España vive una situación propia del teatro de Luigi Pirandello. En la obra maestra del escritor italiano, seis personajes irrumpen en un teatro en busca de su autor. Se sentían incompletos, enfrentados a su falta de identidad, y necesitaban un autor dispuesto a contar su historia. La realidad española vive hoy la crisis castigada por un vacío parecido. El malestar cívico no encuentra sus políticos, el sujeto público capaz de representar su rebeldía y sus razones. Este es uno de los factores más profundos del desasosiego que afecta a la sociedad. La incertidumbre no se debe sólo a los problemas económicos. Pesa también lo difícil que resulta imaginar una respuesta, encontrar un cauce que permita entender los sacrificios con una esperanza de futuro. Y la verdad es que el desánimo actual tiene motivos históricos. El retroceso en derechos cívicos, inversiones públicas y capacidad adquisitiva puede vivirse aquí, en este rincón de Europa, no sólo como la consecuencia de una situación más o menos compleja, sino como un capítulo más de la vieja falta de consolidación nacional. Si la salida del franquismo se celebró como la despedida definitiva del subdesarrollo y la integración en el capitalismo avanzado, la crisis actual se padece como una amenaza de regreso a las tinieblas. La famosa despedida resultó un espejismo. Las élites económicas españolas no han acabado nunca de consolidar un Estado fuerte porque prefirieron hundir el país antes que perder alguno de sus privilegios. Bajo los gritos patrioteros y las proclamas nacionalistas, se escondió siempre una falta absoluta de respeto por la realidad nacional. La corrupción española, que alcanza en la actualidad un grado de espectáculo bochornoso, tiene que ver con esta falta de respeto. Los padres de la patria con cuentas en bancos de Suiza, la afición por los paraísos fiscales, las facilidades para defraudar sin ser perseguidos, incluso las legislaciones propicias para robarle dinero al Estado sin cometer delito, hablan de ese patriotismo hueco y del cinismo con el que las élites agitan la bandera nacional. Por eso la historia de España es una fábula amarga.
Episodios como la felonía de Fernando VII contra la Constitución de 1812, como la componenda caciquil de la Restauración de Alfonso XII o como el golpe de Estado de 1936 contra la II República, repiten el entramado de una sociedad poco sólida, incapaz de sugerir alternativas políticas, y unas castas privilegiadas dispuestas a vender la nación a intereses extranjeros bajo la mascarada de su patriotismo ruidoso. La crisis actual puede interpretarse también en esa lógica. El bipartidismo instaurado por la Transición ha tenido un comportamiento semejante a aquel juego liberal y conservador de las dos España de la Restauración que, según el famoso poema de Machado, se empecinó en helar el corazón de los españolitos. Parece claro una vez más que las élites económicas han preferido empobrecer el país antes que aceptar la pérdida de privilegios que suponía una verdadera democratización económica de España. Las grandes empresas y los banqueros se comportan con prerrogativas y desvergüenzas propias de caciques. El espectáculo es tan impudoroso que ha puesto en grave peligro la farsa del sistema bipartidista. Por primera vez en los últimos 30 años las encuestas se convierten en abismos. La caída del partido en el Gobierno no supone un renacimiento del partido en la oposición. Las dos siglas andan por los suelos. La manipulación de la ingeniería electoral deberá echar huma para mantener una apariencia de mayorías democráticas. Más allá de las tentaciones totalitarias, todavía débiles en España, y de las ocurrencias extravagantes que de vez en cuando surgen, se extiende un sentimiento claro de que es necesaria una nueva respuesta política. La renovación del PSOE ha dejado de ser una prioridad frente al descrédito del PP. Ahora se necesita la configuración de una nueva mayoría social que ponga fin a las trampas de un sistema corrupto desde el punto de vista económico e institucional. El país busca un nuevo sujeto político como los personajes de Luigi Pirandello buscaban un autor. El asalto generalizado a la vida cotidiana de los españoles, a sus derechos y a su realidad económica, exige una reacción colectiva si no queremos que caiga una vez más sobre nosotros la maldición de Fernando VII. L. G. Montero.
Episodios como la felonía de Fernando VII contra la Constitución de 1812, como la componenda caciquil de la Restauración de Alfonso XII o como el golpe de Estado de 1936 contra la II República, repiten el entramado de una sociedad poco sólida, incapaz de sugerir alternativas políticas, y unas castas privilegiadas dispuestas a vender la nación a intereses extranjeros bajo la mascarada de su patriotismo ruidoso. La crisis actual puede interpretarse también en esa lógica. El bipartidismo instaurado por la Transición ha tenido un comportamiento semejante a aquel juego liberal y conservador de las dos España de la Restauración que, según el famoso poema de Machado, se empecinó en helar el corazón de los españolitos. Parece claro una vez más que las élites económicas han preferido empobrecer el país antes que aceptar la pérdida de privilegios que suponía una verdadera democratización económica de España. Las grandes empresas y los banqueros se comportan con prerrogativas y desvergüenzas propias de caciques. El espectáculo es tan impudoroso que ha puesto en grave peligro la farsa del sistema bipartidista. Por primera vez en los últimos 30 años las encuestas se convierten en abismos. La caída del partido en el Gobierno no supone un renacimiento del partido en la oposición. Las dos siglas andan por los suelos. La manipulación de la ingeniería electoral deberá echar huma para mantener una apariencia de mayorías democráticas. Más allá de las tentaciones totalitarias, todavía débiles en España, y de las ocurrencias extravagantes que de vez en cuando surgen, se extiende un sentimiento claro de que es necesaria una nueva respuesta política. La renovación del PSOE ha dejado de ser una prioridad frente al descrédito del PP. Ahora se necesita la configuración de una nueva mayoría social que ponga fin a las trampas de un sistema corrupto desde el punto de vista económico e institucional. El país busca un nuevo sujeto político como los personajes de Luigi Pirandello buscaban un autor. El asalto generalizado a la vida cotidiana de los españoles, a sus derechos y a su realidad económica, exige una reacción colectiva si no queremos que caiga una vez más sobre nosotros la maldición de Fernando VII. L. G. Montero.
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