Al igual que las “ofertas” de los mafiosos, las del imperio neoliberal no pueden ser rechazadas sin fatales consecuencias. Cuando el presidente de Ucrania, Víctor Yanukóvich, decidió a mediados de febrero pasado no firmar el acuerdo de comercio con la Unión Europea (UE), USA pasó al acto inmediatamente con un golpe de Estado que fue llevado a cabo con el concurso de fuerzas fascistas previamente entrenadas, y cuya extrema violencia quedó plasmada en fotos y videos.
Los fascistas son ahora los comparsas y la guardia pretoriana de los oligarcas neoliberales asignados por EE.UU. para tomar el poder en Kiev, respetando el guión revelado en la conversación telefónica filtrada entre la subsecretaria de Estado Victoria Nuland y el Embajador estadounidense en Kiev. Y como esos ladrones pescados con las manos en un bolso ajeno que para salvarse corren y gritan “¡al ladrón!”, la reacción de Washington y sus aliados de la UE ha sido la de vociferar acusaciones contra Rusia por todo lo sucedido. Esta crisis es muy grave y en EE.UU. y la UE se está actuando para que del plano de la política y la diplomacia se llegue al terreno de la agresión económica, financiera y comercial, sin que se excluya explícitamente la confrontación militar. Y esto a pesar de que en lo referente a Crimea, el Presidente Vladimir Putin sólo ha hecho lo que está permitido dentro de los límites de los acuerdos de Rusia con Ucrania. Rusia no está sola y las acciones que el campo del imperialismo neoliberal emprenda más allá de ciertos límites puede llevar a que muchos países, entre ellos China, se definan, y eso puede ser más que suficiente para poner en crisis el sistema financiero, monetario y económico mundial. Y si el imperialismo neoliberal está arriesgando tanto por implantar a la fuerza y con la ayuda de los fascistas el neoliberalismo en Ucrania, y agreguemos en Venezuela y otros muchos países en América latina y el resto del mundo, eso no es signo de fuerza, sino de descontrol y debilidad. Al tratar de explicar el “desvanecimiento” del imperio estadounidense, el autor y editor Tom Engelhardt comienza planteando, en su artículo “A New World Order?, en 'tomdispacht.com' (2-3-2014), que “parece que hay algo nuevo bajo el sol. Hablando geopolíticamente, cuando se trata de la guerra y los principios del imperio quizás nos hallamos en territorio no explorado'. Miren en torno suyo y verán un mundo a punto de ebullición. De Ucrania a Siria, de Sudán del Sur a Tailandia, de Libia a Bosnia, de Turquía a Venezuela, las protestas ciudadanas (de izquierda y de derecha) están incitando no sólo desorganización, sino más vale a lo que parece ser el desensamblado (de-organisation en inglés), una creciente puesta en tela de juicio del estatus unitario de los Estados, grandes y pequeños, viejos y nuevos. Guerra civil, violencia y luchas internas de diverso tipo están visiblemente en alza. En varios casos hay países extranjeros interviniendo, pero en cada caso el poder del Estado parece diluirse sin que sea una ganancia para otro poder estatal. Por eso planteo esta pregunta: ¿En dónde se localiza exactamente el poder en estos momentos en nuestro planeta?”
Empezando por el comienzo
Es difícil, por no decir imposible, entender lo que está sucediendo en el mundo contemporáneo sin primero interpretar el efecto que los cambios estructurales de las últimas décadas en el modo de producir capitalista han tenido sobre las economías, el poder político y las sociedades de los países dominantes y dominados. Edgardo Mocca, en el diario argentino Página/12, escribe –y voy a citarlo extensamente-, que “la imparable vocinglería mediática provocadora y desestabilizadora a que asistimos tiene una serie de implicaciones políticas y culturales que suelen ser insuficientemente consideradas, tanto entre quienes las ignoran deliberadamente a la hora de analizar la política, como en alguna de las miradas críticas que tienden a ver la relación entre los medios y la sociedad como un mero fenómeno de manipulación y creación artificial de estados de ánimo”(1). Apoyándose en “la magistral reconstrucción del pensamiento del sociólogo argentino Oscar Landi que realiza Eduardo Rinesi en su libro ''¿Cómo te puedo decir'', Mocca nos recuerda que en el caso argentino, y esto puede ser válido para el resto del mundo, “la sociedad actual es el resultado de un conjunto de experiencias políticas que se desarrollaron en los últimos cuarenta años en el contexto de una mutación radical a escala planetaria del mundo laboral, social y cultural en el que vivimos, una mutación que tiene en su núcleo la cuestión política, la cuestión del poder”. Y más adelante, siguiendo las ideas de sociólogos como Richard Sennett o de filósofos como Zygmut Bauman y Horst Kurnitzky, apunta que “la mutación mundial es, ante todo, la afirmación de una nueva hegemonía cultural y política, la de un bloque social organizado alrededor de las nuevas formas de dominación económica que tienen en su centro al capital financiero. Se trata del capital desterritorializado por excelencia, el que no necesita fábricas ni concentraciones de trabajadores, el que puede moverse sin límites a través del planeta. No es mera dominación; es hegemonía porque tiene la capacidad de formar el sentido común predominante, no solamente por su capacidad innegable de manipularlo a través de gigantescas agencias de formación de opinión, sino principalmente porque ese sentido común corresponde a una manera nueva y distinta de vivir (cuya esencia) es la dispersión, la desagregación social, el individualismo extremo. Es el modo de vivir que corresponde al desmantelamiento de la sociedad industrial y salarial, a la flexibilización de las relaciones laborales, al debilitamiento de las viejas formas productivas fondistas y el auge de los servicios, puestos a disposición de un impulso consumista que se mueve en forma vertiginosa”.
La destrucción creadora del capital
Al economista Joseph Schumpeter se le atribuye la definición de que “la destrucción creadora”, que empresas o sectores económicos se desplomen es parte esencial del capitalismo porque permite una reconstrucción y nuevas bases para la reproducción del capital. La destrucción económica y social es una herramienta que desde el inicio el capitalismo utilizó en todas las sociedades que encontró en su camino, porque este sistema es incapaz de funcionar sin un mercado libre de trabajo, como decía Karl Marx. Ya no existe esa “sociedad sólida” que muchos califican de “Ford-ista” por las líneas de producción que juntaban a cientos o miles de trabajadores, que habitaban en los barrios obreros y constituían parte esencial de esa sociedad burguesa que el filósofo y sociólogo Zygmut Bauman describe como un “obligado matrimonio” entre la clase burguesa y la clase trabajadora, que siempre fue tenso y lleno de disputas, pero que excluía el divorcio porque el capital sólo existe si hay trabajo asalariado, lo que obligaba a las partes en lucha a negociar convenciones laborales que devinieron las reglas sociales, legales y de convivencia de la civilización industrial. Esa sociedad sólida ha dejado de existir en los países del capitalismo avanzado, para dar paso a una sociedad líquida, fluida, en la cual el trabajo, cuando existe, ha pasado a ser una mercancía más, y que como tal está fuera de la protección que aseguraba el “contrato social” ganado a través de las luchas sindicales y políticas. En otras palabras, la economía fue liberada, desincrustada de la sociedad. Bauman escribe, en su libro “Modernidad Líquida”, que en esta sociedad, “víctimas de las presiones individualizadoras, los individuos están siendo progresiva pero sistemáticamente despojados de la armadura protectora de su ciudadanía y expropiados de su habilidad e interés de ciudadanos. En estas circunstancias, las perspectivas de que el individuo de jure se transforme en un individuo de facto (o sea, aquel que controla los recursos indispensables de una genuina autodeterminación), son cada vez más remotas. El individuo de jure no puede transformarse en un individuo de facto sin primero convertirse en ciudadano. No hay individuos autónomos sin una sociedad autónoma, y la autonomía de la sociedad exige una autoconstitución deliberada y reflexiva, algo que sólo puede ser alcanzado por el conjunto de sus miembros” (página 46 del libro citado).
¿Hay fascismo en Venezuela?
El gobierno venezolano califica de “fascistas” los grupos que están efectuando actos de violencia como una forma de protesta que busca derrocar el gobierno constitucional, que han tratado de tomar edificios gubernamentales y causado muertes, destrozos importantes y que paralizan el tráfico y las actividades normales en ciertas municipalidades, y afirma que estos grupos han recibido diversos tipos de apoyo de EE.UU. y de las fuerzas que aún controla el ex presidente colombiano Álvaro Uribe, un peligroso sociópata aliado de Washington. El historiador de la economía Karl Polanyi los caracteriza como grupos o movimientos fascistas, y es evidente que tanto los ingredientes como las condiciones culturales, sociales y políticas, así como los apoyos internos y externos, están presentes para el desarrollo de grupos fascistas en Venezuela, y en muchos otros países. Quizás por su desarraigo de todo lo que haya sido o sea el concepto y la realidad de patria, nación o país, que estaba de más mientras estuvo asociada al imperialismo para explotar el país, la oligarquía y la burguesía consumidora venezolana estuvo condenada a ser lo que es, una clase que se ha vuelto más pro imperialista, antinacionalista y extremista a medida en que guiado por Hugo Chávez el pueblo venezolano fue avanzando en la construcción de una consciencia nacional, rescatando su valiosa y magnifica historia, fortaleciéndose cultural, social y políticamente, y creando las bases de la verdadera patria que tanto faltaba. ¿No podemos decir lo mismo de las oligarquías y burguesías de Argentina, con su reacción visceral ante el rescate nacional que logró el liderazgo de Néstor Kirchner y ahora de Cristina Fernández de Kirchner, y las de otros países? Estas irreductibles oligarquías y burguesías nuestras son la máxima expresión de la mutación de que habla Mocca, de esa hegemonía social y cultural del consumismo, que desgraciadamente también afecta a las clases medias, a nuestras juventudes, al conjunto de nuestras sociedades.
Hay que ver lo que no vemos o no queremos ver
El escritor Carlos Fazio, quien en México ha investigado la cuestión de la violencia organizada al servicio del poder y del sistema imperialista, empieza su último análisis en el diario La Jornada de México, titulado “Sobre mitos, crimen y política” (3 de marzo 2014) citando al comisario divisionario Jean-François Gayraud, de Francia y especialista en el crimen organizado, para quien “la realidad no se oculta, somos nosotros los que la negamos”, y continua señalando que “el auténtico peligro es aquello que no se ha visto o no se ha querido ver, que se ha subestimado o no se ha creído. En plena sociedad del espectáculo, lejos del sensacionalismo de los medios, los grandes grupos de la economía criminal son el lado oscuro de la globalización”. Hay que empezar a reconocer la realidad, lo que hemos devenido socialmente en la sociedad de consumo bajo la égida neoliberal, que afecta a todo el mundo. Nada ni nadie está a salvo, ni siquiera Cuba, como nos recuerda el filósofo cubano Fernando Martínez Heredia en una crítica titulada “Revolución, cultura y marxismo”, donde subraya los desafíos políticos, sociales y culturales que enfrenta la Revolución Cubana: “En 2011 escribí un texto acerca del enfrentamiento crucial que vive el mundo, en el que incluía, como es imprescindible, la guerra cultural mundial, estrategia principal del imperialismo en ese conflicto. Permítanme hacer una larga cita de ese texto, en aras de nuestro objetivo: Cuba no está fuera de esa guerra: somos un objetivo especial de ella, porque los expulsamos de aquí y hemos resistido con éxito al imperialismo durante más de medio siglo. Ellos quieren restaurar en Cuba el capitalismo neocolonizado, y para nosotros no hay opciones intermedias”. Y, aunque la cita sea larga, vale la pena reproducir el resto de lo que Martínez Heredia escribió, porque está hablando de todos nosotros, no sólo de Cuba: “Una entre otras tareas sería trabajar contra las formas cotidianas en que se siembra, difunde y sedimenta ese control, sobre todo las que parecen ajenas a lo político o ideológico, e inofensivas. Por ejemplo, a través del consumo de un alud interminable de materiales se intenta norteamericanizar a cientos de millones en todo el planeta, en cuanto a las imágenes, las percepciones y los sentimientos. A veces tratan cuestiones políticas, con enfoques variados —aunque prima el conservadurismo—, pero la proporción es ínfima en relación con las cuestiones no políticas. Lo decisivo es familiarizar y acostumbrar a compartir con simpatía las situaciones, el sentido común, los valores, los trajines diarios, los modelos de conducta, la bandera, las aventuras de una multitud de héroes, las ideas, los artistas famosos, los policías, la vida entera y el espíritu de EE.UU. Sin vivir allá ni aspirar a una tarjeta verde. Es suicida quien cree que esto es solamente un entretenimiento inocente para pasar ratos amables”. “¿Qué es noticia al servicio de la dominación?, ¿para qué, cómo se trabaja, cuánto dura? En este campo tan crucial para la ideología coexisten los análisis espléndidos o rigurosos de especialistas, que lo muestran o explican muy bien, con el tratamiento que suele darse en la práctica a la información y la consecuente formación de opinión pública. Se ven y se oyen materiales que constituyen propaganda imperialista acerca de los hechos que realizan contra los pueblos, sin hacerles ninguna crítica, o se repiten sus términos, como el que le llama “servicio internacional” a su ejército de ocupación de un país. No basta con hacer divulgación o propaganda antiimperialistas, si ellas conviven con mensajes imperialistas y fórmulas confusionistas. (…). “No es posible ser ciego: están tratando de convertir en hechos naturales hasta sus mayores crímenes, en asunto de noticias sesgadas y empleo de palabras más o menos comedidas. Su apuesta es lograr que los activistas sociales y los intelectuales y artistas que son conscientes y se oponen queden solos y aislados en sus nichos, y sus productos sean consumos de minorías, mientras las mayorías conforman una corriente principal totalmente controlada por ellos. El apoliticismo y la conservatización de la vida social son fundamentales para el capitalismo actual.”(3)
La fatal aculturación neoliberal
La aculturación se ha convertido en un instrumento de disolución social a distancia, de propagación de subversión y de dominación, porque a través de los ubicuos programas de televisión y los videojuegos nos enajenan de nuestra realidad y siembran la violencia individual, el crimen y la violencia social. Con el narcotráfico, expandido a escala universal por las políticas de la CIA para financiar a la contrarrevolución en Centroamérica, nos han impuesto una violencia criminal que no reconoce fronteras. Como dice Carlos Fazio, “la globalización de la economía neoliberal ha ido acompañada de la globalización de la violencia criminal”. No podemos seguir ignorando el impacto social, cultural y político que tiene el problema de esta aculturación, sobre todo porque los avances en la electrónica y las telecomunicaciones permiten que hoy día cientos o miles de millones de niños, jóvenes y adultos tengan acceso a la panoplia de los “videojuegos” y “entretenimientos”, que se enajenen con la violencia, que se desensibilicen con la banalización del acto de matar y que adopten las subculturas profundamente antisociales subyacentes en esos “juegos”, que por otra parte minan o destruyen los sentimientos básicos del ser humano, como el altruismo, la solidaridad, el amor por el prójimo(4). El fascismo forma parte del código genético del capitalismo, y es mediante la sociedad de consumo, o sea a través de los bienes físicos y en la aculturación implícita en los “bienes culturales”, que la ideología del fascismo está actualmente siendo transmitida a todo el mundo. Por eso estamos viendo, en un contexto económico, político y social totalmente diferente al ucraniano o europeo, como es el de Venezuela, un país que respeta a más no poder la democracia, que ha hecho progresos económicos, sociales, educativos y culturales inimaginables antes de que Hugo Chávez llegara al gobierno, que el imperio estadounidense encuentra grupos para promover, financiar y organizar la violencia fascista contra el Estado, contra sus instituciones y el poder social y político de la Revolución Bolivariana. Dicho de otra manera, el virus fascista ya está en todas partes con la universalización del sistema neoliberal, en las formas de aculturación profundamente individualistas, antisociales y violentas que están incorporadas en la concepción misma de que la sociedad no existe (Margaret Thatcher), del irracionalismo que supone que el individuo solo puede alcanzar su plenitud fuera (y hasta en contra) de la sociedad.
La batalla por la realidad
El sociólogo brasileño Emir Sader nos recuerda, en un reciente artículo(5), que “el movimiento de gobiernos progresistas en América Latina vino para superar y dar vuelta a la página del neoliberalismo” y que estos “han atacado los puntos más débiles del neoliberalismo: la desigualdad social, la centralidad del mercado, los acuerdos de libre comercio con Estados Unidos. La derecha de cada país y Washington, perdieron capacidad de iniciativa”. Pero, señala en sus conclusiones, hay “que tomar en cuenta el marco general de la hegemonía conservadora, incluyendo las formas de vida y de consumo exportadas por Estados Unidos y asumidas por amplias capas de la población, el monopolio de los medios de comunicación y los otros factores que componen el período histórico que vivimos en América Latina”. Hay que denunciar siempre las maniobras de la derecha y de su gran aliado, el gobierno de los Estados Unidos, pero hay que tener conciencia que, cuando logran retomar iniciativa y logran imponer reveses a las fuerzas progresistas, es porque han encontrado errores de esas fuerzas. Es hora de un balance de las trayectorias recorridas por esos gobiernos, desde el triunfo de Hugo Chávez en 1998, pasando por todos los avances y los tropiezos desde entonces, en la perspectiva de la formulación consiente de estrategias de hegemonía pos neoliberales, tomando en cuenta las fuerzas propias y las de los adversarios, así como nuestros objetivos estratégicos”. Ellos siempre actuarán conforme a sus intereses y objetivos. Nos toca tener claros los nuestros, hacer balances constantes y actuar de forma coordinada en la perspectiva de nuestros objetivos”. Es muy saludable que en los últimos tiempos cierto número de periodistas, comunicadores, sociólogos e intelectuales de nuestra región hayamos comenzado a poner la debida atención en toda esta problemática. Quizás es el resultado o el camino hacia la formación de esa “inteligencia social” a la que Karl Marx hace alusión en los Grundrisse, precisamente cuando trata de las condiciones sociales que también forman parte de la infranqueable barrera que hará “saltar por los aires” el capitalismo. Texto: Alberto Rabilotta. VER: LA DEMOCRACIA COMO MERCADO
Notas:
1.- Edgardo Mocca, Los medios en discusión, Página/12
2.- La '“solución fascista” en el neoliberalismo contemporáneo'.
3.-'Revolución, cultura y marxismo', por Fernando Martínez Heredia.
4.- Ver el excelente documental de Jos de Putter, titulado ''Beyond the game”.
5.- Emir Sader, “Ellos y nosotros. Hacia la hegemonía posneoliberal”.