La historia se repite. El Partido Popular ha sacado del cajón el manual de hacer oposición. Allí estaba guardado desde que en 2011 Rajoy llegó a la presidencia del Gobierno. Ahora que la formación de derechas ha abandonado La Moncloa y se ha renovado eligiendo a un presidente que ya estaría imputado por la justicia de no ser aforado, toca desempolvar el libro de instrucciones para tratar de recuperar el poder cuanto antes. En sus páginas rojigualdas predomina Catalunya, la inmigración, más Catalunya y algunas buenas dosis de inseguridad ciudadana contestada con el endurecimiento de las penas. En la portada del manual, sin embargo, solo hay escritas tres letras: E T A.
Casado y su equipo han cogido el libreto que en su día escribieron los Acebes, Zaplana, Mayor Oreja, Aznar o Rajoy y parecen dispuestos a repetir la estrategia con la misma ausencia de pudor y de complejos que demostraron sus antecesores. De la noche a la mañana, el partido que más concesiones hizo desde el Gobierno a la banda terrorista en toda la historia se pone en la oposición el disfraz de vengador justiciero para intentar cosechar votos a costa de las víctimas. Por eso es necesario hacer un poco de memoria.
Casado se afilió al PP en el año 2003. No parece que influyera en su decisión el hecho de que el ejecutivo de Aznar se hubiera sentado a negociar, cara a cara, con ETA en la ciudad suiza de Zúrich. Tampoco le repugnó que su presidente del Gobierno y líder del partido en el que se integraba hubiera realizado todo tipo de cesiones para que la banda terrorista declarara una tregua. En 1996, estando secuestrado José Antonio Ortega Lara, el recién estrenado gobierno del PP ya acercó a los primeros presos etarras a cárceles del País Vasco como gesto de buena voluntad. Que sepamos, Casado no alzó la voz en ese momento ni cuando todo un presidente del Gobierno de España dejó de llamar terroristas a los terroristas y empezó a denominarlos Movimiento Vasco de Liberación Nacional. No promovió manifestaciones cuando el ejecutivo siguió acercando reclusos hasta superar los 120, ni cuando permitió regresar a 300 miembros de la banda que se escondían fuera de nuestras fronteras, ni cuando excarceló a decenas de presos, ni cuando se mostró dispuesto a incluir el futuro de Navarra en unas posibles conversaciones de paz con los “libertadores vascos”.
Casado asistió a “la generosidad” con ETA de la que tanto hacían gala públicamente los dirigentes populares. Una generosidad que empezó cuando apenas había pasado un año desde el asesinato de Miguel Ángel Blanco y que se mantuvo durante toda la tregua, a pesar de que las calles de Euskadi seguían ardiendo por la acción de la kale borroka. Una generosidad que se mantuvo incluso después de que la banda terrorista rompiera el alto el fuego y retomara los atentados. Entre asesinato y asesinato se podía escuchar al ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, decir que el Gobierno estaba “dispuesto a dialogar en la medida que ETA no mate”; o al entonces ministro de Educación y Cultura, Mariano Rajoy, “mandar un mensaje claro a la ETA de que no se van a negociar con ellos mientras maten nada (sic)”; o al presidente Aznar afirmar que si ETA declaraba una tregua, aprovecharía “todas las oportunidades para llevar la paz al País Vasco, como he hecho siempre”. El entonces aprendiz de político llamado Pablo Casado no solo no protestó, sino que se subió al carro del partido que había derrochado, y además en vano, generosidad con los etarras.
Los españoles quisieron que, solo un año después de obtener su carnet adornado con el símbolo de la gaviota, su formación política pasara a la oposición. El joven prometedor se sumó entonces a la nueva estrategia marcada desde Génova: reescribir la Historia negando los coqueteos negociadores del pasado y utilizar el terrorismo como arma electoral contra el recién llegado presidente Zapatero. Quienes habían acercado y excarcelado etarras, quienes habían negociado con cadáveres aún calientes… acusaron al Gobierno socialista de traicionar a los muertos y sacaron a las víctimas a la calle. Él ya era parte del PP que intentó que naufragara aquel proceso de paz iniciado en 2006. No soportaban que ese tanto se lo pudiera apuntar un partido rival.
Casado accedió a la primera línea de la política con su formación nuevamente asentada en la Moncloa y con el disfraz antietarra doblado y guardado en el armario. En los más de seis años que ha gobernado Rajoy han sido muchos los miembros de la banda que han ido obteniendo la libertad provisional o que se han aprovechado de otro tipo de beneficios penitenciarios. A día de hoy no conocemos las cifras exactas porque el Gobierno del PP no las facilitaba y ningún partido de la oposición se las exigía. Eran tiempos en los que el presidente justificaba en televisión, por ejemplo, la liberación del secuestrador de Ortega Lara, el sanguinario etarra Josu Uribetxeberria Bolinaga, porque “había que respetar la ley”. Tiempos en los que solo la extrema derecha y sus medios de comunicación clamaban contra la actitud hacia ETA que mantenía el Gobierno popular. “Las políticas penitenciarias del ejecutivo de Rajoy permitían que, sin cumplir la promesa del PP del cumplimiento íntegro de las penas, se abrieran las puertas a centenares de presos terroristas. Todos ellos pasaban rápidamente de grado penitenciario y obtenían la libertad condicional”, podía leerse el 28 de marzo de 2017 en la portada del panfleto ultra La Gaceta.
Casado salía ya al paso de esas críticas y defendía la política penitenciaria del Gobierno ante los periodistas. A su lado solía tener a Javier Maroto, quien se había enorgullecido públicamente de alcanzar acuerdos con Bildu cuando ocupaba la alcaldía de Vitoria. “No me tiemblan las piernas para llegar a acuerdos con nadie. Y creo que eso es bueno. Ojalá sucediese en más foros. Ojalá cundiese el ejemplo”, llegó a afirmar Maroto para justificar sus pactos con el brazo político de ETA en 2011, 6 años antes de que la banda terrorista anunciara su disolución. Casado castigó a Maroto por esa actitud nombrándole, recientemente, su número tres en la dirección nacional del partido.
Llegamos ya al presente más inmediato. Este jueves, el presidente del Partido Popular acusaba a Pedro Sánchez de que la concesión del tercer grado a algunos reclusos de ETA es una “cesión a los terroristas”. Casado amenazaba, además, con oponerse “frontalmente al acercamiento de presos al País Vasco” porque, según él, era un pago al PNV por el apoyo que brindó al PSOE en la “moción de censura vergonzante”. De no ser por el tema tan dramático del que se trata, estas declaraciones provocarían la carcajada de cualquiera… y no solo por los antecedentes ya citados. El Gobierno del Partido Popular llevaba meses dejando caer que iba a acercar presos a las cárceles del País Vasco. Al fin y al cabo “son solo 200 presos”, llegaba a argumentar el ejecutivo ante los periodistas. Lo, llamémosle, gracioso es que esa decisión estaba motivada porque el PP necesitaba, precisamente, los votos del PNV en el Congreso de los Diputados para aprobar sus presupuestos. Lo, llamémosle, gracioso es que este jueves hemos sabido que el PP también negoció con el PNV un posible acercamiento de los reclusos etarras a cambio de que los nacionalistas vascos no apoyaran la moción de censura presentada por Sánchez.
La pirueta de Casado es, por tanto, tan inverosímil que ni siquiera las asociaciones de víctimas se la han tragado. “Ni ha habido concesiones, ni ha cambiado la política penitenciaria que desarrolló Rajoy”, han dicho las portavoces de la AVT y de COVITE. El líder del PP lo tiene, aparentemente, un poco más complicado que sus antecesores para poder inundar las calles con las lágrimas de las víctimas. Veremos si esa falta de sintonía se mantiene o si acabamos viendo a algunas de estas organizaciones compartir pancarta con los líderes populares. Lo que sí es seguro es que el PP va a seguir utilizando, a pesar de todo, el manual que tan buen resultado le dio en ocasiones anteriores. Esta vez, además, tendrá una utilidad especial porque le permitirá desviar la atención de corruptelas y de másteres. ¿Qué más da si ETA ya está disuelta? ¿Qué más da si se juega con el dolor de las víctimas? ¿Qué más da si ellos negociaron con los terroristas? ¿Qué más da si ellos iban a realizar el acercamiento de los presos para garantizarse los votos del PNV? ¡Qué más da! Texto: Carlos Hernandez