Las recientes elecciones al parlamento europeo le han dado una buena colleja a uno de los tópicos que con más fuerza han arraigado entre la gente, ese de que votar no sirve para nada. Visto lo visto, más que afirmar que votar no sirve para nada, sería mejor decir que lo que no sirve para nada es votar siempre a los mismos. En cuanto las fuerzas del régimen han visto que no cuentan ni con la mitad del apoyo de los electores, Rubalcaba ha dimitido, el Rey ha abdicado y, como decía el otro día Jesús Cacho: También el PP está muerto, aunque todavía no huele. Quizá sean cambios de esos que se hacen para que todo siga igual, cosa que está aún por ver; pero de momento lo que nadie puede negar es que algo se mueve.
El gran fenómeno dentro de este cambio de honda en el espectro político ha sido la irrupción de Podemos. Una nueva hornada de políticos que, con un estilo y unas ideas aparentemente nuevas, están siendo capaces de capitanear las aspiraciones políticas de los recientemente desencantados con el sistema, así como de los que ya se hallaban en la periferia y en los extramuros de éste.
Quizá alguno se haya extrañado al ver escrito eso de “aparentemente nuevas”, cuando precisamente si algo transmite Podemos es frescura y juvenil arrobo. Pero sí, la novedad es solo aparente porque tanto las ideas de Podemos como el discurso que las encierra cuentan ya con precedentes, cercanos e insospechados, que es precisamente de lo que hoy quiero hablarles.
Algunos han relacionado al incipiente movimiento con el castrismo, con el socialismo bolivariano o con el kirchnerismo. Quizá algo de esto haya, pero a mi juicio no hay que irse tan lejos para buscarle referentes pues, como a continuación intentaré demostrar, en Podemos puede verse, a poco que se rasque, la impronta de la Falange joseantoniana (con lo que quiero referirme a la trayectoria de este movimiento desde su fundación hasta la muerte de su fundador, que haríamos bien en no confundir con sus posibles secuelas, sucedáneos y adulteraciones).
Habrá quien diga que eso es una obviedad (máxime si tenemos en cuenta lo fácil que es caer en que ya sabías algo justo después de que te lo digan) y, tirando de tópico, afirme, muy serio, aquello de que “los extremos se tocan”. Habrá quien diga que esto no es nada más que una de tantas paridas que buscan desinflar la creciente popularidad de Pablo Iglesias. Pues bien, a los amantes de los tópicos les pediría que intenten tocarse con la clavícula izquierda la clavícula derecha, a ver si es verdad que lo consiguen. Y a quienes confunden pereza con escepticismo que lean los párrafos que siguen a ver si es verdad que consiguen pasar por alto las poderosas similitudes entre un movimiento y otro.
Más allá de los parecidos que puedan encontrarse en el estilo de ambas formaciones (un líder con tirón popular que divulga un discurso sencillo pero intelectualmente sólido y retóricamente atractivo), lo verdaderamente significativo son sus coincidencias a la hora de llevar a cabo el análisis de la situación que les ha tocado vivir.
Tanto Podemos como Falange tienen numerosos puntos de encuentro a la hora de hacer un diagnóstico de los males que aquejan al país: Ambos coinciden, groso modo, en que el cáncer de España es un sistema que ha permitido a los partidos políticos convertirse en una casta de privilegiados que gobierna de espaldas al pueblo, en su propio beneficio y en el de quienes les sostienen, los poderes económicos.
José Antonio expresaba así ese hartazgo: “¡Basta de partidos! Queremos un Estado Español genuinamente nuestro, nacido de nuestros Sindicatos. No necesitamos una casta de políticos que se interponga entre nosotros y el Estado.”
Ese término, la casta, se constituye también en el eje que vertebra el discurso de Podemos: "Eso es la casta, los comportamientos que sirven para que algunos políticos sean los mayordomos de los ricos y no los carteros de los ciudadanos”.
Precisamente, esos mismos partidos políticos que ahora se enseñorean del gobierno, como tanto Podemos como Falange constantemente recuerdan, tuvieron en sus manos una ocasión preciosa para haber conducido al país hacia una mayor justicia social y hacia cotas más altas de dignidad ciudadana, pero sin embargo la desaprovecharon mimando a los privilegiados, dilapidado el caudal de esperanza y fe en ellos depositado.
Falange denunció la traición de las esperanzas del pueblo tras la proclamación de la II República: “La tremenda responsabilidad de los hombres del 14 de abril estriba en haber malogrado aquella esperanza colectiva, en haber reformado el sentido de su revolución. Ahora se pretende enredar a Azaña y Casares Quiroga en un fangoso proceso sobre si consintieron o no el traslado de armas a Portugal. ¡Qué estupidez!
Nuestra acusación contra los hombres del bienio es bien otra: "Tuvisteis a España en vuestras manos entregada durante dos años. La tuvisteis blanda como cera. Pudisteis llevar a cabo la verdadera revolución española y preferisteis reemplazarla por una política de secta, de disgregación, de vejaciones inútiles, de exasperación espiritual. Por culpa vuestra volvió España a manos de las viejas gentes reaccionarias, deseosas de escamotear la revolución. Eso sí que no se os perdonará.” Al tiempo que se mimaba a la oligarquía capitalista: “La política del bienio no fue, ciertamente, una política anticapitalista. Nunca fueron tan mimados los Bancos y las grandes Empresas. Aumentaron las emisiones de valores públicos, y con ellas, naturalmente, las personas que viven del cupón sin trabajar''. En nuestra historia reciente esté habría sido, según Pablo Iglesias, líder de Podemos, lo acontecido durante los gobiernos del PSOE: “Mucha gente humilde ha depositado históricamente su confianza en el PSOE y ahora se siente muy decepcionada […] nos dice que les hemos hecho recuperar la ilusión del 82”.
De este modo, aquellos que un día suscitaron las esperanzas y anhelos del pueblo se han convertido, de nuevo en palabras de Pablo Iglesias, en “unos señores encorbatados que se alejan de los ciudadanos”. De este modo se han constituido, como decíamos, en una casta de privilegiados que gobierna de espaldas al pueblo, cuyos derechos son mera retórica. Contra esto se revuelven unos y otros.
“Y así, mientras vosotros pasabais los rigores del frío y del calor doblados sobre una tierra que no iba a ser vuestra nunca, soportando la enfermedad, la miseria y la ignorancia, las leyes escritas por gentes de la ciudad os escarnecían con la burla de deciros que erais libres y soberanos; todo porque cada dos o tres años os proporcionaban el juego de echar unos papelitos en unas cajas de cristal, de las que habían de salir los nombres de los que luego se olvidarían de vosotros, de vuestra hambre y de vuestros trabajos, hasta las elecciones siguientes.”
Como afirma Pablo iglesias, eso es así porque “el proyecto personal de sus líderes es acabar en los consejos de administración de las empresas a las que beneficiaron”. Cosa que también en su momento denunció José Antonio: “Aquí las grandes empresas, desde el principio, acudieron al auxilio del Estado: no sólo no lo rechazaron, sino que acudieron a él; y muchas veces –lo sabéis perfectamente, está en el ánimo de todos– no sólo impetraron el auxilio del Estado, no sólo gestionaron aumentos del arancel protectores, sino que hicieron de esa discusión un arma de amenaza para conseguir del Estado español todas las claudicaciones.”
Por eso, ambas formaciones, si quieren formar parte de la solución, han de situarse “más allá de la burocracia y aparatos clásicos de los partidos”, a los que, como hemos visto, consideran gran parte del problema. De este modo, Teresa Rodríguez, eurodiputada electa por Podemos, afirmaba en una entrevista: “No pretendemos ser una fuerza política más que ocupe una determinada horquilla del porcentaje de votos. Se trata de configurar un frente amplio contra el bipartidismo.” Esa idea de que somos distintos, puede verse también en los discursos joseantonianos: “Así, pues, no imagine nadie que aquí se recluta para ofrecer prebendas; no imagine nadie que aquí nos reunimos para defender privilegios.
De este modo, ambas formaciones, tratando precisamente de romper con ese sistema caduco, el de los partidos políticos, evitan denominarse partidos. Podemos en su carta de presentación se define como una “nueva iniciativa ciudadana”. Mientras que Falange vino a definirse como “movimiento”: “El movimiento de hoy, que no es de partido, sino que es un movimiento, casi podríamos decir un antipartido, sépase desde ahora, no es de derechas ni de izquierdas.”
Del mismo modo que ambos desprecian el cariz elitista y sectario que han adquirido los partidos políticos, ambos hacen también hincapié en lo injusto del sistema electoral que los perpetúa. En palabras de José Antonio:
“Los partidos políticos se producen como resultado de una organización política falsa: el régimen parlamentario.
En el Parlamento, unos cuantos señores dicen representar a quienes los eligen. Pero la mayor parte de los electores no tienen nada común con los elegidos: ni son de las mismas familias, ni de los mismos municipios, ni del mismo gremio.
Unos pedacitos de papel depositados cada dos o tres años en unas urnas son la única razón entre el pueblo y los que dicen representarle.
Algo que está en franca sintonía con las palabras de Para Pablo Iglesias cuando afirma que: “La democracia no es solo poder votar cada cuatro años”.
Un orden político y social injusto es, en un endiablado círculo vicioso, causa y consecuencia de un sistema económico injusto. No obstante, aunque tanto en el discurso de Falange como en el de Podemos están presentes las críticas a los efectos perniciosos y los excesos del capitalismo, evitan planteamientos más radicales como la lucha de clases, la instauración del comunismo o la abolición de la propiedad privada, como puede verse en la conferencia que José Antonio pronunció en el Círculo Mercantil de Madrid en 1935:
“[…] Muchas veces, cuando yo veo cómo, por ejemplo, los patronos y los obreros llegan, en luchas encarnizadas, incluso a matarse por las calles, incluso a caer víctimas de atentados donde se expresa una crueldad sin arreglo posible, pienso que no saben los unos y los otros que son ciertamente protagonistas de una lucha económica, pero una lucha económica en la cual, aproximadamente, están los dos en el mismo bando; que quien ocupa el bando de enfrente, contra los patronos y contra los obreros, es el poder del capitalismo, la técnica del capitalismo financiero.”
Del mismo modo, cuando Pablo Iglesias afirma que “decir que el problema es el capitalismo […] no explica nada”, no quiere decir que el sistema económico sea inocuo, sino que más allá de lucubraciones particulares y abstractas sobre el fenómeno, hay que poner de relieve sus manifestaciones, que no admiten discusión: recortes, precariedad laboral, cierre de pequeños negocios, etc.
Finalmente ambos coinciden a la hora de denunciar esa idea hueca de España que los privilegiados han creado en su propio beneficio, en detrimento de un patriotismo auténtico. En palabras de José Antonio, es necesario clamar “contra los que amparan bajo la bandera del patriotismo la averiada mercancía de un orden burgués agonizante”. Algo semejante a lo que afirma Pablo Iglesias: “Lo primero que hay que decir es que no puede ser que ese concepto esté en manos de vendepatrias, que el concepto de patriotismo esté en manos de los que privatizan, de los que entregan la soberanía del país, de los que tienen cuentas en Suiza, de los que defienden los privilegios contra la mayoría de la gente del país.” Pues, como afirma José Antonio: “Para que la vida del promedio de los españoles alcance un decoro humano, es preciso que los privilegiados de la fortuna se sacrifiquen. Si las derechas (donde todos esos privilegios militan) tuvieran un verdadero sentido de la solidaridad nacional, a estas horas ya estarían compartiendo, mediante el sacrificio de sus ventajas materiales, la dura vida de todo el pueblo. Entonces sí que tendrían autoridad moral para erigirse en defensores de los grandes valores espirituales. Pero mientras defiendan con uñas y dientes el interés de clase, su patriotismo sonará a palabrería.” Es decir: “No estaremos unidos en la misma hermandad mientras unos cuantos tengan el privilegio de poder desentenderse de los padecimientos de los otros.
Por tanto, como sentencia Pablo Iglesias, “El patriotismo no es llevar pulseritas roja y gualda mientras se está en el palco del partido de fútbol", sino un esfuerzo conjunto solidario. Como afirmó José Antonio “un pueblo es como un gran barco, donde todos naufragan o todos arriban”.
Así las cosas, son muchos los puntos en común que contiene el análisis de la realidad de ambas formaciones. Y si esto puede resultarnos chocante, no menos lo es contemplar las enormes concomitancias que pueden apreciarse en el remedio que proponen. Texto: Javier Iglesias. Ver también: 'Parte I' & Pablo Iglesias no tiene rabo
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