16 abr 2015

Keynes & Galbraith

Las falsificaciones históricas son un instrumento indispensable para mantener el poder y asegurar la explotación de los oprimidos. Cuando una parte importante de la población piensa que el orden social es resultado de una evolución natural, aún cuando dicho orden social sea a todas luces injusto, el resultado será la resignación y la sumisión a los dictados de los poderes establecidos. Es posible que las falsificaciones históricas sean el mejor aliado de las clases dominantes. 
Carlos Marx
Pero las falsificaciones históricas adoptan muchas formas. Una de ellas se encuentra en la evolución de la teoría económica. Y aquí es donde se inserta el tema central de la obra de Warren Mosler. Los Siete fraudes inocentes capitales de la política económica que analiza Mosler con gran rigor y no sin sentido del humor constituyen falsificaciones de dimensiones históricas que juegan un papel fundamental a favor de las clases dominantes. Estos fraudes inocentes están basados en sendos errores de teoría macroeconómica. Cubren un territorio muy amplio que va desde una visión equivocada sobre la naturaleza, estructura y dinámica de las finanzas públicas, hasta las distorsiones provocadas por la desatinada visión que se tiene sobre el funcionamiento del sistema bancario y la política monetaria. De la aguda mirada de Mosler no escapa la percepción dominante sobre las causas y la lucha contra la inflación, ni las distorsiones existentes sobre los distintos componentes de la balanza de pagos. Su examen cubre todos los campos de la teoría y la política macroeconómica y contribuye a desmitificar siete de los mitos más destructores que marcan la política fiscal, monetaria, crediticia y cambiaria en la economía contemporánea.
La terminología es muy importante. ¿Por qué se denominan fraudes inocentes? Mosler nos dice que la respuesta se encuentra en el libro de John Kenneth Galbraith La economía del fraude inocente, publicado en 2004. En esa obra, Galbraith aclara que la presunción de inocencia proviene del hecho de que los académicos, tecnócratas y políticos que sostienen estas ideas no conocen su error y, por el contrario, están convencidos de tener la razón y de contar con un análisis certero. Para Galbraith, los que así piensan ni siquiera aceptarían su error porque eso los llevaría ipso facto a incriminarse, cosa que nadie en su sano juicio haría. Por eso califica a estos fraudes de inocentes. Los fraudes inocentes en macroeconomía permiten construir una imagen distorsionada de la economía de un país, de sus relaciones sistémicas fundamentales y, sobre todo, hacen posible manipular la opinión y las creencias de la población sobre la conducción de los asuntos públicos.
Especialmente importante es la manipulación que permiten los fraudes inocentes en el ámbito del análisis de los orígenes de las crisis y las recetas políticas para enfrentarlas. El terreno de la política macroeconómica es particularmente fértil para que surjan estas falsificaciones y las recetas basadas en fraudes inocentes. Quizás la razón reside en el hecho de que la teoría macroeconómica se encuentra en un estado “de flujo”, como dijeran en 1989 Blanchard y Fisher en la introducción a sus Lecciones de macroeconomía. Para estos autores la teoría macroeconómica es un espacio activo y dinámico en el que los conceptos fundamentales siguen siendo sometidos a un examen riguroso, como en toda ciencia que se respeta a sí misma. Esa publicación tiene ya más de veinte años, pero la mayor parte de los académicos que se dedican a la macroeconomía piensan lo mismo al día de hoy. Me temo que yo tengo otra interpretación.
El campo de la teoría macroeconómica ha sido, desde que John Maynard Keynes publicara su Teoría general, el terreno de una batalla en la que las principales armas han sido, precisamente, el fraude inocente y la falsificación teórica. Más que encontrarse en “estado de flujo”, la teoría macroeconómica es un espacio en el que las clases dominantes y sus corifeos en la academia han desplegado su talento para distorsionar, manipular y engañar al público en general sobre la estructura y dinámica de las economías capitalistas.
Y es que los atisbos e intuiciones fundamentales de Keynes llevan a una conclusión central: las economías capitalistas son esencialmente inestables. Ésta es la conclusión que el establishment académico no le podía perdonar. Más allá de la irritación que pudo provocar la crítica de Keynes a la ley de Say, la importancia otorgada a la incertidumbre, su teoría de la demanda efectiva o su visión sobre la no neutralidad del dinero y la creación monetaria (tema que abordó en su Tratado sobre la moneda), la conclusión sobre la inestabilidad intrínseca de las economías capitalistas fue el detonador de la ofensiva en contra del pensamiento keynesiano.
El significado profundo de esta característica inherente al capitalismo tiene tres componentes. El primero es que la inestabilidad implica el desperdicio de recursos y, en especial, el desempleo, la gran preocupación de Keynes. El segundo es la propensión a las crisis periódicas, tanto en el ámbito de los mercados financieros, como en la economía real (no financiera). Y el tercero, finalmente, es el más importante: la inestabilidad requiere de la intervención de agentes extra-económicos para evitar el colapso no sólo de ‘la economía’, sino de toda la sociedad. En un contexto de inestabilidad intrínseca del aparato económico, la intervención sólo puede provenir de agentes extra-económicos. Y eso vulnera el principio de la autonomía del ‘lo económico’ frente a la esfera de la política. De pronto, el análisis de Keynes implica el rechazo a la idea de que el mecanismo de lo económico puede analizarse sin referencias a la política y la ética.
La necesidad de una intervención externa es, por supuesto, el corolario de los dos primeros componentes mencionados en el párrafo anterior. Si lo que Polanyi llamara el ‘mercado autorregulado’ no puede asegurar por sí solo las condiciones de producción y distribución que requiere la sociedad, las bases mismas de la noción de economía de mercado se destruyen. Es más, los fundamentos de la teoría económica misma se desvanecen. Es obvio que la academia tenía que reaccionar. Las órdenes de marchar contra el enemigo incluyeron todas las argucias y embustes del manual de doctrina militar. 
Como el ataque frontal no era fácil debido a la popularidad que alcanzaba el análisis de Keynes (sobre todo en los años que siguieron a la crisis de 1929), la estratagema preferida fue la distorsión y ‘recuperación’ del pensamiento de Keynes. El objetivo fue extirpar los elementos juzgados como los más subversivos en su obra. El resultado fue la síntesis neoclásica que abrió las puertas a la crítica que vendría vestida de neo-monetarismo y de expectativas racionales. La teoría macroeconómica se convirtió en un baile de máscaras en el que los enemigos de Keynes se disfrazaron de keynesianos y neo-keynesianos para abrirle el espacio central en la pista de baile a la nueva macroeconomía clásica en cuyos postulados se encuentra la negación absoluta de toda la obra de Keynes. En este ballo in maschera, la música la proporciona la orquesta de fraudes inocentes.
Por fortuna subsistieron los pensadores y académicos que han sido agrupados bajo el nombre de post-keynesianos, comenzando con Joan Robinson y los colegas y colaboradores originales de Keynes, hasta llegar a los trabajos de Wynne Godley, Hyman Minsky, Victoria Chick y Paul Davidson, entre otros. Para estos pensadores, pensar en la inestabilidad intrínseca del capitalismo no quita el sueño, lo que permite por la mañana, cuando sale el sol y las sombras del oscurantismo se retiran, pensar en soluciones para problemas como prevenir la crisis o, si ésta ya ha estallado, superarla sin causar más daños al cuerpo social. Mosler hace referencia a este cuerpo de pensamiento y destaca la importancia de las alternativas de política macroeconómica que se desprenden de este análisis.
Cabe hacer un pequeño paréntesis para traer al frente del escenario uno de los fraudes inocentes más importantes de todos los tiempos. La idea de que en alguna parte del universo existe una teoría que demuestra que las fuerzas competitivas en el mercado conducen a la formación de precios de equilibrio es quizás la falsificación más extendida. Aunque hoy sabemos que la teoría neoclásica del mercado en su versión más desarrollada, la teoría de equilibrio general, nunca pudo ni podrá demostrar que los precios de equilibrio se forman por las fuerzas del mercado, este secreto se conoce en un reducido círculo en la academia. La falacia persiste y cabalga por todos los paisajes, desde los planes de estudio que insisten en engañar al estudiante de Economía, hasta el imaginario popular y, por supuesto, los corredores de los ministerios de economía en todas partes. Este otro fraude inocente es parte de los siete fraudes a los que se refiere Mosler. Es parte, a fin de cuentas, del esfuerzo por destruir el pensamiento macroeconómico y reducir todo a la “microeconomía”. Es algo así como el regreso al dictado de la señora Thatcher, “la sociedad no existe, sólo existen individuos”. La teoría de equilibrio general se ha convertido, a través del proyecto de darle ‘micro-fundamentos’ a la teoría macroeconómica, en uno de los fraudes inocentes más importantes.
Éste no es un libro reservado para tecnócratas o para políticos. Es un libro para todos. El quehacer ciudadano necesita este tipo de referencias para rebasar el muro de las falsificaciones históricas y los fraudes inocentes. Polanyi ha demostrado cómo, en una economía de mercado, todas las relaciones sociales se encuentran subordinadas a las relaciones mercantiles. Este libro es un instrumento para comprender cómo podemos comenzar a reorganizar el espacio social y recuperar el tiempo de la fraternidad y la solidaridad. Texto: A. Nadal. Ver: Estado y Capital

13 abr 2015

Cataclismo financiero

Es difícil saber cuántos cientos de miles o de millones de personas, en el siglo XXI, continúan creyendo en lo que bien podría ser leído como una broma: la multiplicación de los panes y los peces. Es uno de los milagros que se atribuyen a Jesús. Según la Wiki, el suceso está contado seis veces en los Evangelios: “los cuatro evangelistas describen la primera, en que 5 mil hombres son saciados con cinco panes y dos peces; Mateo el apóstol y Marcos, además, relatan la segunda, en que 4 mil hombres se alimentan de siete panes y ‘unos pocos pescados’”. ¿De la nada fueron creados panes y peces? Pero lo que sí que es contundentemente cierto, es que de la nada los banqueros privados multiplican el dinero: lo crean, se han enriquecido por más de dos siglos sin freno posible, y han provocado con ello múltiples crisis financieras en la historia del capitalismo; esquilman sin cesar y la gran mayoría de la población no se da cuenta cómo lo hacen.
La multiplicación del dinero es una práctica común y corriente de los banqueros privados. El dinero bancario que, repitamos, esquilma, ha llegado a funcionar como algo que ya parece pertenecer al orden natural. Nadie necesita preguntarse cómo es posible que con papeles de valor intrínseco insignificante (billetes) pueda adquirirse todo.
Hablamos del dinero fiduciario, es decir, dinero basado –para ventura de los banqueros– en una confianza que conlleva un atroz engaño. La confianza referida la otorga el Estado, que mantendrá la validez inscrita en un papel sin valor intrínseco. Nadie se negará a recibir los billetes del país con los que paga cualquier cosa un connacional, o los billetes reconocidos como divisas internacionales.
Simplifiquemos: A deposita, digamos, 100 mil euros en el banco Z. Lo mismo hacen los miles de clientes que tiene el Banco Z aunque con cifras muy diversas. Las autoridades financieras exigen que los bancos creen reservas cuyo monto depende del riesgo que conlleven los créditos que otorgan. Supóngase que los clientes de Z han depositado 200 millones de euros y que esas autoridades han exigido a Z crear una reserva promedio de 10 por ciento (20 millones). Z puede prestar entonces hasta 180 millones con intereses estratosféricos, como son los que se cobran en algunos países y ganar millones con dinero que no es de Z. ¿Le parece normal?
Quienes pidieron prestados 180 millones a Z los depositan en los bancos X y W (no importa en cuántos bancos). X y W crearán una reserva de 10 por ciento (18 millones) y podrán prestar hasta 162 millones; ahora son X y W los que ganan millones con dinero ajeno. Pero no ha ocurrido sólo eso. A ha puesto en circulación 180 millones, y X y W, 162 millones, es decir: 342 millones; y el proceso sigue porque los prestatarios de X y W depositarán sus préstamos en J y K, que repetirán a su vez los procesos anotados, y así sucesivamente. Si continuamos el proceso en esos términos, al final los bancos habrán puesto en circulación 2 mil millones, habrán creado una reserva de 200 millones y habrán ganado un mundo de dinero. Esa es una forma de creación de dinero que, justamente, se llama dinero bancario.
Siguiendo el ejemplo descrito, es lo que sucede con el curso de un conjunto de depósitos de origen de 200 millones. Lo mismo que inicialmente ocurrió con A, ocurre en todos los bancos, con todos sus clientes, todos los días, de modo que los montos de dinero creados por los bancos son cifras astronómicas sin control posible. La globalización neoliberal abrió las compuertas a la creación de dinero, como nunca en el pasado, con otra práctica común y cotidiana de los bancos: no requieren los depósitos de nadie, para otorgar créditos a diestra y siniestra, creando así dinero en montos inimaginables a partir de nada, de absolutamente de nada, y con eso ganan cifras indescriptibles. Desde 2008 ese proceso ha sido brutalmente reforzado con las inyecciones billonarias o trillonarias de dinero efectuadas por los bancos centrales, especialmente de USA, la UE, y Japón. El capitalismo ha cruzado una línea de no retorno, y vive en el riesgo de ahogarse en un océano insondable de dinero que no podrá absorber de manera alguna. Tiene que ocurrir un cataclismo ciclópeo para salir de esa, y no sabemos que quedará, aunque en el curso del derrumbe pudo haber surgido un alza en el movimiento de masas en el mundo que podría haber creado un buen número de salidas.
Agregue a nuestra descripción simplificada de lo que hoy ocurre en el mundo financiero las trampas, como los esquemas Ponzi, la creación de burbujas con la manipulación del crédito, la venta interbancaria de paquetes de créditos llamados tóxicos (incobrables): así tenemos una pálida aproximación al caos financiero internacional del presente.
Islandia ha tomado en serio la realidad espeluznante de esta rapiña y está en proceso de quitar a los bancos el poder de crear dinero a partir de nada. La función de crear el dinero necesario para la intermediación comercial y la inversión necesaria, la cumplirá la banca central pública. Haciendo a un lado todas las chapuzas que cotidianamente cometen los banqueros, y quedándonos exclusivamente con las funciones de intermediación que requieren los mercados, debe ser creado un servicio público que cubra esa necesidad en todo el mundo. Texto: J. Blanco. Recomendado: Carlo Ponzi

12 abr 2015

Estado y Casta

El Estado es un órgano de dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la creación del “orden” que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando los choques entre las clases. Vivimos sin embargo un tiempo en que, a decir de muchos, ya no hay clases sino a lo sumo ciudadanía, quizá enfrentada a una casta que se habría apoderado del Estado para su provecho. Bastaría entonces quitar a la casta para poner honrados ciudadanos en su lugar para que el Estado ejerciera su natural función benéfica a favor del conjunto de la ciudadanía.
 El asalto a las instituciones, la regeneración democrática, y otras martingalas por el estilo hallarían así justificación; vayamos a votar entonces, coloquemos democráticamente, mediante las urnas, a líderes honrados al frente del Estado, y veremos florecer una nueva política para la gente, no para los mercados. No descubriremos nada a nadie si afirmamos que el democrático asalto a las instituciones estatales por parte de algunos antiguos enemigos del orden (mano a mano con muchos viejos partidarios del poder absoluto del Estado más o menos rojo) supone el enésimo intento del sistema capitalista por renovarse, dotándose de un rostro más amable y llevadero. Que todo cambie para que todo siga igual. Sumidos en una crisis sin precedentes que priva a millones explotados de nuestro único derecho (esto es: ser explotados, trabajar), los modernos mercaderes de ideología izquierdista creen haber encontrado la fórmula que resuelva nuestros problemas: El Estado, controlado por ellos mismos, pondrá coto a los excesos del capital, lo regulará, defenderá a los indefensos y se pondrá al servicio de los de abajo; sólo hace falta regenerar la democracia, secuestrada por una élite insensible a los sufrimientos del pueblo y aliada de los banqueros, construir una “democracia de la gente” y que dejen de decidir “los mercados”. Así regenerado el Estado democrático se transformará en instrumento al servicio de la gente corriente frente a los abusos del poder económico. La realidad es más compleja que las simplificaciones de los regeneradores de la democracia y no admite soluciones como poner al mando del aparato estatal nuevos líderes, que desarrollarán nuevas políticas que favorecerán a los de abajo y no a los de arriba. El problema central es la naturaleza misma del aparato estatal. No se trata de una cuerda que serviría tanto para ahorcarse como para escalar montañas: no es un objeto neutro apto para diversas funciones dependiendo de en qué manos caiga y el fin que se persiga. El Estado es una estructura organizativa (en primer lugar, la organización de la represión. ¿Es concebible un Estado sin policía, sin cárceles?) diseñada para mantener la explotación de una clase en beneficio de otra. Es una máquina de opresión, surgida como la conocemos en los albores del capitalismo y perfeccionada con cada crisis, con cada ciclo de crecimiento, con cada recesión y, sobre todo, con cada intento de rebelión y ruptura por parte de los explotados. Como tantas veces antes, es necesario decir la verdad frente a las mistificaciones de la democracia. El Estado es y seguirá siendo lo que siempre ha sido: un instrumento de dominación. El Estado democrático es el instrumento de dominación más perfeccionado que la clase dominante posee para garantizar su orden y mantener vivo su sistema. El llamamiento a la participación masiva en la vida democrática es un llamamiento a que los explotados nos hagamos partícipes de nuestra propia explotación y miseria, de nuestra propia desposesión, colaborando en el sostenimiento de la dominación. Nos presentan nuevamente, como tantas veces antes a lo largo de la historia, falsas alternativas ante las que deberíamos tomar partido. Mercado o Estado. Dictadura o Democracia. Estas supuestas dicotomías dejan en pie lo esencial y falsean el problema. Mercado y Estado son dos caras de la misma moneda, dos aspectos del mismo sistema de dominación que no pueden existir independientemente. El Estado es el brazo armado del mercado, del capital. No es ni puede ser árbitro imparcial en los conflictos sociales, ni proveedor desinteresado de servicios, ni garante de derecho alguno. A su vez la democracia es la forma predilecta del Estado capitalista en la mayoría de escenarios históricos; las formas abiertamente dictatoriales entran en escena obligadas por la necesidad imperiosa del capital de imponer a sangre y fuego la paz social, sin las restricciones formales de la democracia (aunque debemos señalar que los modernos Estados democráticos tienen hoy infinitamente más poder que los totalitarismos de antaño). En determinadas circunstancias el Estado puede liquidar a la antigua clase explotadora para erigir una nueva, siempre manteniendo lo esencial: la explotación y opresión de una clase por otra. Para los explotados y oprimidos lo esencial nunca cambia, y poco importa si la explotación se lleva a cabo en beneficio de una élite burguesa al frente de las grandes corporaciones o en beneficio de una élite burocrática al frente de un Estado “socialista”. La explotación permanece, y la maquinaria represiva del Estado siempre está ahí para quien se rebele contra ella. Pretender tomar el Estado, sea por la vía democrática de las urnas y los votos o por la vía de las armas, para cambiar su función es marear la perdiz y es engañar a quien se deje. No se puede transformar una picadora de carne en un triciclo; no se puede transformar el Estado en una estructura que trabaje para los explotados. Para los explotados la única salida es siempre acabar con la explotación, y esto pasa por la destrucción del Estado. Nos encontramos una vez más ante un intento de dotar al capitalismo de un rostro más amable y más humano. Precisamente en un momento en que el capitalismo muestra, con más crudeza si cabe, lo que es y lo que tiene que ofrecer a la humanidad. Precisamente por eso, porque el capitalismo en crisis ya crónica no tiene nada que ofrecer, todo intento de remozar su fachada supone una defensa in extremis de un cadáver andante que caminando ciegamente hacia ninguna parte nos arrastra con él al abismo. Esta última defensa del capitalismo, un sistema que sólo se mantiene en pie porque no hay nadie que le dé una patada en la boca, es un engaño a los explotados y un regalo para los ricos. Es engañar a los explotados diciéndonos: esto no es un problema de sistema, es un problema de personas, ponednos a los buenos y todo irá bien. No podemos evitar pensar que si votar sirviera para algo hace tiempo que estaría prohibido. Y es justamente en los países donde el capitalismo es más fuerte, los centros neurálgicos del capital, donde la democracia reina sin apenas sobresaltos. Nos engañan y nos engañamos si creemos que algo sustancial puede cambiar mediante votos, urnas, parlamentos y cambios de gobierno. Nos engañan si pensamos que esto es un asunto de formas del aparato estatal, que con más participación, más “derechos”, más democracia se soluciona algo. Si nos permiten participar es porque haciéndonos participar nos hacemos cómplices de nuestra propia explotación y opresión; si nos permiten participar más es porque haciéndonos participar más nos hacemos más cómplices si cabe. La situación que vivimos, en la que la crisis del capital golpea con fuerza la vida de cada uno de los explotados (y no desgranaremos aquí los detalles, de sobra conocidos), no es un problema de personas ni de malas políticas. Con independencia y más allá de discusiones sobre el origen y naturaleza de la crisis, las recetas que el capital y sus ideólogos son bien conocidas: reducción de salarios, reducción de puestos de trabajo, intensificación de la explotación (aumento de la productividad), adelgazamiento del aparato estatal (desmantelamiento del llamado “Estado del bienestar”), intensificación de la obra de destrucción de todo lo vivo (comunidades humanas, ecosistemas, especies…). Y no hay más, porque no puede haber más. Lo que izquierda y derecha, dos lomos de un mismo perro, se disputan es el control del Estado para la gestión de la crisis del capitalismo. Unos pretenden amortiguar sus devastadores efectos sobre determinadas capas sociales (en particular, sobre una pretendida “clase media” en peligro de extinción) mediante el mantenimiento del Estado “social” y el control de algunos mecanismos de “los mercados” que consideran perniciosos. Los otros, seguramente más realistas, pretenden intervenir en los mercados para insuflarles nueva vida mediante “estímulos”, manteniendo las funciones esenciales del Estado (represión, intervención en la economía) y desechando las consideradas superfluas. La economía capitalista, “los mercados”, no puede existir sin Estado. Estado y mercado son dos caras de la misma moneda. El Estado capitalista no puede subsistir mucho tiempo sin democracia, sin las falsas alternativas de izquierda/derecha, sin la apariencia de participación y elección, siempre restringida a lo económicamente rentable y políticamente asumible por el sistema. Si bien en determinadas circunstancias tiene que recurrir al totalitarismo descarnado (tanto da que se llame fascismo, socialismo real o se recubra de democracia formal) presentar falsas salidas, hacer a los desposeídos participar, ofrecernos la ilusión de que nosotros decidimos algo, es esencial para un funcionamiento adecuado de la máquina Capital-Estado. En estas falsas alternativas que la democracia nos presenta siempre queda en pie lo esencial: la explotación, la alienación, la desposesión de nuestras propias vidas, y el omnipresente Estado. Mientras unos y otros partidos se disputan el control del Estado para una mejor gestión de la crisis del Capital, mientras se preparan elecciones paralizantes en las que no se elige realmente nada (las verdaderas decisiones ya están tomadas y se toman en otra parte), el capital sigue su marcha. Las condiciones de supervivencia de los desposeídos no hacen sino empeorar, y seguirán empeorando en los próximos años. Pese a los sueños de una “clase media” venida a menos que vio en los buenos años de la burbuja inmobiliaria la encarnación de las promesas capitalistas de una vida apacible y vacía llenada con consumo alimentado con crédito a chorro, esos tiempos no volverán; afortunadamente. Los más lúcidos ideólogos del capital lo tienen claro: los desposeídos debemos amoldarnos a la nueva situación, acostumbrarnos a vivir con menos, ajustar nuestro “estándar de vida”. Simultáneamente y en clara relación, se está produciendo una concentración acelerada de riqueza en cada vez menos manos. Para ello, la tarea de devastación del capitalismo sobre el planeta continúa, intensificándose: una destrucción masiva, intensiva, a alta velocidad de todos los ecosistemas de la tierra. Devastación que, cada uno en su barrio, en su pueblo, en su vida cotidiana seguramente no puede apreciar en su conjunto y que está haciendo desaparecer a marchas forzadas las condiciones que hacen posible la vida humana (y no sólo ésta) sobre la tierra. No pintamos apocalipsis; todas las instituciones, ONGs, etc. dedicadas a esto lo saben (se habla, y con razón, de una gran extinción de proporciones comparables a la que acabó con los dinosaurios). Lo que no pueden decir es que esta devastación está causada por un sistema irracional, depredador y demente, el capitalismo. Y lo que en ningún caso pueden hacer es buscar una solución, porque esta solución pasa ineludiblemente por la destrucción total y absoluta, sin dejar nada en pie, del sistema capitalista en su conjunto. Neguémonos entonces a entrar en su juego y al menos llamemos a las cosas por su nombre, rechazando las alternativas falsas que se nos presentan. La democracia es esto, y cualquier perfeccionamiento del Estado democrático atiende a las necesidades del capital, no a las de “la gente”. Al avance totalitario del Estado democrático, del que las innumerables medidas represivas con que los gobernantes nos obsequian a diario es una simple prueba, no podemos oponer “más y mejor democracia” sino la destrucción del aparato estatal en cualquiera de sus formas. Es un proyecto más ambicioso y arriesgado, sin duda, que al menos merece la pena.

11 abr 2015

Filosofía y pedagogía

Hay demasiados ladrillos en el muro. Que el sistema educativo está obsoleto no es nuevo. Que está realizado bajo la falsa filantropía de lo bueno, de lo que se debe saber y de la obligatoriedad normativa desde la adquisición progresiva del conocimiento y el estamento de las edades tampoco es nuevo (lo que hay que conocer a los cuatro, a los quince o a los veinticinco años), así como tampoco la economía del tiempo, el espacio, la distribución en una institución cerrada que extrae del cuerpo todo lo útil desde la recompensa y el castigo, desde la clase –social y física– de los buenos y de los malos, estigmatizando al estudiante como el individuo al que hay que enderezar y enseñar desde la mirada puntillosa del detalle disciplinario, desde el marco institucional, las técnicas de control y la pedagogía analítica. 

Pero ¿es posible pensar una forma de conocimiento y enseñanza no ligada a la escuela, la obligatoriedad, los libros, el modelo examen, la asistencia de treinta horas semanales cinco días a la semana a un centro institucional cerrado que prepara ya para el horario del mercado laboral? ¿Podría­mos pensar una pedagogía de la diferencia? ¿Podríamos pensar una educación por la educación?
En 1970, el filósofo francés Michel Foucault se encontraba estudiando el nacimiento de la prisión para su obra maestra Vigilar y castigar, publicada en 1975. A grandes rasgos, es una obra que trata sobre el cuerpo como foco disciplinario desde los espacios de la escuela, la fábrica y el hospital, y de cómo el poder no sólo posee una función negativa (coarta, prohíbe, rechaza), sino que ejerce una función positiva –en el sentido de positividad– (fabrica, produce, diseña) en rea­lidades, cuerpos y conciencias acordes al poder establecido y a las funciones de utilidad y eficacia. La máxima función del poder no es prohibir ni coartar las libertades, sino introducir dentro del cuerpo –individual y social– una forma de poder menor que permite a los individuos estar normalizados y que sean poli­cías de sí mismos. A esta política analítica e individual la llamó Foucault ‘anatomopolítica’. Sólo puede aprenderse aquello que se ama desde cierto ejercicio de libertad de pensamiento. Ese mismo año, el filósofo francés, junto a su pareja Daniel Defert, fundó el Grupo de In­for­maciones de Prisiones (GIP) para realizar una teoría que no fuera ajena a los afectados de las prisiones, que eran sustancialmente los que sufrían sus anacronismos y crueldades. Los prisioneros y los funcionarios te­nían algo que decir sobre el sistema penitenciario que sistemáticamente era considerado no digno de ser narrado. En el mismo sentido podemos hacer un paralelismo e intentar extender este modelo hacia unas nuevas pedagogías con ayuda de sus propios afectados, los alumnos y los profesores, ya que muy probablemente tendrían grandes aportaciones al sistema educativo. Sin embargo, a ojos de algunos, este hecho no tendrá ningún valor, pues una persona de diez o quince años nada puede aportar a un sistema organizado por quienes no lo sufren.
Pero si los grandes dirigentes estuvieran en un aula escuchando los rumores y las voces de los alumnos y profesores, se asombrarían. Los alumnos tienen algo que decir y están en su legítimo derecho de ser escuchados y tenidos en cuenta a la hora de redactar un marco legal que atañe en gran medida al conjunto de sus vidas. Pero su sentido crítico depende al mismo tiempo de los profesores porque, si en vez de fomentar la memorización se fomentara el espíritu crítico e individual de conocimiento, sí tendrían algo que decir y, de hecho, muchos lo dicen muy bien cuando se les presentan las herramientas necesarias para construir un discurso crítico. Por supuesto, muchos profesores tendrían algo que decir sobre las pedagogías y las formas de enseñanza.
Las preguntas son urgentes: ¿existe conocimiento más allá de los muros escolares? ¿Podría pensarse un método educativo no enclaustrado en la forma escuela? Si los tiempos están cambiando, ¿por qué el modelo educativo sólo cambia de materiales –de libros a ordenadores, por ejemplo–, pero no sustancialmente de forma y lugar desde su inicio? Todas estas preguntas pueden pensarse desde una cuestión: ¿es posible otra forma de pensar la educación? Te­nemos un arte moderno, una literatura moderna, “una política moderna”, una ciencia moderna. ¿Para cuándo una educación realmente moderna?
La tecnificación en las aulas no es síntoma de modernización, sino de falsa inversión en educación, una inversión basada en la obsolescencia de los recursos técnicos. Si bien es cierto que son urgentes dentro de las aulas para estar al mismo nivel que la sociedad de ahí fuera, no se puede llamar a la compra de portátiles o iPads inversión en educación, sino inversión o renovación de estructuras, que no es exactamente lo mismo.
Siento empañar la lectura con mis propias miserias, pero es necesario hacer pasar al lector por los mismos puntos que me condujeron a esta reflexión. Sólo existe el conocimiento desde el autoconocimiento y que sólo puede aprenderse (y aprehenderse) aquello que se ama desde cierto ejercicio de libertad de pensamiento porque, si no es así, cae en el vacío, aunque a corto plazo cumpla su función: aprobar un examen, agradar a un profesor, contentar a los padres. Un saber tan cruel… No hace falta recurrir a terceras personas para hacer este ejercicio sobre los fondos de ‘el capital cultural’ heredado de la Educación Secundaria y el Bachillerato (incluso de muchas asignaturas universitarias). Per­so­nalmente, poco recuerdo de las infinitas lecciones de Física o Literatura durante la Educación Secundaria Obligatoria y el Bachillerato, por no hablar de las Matemáticas, desterradas de mi memoria como Hécuba, hecho que no me honra en absoluto, pero tampoco lo hace al sistema educativo, que no consideró ni por un momento mi individualidad, sino que expuso universalmente unos contenidos que debíamos aprender obligatoriamente para ejercer una presión constante de sometimiento a un mismo modelo. “Para estar todos obligados a la subordinación, a la docilidad, a la atención en los estudios y ejercicios y a la exacta práctica de los deberes y de la disciplina. Para que todos se asemejen”. Si bien es cierto que debe existir una obligatoriedad que permita a los individuos comprender de forma básica el mundo y tener unas bases de cultura general, tiene poca repercusión en dos sentidos. El primero porque en la era de la información, donde está más al alcance de la mano que en ninguna otra época, tenemos un sistema educativo que genera individuos dóciles rellenos de contenidos memorísticos. La información está toda volcada en una red infinitamente accesible y elástica. ¿No valdría la pena acabar con la memoria para invitar a pensar y a problematizar, a desestabilizar los marcos de pensamiento y a dejar de hacer obligatorios los contenidos a favor de una individualidad? ¿No merecería la pena cambiar la forma de conocer y aprender? Y, sobre todo, ¿cómo se hace todo esto? ¿Qué profesores necesitaría esta nueva educación? El segundo, porque ¿dónde queda la individualidad de cada uno si por doquier encontramos un sistema castrante de represión normalizadora de la personalidad que, además, se plantea de forma hipócrita como un sistema libre?
Desconozco si existen nuevas pedagogías a este respecto, pero sí conozco las nuevas leyes que gobernarán nuestro sistema educativo al menos unos años y que son el marco teórico en los que se desenvolverá el ejercicio escolar desde los contenidos básicos y competencias. Existe un gran movimiento contra esta nueva ley que sigue implantando esta mala educación que denunciamos, donde las disciplinas humanísticas que son las encargadas de problematizar dicho asunto están cada vez más ausentes de los planes de estudios. La gran afectada es la Filosofía, que, carente de interés en un mundo dominado por la utilidad, la eficacia y el capitalismo, sufre los estragos del modelo educativo, un declive que no es aislado para la forma escuela, sino para todas las instituciones de nuestro país. En particular, este declive que comenzó, como bien señala José Luis Pardo, hace ya algunos años, se debe a un cambio de terminología en apariencia técnica e inofensiva cuando, en lugar de asignaturas, las universidades empezaron a tener créditos en clara analogía con la terminología financiera. Esta falta de finalidad capital de no servir para nada (ni a nada) no tiene cabida en el mundo actual y se encuentra en un perpetuo no-lugar y a punto de su extinción en la Educación Se­cun­daria Obligatoria y el Bachi­llerato.
Este cambio no sólo daña a la Filosofía, sino al conjunto de conocimientos en general y sobre todo a los alumnos que aprenden que sólo deben alienarse individualmente y dedicarse a tener tiempos útiles sin desperdicios, sin vacíos, siempre llenos de felicidad y grandes intereses, economizando tanto su vida en general como su tiempo particular, y desterrar todo aquello que a corto o medio plazo no le vaya a garantizar ningún bien (en el sentido material). En clara analogía financiera (y hollywoodiense), los alumnos no aprenden categorías distintas al capital: tristeza, fracaso, pérdida, que forman también parte de nuestra vida, son consideradas como malas y deben ser desterradas de los modelos que no fomenten la competencia, el éxito y la utilidad. Pero nos entristecemos, fracasamos y perdemos, y no hay nada de malo en ello, forma parte del paquete de estar vivo. Esta pedagogía del miedo a lo que también es nuestro fomenta un saber cruel que está instalado en el inconsciente de cada uno de nosotros. Se torna lectura urgente Cartas a un joven poeta, de Rainer Maria Rilke, que nos enseña que hace falta algo más que el interés para fijar un conocimiento y que no debemos educar en el miedo, sino en la libertad y la diferencia. “Pero re­cuerde, señor Kappus, no tenemos ninguna razón para temer al mundo porque no nos es contrario. Si hay espantos, son los nuestros; si hay abismos, son nuestros abismos. Si hay peligros, debemos esforzarnos por amarlos”. Pro­ba­blemente la Filosofía sea la única disciplina capaz de salvar los cortos y medios plazos tanto educativos como financieros. Texto: Belén Quejigo. Ver: Imaginación al Poder

10 abr 2015

La burbuja del tulipán

La tulipomanía fue un periodo de euforia especulativa que se produjo en los Países Bajos en el siglo XVII. El objeto de especulación fueron los bulbos de tulipán, cuyo precio alcanzó niveles desorbitados, dando lugar a una gran burbuja económica y una crisis financiera. Constituye uno de los primeros fenómenos especulativos de masas de los que se tiene noticia; quizá el primero, la primera burbuja económico-financiera.
El relato de estos acontecimientos fue popularizado por el periodista escocés Charles Mackay, que lo reflejó, en 1841, en su libro 'Memorias de extraordinarias ilusiones y de la locura de las multitudes' (1841). Varios factores explican el origen de la tulipomanía holandesa. Por un lado, el éxito de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales y la prosperidad comercial de los Países Bajos, y por otro, el gusto por las flores, especialmente las exóticas, que se convirtieron en objeto de ostentación y símbolo de riqueza en Holanda y parte de Europa. A su vez, y por razones que en aquel tiempo se desconocían, los tulipanes cultivados en Holanda sufrían variaciones en su apariencia, naciendo así los tulipanes multicolores e irrepetibles, lo que aumentaba su exotismo y por tanto su precio. Hoy se sabe que la causa de ese fenómeno era un parásito de la flor, un pulgón, que transmite un virus a la planta conocido como Tulip Breaking Potyvirus. Charles de l'Écluse, conocido como Carolus Clusius, fue el introductor del tulipán en los Países Bajos en 1559, procedente de la actual Turquía (en aquel tiempo Imperio otomano), donde tenía connotaciones sagradas y adornaba los trajes de los sultanes. De hecho, la palabra tulipán procede del francés turban, deformación del turco otomano tülbent, viniendo este término del persa dulband. Aunque han sido halladas evidencias del uso ornamental en el Al-Ándalus del siglo XI que indican una introducción en Europa más remota en el tiempo, la versión tradicional atribuye su difusión al embajador austríaco en Turquía, Ogier Ghislain de Busbecq, en el siglo XVI. Ogier era un floricultor entusiasta, y cuando regresó a Europa en 1544 llevó consigo algunos bulbos a los Jardines Imperiales de Viena.
Más tarde, en 1593, el destacado botánico Carolus Clusius dejó su trabajo en los Jardines Imperiales para tomar un cargo de profesor de botánica en Leiden, Holanda, hasta donde llevó una colección de bulbos de tulipanes que crearon un gran interés y entusiasmo. Clusius comenzó a cultivar tulipanes de variedades exóticas; sin embargo, celoso de su colección, los mantenía guardados. Pero una noche alguien penetró en su jardín y robó sus bulbos. El suelo arenoso holandés, ganado al mar, resultó ser el idóneo para el cultivo de la planta, y el tulipán se extendió por todo el territorio. Para mucha gente los tulipanes pueden parecer inútiles, sin olor ni aplicación medicinal, floreciendo sólo una o dos semanas al año. Pero los jardineros holandeses apreciaban los tulipanes por su belleza, y muchos pintores preferían pintar una de esas flores antes que un cuadro. A pesar de que se intentó controlar el proceso por el cual los tulipanes monocromos se convertían en multicolores, los horticultores holandeses no fueron capaces, de manera que lo aleatorio del exotismo contribuyó a elevar progresivamente el precio de cada bulbo. Las variedades más raras eran bautizadas con nombres de personajes ilustres y almirantes de prestigio. En la década de los años veinte del siglo XVII el precio del tulipán comenzó a crecer a gran velocidad. Se conservan registros de ventas absurdas: lujosas mansiones a cambio de un sólo bulbo, o flores vendidas a cambio del salario de quince años de un artesano bien pagado. En 1623 un sólo bulbo podía llegar a valer 1.000 florines neerlandeses: una persona normal en Holanda tenía unos ingresos medios anuales de 150 florines.
Durante la década de 1630 parecía que el precio de los bulbos crecía ilimitadamente y todo el país invirtió cuanto tenía en el comercio especulativo de tulipanes. Los beneficios llegaron al 500%. En 1635 se vendieron 40 bulbos por 100.000 florines. A efectos de comparación, una tonelada de mantequilla costaba 100 florines, y ocho cerdos 240 florines. Un bulbo de tulipán llegó a ser vendido por el precio equivalente a 24 toneladas de trigo. El récord de venta lo batió el Semper Augustus: 6.000 florines por un sólo bulbo, en Haarlem. En 1636 se declaró una epidemia de peste bubónica que diezmó a la población holandesa. La falta de mano de obra multiplicó aún más los precios, y se generó un irresistible mercado alcista. Tal fue la fiebre, que se creó un mercado de futuros, quizá el primero de la historia económica, a partir de bulbos aún no recolectados. Ese fenómeno fue conocido como windhandel, "negocio de aire", y se popularizó sobre todo en las tabernas de las pequeñas ciudades, a pesar de que un edicto estatal de 1610 había prohibido el negocio por las dificultades de ejecución contractual que generaba. Pese a la prohibición, los negocios de este tipo continuaron entre particulares. Los compradores se endeudaban y se hipotecaban para adquirir las flores, y llegó un momento en que ya no se intercambiaban bulbos sino que se efectuaba una auténtica especulación financiera mediante notas de crédito. Se publicaron extensos y bellos catálogos de ventas, y los tulipanes entraron en la bolsa de valores. Todas las clases sociales, desde la alta burguesía hasta los artesanos, se vieron implicados en el fenómeno. Charles Mackay cuenta una historia de la época: Un rico mercader había pagado 3.000 florines por un raro tulipán Semper Augustus, y éste desapareció de su depósito. Tras buscarlo vio a un marinero (que había confundido el bulbo con una cebolla) comiéndose el tulipán. El marinero fue detenido de inmediato y condenado a seis meses de prisión. En 1637, el 5 de febrero, un lote de 99 tulipanes de gran rareza se vendió por 90.000 florines y fue la última gran venta de tulipanes. Al día siguiente se puso a la venta un lote de medio kilo por 1.250 florines sin encontrarse comprador. Entonces la burbuja estalló. Los precios comenzaron a caer en picado y no hubo manera de recuperar la inversión: todo el mundo vendía y nadie compraba. Se habían comprometido enormes deudas para comprar flores que ahora no valían nada. Las bancarrotas se sucedieron y golpearon a todas las clases sociales. La falta de garantías de ese curioso mercado financiero, la imposibilidad de hacer frente a los contratos y el pánico llevaron a la economía holandesa a la quiebra. Texto: @Javier Giner. Ver: 5 Crisis financieras que cambiaron el mundo



9 abr 2015

Islam y Petróleo

La Doctrina Carter inspirada por Brzezinski (1980), tenía como objetivo la implementación en Oriente Próximo y Medio del llamado “caos constructivo”, concepto que se basaría en la máxima atribuida al emperador romano Julio César “divide et impera”, para lograr la instauración de un campo de inestabilidad y violencia en la zona (balcanización) y originar un caos que se extendería desde Líbano, Palestina y Siria a Iraq y desde Irán y Afganistán hasta Pakistán y Anatolia (Asia Menor). Dicha proceso de balcanización de la zona estaría ya en marcha y tendría su plasmación en países como Irak , devenido en Estado fallido y desangrado por la reavivación de la guerra civil chií-suní; en la endémica división palestina plasmada en la imposible reconciliación nacional de las facciones de Hamás y la OLP; en la anarquía reinante en Libia con el wahhabísmo salafista instaurado en Trípoli mientras grupos takfiríes (satélites de Al-Qaeda), dominan tribalmente el interior de Libia y en la aplicación de la yihad suní contra el régimen laico de Al Assad y sus aliados chiíes, Irán y Hezbolá que por efecto mimético habría convertido ya al Líbano en un país dividido y presto para ser fagocitado por Israel y a Yemen en el nuevo escenario geopolítico del pulso irano-saudí, quedando el régimen teocrático chíita del Líder Supremo Ayatolah Jamenei como única zona todavía impermeable a la estrategia balcanizadora de Brzezinski. 


El Estado Islámico (EI) y el acuerdo Irán-G 5+1

El llamado Estado Islámico (EI) o enésima forma de la hidra yihadista financiada desde sus comienzos por Arabia Saudí y Emiratos Árabes, declaró el Califato Islámico de Sham con Abu Bakr al-Baghdadi como emir y con capital en Mosul, que abarcaría desde la parte ocupada de Siria (Alepo) a las ciudades suníes de Ramadi, Faluya, Mosul, Tal Afar y Baquba ( triángulo suní), pero tras una intensa campaña mediática de denuncia en la mass media occidental de sus execrables asesinatos, habría provocado la reacción de Obama en forma de ataques aéreos masivos contra los feudos del EI en Irak y Siria. Dicha campaña mediática seguiría la técnica de manipulación de las masa conocida como teoría de “la aguja hipodérmica o bala mágica”, plasmada en el libro de Harold Lasswell “Técnicas de propaganda en la guerra mundial (1.927) y basada en “inyectar en la población una idea concreta con ayuda de los medios de comunicación de masas para dirigir la opinión pública”, con lo que habría conseguido horrorizar a los países occidentales y lograr la formación de una Coalición Internacional contra el Califato de Sham. Sin embargo, la necesidad de incorporar a Irán a dicha Coalición Internacional contra la nueva forma de la hidra yihadista, podría lograr que EEUU dé su visto bueno a las actividades de enriquecimiento de uranio de Irán “siempre que se supedite a la estricta supervisión de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA)” . Dicho acuerdo incluiría el beneplácito de Washington para que Teherán enriquezca su uranio y lo transforme en combustible para el reactor iraní, (siempre bajo control de la OIEA), lo que permitiría un mejor control del stock de uranio enriquecido de Irán y fuente de inquietud entre los occidentales e Israel, que temen que Teherán lo pueda emplear para fabricar armas atómicas, (acusaciones que Irán ha desmentido siempre categóricamente). Recordar que Irán posee según los expertos, las terceras mayores reservas probadas del mundo de petróleo y gas pero carecería de la tecnología suficiente como para extraer el gas en los yacimientos más profundos y necesita una urgente inversión multimillonaria para evitar un deterioro irreversible en sus instalaciones, pues de acuerdo con el quinto plan quinquenal 2010-2015 , el Gobierno iraní estaría obligado a invertir unos 155.000 millones de dólares para el desarrollo de la industria petrolera y gasística pero el contencioso nuclear con EEUU y las sanciones internacionales en forma de inanición financiera exterior habrían dejado obsoleto dicho plan. En el supuesto de lograrse la resolución del contencioso nuclear de EEUU-Irán y el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países , Rowhani conseguiría su objetivo de que se reconozca el papel de Irán como potencia regional, logrando de paso el incremento de cooperación irano-estadounidense y la resolución del avispero sirio e iraquí, (Conferencia de Viena y Plan Biden), pero si fracasa la vía diplomática de Obama, aumentará la presión del lobby pro-israelí de EEUU ( AIPAC) para lograr la desestabilización de Irán y Siria por métodos expeditivos.

¿Nueva Guerra en Oriente PROME?

El inesperado triunfo de Netanyahu en las recientes elecciones supondrá la formación de un Gobierno de Guerra totalmente contrario a la existencia de dos Estados independientes (Israel y Palestina) que acelerará la construcción de nuevos asentamientos en Cisjordania y Jerusalén Este y presionará a la Administración Obama para conseguir el ataque militar a Irán y la destrucción de sus instalaciones nucleares. Sin embargo, el mensaje diáfano de la Administración Obama hacia Israel sería que “la paz en Oriente Próximo y Medio (Oriente PROME) es posible a través del diálogo y que Israel y Estados Unidos tienen que negociar con Irán y con Siria, dos actores cruciales en la política de Oriente Próximo”, postulados que serían un misil en la línea de flotación del Gobierno de Netanyahu y de la Cuarta Rama del Poder de EEUU que aspiran a resucitar el endemismo del Gran Israel (Eretz Israel), doctrina en la que se basarían los postulados de la futura coalición de Gobierno israelí liderado por Netanyahu quien aspira a convertir a Jerusalén en la “capital indivisible del nuevo Israel”, tras la invasión de su parte oriental tras la Guerra de los Seis Días (1.967), con lo que Obama se convertiría en el último obstáculo para diseñar la arquitectura del Nuevo Gran Oriente. En consecuencia, tras la aprobación del Congreso y Senado de EEUU de una declaración preparada por el senador republicano Lindsey Graham y el democráta Robert Menéndez que señala con rotundidad que “si Israel se ve obligado a defenderse y emprender una acción (contra Irán), EEUU estará a su lado para apoyarlo de forma militar y diplomáticamente” y la posibilidad de la firma de un acuerdo definitivo del G 5+1 con Irán sobre el contencioso nuclear iraní que no contaría con el visto bueno de Netanyahu , asistiremos al aumento de la presión del lobby pro-israelí de EEUU ( AIPAC) para proceder a la desestabilización de Siria e Irán por métodos expeditivos, no siendo descartable que Obama, (tras la pérdida del control del Senado en las pasadas e lecciones de medio término y en la recta final de su mandato Presidencial), acepte el pulso del lobby judío y adopte una suicida conducta transgresora que podría reconsiderar el tradicional veto de EEUU en el Consejo de Seguridad de la ONU ante propuestas “nocivas para el Estado israelí”. Así, asistiremos al inicio de una intensa campaña de descalificación personal y política de Obama en los medios de comunicación dominantes o “mainstream media”, (especialmente virulenta en los medios manejados por los “think tank” Heritage Foundation y Cato Institute), preludio de la gestación de una trama endógena que podría terminar por reeditar el Magnicidio de Dallas (Kennedy,1.963) para lograr que EEUU vuelva a la senda de las seudodemocracias tuteladas por el poder en la sombra (Cuarta Rama del Poder). Caso de consumarse el magnicidio de Obama, Joe Biden, el tapado de la AIPAC, se vería obligado a asumir la Presidencia del País aunque su mandato quedará presumiblemente marcado por la Guerra de los 6 años. Dicha guerra será un nuevo episodio local que se enmarcaría en el retorno al endemismo recurrente de la Guerra Fría EEUU-Rusia e involucrará a ambas superpotencias teniendo como colabores necesarios a las potencias regionales (Israel, Egipto, Arabia Saudí e Irán), abarcando el espacio geográfico que se extiende desde el arco mediterráneo (Libia , Siria y Líbano) hasta Yemen y Somalia y teniendo a Irak como epicentro ( rememorando la Guerra de Vietnam con Lindon B. Johnson (1963-1.969).Así, Siria, Líbano e Irak serían tan sólo el cebo para atraer tanto a Rusia como a China y tras desencadenar una concatenación de conflictos locales (Siria, Irak y Líbano), desembocar en un gran conflicto regional que marcará el devenir de la zona en los próximos años y cuyo desenlace podría tener como efectos colaterales el diseño de una nueva cartografía favorable a los intereses geopolíticos de EEUU, Gran Bretaña e Israel con la implementación del Gran Israel (“ Eretz Israel”).

Hacia la Tercera crisis del petróleo

En una entrevista a Brzezinski realizada por Gerald Posner en The Daily Beast (18 de septiembre de 2009) afirmó que “una colisión estadounidense-iraní tendría efectos desastrosos para Estados Unidos y China, mientras Rusia emergería como el gran triunfador, pues el previsible cierre del Estrecho de Ormuz en el Golfo Pérsico donde atraviesa el transporte de petróleo destinado al noreste asiático (China, Japón y Sur-Corea), Europa y Estados Unidos, elevaría el precio del oro negro a niveles estratosféricos y tendría severas repercusiones en la economía global , pasando a ser la UE totalmente crudodependentiente de Rusia”. Así, un previsible ataque israelí a Irán provocaría un inmediato bloqueo del estrecho de Ormuz por el que pasa un tercio del tráfico energético mundial lo que podría agravar la recesión económica mundial y debilitar profundamente todo el sistema político internacional pues según estimaciones de la AIE (Agencia Internacional de la Energía), 13,4 millones de barriles por día (bpd) de crudo pasarían a través del estrecho canal en buques petroleros, (lo que representaría el 30 % del suministro de crudo que se comercializa mundialmente), bloqueo que por mimetismo se extendería al paso del Canal de Suéz , considerado como uno de los puntos más importantes para el comercio mundial ya que transporta 2,6 millones de barriles de crudo al día (lo que representa casi 3% de la demanda mundial diaria de petróleo) y asimismo es una ruta relevante para el gas natural licuado (GNL), pues cerca de 13% de la producción mundial de dicho gas transitó por ella en el 2010 y su hipotético cierre provocaría la interrupción del suministro de alrededor de 2,6 millones de barriles diarios y al Golfo de Adén que conecta a través del Canal de Suéz el Océano Índico con el Mar Mediterráneo y con un tránsito de más de 18.000 buques según estadísticas oficiales citadas por el diario económico búlgaro, Capital. El colapso del paso por dichos estrechos provocará la Tercera crisis del Petróleo que llevará aparejada una psicosis de desabastecimiento y al incremento espectacular del precio del crudo hasta niveles del 2008 (rondando los 150 $) y que tendrá su reflejo en un salvaje encarecimiento de los fletes de transporte y de los fertilizantes agrícolas lo que aunado con inusuales sequías e inundaciones en los tradicionales graneros mundiales y la consecuente aplicación de restricciones a la exportación de commodities agrícolas de dichos países para asegurar su autoabastecimiento, terminará por producir el desabastecimiento de los mercados mundiales, el incremento de los precios hasta niveles estratosféricos y la consecuente crisis alimentaria mundial que afectaría especialmente a las Antillas, México, América Central, Colombia, Venezuela, Bolivia, Egipto, Mongolia, Corea del Norte, India, China, Bangladesh y Sudeste Asiático, ensañándose con especial virulencia con el África Subsahariana y pudiendo pasar la población atrapada en la inanición de los 1.000 millones actuales a los 2.000 millones estimados por los analistas. Texto: Germán Gorraiz López. Ver: Información y alimentación