Con la abdicación de Juan Carlos I y la proclamación de su hijo como el nuevo rey de España, Felipe VI (seguido por dos pesadas horas de besamanos por una fila de 2.000 invitados y caras conocidas), los periódicos españoles se han visto desbordados por artículos babeantes de servilismo y con afectadas explicaciones detalladas sobre el infinito surtido de virtudes personales y políticas -incluida la de deportista- que se supone que los lectores deben creer que han venido a posarse en los genes de la Casa Borbónica de este dúo padre-hijo. Es conocido que las monarquías hereditarias dependen más de los espermatozoides que de los votos. Unas cuantas páginas, muy pocas en comparación, han vinculado la abdicación a la crisis del régimen que se instaló en 1978 y llamado por algunos como la segunda Restauración borbónica.
Hay al menos cinco síntomas notables de la crisis, que detallaremos en un orden que no implica mayor o menor significación. Ciertamente todos ellos están relacionados entre sí. Primero, el deterioro del sistema bipartidista liderado por el partido de derecha PP (Partido Popular) y por el PSOE (Partido Socialista Obrero Español), deterioro que se vio espectacularmente confirmado y agravado en las recientas elecciones europarlamentarias en las que el PP ganó por poco al PSOE, pero perdiendo entre ambos millones de votos. Mientras, nuevos partidos irrumpieron con fuerza. En concreto el grupo Podemos, que empezó su andadura hace unos pocos meses recogiendo buena parte del poso dejado por las grandes movilizaciones de lo que se llamó indignados y de otros movimientos consiguieron cinco escaños (7’9% de votos). La cara más conocida de Podemos, Pablo Iglesias, expresó este primer síntoma muy claramente cuando dijo a los periodistas: “No podemos hablar sobre el final, pero podemos hablar sobre el principio del final del bipartidismo. Tenemos que echarlos, porque son los que han arruinado el país.”
En segundo lugar, se encuentra la irrupción en escena de lo que se ha venido llamando “conflicto territorial” el cual, durante algún tiempo, ha estado causando más de unos cuantos arrebatos y ataques de apoplejía, sin mencionar una grave alergia, en muchos sectores del reino de España. Es digno de subrayar en este sentido la ampliamente apoyada campaña democrática catalana por el derecho a decidir, que ha conmocionado a Cataluña y a España. Así como a todos los partidos. Hay quien relaciona este movimiento por el derecho a decidir con la crisis económica. Para entender ambas cuestiones mejor, la crisis y el movimiento democrático por el derecho a decidir de Cataluña, debemos no mezclarlas. Por supuesto que hay puntos de intersección, pero hay algo que todo el mundo puede constatar: la crisis y las políticas económicas puestas en funcionamiento han golpeado a la población no rica en Cataluña, la Rioja, Asturias, Cantabria, Extremadura, Madrid y Murcia, pero la oleada por el derecho a decidir se ha dado en Cataluña y no en la Rioja, Asturias, Cantabria, Extremadura, Madrid o Murcia. Cualquiera que lo piense puede entender por qué. Es fácil comprender por qué esto es así, pero alguna izquierda no consigue entenderlo. Todavía puede escucharse a gente de impecable pasaporte de izquierdas diciendo cosas como: “sí, queremos independencia para Cataluña, pero también independencia de los mercados.” Esto está bien, pero si no se consigue todo a la vez, la expresión anterior parece una coartada para modificarla por algo así: “si no conseguimos la independencia de los mercados, no apoyamos la independencia catalana del reino de España”. Y eso es harto diferente. La respuesta lógica puede formularse de manera sucinta con unas cuantas cuestiones como: ¿si Catalunya consigue la independencia de España, sería más dependiente de los mercados de lo que lo es ahora?, ¿No ayudaría el derecho a decidir a derrocar el régimen que nació con la segunda Restauración borbónica en un momento en que las manifestaciones en su contra se están haciendo cada vez mayores, no más pequeñas?, ¿No haría el proceso democrático catalán apoyar la autodeterminación española en defensa de la república y opuesta a la monarquía borbónica que fue impuesta por el dictador Franco? Que no se confunda la venerable voluntad de no hacer el juego a los nacionalistas más derechistas de Cataluña (1), con el error de no defender clara y abiertamente el derecho a la autodeterminación de esta nación... y hacer el juego a los nacionalistas más derechistas españoles.
Uno de los ejemplos más destacados de la desintegración de los partidos que ya ha provocado el proceso catalán es el del PSC (Partido de los Socialistas de Catalunya), cuyo hipócrita “federalismo” explica en parte su degeneración galopante y casi desaparición. El PSC se ha equivocado al no entender que cualquier federalismo merecedor de ese nombre debe reconocer el derecho a la autodeterminación y, al oponerse a este derecho, se ha convertido en un partido unionista y borbónico. El federalismo se concibe entre naciones libres e iguales. Tras su triste representación en las elecciones europeas del pasado mes, cuando su porcentaje de votos bajó del 36% al 14% del 2009, el PSC es el perdedor de hoy, sufriendo un achaque en forma de atroces fisuras que algunos han diagnosticado como pasokización. Tan solo hace unos meses, intelectuales, comentaristas y periodistas de todos los colores y calidades intelectuales afirmaban que el movimiento por el derecho a decidir era un suflé a punto de desinflarse, un fenómeno pasajero sin muchos simpatizantes, que iba a ser manipulado por la derecha… y todavía alguno lo repite incansablemente. Por añadidura a los males del régimen, el 29 de mayo, el parlamento vasco proclamó que Euskal Herria “tiene el derecho a la autodeterminación y que este derecho reside en el poder de sus ciudadanos para decidir su estado político de manera libre y democrática.” Más leña al fuego de la crisis del régimen.
El tercer síntoma sería el gran deterioro de la representación política. Este deterioro se ha producido por variadas causas, pero hay tres que cabe destacar: la extendida corrupción, la sumisión a los grandes intereses empresariales y, lo que es corolario de lo anterior, el desvergonzado y habitual trasvase entre grandes empresas y cargos políticos (y viceversa), lo que se ha llamado “puertas giratorias”. Solo en el sector energético, el “Benidorm de los políticos”, Felipe González, Cristóbal Montoro, Elena Salgado, Ángel Acebes y muchos otros más están sobrealimentados por el mismo comedero.
En cuarto lugar está la pérdida de cualquier tolerancia popular que los Borbones pudieran haber tenido. Ya es conocido que el marido de la infanta Cristina, el cuñado real y estafador Iñaki Urdangarin, asegura que las mujeres no son inteligentes, y que hizo bromas obscenas sobre la nueva reina Leticia, y que el rey Juan Carlos (2) tuvo que intentar encontrarle un trabajo. En lo que concierne a su mujer, ella ha sido acusada de usar los negocios sospechosos de su marido para blanquear dinero público desfalcado para la decoración de la casa, clases de salsa, vestidos, viajes y otras necesidades reales por el estilo en un país vencido por la crisis económica y por las torpes medidas de “austeridad” del gobierno que han provocado una tasa de desempleo para los menores de 25 que alcanza un impactante 57%. La infanta caída en desgracia mostró síntomas de una grave amnesia en lo que concierne a su despilfarro con el dinero público cuando fue interrogada por el juez Castro. Su padre, desesperado por apuntalar la imagen real cuando llegó el escándalo, se vio obligado a decir que: “la justicia es igual para todos”. Obviamente, no lo es. Y solamente gente muy cínica puede hacer estas aseveraciones sin tener presente toda la evidencia empírica en contra. El PP ha hecho lo imposible para blindar al rey impuesto por Franco una impunidad retroactiva. Con al menos dos denuncias por paternidad contra él por niños nacidos con anterioridad a su prole oficial, la prisa es comprensible. Otra vez más, y todavía más estresante, se están haciendo preguntas acerca de cómo un rey que un día no era muy rico ha conseguido reunir una fortuna de cerca de dos mil millones de dólares, según el New York Times del 28 de septiembre de 2012. ¿Cuál era exactamente la naturaleza de la amistad con el criminal evasor de impuestos y exportador-importador de mercancías, Marc Rich, que fue misteriosamente amnistiado por el presidente Clinton durante sus últimas horas en activo, después de haber sido presionado por el rey de España y varios altos oficiales israelís? O, ¿qué hay de los lazos de amistad con algunos de los menos atrayentes potentados árabes, incluyendo a Gaddafi? Esta es una muy oscura fortuna.
Y el quinto, el ataque a las libertades y un aumento de la represión. Una serie de leyes y de reformas legales ya aprobadas o en proceso de serlo (ley contra el aborto, leyes mordaza, la reforma del poder judicial…) que tienen una característica en común: el ataque a las libertades. Muchos regímenes en sus momentos finales muestran su cara más represiva. Estamos en uno de estos casos. Represión selectiva, claro. Al exdirigente de la patronal española y estafador compulsivo, Díaz Ferrán, le han caído dos años, a Fèlix Millet, otro estafador compulsivo, un año y… a los trabajadores andaluces que forzaron el cierre de una taberna en la última huelga general, les han caído cuatro años (“la justicia es igual para todos”…). Toda una proporción de clase.
Hay más síntomas, pero con esos cinco ya hay para derrocar imperios.
Notas:
1) Recuérdese que CiU (Convergència i Unió) nunca fue partidaria del derecho a la autodeterminación, pero el movimiento democrático masivo catalán ha conseguido algo impensable hace pocos años: que CiU defienda sobre el papel el derecho a decidir. Pocas semanas atrás, The Economist se lamentaba del poco control que tenía el Presidente catalán sobre “las fuerzas” del movimiento independentista catalán. The Economist se lamentaba porque es una revista de orden. Es evidente que esta revista preferiría que las cosas fueran como declaró uno de los iconos de la patronal catalana, Isidre Fainé, el 23 de mayo: “La vida son grandes acuerdos”.
2) También ha contribuido al desprestigio del hasta ahora rey sus conocidas y frecuentes barbaridades de cacería. Mató en 2004 uno de los últimos bisontes que aún vivían en Europa, un oso en los Cárpatos en el mismo año, después otro en Rusia, previamente emborrachado con vodka. Y en el 2012, un elefante. La lista no termina aquí. Además de la consideración moral que pueda merecer un tipo que mata por placer animales indefensos, todos estos montajes cuestan dinero. Texto: D. Raventós & J. Wark. Traducción: Betsabé G. Álvarez.
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