22 dic 2014

Apadrina un valenciano: Ferrari para todos

Tres eran tres o Dios los cría y ellos se juntan como dice el refranero popular o el proverbio chino, dejo al lector la elección;
y de esta manera nos encontramos de nuevo con un macro proyecto faraónico de esos que tanto gustan en la ‘Millor Terreta de lo Mon’, no a todos claro, hay sensatez en el terruño, y viene esto a colación de algunos artículos ayer leídos, acerca del espectacular y sin parangón proyecto que albergan nuestros excelsos próceres del Consell, hay señor que cruz, de instalar en las proximidades de Cheste y si menester fuera en el mismo casco urbano, será ‘per diners’, un festival de vehículos a motor travestido en algo así como ‘Mundo Ferrari’, a mayor gloria de estos acicalados mandantes que nos ha tocado en suerte, o en urnas según otros mas avispados que el que estas líneas suscribe, y que bien envuelto en el correspondiente celofán y etiqueta se nos presenta con el conocido runrún de que no nos va a costar, a los valencianos, digo, ni un euro, y que todo el proyecto correrá a cargo de tres apostantes de relumbrón y postín, a saber, los del Golfo, el Botín y el Consell de la CoVa d’Alí-Babà, que solo transcribir tan apabullantes y sonoros nombres da escalofrío y cuyos apellidos pondrían la gallina de pie y en carne viva a cualquier mortal de allende fronteras que supiese de que hablamos y de que muñón cojean cada uno o una de estas inversoras y promotoras del proyecto, porque si de golfos hablamos, será por falta de ellos en esto lares, aunque ya se, y el lector lo habrá deducido que se trata de, cójanse que viene curva, nunca mejor dicho, ‘Inversores de Países del Golfo’; que susto da ,¿eh?, huelga decir del Pérsico, vamos creo yo, pues amén del de Valencia, no se me ocurre otro tan poblado de sátrapas y perillanes, y como decíamos que eran tres, mentaremos en casa del ahorcado al señor Botín, tan perspicaz hombre de negocios que se ha dicho: apadrinemos a algunos valencianos que seguro hay algo que rascar, y sinó, el ‘negoci es el negoci’ y dios proveerá,  que apechuguen con las perdidas que a eso ya se han acostumbrado, y claro aparece el nombre de otro ilustre altruista, este de acomodada familia, léase Banco Santander, que solo mentarlo parpadea el reluciente monitor sobre el que leo lo que a estas horas del día tiene querido lector en sus PCs, y siguiendo el hilo, perdón,  vienen al rescate los mosqueteros, y no tres ni cuatro, sino legión y con nombre propio, que no es otro que, disculpen el exabrupto, nuestro Consell,  jesusito apiádate de nosotros, que al grito de ‘no hemos aprendido la lección’ lánzanse sobre el paisanaje porque ‘esta vez si’ vamos a conseguirlo, un festival del motor, con mas ruido que nueces y gratis total, toquemos madera, y si hay ganancias en la empresa, que se las quede el promotor y si pérdida hubiera, ‘que no lo creo’, ya se socializarán entre el apesebrado pueblo que tanto nos quiere y a quien tanto debemos, es un decir, y así en estas ascuas estamos, pues aunque el cirio empieza a ser corto para tanta procesión como nos espera, la paciencia es un don al valenciano dado y del que alguien sabe como manejarla. 
En fin, recurro al refranero popular, este si valenciano: ‘FERRARI PARA TODOS’. Vds. descansen.
P.D.: Dejo al entusiasta lector una sucesión de puntos…………… y otra de puntos y comas;;;;;;;;;;;;; para que a elección o de forma aleatoria los distribuya, si a bien tiene, por el anterior texto.

13 dic 2014

Financieros vs demócratas

La mejor manera de entender la crisis financiera de Europa consiste en observar las distintas propuestas de soluciones. Éstas parecen el sueño de cualquier banquero, una bolsa de regalos que pocos votantes estarían dispuestos a aprobar en un referéndum democrático. Los estrategas bancarios han aprendido a no arriesgarse a someter sus planes a voto democrático, después de que los islandeses rechazaran dos veces en 2010-11 aprobar la capitulación de su gobierno a pagar al Reino Unido y a Holanda a causa de las pérdidas propiciadas por los bancos islandeses deficientemente regulados que operaban en el extranjero. A falta de tal referéndum, las manifestaciones masivas se convirtieron en la única forma que los votantes griegos encontraron para hacer constar su oposición a los 50.000 millones de euros en privatizaciones demandadas por el Banco Central Europeo (BCE) en agosto de 2011.

El problema radica en que Grecia no dispone de líquido para cancelar sus deudas y pagar los cargos por interés. El BCE exige que se vendan los activos públicos (la tierra, el agua y los sistemas de alcantarillado, los puertos y otros activos de dominio público), y también que se realicen recortes en las pensiones y en otros pagos a la población. Es comprensible que el “99% más pobre” esté furioso al ser informado de que el estrato más rico de la población es el gran responsable de los recortes de presupuesto por su ambición acumulativa (sólo en fondos atesorados en bancos suizos se han registrado 45.000 millones de euros). La sola idea de que un asalariado común tenga que financiar las pensiones para compensar las evasiones de impuestos de los ricos (y la ausencia general de impuestos a la riqueza desde el régimen de la junta de coroneles) enfurece comprensiblemente a la población. Que la “troika” del BCE, UE y FMI dicte que no importa cuánto acumulen roben o evadan los ricos, el pago ha de cubrirlo la población en conjunto, no es un posicionamiento político neutro.
Llevar a cabo una política de impuestos democrática restablecería un sistema progresista de impuestos sobre ingresos y propiedades y fomentaría su recaudación, estableciendo penas para los evasores. Desde el siglo XIX, los reformistas demócratas han buscado liberar las economías del derroche, la corrupción y los “ingresos por rentas”. Pero la “troika” del BCE está imponiendo un impuesto regresivo (que sólo puede imponerse cediendo las decisiones políticas del gobierno a un grupo de “tecnócratas” no electos).
Llamar a los gestores de una política tan anti-democrática “tecnócratas” parece un eufemismo cínico con aires científicos con el que designar a los grupos de presión financieros o a los burócratas, a quienes se considera que poseen una visión lo suficientemente estrecha para actuar como necios útiles en nombre de sus espónsores. Su ideología es la misma filosofía de austeridad que impuso el FMI a los deudores del Tercer Mundo desde los años sesenta hasta los ochenta. Reivindicaban la estabilización del balance de pagos mientras introducían mercados libres; estos directivos vendieron sectores de exportación e infraestructuras básicas a los acreedores de crédito nacional. El efecto fue conducir economías regidas por la austeridad a cotas mayores de deuda (de la que se beneficiarían los banqueros y sus oligarquías nacionales).
Ésta es la rutina la que se somete en estos momentos las democracias sociales de la Eurozona. Bajo el pretexto político de la emergencia financiera, los salarios y estándares de vida se pretenden reducir considerablemente y el poder político transvasarse de gobiernos electos a tecnócratas que gobernarán en nombre de grandes bancos e instituciones financieras. Se pretende también privatizar el trabajo en el sector público (y eliminar los sindicatos, mientras la seguridad social, los planes de pensiones y la sanidad pública sufren graves detrimentos).
Este es el guión básico que siguen los ladrones empresarios cuando saquean los planes de pensiones de las empresas para pagar a sus patrocinadores financieros con compra apalancada con financiación ajena. También es la manera en que se privatizó la economía de la antigua Unión Soviética tras 1991, poniendo los activos públicos en manos de cleptócratas, los cuales trabajaron con los banqueros de inversión de occidente para convertir a Rusia y a otros valores de bolsa las queridas de los mercados financieros internacionales. Los impuestos sobre la propiedad disminuyeron cuantiosamente al tiempo que los impuestos fijos se gravaron sobre los salarios (un acumulativo del 59 por ciento en Letonia). La industria fue desmantelada al tiempo que el derecho sobre la tierra y los minerales fue transferido a extranjeros, las economías conducidas a la deuda mientras los trabajadores cualificados y no cualificados se veían obligados a emigrar para encontrar trabajo.
Mientras hacían creer que estaban comprometidos con la estabilidad de los precios y los mercados libres, los banqueros inflaron la burbuja inmobiliaria con créditos. Los ingresos por alquileres fueron capitalizados en préstamos bancarios y rentabilizados con intereses. Esto resultó enormemente beneficioso para los banqueros, pero dejó a los Balcanes y gran parte de Europa Central con una grandísima deuda y un capital social con números negativos en el 2008. Los neoliberales aplaudieron la caída vertiginosa de sus niveles salariales y la mengua de de su PIB como si de la historia de un éxito se tratase, puesto que estos países traspasaron la carga de los impuestos al empleo en vez de a la propiedad o las finanzas. Los gobiernos rescataron a los bancos a expensas del contribuidor.
Es un axioma que la solución a cualquier problema social serio tiende a crear problemas incluso mayores (¡no siempre intencionados!). Vista desde el posicionamiento estratégico del sector financiero, la “solución” a la crisis de la Eurozona consiste en revertir los objetivos de la Era Progresista de hace un siglo (lo que John Maynard Keynes generosamente acuñó como “eutanasia del rentista” en 1936). La idea era subordinar el sistema bancario al servicio de la economía y no al revés. En vez de ello, las finanzas se han convertido en la nueva forma bélica (menos ostensiblemente sangrienta, pero con los mismos objetivos que las invasiones vikingas hace miles de años y que las subsiguientes conquistas coloniales de Europa: apropiación de las tierras y sus recursos naturales, infraestructuras y cualquier otro activo que pueda proporcionar una vía de ingresos. Había que capitalizar y apreciar tales valores, por ejemplo, los que Guillermo I de Inglaterra recogió en su libro Domesday tras 1066, un modelo actual de cálculos al estilo BCE y FMI.
Esta apropiación del superávit económico para pagar a los banqueros se está poniendo los valores tradicionales de los europeos patas arriba. La imposición de austeridad económica, el desmantelamiento de los gastos sociales, la venta de activos públicos, la extinción de los sindicatos, la caída de los niveles de los salarios, los planes de pensiones y sanidad pública en detrimento en países sujetos a reglas democráticas, requiere convencer a los votantes de que no hay otra alternativa. Se reivindica que sin un sector bancario próspero (da igual cuán predador) la economía quebrará mientras las pérdidas bancarias por malos préstamos y especulaciones deterioran el sistema de pagos. Ninguna agencia reguladora puede ayudar, ninguna política de impuestos mejorada, nada excepto la cesión del control a los grupos de presión para que rescaten a los bancos que han perdido las demandas financieras que ellos mismos construyeron.
Lo que quieren los bancos es que se pague el superávit económico en forma de intereses, no que se emplee en la mejora de los estándares de vida, en gastos sociales o incluso en una inversión nueva del capital. La investigación y el desarrollo requieren demasiado tiempo. Las finanzas viven al día. Esta tendencia al corto plazo es contraproducente, y aun así se presenta como una ciencia. La alternativa, se dice a los votantes, es el camino a la servidumbre: interferir en el “mercado libre” mediante la regulación financiera e incluso unos impuestos progresistas
Hay una alternativa, por supuesto. Es lo que buscaron los escolásticos de la civilización europea del siglo XIII a través de la Ilustración y del florecimiento de la economía política clásica: una economía libre de ingresos por rentas, libre de intereses creados empleando privilegios especiales para la “extracción de renta”. En manos de los neoliberales, al contrario, un mercado libre es libre para que una clase rentista favorecida por los impuestos pueda extraer interés, renta económica y precios de monopolio.
Los intereses rentistas presentan su actividad como una “creación de riqueza” eficiente. Las escuelas de negocios enseñan a los privatizadores cómo disponer los préstamos bancarios y la financiación por bonos, prometiendo todo lo que puedan para que los servicios de infraestructura pública sean vendidos por los gobiernos. La idea es pagar estas rentas a los nacos y proveedores de bonos con interés, y después obtener una ganancia capital subiendo las cuotas de acceso a las carreteras o puertos, al agua y al uso del alcantarillado y a otros servicios básicos. Se dice a los gobiernos que las economías pueden dirigirse de forma más eficiente si se desmantelan los programas públicos y se venden los activos.
La diferencia entre el objetivo pretendido y los resultados reales nunca se ha escondido de forma tan hipócrita. Hacer pagos con interés libres de impuestos priva a los gobiernos de los ingresos por las cuotas de acceso a los usuarios, incrementando sus déficits presupuestarios. Además, en vez de promover la estabilidad de los precios (la ostensible prioridad del BCE), la privatización aumenta los precios por infraestructura, vivienda y otros costes vitales, y hacen así negocio creando pagos de intereses y otras inversiones financieras (y sueldos mucho mayores para los gestores). Por tanto no es más que una demanda ideológica refleja el que esta política sea más eficiente simplemente porque los privatizadores son los que otorgan los préstamos y no el gobierno.
No hay ninguna necesidad económica o tecnológica para que los gestores financieros de Europa impongan la depresión sobre la mayor parte de su población. Pero hay una gran oportunidad de ganancia para los bancos que han tomado el control de la política económica del BCE. Desde los años sesenta, la crisis de balance de pagos ha proporcionado oportunidades a los banqueros e inversores para tomar el control de las políticas fiscales (para traspasar la carga de los impuestos al sector laboral y desmantelar los gastos sociales en favor de la subvención a inversores extranjeros y del sector financiero. Obtienen ganancias de las políticas de austeridad que disminuyen los estándares de vida y constriñen los gastos sociales. Una crisis de deudas permite a la élite financiera nacional y a los bancos extranjeros endeudar al resto de la sociedad, utilizando su privilegio de crédito (o ahorros creados como resultado de políticas de impuestos menos progresistas) como palanca para hacerse con los activos y obligar a los ciudadanos a un estado de dependencia por sus deudas.
El tipo de guerra que está engullendo Europa va por tanto más allá de lo meramente económico. Está amenazando con convertirse en una línea divisoria histórica entre la época de esperanza y potencial tecnológico del pasado medio siglo y la nueva era de polarización al tiempo que una oligarquía financiera reemplaza a los gobiernos democráticos y convierte a los ciudadanos en esclavos de la deuda.
Para que una baza tan atrevida y una toma de poder tal tengan éxito, se necesita una crisis que suprima los procesos legislativos democráticos y políticos que normalmente se opondrían. El pánico político y el caos crean un vacío en el que los ladrones se mueven con soltura, utilizando la retórica del engaño financiero y de las economías basura que racionan soluciones interesadas mediante una falsa visión de la historia de la economía (y en el caso del BCE, de la historia alemana en particular).
Con un banco central bloqueado por su éxito, los gobiernos no necesitan pedir préstamos a banqueros comerciales u otro tipo de prestamistas. Desde que el Banco de Inglaterra fuera fundado en 1694, los bancos centrales han estado imprimiendo billetes para financiar los gastos públicos. Los banqueros también crean crédito de forma libre (como cuando hacen un préstamo a crédito de las cuentas de sus clientes, a cambio de un interés prometedor).
Hoy, estos banqueros pueden tomar préstamos de las reservas del banco central gubernamental a intereses anuales verdaderamente bajos (0.25% en los E.E.U.U.) y prestarlo con intereses mucho más altos. Así los bancos se congratulan de ver que los bancos centrales gubernamentales crean crédito para prestarles. Pero cuando les toca el turno a los gobiernos a la hora de crear dinero para financiar sus propios déficits presupuestarios y emplearlo en el resto de la economía, los bancos prefieren que se reserve tal mercado y sus intereses para ellos mismos.
Los bancos comerciales europeos son inflexibles en cuanto a que el Banco Central Europeo no debería financiar los déficits presupuestarios de los gobiernos. Pero la creación de crédito privado no es necesariamente menos inflacionaria que el hecho de que los gobiernos conviertan sus déficits en moneda (simplemente imprimiendo el dinero que necesitan). La mayoría de los créditos de los bancos comerciales se hacen en contra de los bienes inmuebles, las reservas y los bonos (proporcionando crédito que se emplea en subir los precios de las casas, y los precios de las seguridades financieras, como en los créditos para las compras apalancadas con financiación ajena).
Principalmente es el gobierno quien gasta crédito en la economía “real”, hasta el punto que los déficits presupuestarios públicos se destinan al empleo o a bienes y servicios. Si los gobiernos evitan pagar intereses haciendo que sus bancos centrales impriman dinero con sus propios ordenadores en vez de pedir prestado a los bancos que hacen exactamente lo mismo con sus ordenadores (Abraham Lincoln simplemente imprimió dinero cuando financió la Guerra Civil estadounidense con “billetes verdes”).
A los bancos les gustaría emplear su privilegio de crear crédito para obtener interés de sus préstamos a los gobiernos para que financien sus déficits presupuestarios públicos. Por tanto les interesa limitar la “opción pública” de los gobiernos de monetizar sus déficits presupuestarios. Para asegurarse un monopolio con este privilegio, han organizado una amplia difamación de los gastos gubernamentales y, de hecho, de la autoridad gubernamental en general (la cual resulta que es la única autoridad con poder suficiente para controlar su poder o proporcionar una opción financiera pública alternativa, como hacen las oficinas de correos en Japón, Rusia y otros países). Esta competición entre bancos y gobiernos explica las falsas acusaciones acerca de que la creación de crédito gubernamental es más inflacionaria que si la asumen los bancos comerciales.
La realidad es clara si se comparan las formas en que los E.E.U.U., el reino Unido y Europa manejan sus finanzas públicas. La tesorería de los Estados Unidos es de lejos el mayor deudor del mundo y sus bancos más importantes parece que están en números rojos, sujeto a sus inversores y a otras instituciones financieras por sumas mayores de lo que puede cubrir su carpeta de préstamos, inversiones y sus distintos juegos financieros. Así, mientras la confusión financiera aumenta, los inversores institucionales depositan su dinero en los bonos del tesoro estadounidense (tanto que estos bonos ahora rinden menos del 1%). Por otro lado, un cuarto de los bienes inmobiliarios de los E.E.U.U. sufren un balance negativo, y los estados norteamericanos y sus ciudades se enfrentan a la insolvencia, obligados a reducir sus gastos. Las grandes empresas están dirigiéndose a la bancarrota, los planes de pensiones están cayendo cada vez más en impagos, y aun así la economía estadounidense sigue siendo un imán para los ahorros de todo el mundo.
La economía del reino Unido también parece asombrosa y su gobierno paga tan solo un 2% de interés. Los gobiernos europeos están pagando más de un 7%. El motivo de esta disparidad es que no disponen de una “opción pública” a la hora de crear dinero. Lo que hace a los Estados Unidos y al Reino Unido diferentes de Europa es que tienen un Banco de Reserva Federal o un Banco de Inglaterra que pueden imprimir dinero para pagar los intereses o reinvertir las deudas existentes. Nadie espera de estas dos naciones que se vean forzadas a vender sus terrenos públicos y otros activos para incrementar el dinero con que pagar (aunque lo puedan hacer como opción política). Dado que la Tesorería de los E.E.U.U. y la Reserva Federal pueden crear dinero, se sigue que mientras que las deudas de los gobiernos se designan en dólares, pueden imprimir los suficientes pagarés en sus ordenadores para que el único riesgo que asuman los poseedores de bonos del tesoro sea la tasa de cambio de dólar con otras modernas.
Al contrario, la Eurozona tiene un banco central, pero el artículo 123 del tratado de Lisboa prohíbe que el BCE haga aquello para lo que los bancos centrales fueron creados: crear dinero para financiar los déficits presupuestarios o satisfacer sus deudas venciéndolas. Los historiadores del futuro sin duda alguna encontrarán notable el hecho de que verdaderamente tras esta política hay algo de razón (o por lo menos la pretensión de un tema de primera plana). Es tan endeble que cualquier estudiante de historia podría adivinar la distorsión que sufre. La reivindicación consiste en que si un banco central crea crédito, amenaza la estabilidad de los precios. Sólo el gasto gubernamental se juzga inflacionario, ¡no el crédito privado!
La administración Clinton equilibró el presupuesto estadounidense a finales de los años noventa, cuando la economía de burbuja estaba aún explotando. Por otro lado, la Reserva Federal y la Tesorería anegaron la economía con 13 billones de dólares en crédito para el crédito del sistema bancario después de septiembre de 2008, y 0,8 billones más el pasado verano bajo el programa Flexibilización Cuantitativa de la Reserva Federal (QE2). Aun así los precios al consumidor y de las materias primas no han subido. Ni siquiera los precios del sector inmobiliario y del mercado bursátil están pujando más alto. Por tanto la idea de que inyectar más dinero incrementará los precios (MV=PT) no es operativa hoy en día.
Los bancos comerciales crean la deuda. Ése es su producto. Este apalancamiento de deuda fue utilizado durante más de una década para incrementar los precios (haciendo de los inmuebles y el consumo una pensión de jubilación más cara para los norteamericanos), pero la economía de hoy está sufriendo una deflación de la deuda en forma de ingresos personales, el comercio y las rentas de los impuestos se desvían para pagar la deuda de los servicios en vez de gastarlos en bienes o en puestos de trabajo o incluso invertirlos.
Mucho más impactante es la farsa sobre la historia de Alemania que se repite una y otra vez, como si la repetición evitara que los ciudadanos recordaran lo que realmente pasó en el siglo XX. Escuchar a los directivos del BCE contar la historia, sería muy irresponsable por parte de un banco central prestar al gobierno, a causa del peligro de hiperinflación. La memoria evoca la inflación de Weimar en la Alemania de los años veinte. Pero si uno se detiene a examinarlo, ocurre lo que los psiquiatras denominan un recuerdo implantado (condición en que el paciente está convencido de que ha sufrido un trauma, pero éste no ha ocurrido en la realidad).
Lo que ocurrió en 1921 no fue un caso de gobiernos que reciben préstamos de los bancos centrales para financiar gastos domésticos tales como programas sociales, pensiones o sanidad pública, como ocurre hoy. Más bien, la obligación de Alemania de pagar las indemnizaciones condujo al Reichsbank a inundar los mercados bursátiles extranjeros con marcos alemanes para obtener líquido con que comprar libras esterlinas, marcos franceses y otras monedas para pagar a los aliados (quienes utilizaron el dinero para pagar las deudas por compra de armas a sus inter-aliados de los Estados Unidos). La hiperinflación nacional contuvo su obligación de pagar indemnizaciones con moneda extranjera. Ninguna cantidad fijada en impuestos domésticos habría sido capaz de cubrir la cantidad en moneda extranjera que debían pagar.
En los años 30 esto era un fenómeno que se entendía bien, explicado por Keynes y otros economistas que analizaban los límites estructurales de la capacidad de pagar la deuda extranjera impuesta sin tener en cuenta la capacidad de pagar los presupuestos en moneda nacional. Desde el estudio de Salomon Flink El Reichsbank y la Economía en Alemania (1931) hasta otros estudios sobre las hiperinflaciones chilena y de otras partes del Tercer Mundo, los economistas han encontrado una causalidad común operante, basada en el balance de pagos. Primero aparece una caída en el tipo de cambio. Esto incrementa el precio de las importaciones, y consecuentemente el nivel de los precios nacionales. La secuencia estadística y la línea de causalidades llevan de los déficits en balance de pagos hasta la amortización de los costes de importaciones cada vez más altos, y de estos incrementos en los precios hasta la inyección de dinero, y no al revés.
Los partidarios del mercado libre que escriben en la tradición monetarista de Chicago (básicamente, la de David Ricardo) deja las dimensiones de las deudas nacionales y extranjeras fuera de cuenta. Parece como si el “dinero” y el “crédito” fueran activos a trocar por bienes. Pero poseer una cuenta bancaria o cualquier otra forma de crédito significa deuda al otro lado del balance general. La deuda de unos es el ahorro de otros (y la mayoría de los ahorros de hoy se prestan con intereses, absorbiendo el dinero de los sectores no financieros de la economía). La discusión se reduce de forma simplista a una relación entre el suministro de dinero y el nivel de precios (y de hecho, sólo los precios a los consumidores, no los precios de los activos). En su codicia por oponerse al gasto gubernamental (y por desmantelar los gobiernos y reemplazarlos con estrategas financieros) los monetaristas neoliberales ignoran la deuda impuesta desde Letonia e Islandia hasta Irlanda y Grecia, Italia, España y Portugal.
Si el euro quiebra, será a causa de la obligación de los gobiernos de pagar a los banqueros con un dinero que deben pedir prestado primero, en vez de crear el suyo propio a través de sus bancos centrales. A diferencia de los Estados Unidos y Gran Bretaña, quienes pueden crear crédito del banco central con sus propios ordenadores para evitar que la economía se agoste o se vuelva insolvente, la constitución alemana y el tratado de Lisboa no se lo permiten a su banco central.
El efecto consiste en obligar a los gobiernos a tomar dinero prestado de los bancos comerciales con intereses. Esto proporciona a los banqueros la capacidad de crear crisis (amenazando con llevar las economías fuera de la Eurozona si no se someten a sus “condiciones”, impuestas en lo que se está volviendo una nueva guerra de clases entre las finanzas y el trabajo.

Incapacitar al Banco Central de Europa para privar a los Estados del poder de crear dinero

Una de las tres características definitorias de un estado-nación es su capacidad para crear dinero. Una segunda característica es el poder de recaudar impuestos. Ambos poderes están siendo transferidos fuera del alcance de los representantes electos del sector financiero, como resultado de esta inmovilización del gobierno.

La tercera característica de un estado-nación es el poder de declarar la guerra. Lo que está ocurriendo hoy es el equivalente de la guerra (¡pero contra el poder del gobierno!). Está por encima de cualquier forma de guerra financiera (y los objetivos de esta apropiación financiera son los mismos que los de las conquistas militares): primero, las riquezas de la tierra y el subsuelo sobre las que recaudar rentas como tributo; segundo, infraestructura pública para extraer rentas en forma de cuotas de acceso; y tercero, cualquier otra empresa o activo en el dominio público.

En esta nueva guerra financiera, los gobiernos están siendo llevados a actuar como agentes del orden que actúan en nombre de los conquistadores financieros en contra de sus propios ciudadanos. Esto no es nada nuevo. Ya hemos visto cómo el FMI y el Banco Mundial imponían austeridad en las dictaduras latinoamericanas, en los cacicazgos militares africanos y en otras oligarquías desde los años sesenta hasta los ochenta. Irlanda y Grecia, España y Portugal están siendo llevados a las mismas políticas públicas de liquidación de activos, y todo en manos de agencias financieras supra-gubernamentales que actúan en nombre de los banqueros (y por tanto en nombre del 1% de la población).

Cuando no se puede pagar o vencer las deudas, llega el tiempo de ejecución hipotecaria. Para los gobiernos esto implica la privatización de las ventas para pagar a los acreedores. Además de ser una apropiación de la propiedad, la privatización tiene por objetivo reemplazar el trabajo en el sector público por una fuerza de trabajo sin sindicatos que la respalde con menos derechos de pensión, sanidad pública o voz sobre las condiciones de trabajo. La antigua guerra de clases vuelve a la carga (con un rizo financiero). Al agostar la economía, la deflación de la deuda ayuda a amputar el poder de resistencia de los trabajadores.

También otorga a los acreedores el control sobre la política fiscal. En ausencia de un Parlamento paneuropeo con poder para imponer las reglas del sistema de impuestos, la política fiscal pasa a manos del BCE. Al actuar en nombre de los bancos, el BCE parece favorecer la regresión del camino que llevaba el siglo XX hacia los impuestos progresistas. Además, como han dejado claro los grupos de presión financieros de los E.E.U.U., las demandas de los acreedores se dirigen a que los gobiernos re-clasifiquen las obligaciones públicas como “cuotas de usuario”, que se financien mediante retenciones sobre los salarios destinadas a ser administradas por los bancos. Traspasar la carga de impuestos de los bienes inmuebles y las finanzas al trabajo y la economía “real” significa una amenaza de volverse una apropiación fiscal por encima de la apropiación de la privatización.

Esta es una política de corto plazo autodestructiva. La ironía radica en que las déficits presupuestarios de los PIIGS provienen de las propiedades sin impuestos, y un cambio mayor en el sistema de impuestos puede empeorar la situación en vez de estabilizar los presupuestos gubernamentales. Aun así los banqueros buscan sólo aquello que pueden ganar a corto plazo. Saben que toda renta por recaudación de impuestos que se desvíe de los bienes inmuebles y los negocios es una promesa de interés para los bancos. Así a la economía griega, como a otras economías oligárquicas, se les aconseja pagar sus deudas recortando los gastos gubernamentales (pero no el gasto militar en armas provenientes de Alemania y Francia) y traspasando los impuestos al sector laboral y la industria, y a los consumidores en forma de mayores cuotas de acceso a los servicios públicos que aún no se han privatizado.

En Gran Bretaña, el primer ministro Cameron afirma que achicar aún más el gobierno bajo las directrices Thatcher-Blair otorgará más trabajo y recursos al servicio de las empresas privadas para crear puestos de trabajo. Los recortes fiscales aumentarán de hecho el desempleo, o por lo menos obligarán a aceptar trabajos peor pagados con menos derechos. Por otro lado, recortar los gastos sociales menguará el sector empresarial y agudizará por tanto los problemas fiscales y de deuda al empujar a las economías hacia la recesión.

Si los gobiernos recortan su gasto para reducir el tamaño de sus déficits presupuestarios (o si aumentan los impuestos, llevando a un superávit), entonces estos superávits absorberán el dinero de la economía, dejando menos para gastar en bienes y servicios. El resultado no puede ser otro que el desempleo, mayores deudas y bancarrotas. Debemos observar a Islandia y a Letonia como si fueran los canarios de esta mina financiera. Su reciente experiencia muestra que la deflación de la deuda lleva a la emigración, acortando las esperanzas de vida, tasas de nacimiento menores y menos matrimonios (pero proporciona grandes oportunidades para que los buitres de los fondos engullan el tuétano de la riqueza hasta los confines de la pirámide financiera).

La crisis económica de hoy es una cuestión de elección política, no una necesidad. Como dijo el jefe del equipo de la administración Obama Rahm Emanuel: “Una crisis es una oportunidad demasiado buena para dejarla pasar”. En tales casos la explicación más lógica es que alguien debe estar beneficiándose. Las depresiones aumentan el desempleo, ayudando a quebrar el poder de los empleos con o sin sindicatos que los respalden. Los E.E.U.U. se ven como un presupuesto estatal y local a exprimir (pues ya se anuncian las bancarrotas), y los primeros recortes serán en la esfera de las pensiones. Las altas finanzas sacan sus beneficios (al no beneficiar a la población trabajadora con los ahorros y las promesas hechas).

El pez grande se come al chico


Esta parece ser la idea que tiene el sector financiero de una buena planificación económica. En verdad es peor que un plan de suma-cero, en el que la ganancia de una parte es la pérdida de la otra. Las economías en conjunto menguarán (y cambiarán su forma, polarizándose entre acreedores y deudores). La democracia económica allanará el camino a las oligarquías financieras, revirtiendo la tendencia de los últimos siglos.

¿Está Europa preparada para dar este paso? ¿Reconocen sus votantes que privar a los gobiernos de su opción pública de crear dinero otorgará tal privilegio a los bancos en forma de monopolio? ¿Cuántos observadores han previsto el inevitable resultado: traspasar la planificación de la economía y la localización de los créditos a los bancos?

Aunque los gobiernos proporcionen una “opción pública”, la de crear su propio dinero para financiar sus déficits presupuestarios y proveer a la economía de crédito productivo para reconstruir las infraestructuras, sigue existiendo un problema: deshacerse de la inversión en deuda existente supone un lastre en la economía. Los banqueros y los políticos que respaldan se niegan a reducir las deudas y mostrar así la capacidad de pago. Los legisladores no han dispuesto una sociedad con un proceso legal para reducir las deudas (excepto la ley de acción pauliana de Nueva York, la cual permite anular las deudas si los prestamistas otorgan préstamos sin asegurarse primero que el deudor podrá pagarles).

Los banqueros no quieren asumir la responsabilidad de los malos préstamos. Esto plantea el problema financiero de qué deben hacer los que diseñan las políticas cuando los bancos han sido tan irresponsables al localizar sus créditos. Sin embargo alguien tiene que asumir la pérdida. ¿Debe ser la sociedad en su conjunto o los banqueros?

No es un problema que los banqueros puedan resolver. Ellos quieren pasar el problema a los gobiernos. Lo que llaman “solución” al problema de la mala deuda consiste en que los gobiernos les den bonos buenos para malos préstamos (“dinero por basura”), y que lo paguen los contribuyentes. Han diseñado un aumento desproporcionado de bienes para ellos mismos, y ahora quieren llevarse el dinero y salir corriendo. La deuda que los deudores no pueden pagar será esparcida por toda la economía en conjunto.

¿Por qué deben ellos resarcirse de los daños a costa de agostar el resto de la economía? Su respuesta es que las deudas se deben a los fondos de pensiones de los trabajadores, a los consumidores con depósitos en bancos, y que todo el sistema se vendrá abajo si los gobiernos no pagan sus bonos. Si se les presiona, los banqueros admiten que han sacado los seguros de riesgo (obligaciones de deuda colateralizadas y otras coberturas de riesgos). Sin embargo los aseguradores son bancos estadounidenses y el gobierno norteamericano está presionando a Europa para que no hiera su sistema bancario. Así que el embrollo de la deuda se ha politizado a nivel internacional

Para los banqueros, la línea de menor resistencia consiste en fomentar la ilusión de que no tienen la necesidad de aceptar moras para las deudas demasiado altas que ellos han propiciado. Los acreedores siempre insistirán en que puede mantenerse la inversión de deuda.

El motivo de que esto no funcione radica en que tratar de recaudar una deuda de la magnitud actual dañaría gravemente la economía “real” subyacente, haciendo incluso menos accesible su pago. Lo que empezó como un problema financiero (malas deudas) se convertirá ahora en un problema fiscal (malos impuestos). Los impuestos son el coste de hacer negocio, así como pagar el servicio de la deuda es también un coste. Ambos costes deben reflejarse en los precios de los productos. Cuando los contribuyentes están sobrecargados con impuestos y deudas, tienen menos capital disponible para gastar en consumo. Así los mercados menguan, poniendo más presión en la rentabilidad de las empresas nacionales. La combinación hace que cualquier país que siga tal política se convierta en un productor de coste y por tanto menos competitivo en el mercado global.

Este tipo de planificación financiera (y su traspaso paralelo de impuestos fiscales) conduce hacia la industrialización. La creación de dinero de curso legal intergubernamental por el BCE o el FMI deja las deudas listas, al tiempo que preserva el control de la riqueza y la economía de las manos del sector financiero. Los bancos pueden recibir pagos de deudas a través de las propiedades con hipotecas excesivas, sólo si reducen las obligaciones de las pensiones, de la sanidad y los salarios de sus empleados (o pagos de impuestos a los gobiernos). En la práctica, las “deudas honoríficas” significan nada más que deflación de deuda y mengua general de la economía.

Este el plan de mercado de los financieros. Sin embargo, dejar la política de impuestos en manos de los banqueros acaba siendo lo opuesto a la temática general de la economía de mercado libre de los últimos siglos. El objetivo clásico era minimizar la inversión de deuda, cobrar impuestos de las rentas por los recursos naturales y mantener los precios de monopolio en línea con los costes actuales de producción (“valor”). Los banqueros han prestado cada vez más en contra de los mismos ingresos que los economistas del mercado libre creían que debía ser la base impositiva natural.

Así que algo hay que ceder. ¿Será la filosofía de la economía liberal de mercado libre de los últimos siglos, renunciando a planificar el superávit económico para los banqueros? ¿O reafirmará la sociedad la filosofía económica clásica y los valores de la Era Progresista, y reafirmará el diseño social de los mercados financieros para fomentar un crecimiento a largo plazo reduciendo al mínimo los costes de vida?

Por lo menos en los países más endeudados, los votantes europeos están despertando al golpe de estado oligárquico en el que los impuestos y la planificación presupuestaria de los gobiernos y el control están siendo transferidos a las manos de ejecutivos designados por el cartel de los banqueros internacionales. Este resultado es el contrario de lo que han perseguido las economías de libre mercado de los últimos siglos. Texto: Michael Hudson. Ver: Oligarquía & democracia

4 dic 2014

Thomas Piketty & el 'Capital'

En septiembre de 2013 se publicaba en francés el magno libro de Thomas Piketty 'Le capital au XXIe siècle' en Seuil, que fue bien acogido pero que apenas tuvo repercusión internacional. Ha sido la publicación en inglés y, sobre todo en Estados Unidos, lo que ha generado una gran controversia en torno a esta obra. Los elogios de Krugman, que lo considera como la mejor obra de economía del año si no de la década, han contribuido a ello. Se está ante el fenómeno Piketty e incluso se ha llegado a decir que es el economista de moda. Se han escrito sobre esta obra y su autor numerosos comentarios, reseñas, y artículos, algunos bastante frívolos, al tiempo que en los últimos meses se le cita y menciona con frecuencia por muchos analistas, que no son solamente economistas. 

No cabe duda de que ha agitado las aguas tranquilas por las que camina la economía convencional, que no se inmuta a pesar de la crisis y los cambios que acontecen en el mundo, debido a que desvela una realidad bastante escandalosa en lo que concierne a la desigualdad en los países desarrollados, aunque también analiza las desigualdades internacionales en varias partes de la obra, en donde conviene destacar el capítulo “El crecimiento: ilusiones y realidades”.
El estudio de la desigualdad se pone de esta manera en el centro del análisis económico. Un lugar que no tenía que haber abandonado nunca pero que, sin embargo, no ha sido así para la corriente principal de la economía. No hay más que echar un vistazo a los manuales de economía que se imparten en las facultades: o no se menciona la desigualdad o cuándo sí se hace se le dedican pocas páginas y escasamente rigurosas. Esto no quiere decir que no hubiese estudiosos que no abordaran esta temática. De hecho, Piketty viene trabajando sobre la desigualdad desde hace tiempo y lo ha hecho en muchas ocasiones con otros economistas, principalmente con Emmanuel Saez, economista francés y profesor en la universidad de California en Berkeley. Las conclusiones a las que llega resultan incómodas para la derecha y los análisis convencionales de la economía. La reacción de la derecha en Estados Unidos no se ha hecho esperar y está tratando por todos los medios de desprestigiar la obra, pero no con solvencia cuestionando el análisis, sino con descalificaciones a la ideología del autor, cercano al partido socialista francés, o al título del libro considerándolo como el Marx del siglo XXI. Esto último no deja de ser llamativo, pues, aunque menciona a Marx en la introducción, Piketty ha reconocido que no lo ha leído. El Financial Times, en una crítica más seria,ha tratado de cuestionar los datos que suponen la base del estudio, a lo que Piketty ha contestado.
También desde la izquierda se ha contestado a esta obra. En el digital Sin Permiso se han publicado varios artículos con comentarios sobre el libro de Piketty, como el de James K. Galbraith, David Harvey y Charles-André Udry. Galbraith lo hace desde una posición poskeynesiana, mientas que Harvey y Udry la llevan a cabo desde una visión marxista.
Galbraith resucita la polémica sobre el concepto de capital y rescata la aportación de Marx y la de los poskeynesianos que se enfrentaron a la de los neoclásicos. De forma que una crítica que le hace es que el libro de Piketty ni versa sobre el capital en el sentido de Marx ni versa sobre el capital físico, que sirve de factor de producción en el modelo neoclásico de crecimiento económico. Estima, por otra parte, que los registros fiscales que utiliza Piketty no son la única fuente disponible de buenos datos sobre las desigualdades. Así, en una investigación desarrollada por él durante más de veinte años utilizó los registros salariales y de remuneraciones para medir la evolución a largo plazo de las desigualdades. En un trabajo realizado conjuntamente con Thomas Ferguson rastrearon estas medidas en Estados Unidos hasta 1920, y descubrieron la misma pauta, aproximadamente, que Piketty ha encontrado ahora. Concluye diciendo que: “El capital en el siglo XXI es un libro de peso, rebosante de buena información sobre flujos de ingresos, transferencia de riqueza y distribución de los recursos financieros en algunos de los países más ricos del mundo. Piketty arguye convincentemente, desde el comienzo, que la buena teoría económica tiene que empezar con -al menos incluir- un examen meticuloso de los hechos. Pero no consigue proporcionar una guía demasiado sólida para orientar la política. Y a pesar de sus grandes ambiciones, su libro no es la obra lograda de alta teoría que sugieren su título, su volumen y su recepción (hasta ahora)”.
Harvey considera que si bien hay muchas cosas que son valiosas en el conjunto de datos de Piketty, su explicación de por qué surgen las desigualdades y las tendencias oligárquicas tiene errores. Sus propuestas respecto a los remedios a las desigualdades son ingenuas, si no utópicas. Y no ha producido desde luego un modelo de funcionamiento para el capital del siglo XXI. Para eso todavía nos hace falta Marx o un equivalente suyo contemporáneo. En la misma línea lo hace Udry, quien valora la masa de datos útiles, pero plantea que Piketty sustituye la explicación social y política por la explicación tecnológica, de manera que en su argumentación de la evolución de la división entre beneficios y salarios, Piketty favorece la explicación de la sustitución del trabajo por capital. Sin embargo, considera este autor que la cuestión central en los Estados Unidos y Europa desde la década de 1980, es que el desempleo pesa sobre el equilibrio de poder entre capital y trabajo, lo que lleva a reducir los salarios.
La Gaceta del Fondo de Cultura Económica dedica su número de julio al libro de Piketty, sin duda como un anticipo a la edición en castellano que prepara esta editorial para publicar en Octubre. Además de reproducir algún capítulo de este libro hay artículos de Krugman, Rodrik, Solow, y autores latinoamericanos, como Hoyos, Esquivel, Guardia, Natanson y el alemán de ascendencia francesa Minkar. El número resulta interesantísimo con comentarios muy sabrosos, pero con menos crítica que los anteriores. Un autor tan cualificado y reconocido como Solow titula su aportación ni más ni menos de esta forma: “Piketty está en lo correcto”.
En suma, estamos ante un libro indispensable, que tiene importantes aportaciones de datos e información que hasta sus críticos por la izquierda reconocen. La controversia enriquece el conocimiento y esto lo ha conseguido Piketty. Tal vez no sea un gran libro de teoría pero sí que ha logrado que economistas relevantes se preocupen y ocupen de la escandalosa desigualdad de nuestros días. Anteriormente ha habido contribuciones importantes, pero ninguna de ellas ha llegado a alcanzar esta repercusión. Se puede estar en desacuerdo en las explicaciones de por qué se ha llegado hasta aquí y en las respuestas políticas que hay que hacer, así como en los diferentes datos que se usan para medir la desigualdad, pero es indudable que este libro supone un gran giro en los estudios de la economía y es una contribución significativa y relevante. Texto: Carlos Berzosa. Ver también: 'Capital y trabajo'. Recomendado: 'Desmontando a T. P.': 

25 nov 2014

La 'ola' Podemos

Los países del sur europeo son social y políticamente muy diferentes, pero están sufriendo el impacto de la misma política equivocada impuesta por Europa central y del norte a través de la Unión Europea (UE), con resultados desiguales pero convergentes. Se trata, en general, de perpetuar la posición periférica de estos países en el continente, sometiéndolos a un endeudamiento injusto en su desproporción, provocando la incapacidad del Estado y los servicios públicos, causando el empobrecimiento abrupto de las clases medias, obligando a los jóvenes a emigrar, reduciendo la inversión en educación e investigación, sin la cual no es posible salir del estatuto periférico. España, Grecia y Portugal son tragedias paradigmáticas. 

Pese a que todos los sondeos muestran un alto nivel de insatisfacción e incluso rebelión frente a este estado de cosas, la respuesta política ha sido difícil de formular. Los partidos tradicionales de izquierda no ofrecen soluciones: los comunistas proponen salir de la UE, pero los riesgos que eso implica alejan a las mayorías; los socialistas se han desacreditado, en mayor o menor grado, por ser ejecutores de la política “austeritaria”. Se creó un vacío que lentamente se va llenando. En Grecia, Syriza, nacido como frente en 2004, se reinventó como partido en 2012 para responder a la crisis. Puede ganar las próximas elecciones. En Portugal, el Bloque de Izquierda (BE) nació cuatro años antes que Syriza, pero no supo reinventarse para responder a la crisis; y el vacío permanece. En España, el nuevo partido Podemos constituye la mayor innovación política en Europa desde el final de la Guerra Fría y, a diferencia de Syriza y el BE, no son visibles en él trazos de la Guerra Fría.
Para entender Podemos debemos remontarnos al Foro Social Mundial, a los gobiernos progresistas que emergieron en América latina en la década del 2000, a los movimientos sociales que llevaron a dichos gobiernos al poder, a las experiencias de democracia participativa –sobre todo a nivel local– en muchas ciudades latinoamericanas y, finalmente, a la Primavera Arabe. En suma, Podemos es el resultado de un aprendizaje a partir del sur que permitió canalizar creativamente la indignación en las calles de España. Es un partido de nuevo tipo, un partido movimiento, basado en estas ideas: las personas no están hartas de la política, sino de esta política; la abrumadora mayoría de los ciudadanos no se moviliza políticamente ni sale a las calles a manifestarse, pero está llena de rabia en casa y simpatiza con quienes se manifiestan; el activismo político es importante, pero la política tiene que hacerse con la participación de los ciudadanos; ser miembro de la clase política es algo siempre transitorio y esa cualidad no permite ganar más que el salario medio del país; Internet permite formas de interacción que antes no existían; los miembros elegidos para los Parlamentos no inventan temas o posiciones, vehiculizan los que provienen de las discusiones en las estructuras de base; la política partidaria tiene que tener rostros, pero no está hecha de rostros; la transparencia y la rendición de cuentas deben ser totales; el partido es un servicio de los ciudadanos para los ciudadanos y debe ser financiado por ellos y no por empresas interesadas en capturar al Estado y vaciar a la democracia; ser de izquierda es un punto de llegada y no un punto de partida y, por tanto, se demuestra en los hechos.
El código genético de Podemos consiste en aplicar a la vida interna de los partidos la misma complementariedad entre democracia participativa y democracia representativa que debe orientar la gestión del sistema político en general. Podemos es una versión particularmente feliz y potencialmente más eficaz de innovaciones políticas surgidas en diferentes partes del mundo, teniendo como telón de fondo el inconformismo ante el vaciamiento de la democracia representativa provocado por la corrupción y la captura de los partidos de gobierno por el capital. En Italia surgió en 2009 el Movimiento Cinco Estrellas, liderado por Beppe Grillo, con fuertes críticas a los partidos políticos y defendiendo prácticas de democracia participativa. Tuvo un éxito electoral fulgurante, pero sus posiciones radicales contra la política crean perplejidad respecto del tipo de renovación política que propone. En 2012 se creó en India el Partido del Hombre Común; de inspiración gandhiana y centrado en la lucha contra la corrupción, a favor de la democracia participativa. Un año después de su fundación llegó a ser el segundo partido más votado para la asamblea legislativa de Delhi.
¿Es posible que la ola Podemos se extienda a otros países? Las condiciones varían mucho de un país a otro. Por otro lado, Podemos no es una receta, es una orientación política general dirigida a acercar la política a los ciudadanos y a mostrar que esta aproximación nunca será posible si la actividad política se circunscribe a votar cada cuatro años a políticos que se apropian de los mandatos y los utilizan para sus propios fines.
Curiosamente, en Inglaterra acaba de crearse un partido, Left Unity, directamente inspirado por las ideas que subyacen a Syriza y Podemos. En Portugal, la ola Podemos es muy necesaria, pero no existe la misma tradición de activismo que en España. En Portugal, Podemos sería un partido diferente y hoy tendría poca repercusión. Portugal vive el momento Costa. A la luz de los pobres resultados del Partido Socialista (PS) en las últimas elecciones al Parlamento europeo, António Costa, alcalde de Lisboa, disputó con éxito por el liderazgo del partido, en elecciones primarias abiertas a militantes y simpatizantes: hubo mucha participación y se demostró que la distancia de los ciudadanos es sólo respecto de la política tradicional, sin horizonte de cambio ante una situación socioeconómica intolerable e injusta. El momento Costa hace que la ola Podemos en Portugal se dirija sobre todo a preparar el futuro: para colaborar con el PS, en caso de que éste tenga interés en una política de izquierda; o para ser una alternativa, en caso de que el PS pierda credibilidad, lo que fatalmente ocurrirá si se alía con la derecha. Por ahora, la segunda alternativa es la más probable.
¿Será posible que la ola Podemos llegue a América latina, devolviéndole la inspiración que recibió de su brillante primera década del siglo XXI? Sería importante que eso ocurriese en los dos grandes países gobernados por fuerzas conservadoras: México y Colombia. Allí, los esfuerzos para formular una nueva política de izquierda no consiguieron hasta ahora perforar el bloqueo de la política oligárquica tradicional. En el caso de México, hay que referir tentativas tan diversas como La Otra Campaña, por iniciativa del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, o el movimiento político aglutinado alrededor de López Obrador; y en el caso de Colombia, el Polo Democrático y todas las vicisitudes por las que pasó hasta hoy.
En los países donde las fuerzas progresistas consiguieron grandes victorias en la primera década del siglo XXI y donde los partidos de gobierno fueron emanación de recientes luchas populares, podría pensarse que la ola Podemos tuvo allí su fuente y, por eso, nada nuevo puede suceder. Me refiero al Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil, al Movimiento al Socialismo (MAS) en Bolivia, a la Alianza País en Ecuador y al Partido Socialista Unido en Venezuela. Son realidades políticas muy distintas pero parecen tener dos características comunes: buscan dar voz política a las clases populares en gran medida oprimidas por las clases dominantes; tuvieron éxito político y el ejercicio del poder puede estar desgastando la marca de origen (sea por vía del caudillismo, la corrupción, la rendición ante los imperativos del desarrollismo neoliberal, etcétera). En estos países, tal como en los otros dos países con gobiernos de centroizquierda basados en partidos más antiguos, Argentina y Chile, la ola Podemos, si llegara a tener alguna relevancia, tenderá a asumir dos formas: cambios profundos en el interior de estos partidos; y creación de nuevos partidos-movimiento o movimientos-partido impulsados por la misma dinámica interna de democracia participativa en la formulación de políticas y en la selección de dirigentes.
Como muestra el caso del AAP en la India, el impulso político que subyace a Podemos no es sólo un fenómeno de Europa del sur o América latina. Puede aparecer bajo otras formas en otros continentes y contextos. Un poco por todas partes, 25 años después de la caída del Muro de Berlín, los ciudadanos y las ciudadanas que creyeron en la promesa de la democracia, anunciada al mundo como el fin de la historia, están llegando a la conclusión de que la democracia representativa liberal alcanzó su grado cero, minada desde dentro por fuerzas antidemocráticas, viejas y nuevas oligarquías con poder económico para capturar el sistema político y el Estado, poniéndolos al servicio de sus intereses. Nunca como hoy se volvió tan evidente que vivimos en sociedades políticamente democráticas, pero socialmente fascistas. La ola Podemos es una metáfora para todas las iniciativas que buscan una salida política progresista al pantano en el que nos encontramos, una salida que no pase por rupturas políticas abruptas y potencialmente violentas.Texto: Boaventura de Sousa Santos. También recomendamos: 'Sobre Podemos'. 

24 nov 2014

Irresponsabilidad financiera

Grecia, uno de los primeros países quebrados de la Eurozona, es un espejo en el que leer el futuro inmediato. A pesar de las continuas consignas de los gobiernos europeos que repiten como un mantra “Nosotros no somos Grecia”, las políticas aplicadas y sus consecuencias se han venido repitiendo de una forma u otra en los restantes países con problemas. Ahora, en el país mediterráneo se está llevando a cabo un ingente proceso de concentración bancaria, en el que las entidades financieras se devoran unas a otra para crear monstruos más voraces, en un festival caníbal alegremente financiado con dinero público sin importar la irresponsabilidad con la que hayan actuado los bancos. Una de las pocas consecuencias previsibles de esta crisis será el fortalecimiento de los bancos, que han conseguido darle la vuelta a la crisis y hacer de una debacle financiera, una crisis de los Estados. Grecia es una buena muestra de ello.

“Si te debo una libra, yo tengo el problema; pero si te debo un millón, el problema lo tienes tú”. Este aforismo del economista John Maynard Keynes ha sido utilizado profusamente en los últimos años para explicar la situación de crisis actual, y con todo el peso de la razón. La paradoja contenida en esta frase es sólo aparente pues, en efecto, en el caso de grandes deudas, los acreedores son los que más deben preocuparse por la solvencia del deudor, como se pone de manifiesto cuando un gobierno no corre a rescatar a un hipotecado moroso (deuda pequeña), pero sí a un banco, cuya quiebra podría suponer dejar un enorme reguero de deudas (en depósitos, acciones, bonos o cualquier otro tipo de obligación financiera). Es el famoso lema “too big to fail” (demasiado grande para dejarlo caer o quebrar) popularizado en el Congreso de Estados Unidos en la década de 1980 y ahora recuperado bien sea aplicado a bancos, empresas o economías nacionales.
La consciencia de este hecho ha creado un sistema que el economista griego Yanis Varoufakis, en su libro El Minotauro global, ha llamado “quiebrocracia” (bankruptocracy), un sistema en el que los bancos más grandes, y por tanto más proclives a dejar un gran agujero en la economía del sistema en caso de quiebra, tienen –hablando en plata- cogidos por los huevos a los Estados. Muy pronto al inicio de la crisis, los banqueros se dieron cuenta de que, por muy irresponsable que hubiese sido su comportamiento financiero, podían contar con el dinero de los contribuyentes para salvar sus entidades. Sólo había un requisito: que el banco fuese grande, cuanto más grande mejor. En ese caso se podía justificar tranquilamente el rescate de la empresa dado que no hacerlo entrañaría riesgos aún mayores.
La señal inequívoca de que este era el comportamiento a seguir fue Lehman Brothers. Cuando entre el verano de 2007 e inicios de 2008, la burbuja que se había formado debido a la desregulación que permitió la financiarización de la economía, la titulización y comercio abusivo de productos tóxicos (como las llamadas hipotecas basuras u otro tipos de préstamos con alto riesgo de impago) y el comportamiento irresponsable de los diversos actores económicos –desde inversores a reguladores- comenzó a pinchar, los gobiernos decidieron nacionalizar bancos como Northern Rock (Gran Bretaña), subvencionar con dinero público la adquisición privada del banco estadounidense de inversión Bear Stearns por JP Morgan y rescatar los institutos hipotecarios también estadounidenses Freddie Mac y Fannie Mae. En cambio, cuanto le tocó el turno de la quiebra a Lehman Brothers, el cuarto mayor banco de inversión en su país, el Tesoro de EE.UU. decidió que esta vez la entidad sí debía expiar sus pecados. “En las extraordinariamente tensas condiciones de septiembre de 2008, dejar quebrar a este banco fue una metedura de pata de proporciones colosales porque eliminó cualquier vestigio de confianza entre los bancos. Después de todo, Lehman no había hecho nada que otras muchas instituciones financieras no hubieran hecho. De repente, se volvió extremadamente peligroso prestar a otras instituciones financieras o comprar sus acciones. Las fichas de dominó comenzaron a caer inmediatamente, demostrando lo imprudente que es, en una crisis capitalista sistémica, basar la intervención del gobierno en el principio del ‘riesgo moral’”, escribe otro economista heleno, Costas Lapavitsas, en su ''El capitalismo financiarizado''.
“Riesgo moral” (moral hazard) es una forma suave de llamar a lo que se podría calificar, sin ambages, como “irresponsabilidad moral” si tomamos en cuenta su definición más extendida, como la que hace el Premio Nobel de Economía Paul Krugman: “una situación en la que una persona toma la decisión de cuánto riesgo correr mientras que otra asumirá el coste si las cosas van mal” (The Return of Depression Economics and the Crisis of 2008). Si bien las ideas liberales sobre las que se funda el capitalismo han defendido siempre que el riesgo de la inversión es individual –definición que se ajusta a la noción ideal de lo que sería el emprendedor o empresario-, la regla se ha convertido en otra: como dejó dicho el congresista estadounidense Andrew Young, el sistema actual es “socialismo para los ricos y libre mercado para los pobres”, otra versión de la máxima marxista “socializar las pérdidas y privatizar los beneficios”.
Pero, por terminar con el aspecto histórico, veamos qué sucedió tras las quiebra de Lehman Brothers. Viendo el tremendo impacto que tuvo el hundimiento de Lehman Brothers en la economía global, el Gobierno de EEUU, temeroso, volvió a echarse la mano al bolsillo para rescatar bancos sin importarle la “irresponsabilidad moral” en la que hubiesen incurrido los beneficiarios del dinero público: el banco de inversión Merrill Lynch, la aseguradora AIG… Como suele ser habitual, las ideas de Washington y Nueva York fueron calcadas por Europa, que se lanzó a la pesca y rescate de sus entidades financieras.
Y este rescate del sector financiero es la principal causa por la que la crisis se ha convertido –especialmente en los estados más débiles de la Eurozona- en una crisis del déficit y de la deuda pública (y no tanto la mala gestión de los fondos públicos por parte de políticos más o menos corruptos o más o menos incapaces). Un simple análisis (Bloomberg) de la composición de la deuda griega antes y después de su rescate nos permite observar que no se ha “salvado” tanto al Estado griego –aquejado, sin duda, de graves problemas de corrupción y mal gobierno- sino a los bancos franceses y alemanes que habían comprado importantes cantidades de títulos de deuda a este país movidos por los jugosos intereses que ofrecía, ya que un impago de Grecia hubiese provocado grandes pérdidas a dichas entidades (y no olvidemos que un contrato como la compra de títulos de deuda, si firmado entre partes con igual conocimiento, otorga tanta responsabilidad al acreedor que lo compra –en este caso el banco- como al deudor). En cambio, gracias a las inyecciones de fondos de los contribuyentes europeos, y a pesar de las quitas y reestructuraciones de deuda, se ha conseguido que bancos galos y germanos deshiciesen sus posiciones en el mercado de deuda heleno con un coste relativamente bajo (Forbes).
De esta forma se ha conseguido darle la vuelta completa a la tortilla y lo que en principio era una crisis financiera en toda regla, con unos culpables claros –las entidades financieras y sus manejos irresponsables- ha sido convertido en una crisis económica cuya responsabilidad ha quedado diluida en toda una serie de actores.

Remedios antiguos y bancos zombi: el caso de Grecia

Especialmente la Unión Europea, como llevada por un misticismo primitivo, se ha dedicado a aplicar los mismos ungüentos y medicinas que provocaron la crisis: recetas de mayor desregulación y fundamentalismo monetarista para los Estados, y para el sector bancario fomentar una especie de canibalismo zombi, espoleando las fusiones y absorciones para crear bancas monstruosas e igualmente zombis que, en caso de sufrir problemas, deberán absorber una ingente cantidad de fondos públicos. Porque, ya se sabe, son too big to fail…
El caso de la banca zombi –definida como aquella que se mantiene con vida sólo gracias a la inyección constante de capital público- ha llegado en Grecia al paroxismo más absoluto. Durante los últimos dos años de crisis, los grandes bancos griegos han estado recibiendo inyecciones periódicas de liquidez del Banco Central Europeo (BCE) -bien a través de sus instancias propias, bien a través del Fondo de Estabilidad Financiera del Estado Helénico o HFSF- que han utilizado para comprar Letras del Tesoro del Estado griego a corto plazo (3 y 6 meses) y que, a su vez, han usado como garantía para recibir liquidez de los organismos mencionados anteriormente, para, nuevamente, volver a comprar Letras del Tesoro griego… y así hasta el infinito más absurdo en un proceso en el que el dinero, simplemente, pasaba de un lado a otro como la bola de ping-pong sobre la mesa, sin que esos fondos fluyesen a la economía real ni el Estado griego aliviase sus problemas de endeudamiento. Aún más, el negocio era más favorable a los bancos puesto que el interés al que se les prestaban fondos líquidos desde el BCE y el HFSF es inferior al que ellos recibían por las Letras del Tesoro.
Mientras tanto, se iba forjando la reestructuración de todo el sistema bancario griego tal como indicaba el segundo memorándum firmado a inicios de 2012 por Grecia y la troika (BCE, Comisión Europea y Fondo Monetario Internacional), que contemplaba la liquidación de entidades bancarias que no fuesen capaces de obtener la ampliación de capital necesaria en el mercado privado (llama la atención en cambio que se haya sido mucho más paciente con los cuatro grandes bancos privados de Grecia, a pesar de que hasta abril de 2013 no aprobaron sus planes de recapitalización). El 30 de abril, Miltiadis Damanikis, consejero delegado y presidente de Probank, un pequeño-mediano banco comercial griego, llamaba la atención sobre la “flagrante violación” en la igualdad de trato entre los bancos respecto a cómo se ha comportado el Gobierno griego con las cuatro entidades consideradas “sistémicas” –National Bank, Piraeus, Eurobank y Alphabank- a las que les ha abierto el grifo del dinero sin demasiadas preguntas.
Obviamente los cuatro grandes bancos griegos –a pesar de estar edificados sobre pies de barro debido a las pérdidas asumidas por la quita de deuda griega, a la pérdida de depósitos debido a la crisis y a la exposición a créditos morosos- han sido los grandes beneficiarios de esta reestructuración del sistema bancario a través de absorciones, fusiones y liquidaciones impulsada por el Gobierno griego y bendecida por las instituciones europeas. Entre las víctimas, se han liquidado los dos bancos públicos más importantes de Grecia (ATEbank o Banco Agrícola y TT Hellenic Postbank o Banco Postal).
El mayor premio se lo ha llevado el banco privado Piraeus Bank, que ha asumido 15 entidades financieras en los últimos años, entre ellas las subsidiarias griegas del francés Société Generale (Geniki) y del Millenium Bank portugués, el banco bueno resultante de la liquidación banco público griego ATEbank y las filiales en Grecia de los bancos chipriotas Bank of Cyprus, Laiki y Hellenic. De este modo, Piraeus ha pasado de ser el cuarto mayor banco de Grecia al segundo mayor, con unos activos totales de 95.000 millones de euros.
Y eso que las prácticas del presidente ejecutivo de Piraeus, Mijalis Sallas, han sido cuanto menos de dudosa legalidad. Una serie de investigaciones por parte del corresponsal de la agencia Reuters Stephen Grey y otros periodistas revelaron que Sallas usó préstamos sospechosos de los bancos Marfin Popular Bank y Proton Bank para afianzar su posición como accionista principal de Piraeus, para hacer operaciones de compras de propiedades que le pertenecían con dinero de Piraeus y para justificar ante el BCE y el HFSF que era capaz de ser considerado solvente porque podía captar dinero del mercado privado.
Hoy Marfin Popular Bank es llamado Laiki, uno de los bancos que ha provocado la crisis de Chipre después de haber sido rescatado por el Estado chipriota, y su filial en Grecia ha sido asumida por Piraeus, mientras que Proton es también un banco quebrado, con su presidente perseguido por la Justicia y que será dividido en banco bueno y malo y la parte sana vendida a alguno de los cuatro grandes bancos griegos.
La respuesta a las investigaciones de Grey fue una demanda judicial y una campaña de difamación contra Reuters, además de la contratación de una empresa de espías para investigar al periodista (Stephengrey.com). El periodista Kostas Vaxevanis, director de la revista Hot Doc (que reveló la lista de presuntos evasores fiscales conocida como Lista Lagarde y también había investigado éste y otros escándalos bancarios), asegura haber sido objeto de un complot destinado a matarle precisamente por estas últimas revelaciones (Hot Doc).
Que duda cabe de que para hacer esto, el sector financiero debe contar con unas buenas dosis de connivencia con el mundo político. En los últimos meses se abrió una investigación judicial sobre las deudas de los partidos Nueva Democracia (ND) y Movimiento Panhelénico Socialista (PASOK), los dos que se han alternado en el poder desde 1974 y que actualmente forman parte del Gobierno de coalición. La mayoría pro-gubernamental en el parlamento se apresuró a aprobar una ley que permitirá a los banqueros que aprobaron estos préstamos evitar la Justicia (eKathimerini). Las deudas de ND y PASOK acumuladas con los bancos griegos entre 2001 y 2012 –contratadas en base a préstamos a bajo interés que, aún así, no están devolviendo- ascienden a 254 millones de euros a razón de 217 millones a ATEbank, 22 millones a Attiki Bank, 20 millones a Piraeus y 10 millones a Marfin (Agencia EFE). Casualmente ATEbank, un banco público, fue recientemente liquidado por considerarse inviable y su parte sana vendida a Piraeus por 95 millones de euros, una cantidad irrisoriamente baja según los analistas locales, lo que llevó a la oposición a tachar el acuerdo de escándalo y a insinuar que podría haber habido un acuerdo bajo la mesa.
Otro punto más y probablemente tampoco casual: el actual gobernador del Banco Central de Grecia es Yorgos Provópulos, antiguo consejero delegado de Piraeus Bank (y también de Emporiki, cuando supervisó su venta al francés Crédit Agricole, que recientemente lo ha vendido a Alphabank). En cambio el actual presidente de Eurobank, Timos Jristodulu, había sido antes gobernador del Banco Central, representante de Grecia ante el FMI y el Banco Mundial, presidente de National Bank y eurodiputado por el partido conservador ND. Petros Jristodulu, un economista formado en Goldman Sachs y que ha sido investigado por EEUU por el asesoramiento dado por ese banco al gobierno griego para camuflar su deuda con la colaboración de National Bank, ha sido consejero delegado precisamente de National Bank y ahora es viceconsejero delegado de la misma entidad, tras haber presidido la Autoridad de la Deuda Pública (PDMA), la organización responsable de la emisión de bonos soberanos de Grecia.
Todo esto no ha sido óbice, más bien al contrario, para que el Estado griego continuara financiando a los cuatro grandes bancos griegos. En 2008, al inicio de la crisis financiera global se entregaron 28.000 millones de euros para garantizar su liquidez; en octubre de 2012, 18.000 millones más para su recapitalización y, ahora, se inyectarán otros 27.500 millones.
El proceso de recapitalización –necesario, por otra parte, para cumplir las ratios de solvencia exigidas por el BCE- funciona de la siguiente manera, tal y como quedó acordado por Grecia y la troika en el segundo memorándum: en caso de que los bancos consigan captar del mercado privado al menos un 10 % de sus necesidades de capital, el HFSF, es decir, el Estado griego, pondrá la parte restante a cambio de Cocos u otro tipo de acciones con derechos restringidos de voto (a pesar de que el monto total de dinero público que se entregará bastaría para convertir estas entidades en públicas ya que supera la más de la mitad de su capital social actual).
De los cuatro grandes bancos griegos, tres –National Bank, Piraeus y Alphabank- han presentado ya sus planes de recapitalización y están en proceso de lograr ese 10 % de capital privado, por lo que su gestión seguirá siendo privada, mientras que uno, Eurobank, ha reconocido que no podrá alcanzar el mínimo por lo que se ha puesto en manos del HFSF y su junta de accionistas ha aprobado la nacionalización. Sin embargo, esto no significa que vaya a convertirse en un banco público ya que otro de los compromisos asumidos por Grecia con la troika es que el banco resultante, bien capitalizado con dinero público y al que probablemente se le unan otras entidades (la parte sana de TT Hellenic Postbank es la que cuenta con más opciones de serlo), será puesto a la venta en el sector privado en un plazo máximo de cinco años.
Sólo en un caso la troika parece haber puesto el freno al fortalecimiento de los grandes bancos. Se trata del caso de la fusión de National Bank y Eurobank, a pesar de que ésta se hallaba en un estado bastante avanzado y había sido refrendada por las autoridades bancarias europeas. El problema es que el proceso se llevó a cabo al mismo tiempo que ocurría la crisis bancaria de Chipre y, al parecer, a la troika le entró –esta vez sí- miedo de que un banco como el resultante de la fusión de National Bank y Eurobank, que hubiese tenido unos activos similares al PIB de Grecia (previsto en 183.000 millones de euros para 2013), pudiese acabar con el Estado griego en caso de sufrir problemas. Eso sí, podría haber otras razones más prosaicas y menos amables en el freno al proceso de fusión: el analista Dimitris Kontogiannis, del diario Kathimerini, cree que la troika ha detenido la fusión porque así los bancos extranjeros podrán comprar a un precio más bajo los activos de Eurobank una vez sea sacado a la venta.

Destrucción creativa y reforzamiento de los bancos

Decía Karl Marx en El 18 de Brumario de Luis Bonaparte que la historia se repite “primero como tragedia y luego como farsa”. Estamos, ahora, plenamente inmersos en la repetición como farsa, utilizando para salir de la crisis la misma medicina que nos llevó a ella, engordando los bancos que ya se habían escapado del control de los Estados al inicio de la crisis.
Marx admiraba las grandes dosis de creatividad que liberaba el capitalismo a la vez que avisaba sobre su capacidad autodestructiva en crisis, como la actual, de superproducción, en las que hay “demasiada civilización, demasiados recursos, demasiada industria, demasiado comercio” para ser aguantados por el sistema. “¿Cómo se sobrepone la burguesía a las crisis? –se preguntan Marx y Friedrich Engels en el Manifiesto Comunista-. De dos maneras: destruyendo violentamente una gran masa de fuerzas productivas y conquistando nuevos mercados, a la par que procurando explotar más concienzudamente los mercados antiguos. Es decir, que remedia unas crisis preparando otras más extensas e imponentes y mutilando los medios de que dispone para prevenirlas”.
Este concepto no es exclusivo del marxismo pues el economista liberal Joseph Schumpeter lo recuperó aproximadamente un siglo más tarde bautizándolo como el proceso de “destrucción creativa”, un proceso “esencial” del capitalismo que “incesantemente revoluciona la estructura económica desde dentro, destruyendo la vieja estructura y creando una nueva” (Capitalismo, Socialismo y Democracia).
Nadie sabe cómo terminará esta crisis ni qué surgirá después de este nuevo proceso de “destrucción creativa”, mucho más profundo que los de anteriores décadas, lo que sí parece cada vez más claro es que, con la bendición de los gobiernos actuales, los bancos que sobrevivan a la crisis saldrán tremendamente reforzados (ya lo han dicho antes economistas como el propio Lapavitsas). En el futuro se estudiará la tremenda creatividad de estos banqueros que consiguieron no sólo transformar una crisis financiera en una gran victoria sobre los Estados y lo público sino convertir sus instituciones de entidades zombis casi moribundas en monstruos más gordos, más grandes y mucho más hambrientos. Texto: Andrés Mourenza. Recomendado: Estado de la economía

22 nov 2014

Estado de la economía (Parte III de III)

La finanza en la sombra y la burbuja inmobiliaria China

El sistema financiero chino no está aún totalmente integrado en el sistema mundial. A excepción del mercado bursátil de Shanghai cuyas cotizaciones se siguen con interés en otros centros bursátiles, sigue habiendo un grado de división (estancamiento) entre sus mercados financieros y el mercado mundial. Pero el grado de financiarización de la economía china y la dimensión de su sector inmobiliario hacen que la situación macroeconómica global haya devenido tan sensible a su comportamiento como en los antiguos países capitalistas. Es la razón por la que el informe del FMI se ocupa de ello en su apartado global. Lo hace en términos diplomáticos, pero al menos espera que el Banco Central proceda a la "mejora de su capacidad de gestión de los imprevisibles movimientos en la demanda de liquidez, para garantizar la puesta en pie lo más rápido posible de un sistema de garantía de depósitos, así como la liberalización de los mecanismos para establecer los tipos de interés y, en fin, para consolidar el marco institucional necesario a fin de abordar las quiebras de las instituciones financieras". Como se ve, una agenda considerable. El FMI también exige que se ponga fin a las "garantías implícitas" de la que gozan los bancos y las autoridades municipales y regionales. Es importante que los inversores y los prestamistas al final de la cadena estén prevenidos que deberán soportar el "coste de sus precedentes excesos ".


Estas advertencias y recomendaciones se explican fundamentalmente por la formación en unos pocos años de un sistema bancario en la sombra, un "shadow banking system'' a la China, así como por el crecimiento de los préstamos de alto riesgo, sobre todo en el sector inmobiliario, que ponen de manifiesto las contradicciones y los impases que se acumulan en el proceso de acumulación en China. En todos los sistemas financieros existe una gran porosidad en el sistema bancario "normal" y en ninguna parte el sistema "bancario a la sombra" (lo que en Francia se denomina "la finanza a la sombra") se ha desarrollado sin la participación de los bancos. El FMI describe el mecanismo made in China. La banca hace préstamos a una sociedad financiera llamada "trust". Acto seguido ayuda a esta sociedad financia a reembolsar este préstamo permitiéndole pedir créditos o invertir valores de sus clientes ricos". La entidad financiera promete a sus clientes rendimientos mucho más elevados de los que corresponden a sus depósitos. Estos se componen de préstamos hechos a sociedades inmobiliarias y a los ayuntamientos para inversiones inmobiliarias. Los títulos emitidos tienen vencimientos muy cortos de tal manera que su emisión y su reembolso generan una volatilidad extrema. El efecto impulsor de estas sociedades financieras se estima, "de forma conservadora", en un 35%.
En el sector inmobiliario la contradicción específica a la que se confronta el PCC es la de conciliar la lucha contra las transacciones inmobiliarias, que son una de las principales fuentes de ingresos (y de corrupción) de las municipalidad, con el incremento de los precios que son factores de tensión social (compra y alquiler de vivienda) y, haciendo eso, evitar el gran riesgo de pinchar la burbuja financiera, arrastrando con ella a las sociedades financieras y a los bancos. La perspectiva, incluso la probabilidad, aunque no se pueda poner fecha, de un doble crash inmobiliario y financiero, hace que la situación china sea seguida con mucha atención. El FMI distingue lo que denomina los contragolpes internacionales iniciales - primera ronda de desbordamientos financieros transfronterizos- (first-round cross-border financial spillovers), que considera serán limitados debido a la integración inconclusa de China en la mundialización financiera, de los efectos macroeconómicos que seguirán al crash financiero cuyos efectos podrían afectar fuertemente a otras economías.

Las economías emergentes, terreno de predilección de los fondos y punto neurálgico de los choques financieros

El "apetito del riesgo" de los inversores y su "búsqueda de rendimiento" han hecho de los mercados financieros de los países llamados "emergentes" el terreno propicio de los diferentes tipos de fondos de inversión. La brutalidad de su movimiento de desvinculación en 2013, cuando la FED dio a entender que podría aumentar ligeramente sus tipos de referencia, llevó al FMI a consagrar un capítulo entero de su informe a la vulnerabilidad de los mercados financieros emergentes, excepto China e India en aquellos momentos. El FMI identifica a los diferentes inversores y detalla sus estrategias. Llega a la conclusión de que "la nueva mezcla en la cartera de los inversores globales puede hacer de estas carteras más sensibles a las condiciones financieras globales. La parte de los flujos de las obligaciones más volátiles ha aumentado, y una participación extranjera mayor en los mercados financieros nacionales puede transmitir una nueva inestabilidad. La inversión creciente por parte de los inversores institucionales, que generalmente se comportan de forma estable en los períodos de estabilidad, es bienvenida, pero estos inversores se pueden retirar de forma más pronunciaba y duradera en caso de un shock extremo. Incluso si las condiciones macroeconómicas domésticas tienen su importancia, el comportamiento retraido de los inversores persiste y no se ha mejorado desde hace quince años".
Los más peligrosos son los fondos comunes de inversión (Mutual Funds) y las sociedades de inversión de capital variable (SICAV). Reagrupadas bajo el nombre de "global retailers", en 2013 detentaban el 20% de las obligaciones de los países emergentes y mostraban una volatilidad extrema en la gestión de sus carteras. Los Mutual Funds americanos y japoneses son sociedades autónomas y no filiales de grupos bancarios (como en Francia, sobre todo) sobre las que existe información abundante. Un informe del FMI les consagra numerosas páginas.
El FMI teme el comportamiento de los fondos de inversión en caso de "shock extremo". No ofrece una definición concreta pero el término parece incluir eventos con un grado de gravedad muy inferior a los que conoció el sistema financiero mundial en 2007 y 2008. Lo que puede interpretarse como un signo de su gran fragilidad. En mayo de 20013, la Fed dio a entender que podría comenzar a incrementar sus tasas de referencia. Esto dio lugar a ventas masivas en los mercados de bonos (lo que se denominó como "desplome del mercado de bonos" que se produce cuando los inversores venden sus títulos en previsión de tener que pedir prestado al Banco Central a un interés más elevado). El BPI ofrece una cronología detallada de lo que pasó a continuación en las economías emergentes. En ella identifica dos olas de "desvinculación generalizadas" (fuga de capitales) en los mercados emergentes.
La primera (de mayo a principios de setiembre de 2013) fue desencadenada por un "shock mundial": las desvinculaciones masivas sobre el mercado obligatorio tras el anuncio de la ralentización de la compra de activos por la Reserva Federal. El segundo (de noviembre 2013a junio2014) fue fruto de la evolución macroeconómica en las economías emergentes. El primer episodio recuerda las crisis financieras mexicana, asiática y rusa de los años 1990 en las que se dieron múltiples combinaciones de fuga de capitales, hundimiento de los mercados financieros y caída del valor de las divisas. "De naturaleza brutal y generalizada, escribe el BPI, (ésta) se caracterizó por fluctuaciones violentas del precio de los activos (…) Cuando la ola de liquidación se propagó de las economías avanzadas a las economías emergentes, éstas últimas conocieron una brusca reversión del flujo de cartera, sobre todo en junio de 2013. Sus acciones bajaron por encima del 16%, antes de estabilizarse en julio, mientras que el rendimiento de los bonos soberanos aumentaros en más de 100 puntos básicos, bajo el efecto de las crecientes preocupaciones sobre el riesgo soberano". Se dio una "desconexión, indiferenciada, que tocó simultáneamente a numerosas monedas de las economías emergentes y que derivó en depreciaciones en cadenas en un contexto de fuerte volatilidad".
Las monedas de África del Sur, Brasil, India, Indonesia y Turquía se depreciaron en más de un 10% en relación al dólar. Brasil, India, Indonesia y Rusia perdieron en conjunto más de 10 millardos de dólares de sus reservas. La segunda ola de desconexión fue más larga y diferenciada. En setiembre y octubre de 2013, las economías emergente se recuperaron menos que las avanzadas y el nerviosismo de los inversores afectados se intensificó, endureciéndose las condiciones de los préstamos. "El rendimiento de los bonos de Estado y los diferenciales de rendimiento continuaron elevados en un contexto de persistencia de la fuga de capitales". Las presiones sobre los tipo de cambio de los países más expuestos alcanzaron la cima en enero de 2014; el banco central de Argentina tuvo que depreciar el peso y perder más del 10% en un solo día.

¿Hacia nuevas sacudidas financieras?

En la mayoría de las grandes economías "emergentes", el endeudamiento privado sigue siendo muy inferior al alcanzado en los antiguos países industriales. Sin embargo, desde febrero de 2014 hemos visto artículos y notas en la prensa financiera que se inquietan ante la posibilidad de que en ellos se produzcan crisis bancarias. Por supuesto, en China, en función de la situación que hemos descrito más arriba, pero también en Singapur y en Australia/45. La quiebra y reestructuración reciente del banco portugués Espíritu Santo ha aportado una nueva demostración de la fuerte opacidad de los bancos de la zona euro así como de su capacidad para escapar a los "test de riesgo" que se hacen para mostrar la situaciones más o menos exacta de su balances. El caso del Banco Espíritu Santo también ha puesto en evidencia los vínculos entre la "actividad bancaria" y la "finanza mafiosa".
En Nueva York, en un segmente mucho más importante de las finanzas, los analistas financieros se inquietan de la formación de una nueva burbuja sobre las acciones en las empresas de "tecnología punta". Más en general, desde hace algunas semanas se ha desarrollado un vivo debate en torno al realismo y la sostenibilidad del nivel de las cotizaciones en los principales mercados financieros. Estas son las consecuencias de la existecia de aumentos vertiginosos de capitales que están a la búsqueda de inversiones y movimientos especulativos que les reporten beneficios. La constatación de la atonía del crecimiento mundial, a pesar de las "políticas monetarias de inyección de liquidez", lleva a las organizaciones financieras internacionales a exigir con insistencia a los gobiernos que dejen de depender de los bancos centrales. "La política monetaria está demasiado solicitada desde hace mucho tiempo" insiste el BPI. En la introducción, llama a la "puesta en práctica de políticas específicas" que son responsabilidad de los gobiernos. Y mas adelante, de rezar el consabido rosario: "fortalecimiento de la oferta", "saneamiento de los balances" y "reformas estructurales". Necesariamente, su combinación varia de un país a otro, pero la mayoría de las veces consiste en la desreglamentación de sectores protegidos, como los servicios, la profundización en la flexibilidad del mercado de trabajo, el incremento de la tasa de actividad y la reducción del la hipertrofia del sector público". En la zona euro, las y los trabajadores y las capas populares de Grecia, Portugal y España conocen el significado de estas palabras. Al igual que los de Rumanía, Bulgaria y los países de la ExYugoslavia. Estas políticas ponen en el punto de mira de quienes son enviados por Frankfurt, Bruselas y Washington -los "hombres de negro"- para reafirmar la determinación de los gobiernos locales en caso de vacilación, las condiciones de reproducción social de amplias capas sociales. En Francia, para no hablar mas que del país desde donde escribo este artículo, el combate anticapitalista y antiimperialista del pueblo comienza en su propia país, contra su propio gobierno y contra sus bancos, en el que un componente central es la lucha contra la ilegitimidad y por el no pago de la deuda pública. Texto: François Chesnais. Ver también: Parte I.