Recordará mi apasionado lector que en la última lección
hacíamos una somera mención a algunas cosillas no del todo claras respecto de
la actuación de nuestros próceres patrios en lo tocante a los bienes muebles e
inmuebles de nuestra común propiedad, quiero decir de la de todos los
ciudadanos. En este hilo seguiré con esta narración: Pocos días hace que me
invitaron a un seminario en el sur de Italia cuyo argumentario principal era la
corrupción en los países latinos, y ribereños del Mediterráneo.
Allí asistí, entusiasta, a fin de obtener luces del porqué de este estigma que nos acoge desde hace inmemorial tiempo. ¿Había verdad en ello? ¿Es nuestra cultura ancestral mediterránea la que ha hecho al perillán? Dado que las tierras sureñas de la itálica península estuvieron en manos de nuestros monarcas, ¿la habíamos exportado desde nuestra hispana tierra? ¿Llegó a instalarse en las otroras bondadosas tierras del Nuevo Mundo tales costumbres legadas por nuestros antepasados? ¿Contribuyó Italia a tal merecimiento? En estas estaba cuando en un receso, coffee break le llamaron, se me acercó un sujeto enjuto y algo desagradable en los aliños y me espetó: ‘Siga la pista del nombre’. Así sin más. Me masculló que conocía mi procedencia geográfica, no era difícil adivinarlo, hispano-levantina, y que intuía qué me había llevado hasta allí. No le sonsaqué mas, él se apartó raudo de mí, no lo volví a ver, y tampoco le otorgué mayor importancia. Al día siguiente tome el primer avión, y regrese a mi terruño. A poco de llegar me topé, en un desagradable zapeo, en casi todas las TVs, con un exabrupto correoso. Una diputada de un partido político, en las Cortes españolas había pronunciado esta jaculatoria: ‘Os jodéis’ o algo similar. No le di demasiada importancia hasta ver el recorrido que las palabras habían tenido en la prensa y las 'rr.ss.', léase redes sociales. Muy poco después me encontré lo que me temía: las palabras las había pronunciado una diputada del Partido Popular, en sede parlamentaria, ante sinfín de miembros de la cámara, y ante el mismísimo presidente del gobierno español.
Te vas a enterar, pensé, dando por hecho que los altos cargos populares la arrestarían de inmediato y la devengarían en militante rasa. No fue ello lo que ocurrió; saltimbanquis de toda laya alborotaron en su defensa y protección. Mi asombro iba en aumento. ¡Hay!, apasionado lector, entereme de su apellido y fue todo una. Recordé al hombrecillo del sur de Italia: ‘siga la pista del nombre’. ¿Tendrá relación una con la otra cosa?, pensé. Dubitativo y desconcertado me adentré en aquellas ciencias que pudieran darme luz: física cuántica, ¿puede una cosa y la contraria existir al alimón? ¿Quizá el bosón de Higgs tenga la respuesta? La teoría de cuerdas, ¿tal vez? Bebí en otras fuentes: ¿Y si el estructuralista lingüístico Saussure tuviese respuesta? ¿La filosofía? ¿Quizá Lacan? ¿La heráldica?, ¿La numismatica? Debo admitir que no me dieron respuesta satisfactoria. ¿Cómo casar la impunidad del político en sus obras y gestos con su impunidad eterna? ¿Nada habrá sobre la faz de la tierra que desentrañe tal misterio? Dejelo, el asunto, unos días, en espera de sosiego y reposo; ello me permitiría retomar la investigación con bríos nuevos. Y hete aquí que una mañana, paseante desazonado, me di de bruces con la carpintería de junto a mi casa, que había abierto para ciertos pequeños menesteres, habida cuenta del día de la semana.
Saludé al joven que la regenta y escudriñé, sin querer, esta conversación que transcribo lo mas detallada posible y que se desarrolló con una clienta, señora mayor, que llevaba una maderilla a recortar: -¿Llevas mucho tiempo en la carpintería? - La heredé, junto con el oficio, de mi padre, carpintero de toda la vida, así como el padre de mi padre y el de éste también. - Claro, clamó ella con jolgorio inusitado al poder añadir su refrán, que ha cuento venía de mil maravillas: “DE TAL PALO TAL ASTILLA”. Esa era la respuesta y no otra. No estaba en Italia, ni en los documentados saberes de la ciencia y la filosfía humanas. Estaba allí, junto a mi casa, tan cerca de la de todos, de la de todas las casas. Esa era: de tal palo tal astilla. Regresé a la mansión, había dejado la música puesta en el ordenador, y escuchaba nada mas entrar a Bob Dylan rezando aquello de: La respuesta está en el viento. No, me dije de nuevo; la respuesta la tienen los sinvergüenzas que nos invaden. DE TAL PALO TAL ASTILLA. Sinvergüenzas hasta el hastío. Texto: @javierginer
Allí asistí, entusiasta, a fin de obtener luces del porqué de este estigma que nos acoge desde hace inmemorial tiempo. ¿Había verdad en ello? ¿Es nuestra cultura ancestral mediterránea la que ha hecho al perillán? Dado que las tierras sureñas de la itálica península estuvieron en manos de nuestros monarcas, ¿la habíamos exportado desde nuestra hispana tierra? ¿Llegó a instalarse en las otroras bondadosas tierras del Nuevo Mundo tales costumbres legadas por nuestros antepasados? ¿Contribuyó Italia a tal merecimiento? En estas estaba cuando en un receso, coffee break le llamaron, se me acercó un sujeto enjuto y algo desagradable en los aliños y me espetó: ‘Siga la pista del nombre’. Así sin más. Me masculló que conocía mi procedencia geográfica, no era difícil adivinarlo, hispano-levantina, y que intuía qué me había llevado hasta allí. No le sonsaqué mas, él se apartó raudo de mí, no lo volví a ver, y tampoco le otorgué mayor importancia. Al día siguiente tome el primer avión, y regrese a mi terruño. A poco de llegar me topé, en un desagradable zapeo, en casi todas las TVs, con un exabrupto correoso. Una diputada de un partido político, en las Cortes españolas había pronunciado esta jaculatoria: ‘Os jodéis’ o algo similar. No le di demasiada importancia hasta ver el recorrido que las palabras habían tenido en la prensa y las 'rr.ss.', léase redes sociales. Muy poco después me encontré lo que me temía: las palabras las había pronunciado una diputada del Partido Popular, en sede parlamentaria, ante sinfín de miembros de la cámara, y ante el mismísimo presidente del gobierno español.
Te vas a enterar, pensé, dando por hecho que los altos cargos populares la arrestarían de inmediato y la devengarían en militante rasa. No fue ello lo que ocurrió; saltimbanquis de toda laya alborotaron en su defensa y protección. Mi asombro iba en aumento. ¡Hay!, apasionado lector, entereme de su apellido y fue todo una. Recordé al hombrecillo del sur de Italia: ‘siga la pista del nombre’. ¿Tendrá relación una con la otra cosa?, pensé. Dubitativo y desconcertado me adentré en aquellas ciencias que pudieran darme luz: física cuántica, ¿puede una cosa y la contraria existir al alimón? ¿Quizá el bosón de Higgs tenga la respuesta? La teoría de cuerdas, ¿tal vez? Bebí en otras fuentes: ¿Y si el estructuralista lingüístico Saussure tuviese respuesta? ¿La filosofía? ¿Quizá Lacan? ¿La heráldica?, ¿La numismatica? Debo admitir que no me dieron respuesta satisfactoria. ¿Cómo casar la impunidad del político en sus obras y gestos con su impunidad eterna? ¿Nada habrá sobre la faz de la tierra que desentrañe tal misterio? Dejelo, el asunto, unos días, en espera de sosiego y reposo; ello me permitiría retomar la investigación con bríos nuevos. Y hete aquí que una mañana, paseante desazonado, me di de bruces con la carpintería de junto a mi casa, que había abierto para ciertos pequeños menesteres, habida cuenta del día de la semana.
Saludé al joven que la regenta y escudriñé, sin querer, esta conversación que transcribo lo mas detallada posible y que se desarrolló con una clienta, señora mayor, que llevaba una maderilla a recortar: -¿Llevas mucho tiempo en la carpintería? - La heredé, junto con el oficio, de mi padre, carpintero de toda la vida, así como el padre de mi padre y el de éste también. - Claro, clamó ella con jolgorio inusitado al poder añadir su refrán, que ha cuento venía de mil maravillas: “DE TAL PALO TAL ASTILLA”. Esa era la respuesta y no otra. No estaba en Italia, ni en los documentados saberes de la ciencia y la filosfía humanas. Estaba allí, junto a mi casa, tan cerca de la de todos, de la de todas las casas. Esa era: de tal palo tal astilla. Regresé a la mansión, había dejado la música puesta en el ordenador, y escuchaba nada mas entrar a Bob Dylan rezando aquello de: La respuesta está en el viento. No, me dije de nuevo; la respuesta la tienen los sinvergüenzas que nos invaden. DE TAL PALO TAL ASTILLA. Sinvergüenzas hasta el hastío. Texto: @javierginer
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