Los economistas clásicos definían a la economía como la ciencia social que se ocupa de estudiar el modo por el cual una sociedad se organiza para llevar a cabo los tres momentos económicos básicos: la producción, la distribución y el consumo. La producción es el elemento principal de todos ellos, pues nada puede ser distribuido o consumido si antes no es producido, pero requiere previamente el uso de recursos primarios. Es decir, para iniciar un proceso cualquiera de producción es necesario que estén disponibles tanto los recursos naturales que se transformarán en el producto material final como la fuerza humana capaz de llevar a cabo tal transformación. Una vez este proceso da como resultado una producción material, entonces se procede a su distribución y su consumo final. Las múltiples formas en las que se pueden articular estos momentos o procesos económicos definen el tipo de sistema económico.
A lo largo de la historia toda sociedad humana ha encontrado diferentes formas para organizarse económicamente, lo que quiere decir que ha optado por distintas articulaciones de los procesos de producción, distribución y consumo. Así, se han dado en la historia muchos tipos diferentes de sistemas económicos (feudalismo, capitalismo, socialismo, etc.), a la vez que dentro de los mismos han existido también un gran número de variedades. Y cada sistema económico ha tenido no sólo una forma concreta de articular la producción, la distribución y el consumo sino que también ha tenido sus propias leyes de reproducción, esto es, sus propias normas internas que permiten que el sistema económico continúe operando.
El sistema económico que hoy es dominante a nivel mundial es el capitalismo, y también tiene sus propias leyes internas. La principal de ellas es su necesidad de crecer continuamente, cueste lo que cueste. Eso significa que necesita incrementar la producción material siempre en una escala mayor a como lo hizo en el período inmediatamente anterior. Y si no lo hace el sistema entra en crisis. Puede detener su crecimiento durante períodos cortos de tiempo, pero no puede interrumpir ese crecimiento de forma permanente sin colapsar. De la misma forma que cuando uno va en bici puede dejar de pedalear durante un tiempo breve pero no puede hacerlo de forma continuada sin venirse finalmente al suelo. El crecimiento económico es, por tanto, el corazón del sistema económico imperante.
Sin embargo, no todos los sistemas económicos han tenido esa propiedad de tener que crecer ininterrumpidamente. De hecho, hasta el advenimiento del sistema económico capitalista la sociedad humana había encontrado múltiples sistemas económicos que no necesitaban en modo alguno el crecimiento económico para su sobrevivencia (ni la del sistema ni la de la sociedad misma). Lo que interesa entonces es preguntarse por qué el capitalismo sí lo necesita.
La razón la encontramos en el propio motor del sistema: la ganancia. La ganancia es el elemento estimulador del sistema, sin el cual éste se viene abajo. Dado que una de las propiedades fundamentales del capitalismo es la existencia de propiedad privada (lo que significa que los medios de producción –las empresas– tienen dueños individuales) entonces debe garantizarse que los propietarios de esas empresas reciben una recompensa en forma de ganancia por haber arriesgado su dinero durante el primer momento económico: la producción. Así, los capitalistas individuales ponen su capital en juego, adquiriendo los recursos primarios (materias primas, maquinaria y trabajadores), e inician la producción con la esperanza de que al final de todo el proceso puedan vender la producción y obtener una ganancia. Si no lo consiguen finalmente entonces quiebran y no vuelven a contratar trabajadores (por lo cual se incrementa el desempleo) y la actividad económica se detiene.
Si por el contrario el capitalista obtiene una ganancia entonces tiene que elegir entre destinarla de nuevo a la producción, arriesgándola de nuevo, o destinarla a otros fines (por ejemplo, el consumo de lujo). El hecho de que opte por una u otra vía está determinado básicamente por dos factores: la ganancia esperada y la competencia, y ambos están interrelacionados. Si el capitalista espera recibir más ganancia al invertir su ganancia pasada entonces tendrá incentivos para hacerlo. Pero además, puede ocurrir que necesariamente se vea obligado a hacerlo presionado por la competencia. Y esto es lo que verdaderamente ocurre en el capitalismo todos los días.
En efecto, el capitalista individual se ve obligado a invertir de nuevo su ganancia (lo que en economía se llama acumulación) para poder mejorar su proceso de producción y evitar ser destruido por la competencia. Esto es así porque si el capitalista A no invirtiera de nuevo su ganancia y simplemente se preocupara de restaurar los gastos en recursos primarios (reponer la materia prima, mantener las máquinas y pagar a los trabajadores) y sin embargo su competidor, el capitalista B, sí lo hiciera e invirtiera en mejorar la maquinaria y el proceso de producción en su conjunto, entonces el capitalista A se vería expulsado del negocio. El capitalista B podría conseguir mejor tecnología y podría vender los productos a un precio más bajo, haciendo que los compradores que antes compraban al capitalista A ahora lo hicieran al capitalista B. Eso provocaría pérdidas al capitalista A y desaparecía su ganancia y, con ella, su negocio. La presión de la competencia, por tanto, empuja a todos los capitalistas a acumular.
Por lo tanto, nos encontramos ante un sistema económico, el capitalismo, que una vez se ha puesto en marcha es imparable y cuya razón de ser es la acumulación, esto es, el crecimiento económico, y la ganancia que lo estimula.
El afán de acumular es una característica propia del capitalismo. Pero no así de otros sistemas económicos previos que han permitido a la sociedad humana sobrevivir en otras condiciones distintas a las actuales.
En la terminología económica al proceso por el cual un sistema económico amplía sus capacidades productivas mediante la acumulación se le llama “reproducción ampliada”. Sin embargo, existe también la noción de “reproducción simple”, la cual hace referencia a los sistemas económicos que al final del proceso productivo únicamente destinan las ganancias a restaurar lo gastado, pero sin invertir nada más allá de ese nivel. Este segundo tipo de reproducción económica es propia de sociedades precapitalistas.
Muchas de estas sociedades sólo producían aquello que consideraban necesario de acuerdo con sus propios criterios sociales, dedicando el resto del tiempo del día a otras tareas. Y si se producía algún avance técnico espontáneo, alguna mejora en los procesos de producción resultado de la creatividad o del azar, entonces las sociedades mantenían su nivel de producción y ampliaban su tiempo libre. De hecho, en otras culturas “cuando la naturaleza les favorecía, con frecuencia permanecían en el estado idílico de los polinesios o de los griegos homéricos, entregando al arte, al rito y al sexo lo mejor de sus energías”.
Por lo tanto, estas sociedades que limitaban sus necesidades a través de su propia cultura entendían las innovaciones tecnológicas y organizaban su tiempo y su producción de una forma muy distinta a la que nosotros, bajo el sistema económico capitalista, lo hacemos actualmente. Hoy, por las propias leyes del capitalismo, cualquier innovación técnica (que incrementa lo que en economía se llama productividad: producción por hora o por trabajador) no promueve un mejoramiento de las condiciones de vida sino que inmediatamente se incorpora a las ruedas de la bicicleta capitalista como un elemento más que contribuye a pedalear más rápido.
Fue precisamente la expansión del capitalismo, y particularmente su supremacía militar, la que creó el escenario actual en el que vivimos. Y fueron los economistas convencionales quienes proporcionaron los escritos que justificaron este nuevo sistema económico y su lógica.
Texto: E Garzón publicado en 'Hablando República' el 20 de Agosto de 2013