurando explotar más concienzudamente los mercados antiguos. Es decir, que remedia unas crisis preparando otras más extensas e imponentes y mutilando los medios de que dispone para prevenirlas”.
Este concepto no es exclusivo del marxismo pues el economista liberal Joseph Schumpeter lo recuperó aproximadamente un siglo más tarde bautizándolo como el proceso de “destrucción creativa”, un proceso “esencial” del capitalismo que “incesantemente revoluciona la estructura económica desde dentro, destruyendo la vieja estructura y creando una nueva” (Capitalismo, Socialismo y Democracia).
Nadie sabe cómo terminará esta crisis ni qué surgirá después de este nuevo proceso de “destrucción creativa”, mucho más profundo que los de anteriores décadas, lo que sí parece cada vez más claro es que, con la bendición de los gobiernos actuales, los bancos que sobrevivan a la crisis saldrán tremendamente reforzados (ya lo han dicho antes economistas como el propio Lapavitsas). En el futuro se estudiará la tremenda creatividad de estos banqueros que consiguieron no sólo transformar una crisis financiera en una gran victoria sobre los Estados y lo público sino convertir sus instituciones de entidades zombis casi moribundas en monstruos más gordos, más grandes y mucho más hambrientos. Texto: Andrés Mourenza. Recomendado: Estado de la economía