El economista más famoso del momento es el francés Thomas Piketty, que publicó recientemente su libro El Capital en el siglo XXI. Sus críticos le acusan de no entender qué es el capital realmente; él confiesa que no ha leído la obra homónima de Carlos Marx; otros le señalan como moderado keynesiano. Sin embargo, el francés y su libro han causado furor porque, siendo un defensor del sistema capitalista, sus datos (al margen de las críticas metodológicas) demuestran que el capitalismo fomenta la desigualdad social creciente.
El Sr. Piketty estudia la distribución del ingreso a partir de los registros fiscales en los principales países “desarrollados” (Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Alemania y otros). Con esta metodología llega a la conclusión de que el ingreso de la élite de esas sociedades, que había caído relativamente a mitad del siglo XX, volvió a crecer y equipararse, a partir de los años 70, al que tenía durante el siglo XIX.
También afirma que en este momento Estados Unidos es uno de los países con mayor desigualdad de ingreso en su población, superando a muchos países “en vías de desarrollo” en inequidad social. Hablando en general, Piketty señala: “Con independencia de lo justificadas que puedan estar inicialmente las desigualdades de riqueza, las fortunas pueden crecer y perpetuarse más allá de todo límite razonable y más allá de cualquier justificación razonable en términos de utilidad social. Los empresarios tienden entonces a convertirse en rentistas, no con el paso de la generaciones, sino en el curso de una sola vida”.
Al margen de que Piketty crea que existe alguna desigualdad de riqueza que produce una “utilidad social”, lo importante de la cita es que reconoce la irracionalidad del sistema capitalista y su tendencia a la concentración de la riqueza social “más allá de todo límite razonable y más allá de cualquier justificación razonable”.
Como ciudadanos, y como cientistas sociales, nos vemos obligados a preguntarnos: ¿Cómo se resuelve esa contradicción reconocida por Piketty antes que el sistema capitalista conduzca a la humanidad entera a la barbarie, como advertía Rosa Luxemburgo hace un siglo? ¿Basta con las tímidas propuestas del economista francés que sugiere aumentar los impuestos a los capitalistas? Para dar una respuesta adecuada hay que ir a lo básico, empezando por entender qué es el capital y el sistema capitalista.
El capital es “una relación social” (Carlos Marx)
Una de las críticas metodológicas centrales que se hace a Piketty es que define “el capital” en el sentido del volumen de bienes materiales o riqueza acumulada (patrimonio) expresada como dinero. De esta manera Piketty elude el problema de que la creciente desigualdad social se debe a la explotación de clase que el sistema capitalista hace a los trabajadores. De allí que su propuesta de solución al problema planteado no pase de sugerencias “técnicas” que no cuestionan el fondo del asunto.
En eso consiste la gran diferencia con la perspectiva marxista, para la cual “el capital” no es un acumulado de cosas (objetos), bienes, patrimonio o como se les quiera llamar, sino una relación social de explotación de una clase sobre otra.
Para Carlos Marx, la tierra sólo se convierte en capital cuando es parte del sistema capitalista en que los empresarios al poseerla (propiedad privada) la utilizan como fuente de acumulación de ganancias explotando la fuerza de trabajo de la clase obrera (desposeída de propiedad) y obligada a venderse por un salario para poder sobrevivir.
En el tomo III de El Capital Marx dice: “¡Capital, suelo, trabajo! Pero el capital no es una cosa, sino determinada relación social de producción perteneciente a determinada formación histórico-social y que se representa en una cosa y le confiere a ésta un carácter específicamente social”.
Por si no quedara claro, agrega: “El capital no es la suma de los medios de producción materiales y producidos. El capital son los medios de producción transformados en capital, medios que en sí distan tanto de ser capital como el oro o la plata, en sí, de ser dinero. Son los medios de producción monopolizados por determinada parte de la sociedad, los productos y las condiciones de actividad de la fuerza de trabajo viva automatizados precisamente frente a dicha fuerza de trabajo, que personifican en el capital por obra de ese antagonismo”.
De lo que se trata es señalar que, hoy como en el siglo XIX, la creciente desigualdad social, la pobreza, el subdesarrollo, la crisis económica, los déficits, la deuda, el mercado son todos conceptos abstractos que esconden la relación concreta de explotación económica de los empresarios a la clase trabajadora, tanto a lo interno de un país como a nivel planetario.
La economía burguesa busca ocultar ese hecho que desnuda la esencia de los problemas sociales del mundo, dando la apariencia de que las categorías económicas son una especie de espíritus con voluntad propia que los seres humanos no podemos controlar.¿Por qué hay que priorizar el pago de la deuda a los bancos sacrificando puestos de trabajo y salarios, condenando a la miseria a miles de familias? Que el mercado, que las primas de riesgo, y por ahí van las “justificaciones”. “... hemos puesto de relieve ya el carácter mistificador que transforma las relaciones sociales a las que sirven en la producción, como portadores, los elementos materiales de la riqueza, en atributos de esas mismas cosas (mercancía) y que llega aun más lejos al convertir la relación misma de producción en una cosa (dinero)... Pero en el modo capitalista de producción y en el caso del capital, que forma su categoría dominante, su relación de producción determinante, ese mundo encantado y distorsionado se desarrolla mucho más aún...”(Marx, Ibidem).
Es nuestro deber como sociólogos comprometidos con nuestros pueblos señalar que la creciente desigualdad social es un mal que tiene solución, la cual pasa por cambiar la relaciones sociales de explotación capitalista, las cuales ni han sido, ni serán eternas e inmutables: “...Como el capital, el trabajo asalariado y la propiedad de la tierra son formas sociales históricamente determinadas...” (Marx, Ibid.)
Globalización y Capitalismo
Immamuel Wallerstein se pregunta y responde: “¿…habría algo hoy fundamentalmente diferente de lo que sucedía hace cincuenta años?, …Para mí, la respuesta es no: económicamente no sucede nada diferente de lo que actualmente denominamos “globalización””. Agrega: “La globalización,…, es la esencia del modo de funcionamiento de la economía-mundo capitalista, y lo ha sido toda la vida. Los capitalistas no se concentran en un solo país,no los grandes, no los importantes. Y es totalmente falsa la idea de que solamente hoy existe mercado mundial…”.
Para Wallerstein la globalización es la continuidad del capitalismo, como fenómeno económico y social, revestido de una ideología (neoliberal) que la justifique: “…lo que pasa hoy no es algo nuevo; sin embargo, se manifiesta como una expresión ideológica de la situación actual. El término globalización, que es utilizado desde hace más o menos diez años, parte de la campaña neoliberal para imponerse sobre resistencias varias, fomentando la creencia según la cual hecemos frente a una situación inevitable, y es en ese sentido que los Estados no pueden hacer nada, deben someterse”.
Wallerstein rebate dos tesis fundamentales de los apologistas de la globalización, la primera de que los Estados nacionales tienden a desaparecer (“Los capitalistas utilizan a los Estados y son tan necesarios hoy como ayer”), y la de que hay un salto tecnológico cualitativo como impronta de esta época (“Lo que es importante no es la tecnología, no es la racionalidad, es el monopolio”).
Incluso, frente a quienes hablan de que una de las características de la globalización sería la muerte del “sujeto histórico”, la clase obrera, capaz de transformar el capitalismo mediante una revolución socialista, Wallerstein responde taxativamente: “Hoy, la clase obrera es el mundo”, señalando que cada vez están más integrados dentro de esta clase los llamados sectores populares: mujeres, movimientos étnicos, etc.
Otro autor que podemos ubicar en la perspectiva crítica a la globalización es Theotonio Dos Santos el cual señala que la expansión sin precedentes del capital financiero no debe sobreestimarse, sino que debe verse como un aspecto más de las características del capitalismo en este momento histórico. Y advierte que se está gestando una crisis financiera global que pone coto a este modo de expansión del sistema capitalista.
“Por otra parte -dice Dos Santos, creo que la cuestión de la globalización tiene que ser vista desde un punto mucho más amplio: desarrollo de las fuerzas productivas, reestructuración de la economía como sistema productivo mundial con una división del trabajo que entra en una etapa nueva, resstructuración del sector industrial y del lugar del sector servicios, incluyendo el sector financiero…”
Para Teotonio Dos Santos, la fase de la globalización, si bien posee características particulares, se enmarca dentro del sistema capitalista internacional. Él nos previene de caer en dos extremos: “…el de sumarnos a la moda de augurar al advenimiento de una sociedad enteramente nueva, en los casos extremos de una sociedad poscapitalista, y el contrario de negarnos a reconocer las transformaciones del capitalismo en curso”. Continúa diciendo: “La mejor manera de identificar estas especificidades será, entonces, comparando los rasgos del período que vivimos desde la crisis mundial desencadenada a comienzos de la década del setenta hasta nuestros días, con las características de períodos previos del desarrollo capitalista…”.
Define la globalización como “una determinada combinación de procesos económicos, sociales, políticos, ideológicos y culturales que puede ser considerada como una nueva etapa de acelerada extensión e intensificación de las relaciones sociales capitalistas. .. Es una combinación de procesos… determinada por el único principio que puede considerarse articulador y convertir en inteligibles este tipo de totalidades complejas y antagónicas: la lucha de clases”.
Globalización y neoliberalismo, instrumentos de la explotación capitalista
En esta misma perspectiva encontramos la obra del español A. Van den Eynde, quien, a nuestro juicio desarrolla de manera más acabada el análisis de la globalización desde una perspectiva marxista. Como resume muy bien el problema, reproducimos extensamente parte de la introducción de su libro, en la que considera su precursor a Francois Chesnais (“La mundialización del capital”, 1994).
“La palabra globalización -nos dice- entró con fuerza en el lenguaje económico y político a mediados de la década de los ochenta …Como todo concepto nuevo, el de globalización llegó acompañado de una propuesta inicial de contenido: había que entender por globalización o mundialización algo así como la completa e imparable liberalización de los mercados en todo el mundo. El mercado estaría a punto de ser uno y de ámbito mundial, pues iban a desaparecer de la faz de la tierra las barreras y legislaciones que trababan la libre circulación de toda clase de mercancías, desde el propio trabajo hasta el capital, y en consecuencia, estaríamos asistiendo al nacimiento de una economía “global” o mundialmente integrada.
“También se decía que las teorías y las políticas partidarias de limitar la libertad de los mercados y el libre juego de las fuerzas económicas elementales iban a ser arrojadas a la hoguera, condenadas por obsoletas y contrarias al progreso; sin distinción y comenzando por el socialismo… Y como entonces se produjo el hundimiento del Titanic soviético, la vida misma parecía confirmar el triunfo universal de un capitalismo “global”.
El término globalización tiene un origen social y político entre quienes defiende la idea neoliberal de ampliación sin límites ni restricciones las fuerzas del mercado, y el marxismo tanto política como sociológicamente tardó hasta mediados de los años 90 en darle una respuesta crítica al concepto.
Van den Eynde resume las principales características del desarrollo capitalista en esta fase denominada globalización. Características que tienen su origen y son una manifestación de una crisis crónica de la economía capitalista mundial iniciada a fines de los años 60 y comienzos de los 70:
1. Avance del comercio frente a la producción: desde 1984 a 1994 se produjo un hecho en apariencia ilógico, mientras la producción mundial de bienes ha crecido una tasa del 2.8%, la expansión del comercio lo ha hecho a 6.3%. Esta contradicción se explica por un decaimiento de los mercados nacionales, que ha forzado a un proceso de internacionalización no sólo de los bienes producidos, sino de la misma producción. El proceso productivo mismo se ha segmentado de modo que se desarrollan partes de cada mercancía entre varios países. Parte de este comercio se da entre diversas factorías de empresas multinacionales.
2. Se exportan más capitales que mercancías. La llamada Inversión Extranjera Directa (IED) crece 3 veces más que la exportación de mercancías. Entre 1983-1990, mientras el comercio mundial creció 9%, la IED lo hizo al 34%. Este movimiento masivo de capitales no va dirigido fundamentalmente a grandes inversiones productivas, sino a un proceso de compra de empresas estatales de los países subdesarrollados, al proceso de fusiones de grandes consorcios y a relaciones entre transnacionales y sus filiales. Lo que representa un avance de la concentración y centralización del capital, una de las cracterísiticas del capitalismo monopolista.
3. Progresión geométrica de las operaciones financieras, el capitalismo se vuelve cada vez más especulativo que productivo. Expresión de una crisis mundial de sobreproducción, que data de los 70, y una desconfianza generalizada en los mercados, lo que obliga a los grandes capitales a dedicarse a actividades especulativas (sin base material) como inversiones en bolsas de valores, compra de bonos, manejos de deudas, etc. Por ejemplo, para 1995, se movía especulativamente por día un volumen de capitales equivalentes a la producción anual de un país como Francia. Se calcula que hoy el monto de la especulación financiera en el mundo alcanza los 50 trillones de dólares anuales, mientras el valor de la producción mundial sólo llega a los 30 trillones.
4. Reorientación de la producción hacia el mercado mundial, esta es otra respuesta a la crisis de sobreproducción, puesto que el estancamiento de los mercados nacionales fuerza a las empresas a intentar ganar mercados más amplios a nivel mundial.
5. Unificación de grandes mercados regionales, cuyo mejor ejemplo es la Unión Europea, pero también el tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLC). Es una consecuencia de la tendencia analizada en el punto 4. Esta integración no disuelve la explotación imperialista, de unas naciones sobre otras, sino que se da sobre el predominio de los capitales de una o algunas de estas potencias sobre estos mercados regionales, en detrimento de los medianos y pequeños capitales nacionales. Por ejemplo, el eje de la integración europea lo es sin duda el capital alemán seguido del francés, así como en el TLC y el ALCA predomina EEUU.
6. Liberalización de los mercados, dice Van den Eynde que el cenit de la globalización fue la creación de la Organización Mundial de Comercio en 1994. En ella las grandes potencias pactaron la apertura de las fronteras comerciales, reduciendo al mínimo los aranceles, para evitar las guerras comerciales que en el pasado tuvieron consecuencias funestas para el capitalismo.
7. El desarrollo de las comunicaciones, no sólo con avances tecnológicos en materia de transportes de mercaderías y personas, sino también en una rama productiva nueva, la telemática. La cual ha ayudado a una reducción de costos de producción, y acelerar todo el proceso productivo. En Estados Unidos este sector representaba, en 1996, el 16% del PIB. Pese a lo cual, el autor señala que no debe considerarse esto como una nueva revolución industrial, porque su uso efectivo queda en manos de unas pocas grandes empresas, rodeadas de un mar de medianas y pequeñas empresas incapaces de aprovechar al máximo esta tecnología.
Descritas estas siete características de la globalización Van den Eynde señala que el actor central de esta fase son 200 grandes transnacionales que controlan cada vez más el mundo. Ellas internacionalizan la producción, al segmentarla en diversos países, en busca de una reducción de costos, trasladando algunas factorías a países en que la clase obrera gana menores salarios que en los países desarrollados. Ellas también se aseguran el control de los grandes mercados mundiales mediante fusiones entre sí.
Esta tendencia exacerba las contradicciones del capitalismo en su fase monopólica mediante un proceso de integración que es cada vez más desigual e imperialista. La diferencia con la fase anterior, desde la posguerra a 1973, es que las transnacionales desplazan al Estado de su participación en la economía.
La razón y génesis de esto se haya en la crisis mundial capitalista que llevó a un agotamiento del modelo de acumulación capitalista (keynesiano). En este sentido, Van den Eynde afirma que “la globalización surge orgánicamente del desarrollo precedente. No es un accidente. Tampoco es un invento político”.
El modelo de acumulación precedente (keynesianismo), surgido luego de la Segunda Guerra Mundial se caracterizó por: a. tener como eje el endeudamiento estatal, para compensar la decadencia del crecimiento de capitalista que venía de los años 20; b. un “imperio del dólar” americano, que expresaba la nueva relación de fuerzas entre las potencias: c. la implementación de un “estado benefactor”, con concesiones sociales a los trabajadores, que pretendía enfrentar el reto de las revoluciones obreras que se expandieron por el oriente de Europa y Asia.
Esta forma de proceder del capitalismo (keynesiano) va a entrar en crisis a fines de los años sesenta, cuando el proceso de endeudamiento estatal alcanzó límites enormes, lo que a su vez llevó a la crisis de la libre convertibilidad del dólar-oro (Acuerdos de Bretton Woods), a un crecimiento inflacionario galopante, y a un estancamiento creciente de las fuerzas productivas, expresada en una caída del crecimiento económico constante. El estallido final del modelo, vino con el alza de los precios del petróleo de 1973.
La respuesta del sistema capitalista imperialista a esta crisis crónica siguió la lógica expuesta por Carlos Marx desde el siglo XIX, compensar la caída tendencial de la tasa de ganancias con diversas medidas, que genéricamente hemos llamado neoliberales:
Una ofensiva contra los países dependientes, arrancándoles mayores cuotas de explotación por la vía del endeudamiento externo y los ajustes estructurales, desarmando sus economías haciéndolas más vulnerables a las imposiciones de los capitales imperialistas.
Política de desregulación del trabajo, o sea, aumentar la explotación de la fuerza de trabajo en todo el mundo precarizando el empleo, apoyándose en el fomento de un desempleo masivo, aumentando los ritmos de trabajo, etc.
Cortando los beneficios sociales que de los trabajadores habían alcanzado bajo el estado de beneficio, y con mayor fuerza luego de la desaparición de la Unión Soviética en los años 90.
Privatización de empresas públicas que le permitieran al capital privado depredar en sectores enteros sin realizar mayor inversión productiva.
Recolonización de la Unión Soviética, China y otros estados obreros cuando la burocracia dirigente decidió pasarse al capitalismo con la perestroika y el “socialismo de mercado” de Deng Xiao Ping. Esto le ha permitido ampliar el mercado mundial y la mano de obra explotada.
La globalización de la democracia (burguesa), como apoyo político del proceso económico, que le garantiza no sólo una ideología para enfrentar a los movimientos sociales y mecanismos de control imperialistas para la recolonización política de los países dependientes.
En resumidas cuentas: “La globalización no es una política casual, sino un desarrollo económico orgánico del imperialismo. Además la globalización tiene una política, que expresa el dominio y los intereses de su fracción dirigente: esa política es el neoliberalismo, que es un capitalismo sin artificios, reaccionario cien por cien: que es explotación sin las “cadenas doradas” del Estado “de bienestar”; que es recolonización de los países dependientes y restauración del capitalismo allí donde se había comomenzado a construir el socialismo”.
Este análisis lleva a Van den Eynde a una conclusión, la globalización está agudizando las contradicciones que caracterizan al capitalismo: entre una mayor socialización de los procesos de trabajo y una acumulación en menos manos de la riqueza social; entre la necesidad creciente de una planificación económica y la anarquía del mercado; entre un mercado mundial en crecimiento y el mantenimiento de las fronteras nacionales: entre la necesidad de aumentar la tasa de beneficios y la crisis de sobre producción; en fin, entre las fuerzas productivas (desarrollo tecnológico) y la cada vez más extendida miseria humana.
Por ello, finalmente, Van den Eynde define la globalización como “la etapa del capitalismo en que comienzan a desplegarse todas las contradicciones explosivas del régimen burgués en su etapa imperialista o monopolista, y de esta manera surgen paso a paso las condiciones –que antes, durante medio siglo, no habían existido- para que se produzca un nuevo auge socialista”.
La creciente desigualdad social es producto de la globalización capitalista
Con los criterios expuestos, revisamos algunos de los abundantes datos aportados por Thomas Piketty sobre la desigualdad social en el capitalismo del siglo XXI.
Piketty afirma que medida patrimonialmente la riqueza (conjunto de bienes muebles e inmuebles privados netos), ésta se haya concentrada de la siguiente manera: en Francia, el 1% más rico de la población posee el 22% del patrimonio; en el Reino Unido el 30%; y e Estados Unidos el 32%.
Si en vez del 1% se toma el décil más rico de la población tenemos que éste posee en Francia el 60% del patrimonio; en el Reino Unido el 70%; en Estados Unidos el 70%. Por contra, el 50% más pobre de la población de esos países sólo posee el 5%.
Medido el ingreso promedio anual, según Piketty en la Unión Europea el 50% de la población más pobre posee un patrimonio de 20 mil euros; la mal llamada “clase media”, el 40% de la población con ingresos medios, posee un patrimonio que oscila entre 100 mil y 400 mil euros; el 9% que sigue posee sobre los 800 mil euros de patrimonio; y el 1% más rico de la población recibe desde 5 millones de euros en adelante.
Con el mismo criterio metodológico, la situación a nivel mundial sería la siguiente: el 0,1% de la población posee el 20% del patrimonio mundial; el 1% el 50% del patrimonio; el 10% más rico posee entre el 80 y el 90% del patrimonio. Peor aún, tan sólo 225 personas en el mundo poseen un patrimonio medio de 15.000 millones de euros.
Piketty calcula el ritmo de acumulación de riqueza por parte de esta minoría en un 6% anual, con lo cual estima que hacia el año 2043 esas 225 personas poseerán el 60% del patrimonio mundial.
En términos históricos, Piketty también demuestra que la concentración de la riqueza en Europa, que era altamente desigual en el siglo XIX, tendió a moderarse a lo largo del siglo XX, gracias a la Revolución Rusa, las dos guerras mundiales y la crisis capitalista que derivó en la política keynesiana (estado benefactor) como una respuesta económica frente a la revolución social que amenazaba al sistema capitalista global.
Luego empieza el camino inverso gracias al Consenso de Washingto de 1980, que impuso el modelo de globalización neoliberal que hemos descrito antes, el cual se vio reforzado en 1990 con la desaparición de la Unión Soviética y su bloque.
En Europa, en 1810, el décil más rico de la población poseía el 80% del patrimonio; en 1910 este décil concentraba el 90% del patrimonio; para decrecer hasta 1975, cuando bajó a cerca del 60%. El signo empieza a cambiar en las dos últimas décadas del siglo XX, y vuelve a crecer el proceso de acumulación de la riqueza en manos del décil superior hasta representar el 65% del patrimonio en 2010.
Muchos otros datos, basados en los criterios metodológicos señalados, se desprenden de la abundancia de información aportada por los cuadros de Piketty, y pueden ser consultados por internet. Para los efectos nuestros, basta con lo citado hasta aquí.
Podrían complementarse esas estimaciones con otras, de otros especialistas e incluso con las de organismos internacionales, por ejemplo, los estudios sobre pobreza de CEPAL para nuestro continente. Al margen de las precisiones metodológicas, todas las fuentes muestran un mundo capitalista crecientemente desigual.
Desde nuestra perspectiva, y en conclusión, la solución a la desigualdad creciente del capitalismo no se encuentra en pequeñas medidas económicas o sociológicas, sino en grandes transformaciones políticas. Pero eso es harina de otro costal. Texto: Olmedo Beluche. Ver también: `Teoría gral. del capitalismo salvaje'.