“La casualidad favorece a quienes están entrenados”, decía Louis Pasteur. Pero eso es en los laboratorios y en los despachos de los poetas, donde el éxito consiste en dar vueltas hasta encontrar una fórmula o una metáfora y echarle la culpa a la inspiración. En otros mundos, por ejemplo en esa finca sembrada de minas antipersona que llaman macroeconomía -un nombre que se han inventado los de siempre para hacernos sentir diminutos al resto-, la casualidad ni siquiera existe: ahí lo tienen todo atado y bien atado, los poderosos marcan las reglas, las cambian a mitad del partido si van perdiendo de la única manera que lo pueden hacer, que es cuando ganan pero menos de lo que querían, y en último extremo, como los números son suyos, si alguien protesta los pintan de rojo y nos hunden en una crisis de la que ellos saldrán todavía más fuertes y nosotros aún más asustados.
A todo eso, por resumir, lo podemos llamar neoliberalismo, esa dictadura de guante blanco hecha con calculadoras, en lugar de con tanques. La alegría dura poco en la casa del pobre, y para demostrarlo, el Tribunal Supremo llegó con su jarro de agua fría a pararle los pies a su propia Sección Segunda de la Sala de lo Contencioso-Administrativo, que acababa de establecer, veinticuatro horas antes, que son los bancos los que deben pagar la formalización de las escrituras de las hipotecas, y no sus clientes. La contraorden sirvió para frenar los pleitos y recursos que se avecinaban y para evitar la jurisprudencia que crearía irremediablemente la primera sentencia que castigase a una entidad financiera a devolver esos gastos cobrados, igual que tantos otros, de forma indebida. Desde la asociación Juezas y Jueces por la Democracia se calificó de “intolerable” que “una sentencia de la Sala Tercera del Tribunal Supremo velando por los intereses de la ciudadanía se vaya a revisar por los intereses de la banca”, pero dará igual, aquí pones el grito en el cielo y juegan con él al tiro al plato. Por supuesto, todo había seguido el guion habitual y al producirse el revés contra los bancos, que no toleran que se persigan los atracos de dentro a fuera, es decir, los que cometen ellos, llegó la amenaza de la Bolsa: los mercados se resquebrajaban, el país regresaba al borde del abismo, las nubes volvían a ser negras. Es siempre la misma canción. Si no fuera un drama, sería para tomárselo a risa, aunque fuera amarga, de esas que nos recuerdan que la imaginación nos consuela por lo que no podemos ser y el humor, por lo que somos. En España y, en general, en la Europa desalmada del FMI, el sistema consiste en que se rescata a quien te hunde, no a quienes se ahogan. Y aquí sigue habiendo mucha gente con el agua al cuello; desde que empezó esta locura, los desahucios han dejado en la calle a medio millón de familias, vulnerando sin que les tiemble el pulso nuestros derechos, nuestra Constitución y las directivas europeas que mandan a los bancos respetar a sus víctimas, que los consideran causantes de la crisis, literalmente, por “irresponsables” y los acusan, con otras palabras, de dedicarse a la simple y llana usura. ¿Cómo llamar, si no, al hecho de que alguien pida un préstamo y cuando le queda por pagar el 10% de la cantidad que le fue concedida, no pueda afrontar tres recibos, la entidad financiera le quite su casa, no devuelva absolutamente nada del 90% ya cobrado, y los que se quedan sin techo ni sitio donde ir, además, sigan debiendo lo que restaba por pagar? Nos engañaron, de forma continuada, con promesas envenenadas, sin que nadie los vigilase ni les pusiera límites ni normas y aprovechándose de que olvidamos que cuando lo que nos ofrecen es gratis o sospechosamente barato, es que el producto somos nosotros. Porque eso es justo lo que han hecho: traficar con seres humanos, robarles sus ahorros, sus hogares, su medio de vida y su futuro. No tienen perdón, pero tienen todo lo demás. No tienen la razón, pero tienen la fuerza. Eso sí, podemos apuntar los nombres de quienes son cómplices de estos abusos, los justifican, miran para otra parte o guardan silencio ante ellos, y tener cuidado de que no vayan a ser los mismos que estén escritos en la papeleta que metamos en una urna en las próximas elecciones. Es lo único que tenemos. En cuanto a la solución de última hora de aplazar dos semanas el veredicto, no cambia nada pero lo empeora todo y creo que ya debería comentarse en la sección de espectáculos, a ser posible, al lado de la crítica del circo. Texto: B. Prado
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