30 abr 2014

USA: 'Buscando al enemigo desesperadamente'

Los últimos acontecimientos en Ucrania, siguiendo al pie de la letra el guión escrito por Washington con la cooperación de Bruselas, dieron nueva esperanza a la vieja Organización del Tratado de Atlántico Norte (OTAN) la que después de la desintegración de la Unión Soviética en 1991 estaba buscando desesperadamente un enemigo para justificar su existencia. Por eso, no es de extrañar la belicosidad del Secretario General de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen amenazando a Rusia por supuestamente ser responsable de lo que se está pasando en Ucrania y, en especial por su “anexión” de Crimea.
Hace poco Rasmussen declaró que “tendremos más aviones en el aire, más buques de guerra en el mar y estaremos mejor preparados en tierra”, refiriéndose a una posible intervención militar de Rusia en Ucrania. También exigió las sanciones económicas más severas contra el país de Vladimir Putin.
Para entender la política de los líderes de esta organización y su actitud hay que seguir la ruta del dinero. Resulta que para este año Washington aportará a la OTAN algo de 280 mil millones de dólares que constituyen el 70 por ciento de su presupuesto que asciende a unos 400 mil millones de dólares anuales. Si tomamos en cuenta que el presupuesto del Pentágono para el 2014 es de 680 mil millones de dólares, sin contar gastos para las armas nucleares, las operaciones clandestinas de la CIA utilizando drones y fuerzas especiales y los gastos de la NASA para el programa especial vinculado a los sistemas de misiles, llegaremos a la conclusión que los gastos militares de los Estados Unidos junto con los de la OTAN superan un millón de millones de dólares al año.
En realidad la OTAN es un brazo militar y político de Washington en Europa igual como la OEA en América Latina cumple el rol del instrumento político de los Estados Unidos. Fue precisamente Estados Unidos que decidió edificar un “Muro de la OTAN” alrededor de Rusia al comienzo de 1990, a pesar de la promesa dada en febrero de 1990 por el secretario de Estado James Baker al presidente de la URSS, Mikhail Gorbachov. Este dijo que “no habrá ninguna extensión de la jurisdicción de la OTAN para sus tropas ni una pulgada hacia el este”. Ahora resulta que ya en aquel entonces se planificaba la expansión de la OTAN y la única cuestión era “si expandirse o no, sino cuando”, según el libro de James Goldgeier, “Not Whether but When: the US Expansion to Enlarge NATO”. Apenas empezó a colapsar la Unión Soviética en 1991, el secretario de Defensa, Richard “Dick” Cheney declaró que “era necesario el desmantelamiento no sólo de la URSS sino de Rusia para que nunca sea un peligro para el mundo”, afirmó el ex secretario de Defensa, Robert Gates en su libro: “Deber: Memorias de un Secretario de Defensa”, 2014.
En julio de 1994 el secretario de Defensa, William Perry definió el “camino de expansión de la OTAN y el rol de Norteamérica como el líder de este proceso”. El departamento de Estado designó al secretario asistente para los asuntos de Europa, Ronald Asmus como la figura clave para la expansión de la OTAN hacia el este. Sin embargo, el proceso fue aplazado para no perjudicar en las elecciones presidenciales de 1996 a Boris Yeltsin, calificado por George W.H. Bush padre como “el único caballo en Rusia que podemos montar”. Recién en 1997 Hungría, Polonia y República Checa fueron incorporados a la OTAN y de allí empezó el proceso de la expansión de la organización hacia el este bajo la tutela de Washington.
Lo interesante y maquiavélico fue que ya en 1992 los Estados Unidos consideraban la posibilidad de una guerra civil en Ucrania y de una posterior fragmentación del país, según el libro del analista del Cato Institute, Ted Galen Carpenter, “Beyond Nato” (1994). También como enfatizó este estudioso, en aquellos años ya se tomaba en cuenta la posibilidad del “retorno de Crimea a Rusia”. Entonces, lo que sucede ahora con Crimea no es nada nuevo o inesperado para los “iluminados” de Washington y sus seguidores incondicionales de la Unión Europea. Sin embargo, el reingreso de Crimea a Rusia fue utilizado hábilmente por los Estados Unidos para hacer exacerbar las mentes de los líderes europeos y hacerles imponer sanciones a los rusos, perdiendo así toda lógica que fue reemplazada por la irritación, muy al estilo de la Guerra Fría.
Por algo decía Aristóteles que Dios no había concedido a los hombres el don de la lógica. Precisamente esto pasó con los europeos que empezaron primero, con amenazas a Rusia de sanciones económicas, políticas y financieras y después aplicarlas, olvidándose que la Unión Europea depende entre 50 a 60 por ciento del abastecimiento del gas natural, el petróleo y el carbón de Rusia. Hace dos semanas este país disminuyó en un 4 por ciento el envío del gas natural a Europa y de acuerdo al The New York Times, Gasprom está planificando elevar el precio del gas para la Unión Europea a 500 dólares por mil metros cúbicos. Pero los líderes europeos azuzados por sus amos norteamericanos están en completa ofuscación y ya están estudiando la posibilidad de vivir sin gas ruso, lo que es prácticamente imposible.

De acuerdo al “Gas Storage Europe”, los reservorios del gas natural de la Unión Europea están al 46 por ciento de su capacidad, lo que significa unos dos meses de abastecimiento. A la vez, los países como Hungría, Bulgaria, Eslovaquia y Grecia carecen completamente de reservas de gas. El motor de la Unión Europea (UE), Alemania puede satisfacer sus necesidades en el gas solamente en el 15 por ciento, obteniendo el 38 por ciento en Rusia y el 48 por ciento en Noruega y Los Países Bajos, pero las reservas de Noruega y de Los Países Bajos se están agotando. Finlandia depende en el 90 por ciento del gas ruso. Lo que esperan los europeos es la ayuda de Estados Unidos sin percatarse que es prácticamente imposible a plazo corto. Tanto Norteamérica, como Argelia y Qatar podrían, en teoría, enviar gas licuado a la UE pero los puertos de estos países, igual que los de la Unión Europea no tienen la infraestructura y las facilidades necesarias para iniciar esta operación, lo que tomaría no menos de una década para iniciar este proceso.
Hace cinco años, Europa estaba entusiasmada y optimista con la idea del gas de esquisto (Shale gas en inglés-hidrocarburo en estado gaseoso obtenido durante el proceso de la fragmentación de la roca), cuyos depósitos eran grandes en su suelo, especialmente en Polonia, según los especialistas norteamericanos. Sin embargo, la mayoría de los pronósticos estaban exagerados. Las más grandes corporaciones energéticas internacionales, como Exxon, Marathon Oil, ENI, Talisman Energy ya están saliendo de Polonia. A la vez, hay una fuerte resistencia en Europa a la extracción del gas de esquisto debido al daño que produce al medio ambiente.
Este proceso de extracción de gas requiere inyección de agua bajo una fuerte presión y varios químicos como benzoilo y ácido fórmico a las capas subterráneas del subsuelo que pone en peligro el medio ambiente. Por algo en Europa este método de extracción ha sido llamado “El arma de guerra contra el medio ambiente”. En los Estados Unidos la experiencia de 20 años con el gas de esquisto en West Virginia, Kentucky, Virginia y Tennessee hizo devastar una extensión de 6,000 kilómetros cuadrados equivalentes a toda la superficie del estado de Delaware. Esto explica por qué Francia, Alemania y Bulgaria ya han renunciado al gas de esquisto.
Los líderes europeos saben perfectamente que en los próximos diez años estarán dependientes de los recursos energéticos rusos por eso sus sanciones económicas y financieras son bastante dubitativas. A la vez sus corporaciones siguen sus propios intereses. El gigante industrial alemán SIMENS continuará invirtiendo en Rusia en el sector del transporte ferroviario y la energía, según su director, Joe Kasser, a pesar de las tensiones entre el Occidente y Moscú. Lo mismo pasa con las mega corporaciones norteamericanas. VISA rápidamente suspendió las sanciones contra tres bancos rusos al darse cuenta que la mayoría de sus clientes en los últimos cinco años han sido los rusos. El director general de ExxonMovil, Rex Tillerson aceptó el retorno de Crimea a Rusia y está fortaleciendo las relaciones con la corporación rusa Rosneft, siguiendo la misma línea del anterior director de la corporación Lee Raymond que escribió hace años que “yo no soy corporación norteamericana y mis decisiones no están basadas en lo que es bueno para los Estados Unidos”. Lo curioso es que a pesar de las amenazas de las duras sanciones contra Rusia por su anexión de Crimea, el gobierno norteamericano no ha suspendido hasta ahora la entrega de la alta tecnología militar para las tropas rusas como parte de su presupuesto FY2015.
Washington, a pesar de toda su belicosidad sabe perfectamente que el gobierno de Rusia no está asustado y está promoviendo lentamente su propia agenda geoeconómica orientada en herir a los Estados Unidos en su Talón de Aquiles que es el petrodólar que cumple el rol de la Moneda de Reserva Mundial. Aislando a Rusia, Washington se podría hacer daño a sí misma pues aceleraría la creación de un sistema monetario alternativo prescindiendo del dólar que ya está en marcha entre los países pertenecientes al grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China Y Sudáfrica). Debido a este proceso el valor de fiat dólar ya está bajando paulatinamente.
Si Rusia y los miembros de BRICS logran a abandonar un día el petrodólar esto produciría, según el analista Peter Koenig, “una pérdida en la demanda para petrodólares estimada en decenas de millones de millones de dólares al año”. Entonces, no está en los intereses de Norteamérica intentar a aislar Rusia seriamente. Tampoco hay que olvidar que Rusia es el más grande productor de energía en el mundo y China es el más grande consumidor lo que significa que el aislamiento de Rusia fortalecería la alianza entre estos dos países vecinos lo que perjudicaría a los intereses de Washington.
Todo esto implica que no es el dilema de Putin respecto a qué hacer en esta situación en realidad, sino el de Barack Obama que está frente al retorno de un mundo multipolar en condiciones del fortalecimiento del poder euro-asiático. Para tratar de detener este proceso, Estados Unidos decidió usar su brazo político militar, la OTAN esperando de rodear Rusia con las bases militares, esta vez utilizando Ucrania para acercarse más a la frontera rusa. Pero eso no es todo, en su mira también están los países miembros de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) dirigida por Rusia. Son Armenia, Bielorusia, Kazajstán, Kirguizstán y Tadjikistán que también están en conversaciones con la OTAN. También hay que tener en cuenta que unos 2,500 militares de estos países recibieron entrenamiento en el Occidente y Tadjikistán está permitiendo el despliegue de las tropas de la OTAN en su territorio.
El acierto de muchos analistas internacionales y rusos, de que debido a la dependencia de Europa de los recursos energéticos rusos lo único que tiene que hacer el gobierno de Putin es esperar y no hacer nada en la actual situación, es peligroso y engañoso. Washington no sólo está tratando de aislar Rusia, rodearla de bases militares con sus radares y escudos supuestamente anti misiles, sino fortalecer su quinta columna de “atlantistas” dentro del país y romper el alma rusa. Dijo alguna vez el pintor peruano, Teodoro Núñez Ureta que “cuando a un pueblo quieren conquistarlo, lo primero que hacen es robarle el alma”. Hasta ahora nadie pudo robarle el espíritu a Rusia. Por algo el fundador del Estado moderno alemán, Otto Von Bismarck dijo alguna vez: “Nunca hagan guerra contra Rusia. Hagan tratados con Rusia”. Texto V. Peláez. Ver: OTAN busca enemigo

19 abr 2014

Guerra y Paz

En diciembre de 1985 la respetable y conocida Unión Norteamericana de Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés) presentó al gobierno del presidente Reagan una oferta de compra del Departamento de Justicia. Para entonces hacía tiempo que esta organización privada, dedicada a la beneficencia, había tenido que asumir tareas relativas al derecho al voto, los derechos de la mujer, de la infancia, de los discapacitados, y otros que simplemente el gobierno había rehusado desempeñar. La justificación de su ofrecimiento constaba en un escrito público, según el cual, dado que el gobierno “estaba privatizando y vendiendo cosas a la empresa privada, y puesto que de todos modos el Departamento de Justicia no hacía cumplir las leyes, ¿por qué no dejar que lo compremos nosotros, dado que somos los que estamos tratando de hacer que en Estados Unidos se cumpla la ley?” El ofrecimiento de ACLU no obtuvo respuesta, y tampoco se publicó en la prensa.

La política de austeridad a la que hoy están sometidos muchos países de América y de Europa no es cosa nueva y no tiene nada que ver con ese mediático producto que venden los gobiernos y los medios de comunicación y que llaman “crisis”. La austeridad en los gastos sociales ya se inició mucho antes, en los años ochenta, en época de la revolución conservadora de Ronald Reagan y Margaret Tatcher. De hecho los recortes de entonces han continuado durante las administraciones de los Bush, padre e hijo, y también con Obama. Lo que sucede es que, en cambio, no han disminuido los gastos en otros sectores que son competencia del Estado, por ejemplo el militar. En época de Reagan se pusieron en marcha la llamada “guerra de las galaxias” y el “escudo antimisiles”. Estos conceptos no son producto del capricho de un perturbado cowboy. Se trata de programas militares que involucran a diversos departamentos del gobierno de Estados Unidos, no sólo el de Defensa, sino también el de Energía, encargado de la fabricación de armas nucleares; y a la NASA, de cuyas investigaciones en el campo de la tecnología de vanguardia dependen los avances aplicables a distintos usos, por ejemplo los drones. El hecho de que tales operaciones involucren a diversos departamentos del gobierno estadounidense, por no hablar de la infinidad de agencias a su servicio, hace imposible calcular con exactitud el gasto en defensa y seguridad de dicho gobierno. Todo ello mientras la población de Estados Unidos se empobrece, y mientras la deuda nacional de ese país asciende.

El Departamento de Defensa radicado en el Pentágono es en realidad, “un mercado con la garantía del Estado, y el fruto de la lección de los principios económicos de Keynes: la intervención masiva del Estado puede superar la crisis profunda del capitalismo”. Además, “el papel del Pentágono en el desarrollo de nuevas tecnologías que hoy son de uso cotidiano implica gigantescas inversiones públicas (como parte del gasto militar) que producen igualmente gigantescas ganancias privadas”. En la práctica, y prescindiendo de su retórica neoliberal,  el gobierno de Reagan se caracterizó por un keynesianismo fanático, el cual, a través del gasto militar, expandió el sector estatal de la economía más rápidamente que cualquier otro gobierno desde la Segunda Guerra Mundial, ocasionando con ello un déficit enorme que no preocupa en absoluto a los planificadores, pero sí a otros sectores corporativos y financieros que no comparten la mentalidad de después de mí, el diluvio.

Es posible que al agudo observador no le pase inadvertido el detalle de que proyectos como el de “la guerra de las galaxias” y el “escudo antimisiles”, que fueron concebidos, según Reagan, por la existencia de una “ventana de vulnerabilidad” que exponía a Estados Unidos y a Europa a un inminente ataque nuclear de la Unión Soviética, siguen en marcha hoy, más de veinte años después de la desaparición de esa grave amenaza para la seguridad occidental. Ciertamente, la continuación de estos enormes desembolsos y del peligroso despliegue de armas nucleares no puede ser entendida en términos de seguridad después del fin de la guerra fría. Pero es que el objetivo de tales programas, y otros semejantes, no ha sido nunca la seguridad, sino el fortalecimiento de una industria militar que debe servir para impulsar al sector privado de la economía estadounidense y para mantener y extender su control sobre el enemigo principal, la población nativa que a menudo codicia lo que George Kennan, el inspirador de la Doctrina Truman y el Plan Marshall, llamó ‘nuestros recursos’, casualmente situados en sus tierras”. A ese control de los recursos globales y al derecho que los dirigentes de Estados Unidos creen tener sobre ellos se refiere Noam Chomsky con las palabras “la quinta libertad”, en referencia a la declaración del presidente Roosevelt cuando formuló los objetivos de guerra de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial: libertad de palabra, libertad de culto, liberación de la miseria y liberación del miedo. Enunciados propagandísticos a los que Chomsky añade un quinto: la libertad de “robar y saquear”.
Para la consecución de este último objetivo Estados Unidos se ha servido históricamente de dos medios: la violencia y la ideología. La combinación del recurso a la fuerza y la abrumadora capacidad de los dirigentes de Estados Unidos para imponer su discurso al resto del mundo ha sido constante en la política de Washington, los rasgos de cuya acción en el exterior, persistentes y frecuentemente invariables, están muy arraigados en sus instituciones y en la distribución del poder en su sociedad. Esas constantes de la política exterior de Estados Unidos reflejan juicios tácticos y cálculos prácticos, los cuales tienen su sede en el Pentágono y no son puestos en duda por los disciplinados medios de comunicación norteamericanos.
En términos políticos y económicos, la voluntad de Washington con respecto al resto del mundo se define bajo la fórmula de “sociedades abiertas”, lo que quiere decir abiertas a inversiones lucrativas, a la expansión de los mercados, a la penetración económica y al control político de Estados Unidos. Preferentemente, dichas sociedades deben exhibir formas de democracia parlamentaria, pero éstas sólo son tolerables cuando las instituciones se mantienen firmemente en manos de grupos elitistas dispuestos a actuar de común acuerdo con los dueños y dirigentes de la sociedad estadounidense. Cuando el control ejercido por la ideología falla, se recurre a la violencia, y esto último en diversos grados, desde el vandalismo, el terrorismo y el golpe de estado hasta la invasión directa. Diversos ejemplos de lo anterior, entre ellos las atrocidades cometidas en Centroamérica y el Caribe por los gobiernos amigos de Estados Unidos, como el de Trujillo en República Dominicana; los de los Duvalier, 'Papa Doc' y 'Baby Doc', en Haití; las dictaduras en El Salvador y Guatemala; la “contra” nicaragüense y otros. De hecho, “en su uso real, el término ‘democracia’ en la retórica estadounidense se refiere a un sistema en el que algunos elementos privilegiados controlan el Estado”, sistema que, en situaciones de “crisis de la democracia”, es decir, cuando se forma o existe el peligro de que se forme un gobierno con base popular y con verdaderas aspiraciones democráticas, se convierte en inservible, dando paso a la acción de los “amigos interiores”, desestabilizadores y terroristas, o bien, cuando es necesario, a la intervención exterior.
Rara vez la cobardía y la hipocresía han sido tan explícitas. De hecho, tales rasgos vuelven a ser visibles hoy, mientras asistimos a un cambio en el orden mundial, o mejor dicho: a varios cambios simultáneos que Estados Unidos trata desesperadamente de encauzar en beneficio de su propia posición predominante. Pues sucede que su crisis capitalista interna exacerba la asociación entre la industria armamentista y la penetración de su discurso, entre poder e ideología. A tales fines sirven tanto sus fuerzas armadas y las de sus aliados como “a construcción de un sistema ideológico capaz de asegurar que la población global se mantenga pasiva, ignorante y apática, ejerciendo su control sobre el ‘proceso democrático’ por las élites a través del poder político, los medios de comunicación y el sistema educativo.
En 1986 el presidente Reagan había refrendado el estado de emergencia nacional dictado el año anterior “por la amenaza que para la seguridad de Estados Unidos suponía el gobierno de Nicaragua”. Un gobierno, dicho sea de paso, que había logrado grandes avances en su lucha contra la pobreza y el analfabetismo, según diversas instituciones, y que en consecuencia se había convertido en lo que la organización internacional Oxfam llamó “la amenaza del buen ejemplo”. En esas mismas fechas, a fin de combatir a esa “manzana podrida”, y mientras muchos gobiernos amigos de Estados Unidos ejercían la barbarie sobre sus poblaciones, el informe del Departamento de Estado sobre derechos humanos en el continente dedicaba más de la mitad de sus páginas a “las violaciones de los derechos humanos” en la Nicaragua sandinista, violaciones que una a una fueron denunciadas por la organización independiente Americas Watch como “puras invenciones”.  Texto: J. R. M. Largo. Ver: Nueva guerra fría

14 abr 2014

De la estupidez como norma

El sistema capitalista ha perfeccionado su escudo invisible de defensa. Las protestas que se realizan en Europa en contra de los recortes sociales no están cambiando los objetivos del poder. La movilización siempre será necesaria no obstante el modelo de explotación global se ha blindado para desgastar los objetivos. Y aparecen piedras que pocas veces se saben de dónde vienen. Ocurre que las piedras siempre regresan en contra de la seriedad que requiere contradecir los abusos capitalistas. La televisión se encargará de ponerle música de circo al guión de víctimas y victimarios. Es de tomar en cuenta que el principal escudo que hoy utiliza el sistema contra el fondo del problema es la instauración de la estupidez como norma global. Ya en el siglo XIX el escritor Gustave Flaubert describió con magistral ironía su plan de realizar un monumental diccionario sobre la estupidez: “Sería la glorificación histórica de todo lo que se aprueba. Demostraré en él que las mayorías siempre han tenido la razón y las minorías no. Sacrificaré a los grandes hombres en aras de todos los imbéciles, a los mártires en aras de todos los verdugos. Así, para la literatura establecida, lo que es fácil, que lo mediocre estando al alcance de todos es lo único legítimo y que hay que deshonrar toda forma de originalidad como peligrosa, idiota, etc.” La palabra sigue ocupando su lugar en el laberinto de los contenidos, lo que está en crisis es la capacidad de interpretación (se consolida la formación de un ruido interior que nos divide). La confusión popular es la principal ganancia del poder.

En el siglo XXI la norma es la frivolización del todo. Con frivolidad España discute el tema de la llegada de africanos a Melilla y con frivolidad responde Bruselas. Bastaría con ver las palabras que se utilizan: asalto, invasión, etc. para hacer un manual de la frivolización de una tragedia que representa la vergüenza del planeta. Con frivolidad se habla de crisis, de paro, de desahucio, de aborto, de abuso de niños, de violencia machista, de mala educación, del 'otro' (el supuesto extranjero) y de justicia. Con frivolidad se ignora la raíz del problema: el tempo del ser humano ha sido cambiado para dominar su capacidad de entendimiento. La prisa actual no nos pertenece, sin embargo los jueces de las olimpíadas nos quitaron las otras opciones de carrera. Que la tecnología avance a una velocidad mayor que la educación del hombre dice mucho del campo de fracaso donde estamos metidos (y aún así nos divertimos). El alcance de la explotación total, la que no reconoce el explotado. Todo un manual de conductas del entretenimiento ha vomitado Hollywood para que el mundo vacíe la utilización de la inteligencia. La estupidez ha llegado al extremo de que hoy lo normal es ignorar la profundización de los contenidos. Por igual nos montan la parodia de una primavera árabe que un golpe de estado en Honduras. Con la misma intensidad nos promovieron la riqueza como un valor absoluto y ahora nos imponen la pobreza como la última carta disponible. También por igual (y aquí cabe discutir el tema Venezuela) gobierno y oposición utilizan el circo del ruido y de los no contenidos. No tiene sentido que la izquierda asuma como vía de participación popular el mismo circo propio del capitalismo. Mucho se dice que una revolución es un proceso largo y complejo; el capitalismo es una forma de destrucción rápida y sencilla. ¿Por qué no atreverse a buscar una tercera lógica? Estamos maleados, como decía Arthur Rimbaud, maleados o paralizados. Desvivimos como actores mediocres de nuestra propia tragedia.
¿Qué hacer? Sin duda el tema es complejo, de ahí que no se pueda enfrentar desde la estupidez. La izquierda no ha sabido ser oposición del capitalismo. A un sector del pensamiento alternativo le pesa el sagrado respeto a los dogmas. Se teme que una nueva propuesta no cumpla con los parámetros diseñados por algún estudioso comunista. Y se frena la creatividad individual y colectiva, con todo y los riesgos, se castra el surgimiento de teorías y prácticas que interpreten la nueva realidad capitalista. Es un asunto de espacio-tiempo, es un proceso de destrucción y construcción de realidades, es un tema de estudio y ofensiva de todos los procesos que desencadenaron el actual escenario. El absolutismo del capitalismo del siglo XXI viene de muchos laboratorios del pasado. El sistema se alimentó tanto de la Unión Soviética como de dictaduras locales. Lo que nos entregan como democracia es la aceptación de que sólo puede quien más tiene. Hoy, con el invento de la crisis financiera, arribamos a la uniformidad de los miserables. Ya no estamos en los años 60 del siglo XX, he ahí donde quedaron las intenciones de la izquierda. El capitalismo no es el mismo de entonces, ha tecnificado su fondo y sus formas. La izquierda no ha estado a la altura para detener la debacle del mundo. Capitalismo y humanidad no podrán coexistir en el formato salvaje que está en práctica. La humanidad tendrá que conseguir una nueva vía de respuesta. Habrá que atreverse desde los contenidos, habrá que convocar (en uno mismo) una rebelión de la inteligencia. Habrá que faltarle un poco el respeto a los maestros. O subvertimos el modelo que llevamos en nuestra (no) conciencia, o aplaudimos como estúpidos la puesta en escena de nuestra derrota.Texto: Edgar Borges. 

12 abr 2014

Apadrina un valenciano. Rajoy trilero

Nietzsche proclamó hace  años la muerte de Dios; ya anteriormente habló de ello Hegel. También de Pascal y Plutarco hay chascarrillos. Otros pensadores contemporáneos no opinarían lo mismo si fuesen eruditos de estas cuestiones existencialistas; y estaba, y estoy,  pensando yo  en Mariano Rajoy. El estadista nos abruma día si y otro también con el insoportable ‘como Dios manda’. Su forma de gobernar está, pues, inspirada en el todopoderoso y avalada por el mismo hacedor de todas las cosas. 


La naturaleza en si misma es producto de la evolución, del cambio en la rutina. El origen y evolución humana se sustenta en este hecho. Nietzsche proclamaba que el Hombre es un puente y que si por algo se define es por ser proyecto. Nuestro gobernante no lo tiene tan claro. Si algo caracteriza a los, llamémosle así, conservadores en lo político y social, es su inmovilismo en el pensar y en el hacer; si por ellos fuere la historia se habría detenido hace siglos, y aquí mi entusiasta lector podrá a su elección fijar el momento-tiempo en el que pudiera haber acontecido, resultando éste indiferente, pues hubiera sido uno en el que la clase dominante hubiera tenido la sartén por el mango o incluso mango y sartén. 


Si para D. Mariano Dios creó el mundo debería saber que éste ha evolucionado en el tiempo, aunque a la iglesia le cuesta reconocer estas cosillas de la naturaleza y lo hace arrastrando los pies. Pero para Rajoy y los 'suyos' la cosa es mas o menos así: Ni Dios ha muerto ni la evolución humana corre prisa y si no podemos detener la llegada de la modernidad al menos ralenticemos su paso. Y pone su granito de arena. ¿Cómo lo hace? Si señor: legislando, deteniendo el devenir y la evolución con leyes que impidan el avance. Y algunas de estas leyes están aprobadas o a punto de caramelo en Cortes gracias a esa ‘mayoría absoluta’ que todo lo puede y no debe cuestionarse, pues es mandato que arranca de las urnas y ojito con cuestionarla. Ejemplos: Gallardón se saca una progresiva ley antiaborto por ser caduca y retrógrada la existente; Fernández de la Mordaza, ministro de interior, aclaro, se saca de la chistera una ley de protección al ciudadano, o algo así se titula la película, para protegernos del rojerío irredente y antisistema que amenaza quema de iglesias y guerras civiles varias –Rouco dixit-. No seguiré enumerando normas novedosas y aquí mi preclaro lector podría añadir la o las que más le hayan llamado la atención estos últimos días. 


Sin embargo tenemos otras que son leyes de la naturaleza y en consecuencia inamovibles, leyes creadas por Dios. La Constitución española declara derecho a vivienda digna y a trabajo, remunerado, aclaro lo de remunerado porque les veo venir. También consagra el derecho a la propiedad. Hasta aquí me siguen y estamos en la misma página. Y llega el interpretador de la ley, es decir el judicial, llamado Poder, que aquí más se representa como una camarilla de perillanes y estómagos agradecidos que de sesudos estudiosos del derecho. Cuando se interpreta la Constitución y así debe hacerse, o debiera, y se aplica en los actuales casos que asolan el país en lo tocante a los continuos desahucios vemos como prima el derecho a la propiedad en detrimento del derecho a la vivienda; curioso, ¿no? La evolución, el tiempo y la Historia han hecho que el aplicador de la ley disponga de vivienda e incluso segunda residencia, hablo en general,  en tanto que el justiciable se da de bruces con el intrincado mecanismo administrativo-judicial-burocrático-bancario, que desconoce, y pronto se halla durmiendo en casa de acogida. Ante un posible conflicto de intereses se prima siempre el de la protección al poderoso y acaba perdiendo el menesteroso por el simple hecho de aplicar de esa manera la norma. Y es que al parecer Dios está presente en los desayunos de esta banda de corsarios y bucaneros y les aclara todas las mañanas quien es quien en este mundo y donde está y debe estar cada uno; inmovilismo le llaman. Añadamos el hecho esperpéntico de que el partido en el gobierno, ambas Cámaras legislativas, el poder judicial, el ejecutivo y rancio sectarista -de secta- ministro de interior y gran parte de las diputaciones y otros organismos autonómicos son la misma cosa y entenderemos todo. De la prensa adicta al régimen conversaremos otro día. Texto: @JavierGiner. Ver: Pablo Iglesias no tiene rabo

11 abr 2014

Seguridad, ¿para quien?

Un principio rector de la teoría de las relaciones internacionales es que la mayor prioridad del Estado es garantizar la seguridad. Según la fórmula aceptada de George F. Kennan, estratega de la guerra fría, el gobierno es creado para garantizar el orden y la justicia en el interior y proveer a la defensa común. Parece una proposición plausible, casi evidente por sí misma, hasta que miramos más de cerca y preguntamos: ¿seguridad para quién?
¿Para la población en general? ¿Para el poder del Estado mismo? ¿Para los sectores dominantes? Según a lo que nos refiramos, la credibilidad de la proposición varía de desdeñable a muy alta. La seguridad para el poder del Estado está en el punto más alto, como ilustran los esfuerzos de los estados por protegerse del escrutinio de sus propias poblaciones. En una entrevista en la televisión alemana, Edward J. Snowden señaló que su momento de decisión llegó cuando vio al director de inteligencia nacional, James Clapper, mentir abiertamente bajo juramento en el Congreso, al negar la existencia de un programa de espionaje interno dirigido por la Agencia de Seguridad Nacional. Snowden explicó: 'El público tenía derecho a saber de esos programas'. 'A saber lo que el gobierno hace en su nombre, y lo que hace en contra del público'. Lo mismo pudieron haber dicho con justicia Daniel Ellsberg, Chelsea Manning y otras valerosas figuras que actuaron con base en al mismo principio democrático. La postura del gobierno es muy diferente: el público no tiene derecho a saber, porque de ese modo se vulnera la seguridad… en grado severo, afirma. Existen varias razones para tomar con escepticismo esa respuesta. La primera es que es casi por completo predecible: siempre que se expone un acto del gobierno, éste por reflejo aduce la seguridad. Por tanto, la respuesta predecible conlleva poca información. Una segunda razón para el escepticismo es la naturaleza de la evidencia presentada. John Mearsheimer, especialista en relaciones internacionales, escribe: “En un principio, de modo nada sorprendente, el gobierno USA sostuvo que el espionaje de la NSA tuvo un papel esencial para detener 54 conjuras terroristas contra Estados Unidos, con lo que dio a entender que tuvo una buena razón para violar la cuarta enmienda. Sin embargo, era mentira. El general Keith Alexander, director de la agencia, reconoció a la larga, ante el Congreso, que sólo en un caso se podía hablar de éxito, y se refirió a atrapar un emigrante somalí y tres compañeros que vivían en San Diego, quienes habían enviado 8.500 dólares a un grupo terrorista en Somalia. A una conclusión similar llegó el Consejo de Supervisión de la Privacidad y las Libertades Civiles, instituido por el gobierno para investigar los programas de la NSA y que, por consiguiente, tuvo acceso extensivo a materiales clasificados y a funcionarios de seguridad. Existe, desde luego, un sentido en el cual la seguridad está amenazada por la conciencia pública: la seguridad del poder del Estado al ser expuesto. El concepto fundamental fue bien expresado por el economista político Samuel P. Huntington, de Harvard: Los arquitectos del poder en Estados Unidos deben crear una fuerza que sea sentida, pero no vista.
Noam Chomsky
El poder sigue siendo fuerte cuando permanece en la oscuridad; expuesto a la luz, comienza a evaporarse. En Estados Unidos, como en todas partes, los arquitectos del poder entienden bien ese aserto. Quienes han examinado la enorme masa de documentos desclasificados en, por ejemplo, la historia del Departamento de Estado, no dejan de notar con cuanta frecuencia la primera preocupación es la seguridad del poder del Estado frente al público, no la seguridad nacional en cualquier sentido significativo. A menudo el intento de mantener el secreto es motivado por la necesidad de garantizar la seguridad de poderosos sectores nacionales. Un ejemplo persistente es conocido erróneamente como acuerdos de libre comercio, erróneamente porque violan de manera radical los principios del libre comercio y en esencia no tienen nada que ver con el comercio, sino más bien con los derechos del inversionista. Estos instrumentos, por lo regular, se negocian en secreto, como la actual Asociación Transpacífico, pero no en completo secreto, por supuesto. No son secretos para los cientos de cabilderos empresariales y abogados que redactan las detalladas normas, cuyo impacto es revelado por las pocas partes que han llegado al público por medio de Wikileaks. Conforme a la razonable conclusión del economista Joseph E. Stiglitz, la oficina del representante comercial de Estados Unidos representa los intereses de los consorcios, no los del público, y por tanto la probabilidad de que los resultados de las negociaciones sirvan a los intereses de los ciudadanos comunes y corrientes del país es baja; la perspectiva para los ciudadanos comunes de otros países es aún más débil. La seguridad del sector empresarial es una preocupación regular de las políticas del gobierno, lo cual apenas si sorprende, dado que en principio ese sector es el que formula las políticas públicas. En contraste existe evidencia sustancial de que la seguridad de la población del país –que es como se supone que se debe entender el término seguridad nacional– no es una alta prioridad de la política del Estado. Por ejemplo, el programa global de asesinatos con drones que impulsa el presidente Obama, con mucho la campaña terrorista más grande del planeta, es también una campaña generadora de terror. El general Stanley A. McChrystal, comandante de las fuerzas de Estados Unidos y de la OTAN hasta que fue relevado del cargo, hablaba de las matemáticas de la insurgencia: por cada persona inocente que se mata, se crean diez nuevos enemigos. Este concepto de la persona inocente nos dice hasta dónde hemos llegado en los últimos 800 años, desde la Magna Carta, la cual sentó el principio de la presunción de inocencia, que alguna vez se creyó que era el fundamento del derecho anglosajón. Hoy, la palabra culpable significa: designado por Obama para ser asesinado; e inocente quiere decir: aún no investido con ese estatus. Institución Brookings acaba de publicar The Thistle and the Drone (literalmente: 'El cardo y el zángano', en alusión al sentir de la tribu y a los aviones no tripulados), muy elogiado estudio antropológico de las sociedades tribales escrito por Akbar Ahmed, subtitulado “Cómo la guerra de EE.UU. contra el terrorismo se convirtió en una guerra global contra el islam tribal”. Esta guerra global presiona a gobiernos centrales represivos para que emprendan ataques contra los enemigos tribales de Washington. La guerra, advierte Ahmed, puede llevar a algunas tribus a la extinción, con graves costos para las sociedades mismas, como se observa ahora en Afganistán, Pakistán, Somalia y Yemen. Y, a fin de cuentas, a los propios estadounidenses. Las culturas tribales, señala Ahmed, se basan en el honor y la venganza: Todo acto de violencia en esas sociedad tribales provoca un contraataque: mientras más duros los ataques contra los hombres de la tribu, más crueles y sanguinarios los contraataques. El ataque al terror puede volverse contra el país de origen. En la revista británica International Affairs, David Hastings Dunn describe la forma en que los drones, cada vez más sofisticados, son un arma perfecta para grupos terroristas: son baratos, se pueden adquirir con facilidad y poseen muchas cualidades que, al combinarlas, los convierten potencialmente en el medio ideal para un ataque terrorista en el siglo XXI. El senador Adlai Stevenson III, en referencia a sus muchos años de servicio en el Comité de Inteligencia del Senado, escribe: “La cibervigilancia y el acopio de metadatos forman parte de la reacción continuada al 11-S, que ha producido pocas capturas de terroristas y enfrenta una condena casi universal. En muchas partes se percibe que Estados Unidos está empeñado en una guerra contra el islam, contra chiítas y sunitas por igual, en el terreno, con drones, y mediante testaferros en Israel, desde el golfo Pérsico hasta Asia central. Alemania y Brasil, entre otros,  sienten nuestras intrusiones y, ¿qué se ha ganado con ellas?” La respuesta es que se ha ganado una creciente amenaza de terror, así como un aislamiento internacional. Las campañas de asesinatos con drones son un mecanismo por el cual la política de Estado pone a sabiendas en peligro la seguridad. Lo mismo puede decirse de las operaciones de asesinato mediante fuerzas especiales. Y de la invasión a Irak, que aumentó en gran medida el terror en Occidente, confirmando las predicciones de la inteligencia británica y estadounidense. Estos actos de agresión fueron, una vez más, asuntos de poca monta para sus planificadores, que están guiados por conceptos de seguridad enteramente diferentes. Ni siquiera la destrucción instantánea con armas nucleares ha tenido nunca alta prioridad para las autoridades del Estado. Texto: Noam Chomsky. 

6 abr 2014

Dinero y finanzas

La fase del capitalismo que se inicia a finales de la década de los ochenta del siglo pasado se caracteriza, entre otros rasgos, por la hegemonía de las finanzas. Este protagonismo que ha adquirido el mundo financiero ha supuesto aumento de la especulación y del endeudamiento, incremento del dinero que fluye a los paraísos fiscales, mayor número de fraudes y de delitos económicos, y una más elevada inestabilidad económica. Todo ello ha desembocado en el estallido de la crisis económica actual.

El daño que este proceso está causando al progreso económico y social en la economía mundial es muy elevado, pues como consecuencia de lo que supone este dominio de las finanzas se concentra aún más la riqueza, al tiempo que aumenta la desigualdad, la pobreza no tiende a disminuir, y la inseguridad laboral se instala en las sociedades, no ya solamente en los países emergentes y subdesarrollados sino en los países ricos. Se deteriora la democracia como consecuencia de que las decisiones importantes que afectan a variables macroeconómicas, aunque no todas ellas, se toman fundamentalmente por los poderes financieros.
Esta fase tiene unos rasgos novedosos frente a otros periodos de la historia, pero, sin embargo, hay hechos que son comunes con otros momentos que se han dado en los diferentes procesos de desarrollo. Conviene subrayar esto, porque, ante el dominio de las finanzas en la actualidad, es corriente encontrar en algunos artículos, ensayos y libros, análisis que presentan como nuevos fenómenos, tales como los procesos especulativos, endeudamientos y crisis financieras, sin tener en cuenta una perspectiva histórica del papel desempeñado por la banca y las finanzas.

La importancia que desempeñan el dinero y las finanzas es muy antiguo, pero no cabe duda de que van adquiriendo una mayor importancia en la baja edad media cuando tiene lugar el avance del comercio, las ferias, y el desarrollo de las ciudades que se convertían en centros mercantiles y financieros y en las que se asentaba la burguesía comercial ascendente. En la edad moderna, y por lo que se refiere a España, que era el mayor imperio mundial, no se puede olvidar la obra magna del gran historiador Ramón Carande 'Carlos V y sus banqueros', publicada en tres tomos en años diferentes, aunque ahora se puede encontrar en un solo tomo gracias a la labor de la editorial Crítica.
La especulación también viene de muy atrás, como se puede conocer leyendo la obra de Galbraith 'Breve historia de la euforia financiera' (Ariel, 1991) y en donde se analiza la famosa especulación de los tulipanes del siglo XVII. La especulación que llevó a cabo John Law, a principios del siglo XVIII, es digna de tenerse en cuenta por lo que supuso en su época. Hay varios libros que dan cuenta de ella, pero hay dos que voy a mencionar por lo interesante que resulta el análisis que efectúan de la evolución monetaria: George von Wallwitz Ulises y la comadreja. Una simpática introducción a los mercados financieros (Acantilado, 2013); y Philip Coggan Promesas de papel. Dinero, deuda y un nuevo paradigma financiero (El Hombre del Tres, 2013)

No se debe olvidar en todo ello a Marx, que tiene muchos escritos dedicados a las crisis bancarias en sus obras teóricas, pero, sobre todo, en los artículos de prensa, y que su lectura resulta de lo más actual. Este texto publicado en The New York Daily Tribune el 5 de mayo de 1856 lo ratifica: “El extraño frenesí que ha convertido a Francia en una casa de apuestas y ha identificado el Imperio napoleónico con la bolsa, no se ha ceñido en modo alguno a las fronteras galas. Esta plaga, que no sabe de fronteras políticas, ha cruzado los Pirineos, los Alpes y el Rin y, por asombroso que parezca, ha echado raíces en suelo alemán, donde la especulación en el terreno de las ideas se ha arrodillado ante la especulación en acciones de bolsa, el summum bonum ha hecho lo propio ante el avance del bono, la misteriosa jerga de la dialéctica ante la no menos misteriosa jerga bursátil, y las aspiraciones de unidad ante las pasiones de los dividendos”. (Recogido en Guerra y revolución. Karl Marx Editorial Melusina, 2011). Parece que está hablando de hoy mismo.
La importancia de la banca en el desarrollo del capitalismo fue analizado por Hilferding en su gran obra 'El Capital financiero', publicada en 1910 (hay traducción al castellano en Tecnos, 1985). Este autor analizaba, a partir de la obra de Marx, la concentración y centralización de capital que se estaba dando con una gran intensidad a finales del siglo XIX y principios del XX. El capital bancario jugaba un papel básico en este proceso que confirmaba las tendencias ya enunciadas por Marx. El capital financiero era la fusión de ese capital bancario con el capital industrial, pero en donde la banca desempeñaba la hegemonía. Tal como están las cosas actualmente resulta conveniente rescatar esta obra, leerla y estudiarla, aunque hayan cambiado muchas cosas desde entonces. En este libro se puede comprender el gran poder que las finanzas adquirieron en este periodo, aunque con rasgos diferentes a los actuales.
En el siglo XX, como muy bien apunta Chesnais en 'Las deudas ilegítimas' (Clave intelectual, 2012) el poder de las finanzas tuvo un paréntesis: “El poder económico y político de las finanzas no siempre ha sido tan fuerte. La experiencia ha demostrado que en su momento se pudo prescindir de ellas a la hora de financiar la economía. El crac bursátil de 1929 y su prolongación en forma de grandes crisis bancarias durante los años treinta, conjuntamente con la Segunda Guerra Mundial, provocaron un retroceso de las finanzas… Durante las tres décadas transcurridas entre la derrota del régimen nazi y la crisis económica de 1974-1975 (denominados más tarde con nostalgia los “Treinta Gloriosos”), las economías capitalistas funcionaron sin Hedge Funds, sin finanzas especulativas, sin beneficiarios de dividendos y de intereses sobre deuda pública”.
Las crisis financieras han dado asimismo lugar a muchas obras en las que se puede estudiar qué consecuencias las han provocado y la cantidad de las que se han producido ya en el capitalismo industrial. A la ya mencionada de Galbraith hay que añadir la ya clásica de Kindleberger 'Manías, Pánicos y Cracs' (Ariel, 1991). Desde un punto de vista teórico sin duda hay que destacar los diversos trabajos de Minsky, un autor fallecido hace unos años y que se ha revitalizado con la crisis actual, que en uno de sus libros planteaba en términos de interrogante si lo sucedido en la Crisis de los treinta podía volver a darse.
En suma, la historia nos enseña mucho, entre otras cosas, que el sistema financiero es tan dado a provocar burbujas especulativas y crisis económicas que resulta necesario controlarlo y regularlo, cuando no nacionalizarlo. También en que hubo un periodo comprendido entre 1945 y 1973 en el que el poder de las finanzas disminuyó sobre lo que había sido en épocas anteriores. Esta fase sin tanta hegemonía financiera fue el de mayor crecimiento habido en la historia, por lo menos para los países desarrollados.Texto: Carlos Berzosa. Ver: Crisis financieras

5 abr 2014

Causas del desempleo

Uno de los hechos que está ocurriendo en la Unión Europea es (además del muy preocupante elevado desempleo) el descenso del empleo, es decir, del número y porcentaje de personas que trabajan. Este problema alcanza su máxima expresión en los países llamados periféricos de la eurozona, tales como España, Portugal, Irlanda, y Grecia, pero no se limita a ellos. En la mayoría de países de la eurozona, el sistema económico no produce suficientes puestos de trabajo. Y esta es la principal causa de que existieran nada menos que 27 millones de parados en la Unión Europea en 2013. 

El mayor problema, sin embargo, es que este elevado desempleo y falta de creación de empleo es, en gran parte, resultado directo de las intervenciones promovidas por el Fondo Monetario Internacional, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo, conjunto conocido como la Troika. Las políticas de austeridad, con recortes del gasto público y del empleo público, la desregulación del mercado orientada a reducir los salarios, y la ayuda de estas instituciones al capital financiero, que quiere decir predominantemente la banca, han jugado un papel clave en reducir el nivel de vida de las clases populares. Han limitado su capacidad adquisitiva, disminuido la demanda y reducido la actividad económica y la producción de empleo, además de aumentar la pobreza y la miseria.
Especial mención debería hacerse de la ayuda a la banca, que ha tenido un efecto muy negativo para la creación de empleo. Esta ayuda tendría que haber servido para ofrecer crédito a las pequeñas y medianas empresas y a las familias. Pero esta ayuda no ha servido para tal fin, sino para aumentar los beneficios de la banca, beneficios que ha conseguido a base de comprar deuda pública a unos intereses elevadísimos (que han restado fondos a los Estados para crear empleo) y también de inversiones financieras en fusiones de grandes empresas (que tienen como consecuencia la destrucción de empleo) y otras actividades especulativas, que restan en lugar de sumar puestos de trabajo. En realidad, hay una relación directa entre el tamaño del sector financiero, la actividad especulativa en la economía y la limitada producción de puestos de trabajo (ver Frank Roels “What Hope Is There For The 27 Million Unemployed in Europe?”, en Social Europe Journal, 27.03.14)
Frente a esta situación, la propuesta que deriva sobre todo de economistas liberales de que la principal necesidad en este momento es la de invertir en educación y formación es dramáticamente insuficiente. En una de sus presentaciones semanales en Catalunya Ràdio, en el programa de Mònica Terribas, el “economista de la casa”, como lo llama TV3, el Sr. Sala i Martín, subrayaba que la solución era una nueva educación en la que se enfatizara la cultura emprendedora entre la juventud. Independientemente de la necesidad de promocionar este tipo de cultura, el hecho es que, sea la cultura que sea, su impacto será mucho menor en la creación de empleo, pues esta postura asume que el desempleo se debe a la falta de adaptación de la persona a los supuestamente abundantes puestos de trabajo. Y ello no es así. En realidad, en la Unión Europea hay solo dos millones de puestos de trabajo que están sin ocupar, lo cual representa una cifra mínima del número de puestos de trabajo que se necesitarían para que dejara de haber desempleo (27 millones).

El comportamiento ilegal de la Comisión Europea y del BCE

Ello no implica que no deba hacerse una reforma profunda en el sistema educativo, aun cuando no creo que el punto central debiera ser la necesidad de estimular lo que se llama la actividad emprendedora, que quiere decir, por regla general, empresarial. La función de la educación debería ser, no crear empresarios, sino ciudadanos. Lo que la Comisión debería hacer son, como la Confederación Europea de Sindicatos ha indicado, unas inversiones masivas para crear empleo en áreas importantes, que van desde la infraestructura humana a la física, cultural y ambiental, con una gran expansión de las inversiones en el cuidado y atención a las personas y a la población. Pero ello no ocurrirá a no ser que haya un cambio político muy significativo en el sistema de gobierno de la UE y de la eurozona.
Hoy, la gobernanza de la UE y la eurozona está dominada por instrumentos políticos próximos, sobre todo, al capital financiero. De ahí el protagonismo del BCE, que, como lobby de la banca, ha intervenido en áreas que, por cierto, no son de su competencia, promoviendo las políticas de austeridad. Por fin, el Parlamento Europeo (PE) ha cuestionado y denunciado al BCE por intervenir en áreas ajenas a su función. Pero más importante aún es el informe Andreas Fischer-Lescano, profesor de Derecho y Política Europeos de la Universidad de Bremen (informe que fue encargado por la Confederación Europea de Sindicatos), en el que detalla cómo la Comisión Europea y el BCE han violado sistemáticamente la legislación vigente en la Unión Europea, incluyendo la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, un texto legal que debe respetarse –y que no es respetado por la Comisión Europea y el BCE. Lo que está ocurriendo con la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea es lo mismo que ocurre con la Constitución Española, que se utiliza constantemente para imponer sacrificios en defensa de la propiedad, olvidando otros que –supuestamente, garantizan derechos sociales y laborales– son papel mojado.

En defensa de los sindicatos

Una última observación. Existe hoy en la Unión Europea una movilización antisindical patrocinada y promovida por la banca y la gran patronal en cada país de la UE y a nivel del establishment europeo (Banco Central Europeo, Comisión Europea y Consejo Europeo), altamente influenciado por el capital financiero. Esta avalancha alcanza su máxima expresión en los países llamados “periféricos”, tales como España, Grecia y Portugal, donde el ataque antisindical es masivo. Hoy estamos viendo una demonización de los sindicatos, a los cuales se presenta como responsables de toda una serie de daños, incluido el elevado desempleo. Se argumenta que su defensa de los contratos fijos está dificultando la contratación de nuevos trabajadores, siguiendo las teorías insiders versus outsiders que he criticado extensamente en mis trabajos mostrando la carencia de evidencia científica que las apoye. Pero últimamente esta demonización ha incluido una campaña de desprestigio, intentando mostrar a los sindicatos de clase como corruptos, resultado de unos juicios altamente politizados que tienen como objetivo destruirlos. Y los medios, la gran mayoría de persuasión conservadora y neoliberal (altamente dependientes de la banca para su financiación), juegan un papel clave en esta promoción, ignorando que, en términos comparativos, los datos muestran que los sindicatos de clase son mucho menos corruptos que la gran patronal, los partidos políticos, la banca o las grandes familias y/o fortunas.
Esta campaña llega al nivel de ataques personales como, por ejemplo, en contra de Cándido Méndez, el Secretario General de la UGT (una de las voces más combativas y contundentes en el mundo sindical), ataques que han alcanzado niveles deleznables y a los cuales sectores de algunas izquierdas sectarias han añadido su voz. La causa real de este ataque feroz en contra de los sindicatos ha sido y continúa siendo su defensa de los trabajadores y su excelente labor en defensa del Estado del Bienestar de todos los españoles. El gran capital, con la ayuda de sus medios, es consciente de que para conseguir lo que desea necesita inhabilitar e incluso destruir el movimiento sindical. Y lo están intentando con la ayuda de gran parte de los medios, financiados por préstamos de la banca. Texto: Vicenç Navarro.

1 abr 2014

La ley de hierro de la oligarquía

A principios del S. XX el sociólogo alemán Robert Michels formuló la llamada “Ley de hierro de la oligarquía” para explicar la contradicción de por qué los partidos políticos, que son las principales instituciones de la democracia, no son organizaciones democráticas. Un siglo después, esta ley sigue tan vigente como entonces a la hora de describir su funcionamiento y organización. Robert Michels investigó a principios del S. XX la contradicción entre la lucha por la democracia que en ese momento realizaban los partidos socialistas y la ausencia de democracia en su funcionamiento interno. Esta investigación se hizo extensible a todos los partidos y demás organizaciones políticas, y los resultados quedaron plasmados en su obra “Los partidos políticos” (publicado en castellano por Amorrortu Editores, en dos volúmenes). La conclusión de Michels fue demoledora: Ningún partido u organización es democrática porque “la organización implica la tendencia a la oligarquía. En toda organización, ya sea un partido político, de gremio profesional u otra asociación de ese tipo, se manifiesta la tendencia aristocrática con toda claridad”. ¿Por qué? Para explicarlo Michels formuló la que denominaría “Ley de hierro de la oligarquía”: “La organización es la que da origen al dominio de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegadores. Quien dice organización, dice oligarquía”.


La necesidad de la organización

En un sistema democrático parlamentario es necesario organizarse para poder participar en la toma de decisiones. Los partidos son las organizaciones a través de las cuales se efectúa la representación de los ciudadanos en la toma de decisiones. A medida que históricamente cada vez más personas iban adquiriendo el derecho al voto y por lo tanto a ser representados, y como consecuencia de que las sociedades van transformándose, los propios partidos tienen la tendencia a ampliarse y a fortalecer su burocratización, ya que están abocados a enfrentarse a los problemas derivados de la cada vez mayor complejidad social, y más cuando aspiran a gobernar, o ya gobiernan, el Estado en el que se manifiestan estas complejidades. En este sentido, Michels explicó que “a medida que se desarrolla una organización, no sólo se hacen más difíciles y más complicadas las tareas de la administración, sino que además aumentan y se especializan las obligaciones hasta un grado tal que ya no es posible abarcarlas de una sola mirada”. Es decir, a medida que van creciendo como organizaciones, el trabajo en los partidos se va complicando y con ello su organización. Como las organizaciones políticas están formadas por personas, estos cambios les afectan sobre todo a ellas, y más en concreto a aquellas que están más implicadas como son los líderes y trabajadores del partido, que pasan a especializarse en sus funciones y a trabajar a tiempo completo. Es decir, “cuanto más sólida se hace la estructura en el curso de la evolución de un partido político moderno, tanto más se marca la tendencia a reemplazar al líder de emergencia por un líder profesional. Toda organización partidaria que ha alcanzado un grado considerable de complicación necesita que haya cierto número de personas que dediquen toda su actividad al trabajo del partido”. Por lo tanto, como afirmaba Michels en su investigación, “en un principio los líderes surgen espontáneamente, sus funciones son accesorias y gratuitas. Muy pronto, sin embargo, se convierten en líderes profesionales, y en esta segunda etapa del desarrollo son estables e inamovibles”. Se consolida así el liderazgo profesional de los partidos porque, explicaba Michels, “es innegable que la tendencia oligárquica y burocrática de la organización partidaria es una necesidad técnica y práctica. (…) Por razones técnicas y administrativas, no menos que por razones tácticas, una organización fuerte necesita un liderazgo igualmente fuerte”. Y este liderazgo podía llegar a ser enorme en el caso de los partidos que mueven millones de votos, ya que, “como regla general, cabe enunciar que el aumento de poder de los líderes es directamente proporcional a la magnitud de la organización”.

El líder se independiza

Michels señalaba pues que el liderazgo profesional y oligárquico sustituye al de la primera etapa, que era más accesible para la gente corriente y estaba controlado por la masa de afiliados. Ese acceso directo al líder cambia con la profesionalización, ya que según Michels, “los líderes que al principio no eran más que órganos ejecutivos de la voluntad colectiva, se emancipan al poco tiempo de la masa y se hacen independientes de su control”. ¿Cómo? La clave está en el conocimiento que los líderes profesionales y burócratas van adquiriendo a medida que desempeñan su trabajo, unas habilidades que escapan de la comprensión y competencia de la masa de los afiliados y votantes de los partidos. Así, “este conocimiento de expertos que el líder adquiere en cuestiones inaccesibles, o casi inaccesibles para la masa, le da seguridad en su posición”. Sin embargo, este proceso tiene consecuencias porque “la democracia acaba por transformarse en una aristocracia por la imposibilidad de la masa de adquirir las competencias necesarias y su dependencia de un liderazgo”. Ciertamente, con la profesionalización se consigue mayor eficacia en la gestión de los partidos, pero al precio de sacrificar la participación y el control por la mayoría ya que, en palabras del autor, “el advenimiento del liderazgo profesional señala el principio del fin para la democracia” (…) porque “es obvio que el control democrático sufre de este modo una disminución progresiva, y se ve reducido finalmente a un mínimo infinitesimal”. ¿Cómo se justifica esto en un partido que defiende la democracia? Según Michels porque “la democracia es incompatible en todo con la rapidez estratégica, y las fuerzas de la democracia no se prestan para los rápidos despliegues de una campaña. Por eso es que los partidos políticos, aunque sean democráticos, muestran tanta hostilidad al referéndum y a todas las otras medidas para la salvaguarda de la verdadera democracia”.

La democracia aplasta a la democracia

Michels afirmaba que en los partidos “el poder de los líderes elegidos sobre las masas electoras es casi ilimitado”. Por lo tanto, una vez llegado a este punto se alcanza una contradicción fundamental: los partidos son fundamentales para el funcionamiento y la construcción de la democracia, pero al mismo tiempo “la estructura oligárquica de la construcción (de la democracia) aplasta el principio democrático básico”. Es decir, “lo que es (una oligarquía evidentemente no democrática) aplasta a lo que debe ser (una democracia)”. El medio se convierte en un fin y los partidos democráticos dejan de serlo para servir mejor a la democracia. Los partidos políticos necesitan la democracia para poder existir, necesitan elecciones, parlamentos, leyes, etc., pero al mismo tiempo destruyen la democracia interna en el camino para conseguirlo, aunque no la democracia en sí. Es decir, el hecho que no haya democracia interna en los partidos no impide que estos compitan entre sí de manera pacífica para alcanzar el poder. Michels explicaba que “toda organización partidaria representa un poder oligárquico fundado sobre una base democrática”. Pero a la vez “la aparición de oligarquías dentro de diversas especies de democracia es consecuencia de una necesidad orgánica y por eso afecta a todas las organizaciones”. Así pues, el sistema democrático es fundamental para los partidos, es lo que les permite existir y competir entre ellos. Sin embargo, para poder llegar a ser organizaciones en una democracia dejan de ser democráticos y se convierten necesariamente en oligarquías porque, como se preguntaba Michels, “¿qué es en realidad el moderno partido político?”, a lo que respondía: “Es la organización metódica de masas electorales”. Es decir, los partidos son máquinas electorales creadas con el fin de ganar elecciones, y para ganarlas, necesitan sacrificar su democracia interna. Sin embargo, y este es uno de los puntos más controvertidos de la teoría de Michels, es que a la mayoría de los miembros de la masa del partido y del electorado esta circunstancia de falta de democracia interna no les preocupa demasiado. Según Michels, “no hay exageración al afirmar que, entre los ciudadanos que gozan de derechos políticos, el número de los que tienen un interés vital por las cuestiones públicas es insignificante”. No existiría, según el autor, una verdadera demanda de participación en la toma de decisiones excepto por parte de aquella minoría que siente realmente un interés personal en ello, porque “únicamente el egoísmo puede incitar a la gente a interesarse en los asuntos públicos”. La consecuencia de esta falta de interés por parte de la mayoría frente a unos pocos que sí se siente atraídos, provocaría “un proceso de selección espontánea, en virtud del cual se segregan de la masa organizada cierto número de miembros que participan con más diligencia que otros en la tarea de la organización”, y que pasarían a formar parte, tarde o temprano, del liderazgo organizado y de la élite.

Una democracia de élites

La consecuencia del sacrificio de la democracia interna y de la supuesta falta de interés por parte de los electores y militantes, es que los partidos, que son la espina dorsal de la democracia, están dominados por élites que funcionan de manera no democrática dentro de las organizaciones, pero que necesitan a la democracia para legitimarse en su poder interno y para aspirar al poder más allá de esas organizaciones. Es decir, la democracia está controlada por un grupo de personas que funcionan de manera no democrática. Surge entonces la siguiente pregunta: ¿Puede ser democrático un sistema en el que sus principales instituciones no lo son? Como explicaba Michels, “podemos resumir el argumento diciendo que en la vida partidaria moderna la aristocracia se complace en presentarse con apariencia democrática, en tanto que la sustancia de la democracia se impregna de elementos aristocráticos. Por un aparte tenemos una aristocracia con forma democrática, y por otra parte, una democracia con contenido aristocrático”.  Al estar dominados por elementos oligárquicos, los partidos presentan a las elecciones unos candidatos que son las élites de estos partidos: la “aristocracia con forma democrática”. Los ciudadanos tienen la oportunidad de elegir entre diferentes oligarcas de los diferentes partidos para dirigir la democracia, lo que sería la “democracia con contenido aristocrático”, o lo que Gaetano Mosca llamó “clase política”. Los ciudadanos corrientes no tienen acceso al ejercicio real de su soberanía, y por lo tanto a participar realmente en la democracia, si no es formando parte de esta clase. La siguiente cuestión entonces es si se trata de una clase cerrada, de acceso restringido. Michels explicaba que sus miembros pueden surgir de la ciudadanía ordinaria, lo que es más cierto en los partidos de amplia base popular, pero al alcanzar el puesto de liderazgo en los partidos, estas personas dejan de pertenecer a su grupo de origen y se elevan por encima de la ciudadanía. Michels lo explicaba así: “Todo poder sigue así un ciclo natural: procede del pueblo y termina levantándose por encima del pueblo”. Se produce así, según Michels, un proceso de “circulación de élites” que ya estudiaron los autores italianos Gaetano Mosca y Vilfredo Pareto, según el cual en un sistema democrático las élites en el poder político se verán refrescadas por la llegada de nuevas personas surgidas de los estratos inferiores, pero que al acceder al poder pasan a convertirse a su vez en élites dejando necesariamente de pertenecer a la ciudadanía corriente. Es decir, la democracia sin élites sería imposible porque, en un sistema de partidos, los que llegan a la situación de poder tomar decisiones lo hacen porque han ascendido dentro de la organización y por ello han alcanzado el estatus de élite separándose de la base. “Los defectos de la democracia residirán en su incapacidad para liberarse de su escoria aristocrática”, escribía Michels. En casos de crisis política, la lejanía de la llamada “clase política” con respecto a la masa de la ciudadanía produce rechazo en esta, lo que provoca el surgimiento de grupos que denuncian a la oligarquía de turno y a la democracia como imperfecta o incluso inexistente porque no se sienten representados. Esos grupos están integrados por una número relativamente pequeño de personas, que son las interesadas en política, y luchan de manera organizada por llegar al poder, adquiriendo a su vez rasgos oligárquicos, y cuando alcanzan el poder lo hacen generalmente mezclándose con la anterior oligarquía hasta confundirse con ella. Es lo que ha ocurrido a lo largo de la historia: los burgueses revolucionarios de finales del S. XVIII a mediados del S. XIX acabaron por formar parte de la élite política mezclados con los antiguos aristócratas; los socialistas revolucionarios de finales del S.XIX acabaron fundiéndose con la burguesía en el S. XX; y los partidos que han surgido de la actual crisis de legitimidad del sistema democrático, como organizaciones oligárquicas que son, acabarán mezclándose con la actual “clase política” que hoy tanto rechazan. Es como un tornillo que no deja de girar. Después llegarán otros grupos que denunciarán a los anteriores y le llamarán traidores a los ideales que inspiraron su revolución, aspirando a su vez a ocupar el poder, proceso en el que volverán a mezclarse en la élite con el grupo anterior. Y así sucesivamente. Como decía Michels, “es probable que este juego cruel continúe indefinidamente”.  Texto: Michael Neudecker