Empieza una nueva campaña electoral en el País de Alicia y las maravillas, una democracia virtual en la que se hablará de todo menos de lo que interesa. Sacarnos de encima a los señores del dinero: ni se discute. Unos pocos multimillonarios han ido tejiendo una red de circulación de capitales que debilitó la soberanía de los países. El asunto les llevo su tiempo pero ayudados por el milagro de la tecnología alcanzaron el zenit.
Los que en un principio, en los años de la posguerra, fueron paraísos fiscales, en poco tiempo, con la llegada de los ordenadores, los satélites y el desarrollo de los mercados financieros, se transformaron en paraísos bancarios. La liberación de los mercados transformó los paraísos fiscales en paso obligado de los capitales, cualquiera que sea su origen. Pero centrémonos en el punto de vista del ciudadano sujeto a la renta del trabajo: No tiene escapatoria, está atrapado en una fiscalidad que lo tiene pillado, asido a una declaración que se mira con lupa. Bajo este prisma, el ciudadano de la calle, puede pensar que las rentas del capital están sujetas a un control todavía más agobiante por la cuantía del volumen que mueven. Santa inocencia: no es así. Pero, y este si es uno de los peros malditos, a los bancos, las multinacionales, las grandes empresas y a los grandes potentados se les pone la alfombra roja para que alegremente y sin molestias puedan evacuar sus obligaciones fiscales fuera del territorio nacional mientras el país se endeuda y se recortan prestaciones sociales. La millonada entregada a los bancos fue en concepto de préstamo y ocho años después, cuando declaran sabrosos beneficios, nadie del gobierno de turno le reclama que empiece a devolver el dinero. No obstante, todo se salda con más deuda y más recortes sociales. Años atrás, a esta practica evasiva, respecto a la fiscalidad, de bancos y multinacionales se fue añadiendo toda una caterva de empresas y próceres que decantó la balanza a un solo lado. No le quedó otro remedio, a la clase política, que impulsar la fiscalidad hacia los impuestos indirectos, aquellos que pagan lo mismo los ricos como los pobres. El consumismo lo aguantaba todo hasta que llegó un día que el paro apareció como un sarampión. La recaudación, por parte del Estado, de los impuestos del trabajo cayó en picado y encima, durante un tiempo, se tenían que aportar fondos para cubrir el desempleo. Al incrementarse el paro descendió el consumo, a menor consumo menos puestos de trabajo. La espiral descendiente solo tenía una doctrina: reducir el gasto público en los presupuestos nacionales. A pesar de los inconvenientes que supuso para los políticos las protestas y manifestaciones los paraísos fiscales continuaron como si la madre de todas las crisis no fuera con ellos. Todo se soportó para no contrariar a los señores del dinero. En 2008, cuando la banca mundial echo mano a las arcas públicas, el presidente Nicolas Sarkozy puso el grito en el cielo: “Es necesario refundar el capitalismo”. La noticia dio la vuelta al mundo. Los mandatarios y gobiernos de occidente, sin mostrar signos de aprobación explicita sintonizaron de la misma actuación teatral. De inmediato, aconsejados por sus asesores, en urgentes apariciones públicas juraron en arameo que había que tomar medidas. Se esforzaban en manifestar que habían actuado en estricta legalidad de sus funciones, prueba de ello consistía en la uniformidad de las decisiones tomadas en todas las cancillerías europeas y por el Gobierno de los Estados Unidos. Días después ni una sola palabra sobre la existencia de los paraísos fiscales que estaban diseñados para la ocultación de capitales que sin control ni tasa alguna habían acumulado el suficiente dinero para estrangular la economía. No hemos llegado al gran batacazo del capitalismo por casualidad, algo ha fallado y estrepitosamente. Centenares de preguntas quedan por resolver, empecemos por la primera: ¿Para qué necesitaba el sistema capitalista los paraísos fiscales? Quizás, una de las respuestas la podemos encontrar en los banqueros luxemburgueses que a través de la una 'Asociación de Bancos' descaradamente se pronunciaron: “El atractivo de la plaza luxemburguesa seguirá siendo importante mientras los medios que dispone la justicia sean tan débiles”. La justicia es competencia de los Estados, y no hubo gobierno en el mundo mundial que le echara mano. Pero hay más ¿Quién permitió que todo este desbarajuste continuara?: la opacidad era la palabra clave. Las Islas Caimán pertenecen a la Corona Británica. Su gobernador, así como su ministro de Justicia, es nombrado desde Londres; El Reino Unido tenía por tanto la facultad de poner fin al laissez-faire en su colonia, pero no hicieron nada al respecto. Así mismo, desde el punto de vista financiero, el archipiélago es una dependencia norteamericana; la mayoría de los bancos offshore de las Islas Caimán están dirigidos, de hecho, desde Wall Street. Washington podía también poner fin a los trapicheos offshore. Pero nadie movió un dedo. No estallamos porque todavía no somos conscientes de lo que esta pasando, se perciben síntomas, pero intuimos, más bien queremos creer, que ya hemos tocado fondo y la cosa no va a ir a más. Sólo con el conocimiento real de la situación se puede responder a la amenaza que anda agazapada y toda una caterva de intereses muestran el disimulo de que nada grave puede ocurrir: la situación está controlada. ¿Entonces, como es que casi uno de cada cuatro personas, que van por la calle en edad de trabajar, están en paro? Esto ya no es desconocimiento de la situación, esta ahí a la vista de todo el mundo, así y todo la gente parece como paralizada por la picada del mosquito del sueño. De cuatro millones de parados, se decía que nunca llegaríamos a cinco y los pasamos en cohete. Es insoportable, es del todo necesario mirar sobre la tapia, ese muro impenetrable de la información donde se cuecen las habas. España, de facto, está intervenida, desde luego no al estilo de Grecia, Portugal o Irlanda que como ficha de dominó no tienen fuerza de provocar la caída de la siguiente ficha. España y su endeudamiento se lleva por delante el sistema euro y todo bicho financiero a millas de distancia. ¿Qué hacer? A disimular toca. El país entero, cuando conozca la verdad de lo que ha ocurrido, se llevará las manos a la cabeza y exigirá no solo responsabilidades políticas si no responsabilidades penales. Puede parecer una exageración, pero puedo asegurar que miles y miles de millones han pasado de la deuda privada de los bancos a la deuda pública a cargo del populacho. En esta campaña para las Elecciones Generales del 20 de diciembre las mentiras se redoblan, los del PP tratan de evitar el “consejo de guerra” por lo que han hecho a las espaldas de los ciudadanos, el PSOE ya quedó retratado cuando se apresuró a cambiar la sagrada Constitución para que primero se pague la deuda que se asista al populacho, y lo que viene de nuevo se ve a una legua: que Ciudadanos esta patrocinado por el IBEX-35 quedan a la vista de las promesas electorales; los de Podemos, esto es lo que hay. No obstante, el cabreo va por barrios y mientras unos lo vemos venir otros, la gran mayoría, los tienen distraídos con la propaganda mediática de que todo va bien y todavía podrá ir mejor. Mientras la irresponsabilidad de los políticos, y su comilona hasta atiborrarse en el restaurante de la glotonería, nos han llevado a esta grave crisis que afectará, en un antes y después, a un batacazo que pasará a los anales de la historia. Lo peor no es que nos traten como imbéciles y nos engañen como tontos del culo, lo peor, e igual tienen razón, es que todavía una buena parte de la población confía en que los mismos que nos han llevado al pozo, y nos dejan tirados, van a ser los mismos que se sacrifiquen por sacarnos de él. ¿Es razonable confiar en esa panda de corruptos? Te puedes morir si esperas que el Estado te eche una mano. Por suerte la industria del cine ha pasado de producir películas comprometidas como Los lunes al Sol con el desempleo de por medio a aterrizar con películas y documentales que muestran la cruda realidad de la vida para aquellos que la suerte les ha dejado de sonreír. Ver: PARTE II.
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