7 mar 2015

Ciencia, anticiencia y Pseudociencia (Parte II de II)

Sin duda muchas hipótesis sociológicas y culturales pueden explicar el crecimiento de las creencias irracionales. En años recientes los medios de comunicación han aumentado en influencia. La imagen del científico es frecuentemente esbozada por los periodistas, novelistas y dramaturgos, no siempre por los mismos científicos y lo que la ciencia es o hace ha sido a veces mal elaborado y se le ha dado un mal nombre. O nuevamente, se estima que la mitad de todo el apoyo del mundo para la investigación científica es para el desarrollo armamentista, y la mayoría del resto es para propósitos industriales y pragmáticos. La investigación científica con frecuencia también ha sido controlada por intereses privados para su ganancia o por los gobiernos para la adoctrinación y el control. El investigador científico libre y creativo con frecuencia tiene que depender de la estructura de poder para su apoyo financiero; y lo que sucede a los frutos de su labor está más allá de su labor.
Estas explicaciones son válidas sin duda. Pero también hay, a mi juicio, profundos factores psicológicos en acción; y hay mucha confusión acerca del significado de la misma ciencia. La persistencia de la irracionalidad en la cultura moderna revela algo acerca de la naturaleza peculiar de la especie humana. Hay una tendencia en el animal humano hacia la credulidad -esto es, una facilidad psicológica a aceptar creencias no probadas, a ser crédulo en el asentimiento. Esta tendencia parece estar profundamente engranada en la conducta humana que pocos están sin ella en alguna medida. Estamos tentados a tragar tanto la verdad evangélica que otros nos ofrecen. No estoy hablando simplemente de estupidez e ignorancia sino de ingenuidad acrítica acerca de algunas materias.
Indudablemente hay individuos que se especializan en engañar a otros; proveen dioses falsos y servicios vacíos, pero sin duda hay también creyentes sinceros que se engañan así mismos que quieren creer en ideas sin la evidencia adecuada, y que buscan convertir a otros a sus concepciones equívocas. Lo que está en acción aquí no es el fraude conciente sino el autoengaño. La cosa curiosa es que, algunas veces si un psicótico se repite a sí mismo con la suficiente frecuencia, al tiempo otros llegan a creer y seguirlo. Además, si una falsedad es suficientemente exagerada, alguna gente está más apta para creerla. Además, el herético siempre se arriesga a ser quemado en la estaca, especialmente después que la nueva mitología llega a ser institucionalizada como la doctrina oficial.
Hay, pienso, todavía otra tendencia en la conducta humana que estimula la credulidad: la fascinación por el misterio y el drama. La vida para muchas personas es inútil y aburrida. Derrotados por la anomia y la tiranía de lo trivial, pueden buscar escapar de este mundo usando las drogas y el alcohol, embotando o suprimiendo sus conciencias. Abandonarse a la nada es su propósito.
Otro método de diversión es la búsqueda por placeres hedonistas y las emociones fuertes. Aun otro es el uso de la imaginación. Las artes literarias y dramáticas proporcionan libertad a la imaginación creativa, como lo hace la religión. Es difícil para algunos individuos distinguir la verdad de la falsedad, la ficción y la realidad. Los cultos de la sinrazón y lo paranormal atraen y fascinan. Capacitan a cualquiera a bordear los límites de lo desconocido. Para las personas ordinarias, hay el mundo cotidiano -y la posibilidad de escapar a otro. Y así buscan otro lugar -otro universo y otra realidad-.
Por eso hay una búsqueda que es fundamental a nuestro ser: la conquista por el significado. La mente humana tiene un genuino deseo de sondear las profundidades de lo inefable, de encontrar un significado más profundo y la verdad, de alcanzar otro reino de existencia. La vida no tiene sentido para muchos, especialmente para los pobres, los enfermos, los desamparados, y aquellos que han fracasado o tienen poca esperanza. La imaginación ofrece salvación a las aflicciones y las tribulaciones que se encuentran en esta vida. Por eso, creer en la reencarnación o la supervivencia personal, aún si no es probada ofrece solaz a los individuos que encaran la tragedia, la muerte y la existencia del mal. Por razones ideológicas, el medio de la salvación es la visión utópica de la sociedad perfecta en el futuro. El alma se lamenta por algo mucho más allá, más profundo, más duradero y más perfecto que nuestro mundo pasajero de la experiencia.
De acuerdo con esto, la persistencia de la fe puede ser explicada en parte por características dentro de nuestra naturaleza: la credulidad, la seducción por el misterio, la búsqueda del sentido. La gente tomará la menor pizca de evidencia y construirá un sistema mitológico. Pervertirán su lógica y abandonaran sus sentidos, todo por la Tierra Prometida. Algunos gustosamente cambiarán su libertad con los sistemas más autoritarios, para lograr comodidad y seguridad. Los cultos de la sinrazón prometen solaz; buscan investir al individuo solitario, quien con frecuencia se siente extraño y sólo, de un papel importante en el universo.
¿Qué puede decir la ciencia acerca de aquellas necesidades humanas? ¿Hemos abandonado tal vez los dominios de la ciencia completamente y mudado al de la filosofía? La ciencia debería tener algo que decir, porque lo que esta en juego es la naturaleza de la ciencia misma.
Hay muchos significados para la palabra “ciencia”. Algunos que hablan acerca de la ciencia se refieren a las especialidades en un campo específico, tales como la endocrinología, la microbiología o la econometría. Otros que hablan acerca de la ciencia tienen en mente las aplicaciones tecnológicas y experimentales de las teorías científicas a problemas concretos. Sin embargo, estas opiniones de la ciencia son excesivamente estrechas; porque es posible para una sociedad lograr progreso masivo en ciertos campos tecnológicos estrechos, sin embargo, perder el punto total de la empresa científica. Las sociedades totalitarias en nuestro tiempo invirtieron bastas sumas de dinero en investigación técnica y lograron un alto nivel de competencia científica en ciertos campos, pero la visión científica no prevaleció en ellos. No es suficiente el nuevo entrenamiento de la gente para que sean especialistas científicos. Una cultura puede estar llena de técnicos científicos, sin embargo, seguir siendo dominada por lo irracional. Debemos distinguir la ciencia como una empresa técnica estrecha de la actitud científica. Pienso que aquí no hemos establecido un propósito importante. Desafortunadamente, tener credenciales científicas en un campo no significa que una persona incorporará una actitud científica a unas partes de su vida.
La mejor terapia para la credulidad y la imaginación desenfrenada es el desarrollo de la actitud científica, como se aplica no solamente al campo especializado de uno de la experiencia sino también a cuestiones más amplias de la vida misma. Pero hemos fracasado en nuestra sociedad en desarrollar y expandir la actitud científica. Es evidente que uno puede ser un especialista científico pero un bárbaro cultural, un experto tecnólogo en un campo particular pero ignorante fuera de él.
Si vamos a responder el crecimiento de la irracionalidad, necesitamos desarrollar un aprecio por la actitud científica como parte de la cultura. Debemos aclarar que el principal principio metodológico de la ciencia es el que no se justifica al sostener una afirmación verdadera a menos que uno pueda apoyarla por medio de la evidencia o la razón. No es suficiente estar convencido interiormente de la verdad de las creencias de uno. Deben, en algún punto, ser verificables objetivamente por investigadores imparciales. Una creencia que está garantizada no lo está porque sea “verdadera subjetivamente”, como pensaba Kierkegaard; si es verdadera lo es porque ha sido confirmada por una comunidad de investigadores. Creer válidamente que algo es verdadero es relacionar las creencias de uno a la justificación racional; es hacer una afirmación acerca del mundo, independientemente de los deseos de uno.
Aunque, los criterios específicos para probar una creencia dependen del sujeto en consideración, hay ciertos criterios generales. Necesitamos examinar la evidencia. Aquí me estoy refiriendo a la observación de datos que son reproducibles por observadores independientes y que pueden ser examinados experimentalmente en casos de prueba. Esto es llamado familiarmente el criterio empirista o experimentalista. Una creencia es verdadera si, y sólo sí, ha sido confirmada, directa o indirectamente, por referencia evidencia observable. Una creencia también es validada al ofrecerse razones que la apoyen. Aquí hay consideraciones lógicas que son relevantes.
Una creencia es invalidada si contradice otras creencias muy bien fundamentadas dentro de una estructura. Además evaluamos nuestras creencias en parte por sus consecuencias observadas en la práctica por su efecto en la conducta. Este es el criterio utilitario o pragmático: la utilidad de una creencia es juzgada por referencia a su función y su valor. Sin embargo, uno no puede sostener que una creencia es verdadera simplemente porque tiene utilidad; la evidencia independiente y las consideraciones racionales son esenciales. No obstante, la referencia a los resultados de una creencia, particularmente a las de una creencia normativa, es importante.
Esos criterios generales son, por supuesto, familiares en la lógica y la filosofía de la ciencia. Estoy hablando del método hipotético-deductivo de probar las hipótesis. Pero este método no deberá ser construido estrechamente, porque el método científico emplea el sentido común; no es ningún arte esotérico disponible sólo a los iniciados. La ciencia emplea los mismos métodos de inteligencia crítica que el hombre ordinario usa al formular creencias acerca de su mundo físico; y es el método que tiene que usar, en alguna medida, si va a vivir y funcionar, hacer planes y elecciones. Desviarse del pensamiento objetivo es estar fuera de contacto con la realidad cognitiva; y no podemos evitar usarlo si vamos a manejar los problemas concretos que encontramos en el mundo.
La paradoja es que mucha gente quiere abandonar su inteligencia práctica cuando ingresan a los campos de la religión o la ética o arrojan la cautela al viento cuando flirtean con los así llamados asuntos trascendentales.
En cualquier caso hay una necesidad de desarrollar una actitud científica general para todas o la mayor parte de las áreas de la vida, usar, tanto como sea posible, nuestra inteligencia crítica para evaluar las creencias, e insistir que estén basadas en fundamentos evidentes. El colorario principal de esto es el criterio que donde no tengamos la suficiente evidencia, deberíamos suspender el juicio. Nuestras creencias deberán ser consideradas hipótesis tentativas basadas en grados de probabilidad. No deberán ser consideradas absolutos o finales. Deberemos estar comprometidos con el principio de falibilismo, que considera que nuestras creencias pueden ser erróneas. Deberemos estar deseando revisarlas, si necesitan serlo a la luz de nueva evidencia y nuevas teorías.
La actitud científica por eso no prejuzga sobre fundamentos a priori el examen de las afirmaciones acerca de lo trascendental. Está comprometida con la investigación libre y abierta. No puede rehusar comprometerse en la investigación, por ejemplo de los fenómenos paranormales. Pero no sostiene el derecho a preguntar que tal investigación pueda ser responsable y cuidadosamente conducida, que la evidencia no sea deshecha por la conjetura, ni las conclusiones basadas en la voluntad de creer.


La pregunta básica es: ¿Cómo podemos cultivar la actitud científica? La institución más vital de la sociedad para desarrollar una apreciación por la actitud científica es la escuela. No es suficiente, sin embargo, para las instituciones educativas informar simplemente a la gente joven de los hechos o diseminar un cuerpo de conocimiento. La educación de tal clase puede ser nada más que aprendizaje rutinario o adoctrinación. Más bien, un propósito principal de la educación deberá ser desarrollar dentro de los individuos el uso de la inteligencia crítica y el escepticismo. No es suficiente hacer que los estudiantes memoricen una materia, amasen hechos, pasen exámenes o aún dominen una especialidad o profesión o sean entrenados como ciudadanos. Si hacemos eso y nada más, no hemos educado completamente; la teoría central es cultivar la habilidad de verificar experiencias, evaluar las hipótesis, evaluar los argumentos -en resumen- desarrollar una actitud de objetividad e imparcialidad. La tremenda explosión informativa de hoy nos ha bombardeado compiten con afirmaciones verdaderas. Es vital que los individuos desarrollen algún entendimiento de los criterios efectivos para juzgar estas afirmaciones. No me refiero solamente a nuestra habilidad de examinar afirmaciones de conocimiento acerca del mundo sino también de nuestra habilidad para desarrollar algunas características al apreciar juicios de valor y principios éticos. La meta de la educación deberá ser desarrollar personas reflexivas -escépticas aunque receptivas a nuevas ideas, siempre deseando examinar nuevas desviaciones del pensamiento, aunque insistiendo que sean probadas antes de ser aceptadas.
La educación no se realiza cuando transmitimos una materia o disciplina finita a los estudiantes: sólo cuando estimulamos un proceso activo de búsqueda. Esta meta es apreciada actualmente en algunas instituciones educativas que intentan cultivar la inteligencia reflexiva. Pero la educación no está completa a menos que podamos extender nuestro interés a otras instituciones educativas de la sociedad. Si vamos a cultivar el nivel de la inteligencia crítica y promover la actitud científica, es importante que nos interesemos con los medios de comunicación masiva. Un problema especialmente serio con los medios electrónicos es que emplean las imágenes visuales más que los símbolos escritos, diseminan impresiones inmediatas en vez de análisis sustentados. ¿Cómo podemos estimular la crítica reflexiva en el público dando este tipo de información?
No tengo una solución fácil que ofrecer. Lo que deseo sugerir es que no debemos asumir, simplemente porque la nuestra es una sociedad científico-tecnológica avanzada, que el pensamiento irracional será derrotado. La evidencia sugiere que eso está lejos de ser el caso. Ciertamente, siempre está el peligro que la ciencia misma pueda ser absorbida por las fuerzas de la sinrazón.
Si vamos a manejar el problema, lo que necesitamos, por lo menos, es ser claros acerca de la naturaleza de la empresa científica misma y reconocer que presupone una actitud básica acerca de los criterios evidentes. A menos que podamos impartir a través de las instituciones educativas de la sociedad algún sentido del acercamiento escéptico a la vida -como terapéutico y correctivo- entonces me temo que estaremos constantemente confrontados por nuevas formas de “saber-nadismo”.
Si vamos a progresar al vencer la irracionalidad, sin embargo, debemos ir más lejos todavía. Tal vez debemos tratar de satisfacer la necesidad por el misterio y el drama y el anhelo por el significado. El desarrollo de la educación y la ciencia en el mundo moderno es una maravilla que sostener, y deberíamos hacer cualquier cosa para fomentar su desarrollo. Pero hemos aprendido que un incremento en la suma del conocimiento por sí mismo no necesariamente derriba la superstición, el dogma, y la culpabilidad, porque estos son nutridos por otras fuentes en la psique humana.
Un punto con frecuencia descuidado en satisfacer nuestra fascinación con el misterio y el drama es el posible papel de la imaginación en las ciencias. La ciencia puede solamente proceder por ser abierta a las exploraciones creativas del pensamiento. Los completos rompimientos en la ciencia son pasmosos, y continuarán tanto como escudriñemos más allá del micromundo de la materia y la vida y en el universo en general. La era espacial es el principio de una nueva era para la humanidad, tanto como dejemos nuestro sistema solar y exploremos el universo para buscar vida extraterrestre. Necesitamos diseminar una apreciación por la aventura de la empresa científica. Desafortunadamente, para algunos, la ciencia-ficción es el sustituto de la ciencia. La religión del futuro puede ser una una religión de la era espacial en la que los nuevos profetas no son los científicos sino los escritores de ciencia-ficción.
La ciencia tiene por eso un foco doble: la objetividad y la creatividad. Las artes son esenciales en mantener vivas las cualidades dramáticas de la experiencia; poesía, música, y la literatura expresan nuestra naturaleza apasionada. El hombre no vive por la razón solamente; y la ciencia es con frecuencia vista por sus críticos como fría y racional. La gente anhela algo más. Nuestros impulsos estéticos y nuestro deleite por la belleza necesitan ser cultivados. Las artes son la expresión más profunda de nuestros intereses espirituales, pero necesitamos hacer una distinción entre el arte y la verdad.
En cualquier caso, necesitamos satisfacer la búsqueda por el sentido. Es este anhelo por el significado etéreo que, pienso, lleva a la desorientación psicótica encontrada en los cultos de la sinrazón. “Sígueme”, dicen los cultos de la irracionalidad. “Yo soy la luz, la verdad, y el camino”. Y la gente está deseando abandonar todos los patrones de juicio crítico en el proceso.
Deseo aclarar que hay la necesidad actualmente para desarrollar instituciones normativas alternativas. Sugeriría que tal programa no construiría sistemas con creencias que sean patentemente falsos o irracionales o que violen la evidencia de las ciencias; sin embargo, buscará dirigirse a otras dimensiones de la experiencia humana, y dará a las artes, la filosofía y la ética papeles poderosos para ayudar a satisfacer las necesidades humanas. Texto: Paul Kurtz tomado de: sindioses.org. Traducción de M. A. Paz y Miño. VER: PARTE I

Ciencia, anticiencia y Pseudociencia (Parte I de II)

Ha habido un conflicto que ha prevalecido por largo tiempo en la historia de la cultura entre la ciencia y la religión, la razón y la pasión. Los teólogos han argüido incesantemente que hay “límites” para la investigación científica y ésta no puede penetrar “el reino transcendental”; los poetas han despreciado la lógica deductiva y el método experimental, los cuales sostienen quitan a las experiencias de sus cualidades sensitivas. La controversia actual entre las dos culturas de la ciencia y las humanidades es por eso familiar.

A pesar de la crítica clásica, la empresa científica ha tenido un significativo progreso en las pasados tres siglos, resolviendo problemas que estaban supuestamente más allá del alcance de su metodología; y la revolución científica que empezó primero en las ciencias naturales, se ha extendido a las ciencias biológicas, sociales y conductuales, con enormes beneficios para con el logro de la educación universal la visión científica eventualmente triunfará y emancipará la humanidad de la superstición. Se pensó que el progreso era correlativo con el crecimiento de la ciencia.
La confianza en la ciencia, sin embargo ha sido malamente estremecida en los últimos años. Aún las sociedades supuestamente avanzadas están inundadas por los cultos de la sin razón y otras formas de insensatez. A principios de este siglo fuimos testigos del surgimiento de cultos ideológicos fanáticos tales como el nazismo y el stalinismo.
Actualmente, las sociedades democráticas occidentales están siendo barridas por otras formas de irracionalismo, con frecuencia marcadamente anticientíficas y pseudocientíficas en carácter. Hay varias manifestaciones de este nuevo asalto a la razón.
Una buena ilustración de esta tendencia es el aumento de la astrología, pero sólo la punta del iceberg. Porque si uno hace encuestas sobre el estado actual de las creencias, uno encuentra que gran número de gente está lista aparentemente para creer en una amplia variedad de cosas, aunque atroces, sin pruebas suficientes. Aún un catálogo al azar de algunos de los cultos y gurúes bizarros ilustran el punto: la consciencia de Krishna, el Maharaj Ji, Aikido, el Maharishi Mahesh Yogi y formas diversas de la meditación trascendental, la Iglesia de la Unificación, el Proceso, los Gurjievianos, el Zen, Arica, los Hijos de Dios y el I-Ching. Desde el punto de vista del escéptico y el humanista científico, estos cultos no son más irracionales que los grupos religiosos ortodoxos. ¿Por qué son las prédicas del más último de los gurúes, más insensatas que una deidad muerta y resucitada, la visita del ángel Gabriel a Mahoma, José Smith y su viaje occidental, Mary Baker Eddy y la Ciencia Cristiana, la Teosofía, los Rosacruces, o la canonización de santos por supuestos milagros? Las religiones tradicionales violentan la credulidad tanto o más que las más nuevas y exóticas religiones importadas del Asia, pero los primeros han estado rondando más tiempo y son considerados parte del sistema social establecido. Lo que es aparente es la tenaz resistencia de las creencias irracionales a través de la historia hasta el presente día -y a pesar de la revolución científica-.
Tomemos el fenómeno de las “nuevas brujas”, como Marcello Truzzi las ha llamado, y el reavivamiento del interés en el exorcismo. Sólo unos pocos años atrás habría sido raro haber encontrado algún estudiante universitario que creyera en las brujas. Aún hoy, la creencia en una multitud de brujas y demonios, aún el diablo, ha llegado a estar de moda en algunos círculos. Esta es la era de los monstruos, en la que Frankestein, Drácula, los hombres-lobo llegaron a ser reales para mentes impresionables. La novela y la película El Exorcista estimularon la creencia en el exorcismo; y alguna gente fue incapaz de distinguir la verdad de la ficción. Por eso somos confrontados por una plétora de mitos florecientes, cultivados por una industria editorial y medios de comunicación que buscan el lucro.
Todo esto es sintomático del rechazo actual de la razón y la objetividad. Mientras hace una década hubo un consenso general que al menos existían algunas reglas de evidencia, hoy día la gran existencia de criterios objetivos para juzgar afirmaciones verdaderas es seriamente cuestionados. Uno escucha una y otra vez que “una creencia es tan buena como la siguiente” y que hay una clase de “verdad subjetiva” inmune a la crítica o evidencia racionales. Uno aún encuentra proponentes de formas de subjetividad entre los filósofos de la ciencia, los cuales sostienen que las condiciones históricas o los factores psicológicos son bastante responsables de las revoluciones en el pensamiento científico.
La reacción contra las normas rigurosas asumió otra forma en la década de 1960 en el asalto de la Nueva Izquierda y la contracultura al intelecto. El crecimiento actual de los cultos de la sinrazón es tal vez solamente una consecuencia de ese fenómeno. Dijimos entonces que necesitábamos romper la laxitud de las demandas de la lógica y la evidencia, y “expandir nuestra conciencia” por medio de drogas y otros métodos. Theodore Roszak sostuvo tal posición en sus libros muy leídos La construcción de la Contra-cultura (En inglés Making of a Counter-Culture. New York: Doubleday, 1969) y El Animal no terminado: La frontera de Acuario y la Evolución de la Conciencia (The Aquarium Frontier and the Evolution of Consciousness. New York: Harper & Row, 1975).
La contra-cultura insistió que la objetividad era imposible tanto a causa de prejuicios de clase o profesionales o porque estabamos encerrados en las categorías de nuestra visión científica del mundo. Uno no escuchaba mucha crítica del marxismo [cuando estaba de moda] pero uno escucha que la visión científica existente está confinándose. Y así hay un intento de evadirse por medio de nuevas formas de la experiencia, de las cuales los cultos son sólo una parte: Mantras, meditación, bioenergética, yoga, jardinería orgánica, fotografía kirliana, y la percepción extrasensorial.
Esto existe junto a otra disposición que está evidentemente incrementándose hoy: una aversión a la cultura tecnológica misma.
La ciencia y la tecnología son con frecuencia culpadas indiscriminadamente de la situación mundial actual. Oímos por todas partes acerca de los peligros de la tecnología, la destrucción de la ecología natural, la polución, la depredación de los recursos, los malos usos de la energía, la amenaza de las plantas de poder nuclear, etc. Muchos de estos intereses son legítimos, sin embargo, la postura crítica no es simplemente contra la tecnología sino contra la ciencia y investigación científica. Hay aquéllos de la derecha fundamentalista quienes todavía se oponen vehementemente, sobre bases éticas o religiosas, a la enseñanza de la teoría de la evolución, los cursos comparativos de estudios sociales, y la educación sexual. Pero además, el científico es visto con frecuencia por algunos de la izquierda como una clase de demonio -si se ocupa de la experimentación humana o la modificación de la conducta, o si participa en la investigación genética o desea probar bases genéticas del C.I. [Cociente intelectual]. Y hay quienes de manera creciente opinan y consideran a los médicos y los psiquiatras como sumos sacerdotes malvados u hombres vudú.
Estamos confrontados hoy día con una forma de rectitud moral y anti-intelectualismo -con frecuencia bordeando la histeria- que enjuicia la ciencia como deshumanizante, brutalizadora, destructiva de la libertad y el valor humanos. Esta actitud es paradójica, porque parece ocurrir más virulentamente en las sociedades afluentes, donde han sido logrados los más grandes avances de la investigación científica y la tecnología.
¿Deberíamos asumir que la revolución científica, que empieza en el siglo XVI, es continua? ¿O será oprimida por las fuerzas de la sinrazón? Sin embargo, el cuadro que estoy pintando no debe ser sobreestimado. Junto a los críticos de la ciencia están sus defensores. Y vastos recursos son invertidos en educación, investigaciones, organizaciones y publicaciones científicas. La ciencia todavía es bastante considerada por mucha gente.
Ciertamente, el hecho que la ciencia es esencial para nuestra civilización tecnológica está muy bien reconocido por algunos de los críticos de la ciencia -que me lleva incluso a otra dimensión del crecimiento de la irracionalidad: la proliferación de la pseudociencia-. Aquellos que no son tentados por lo oculto siempre pueden encontrar naves de los dioses, ovnis, triángulos de las Bermudas o continentes perdidos para seducirlos. Los nuevos profetas buscan tener sus teorías especulativas encubiertas por el manto de la legitimación científica; incluyen a von Däniken y aquellos asociados con la dienética, la cientología, y los recientes esfuerzos en desarrollar una “astrología científica”.
El crecimiento de la pseudociencia puede ser visto en muchas otras áreas. Hay, por ejemplo, un esfuerzo en explorar el así llamado reino parapsicológico. Los fenómenos psíquicos, que fueron cuidadosamente estudiados en el siglo XIX por la Sociedad para la Investigación Psíquica en Inglaterra y la parapsicología, que fue investigada por muchos años por J. B. Rhine en la Universidad de Duke, han llegado a estar de moda. Uri Geller ha sido examinado por “expertos científicos” y se le ha encontrado que posee sorprendentes “poderes psíquicos”, pero sus proezas pueden ser duplicadas fácilmente por magos tales como James Randi usando trucos de magia tradicionales. Estudiantes y profesores igualmente anuncian nuevas investigaciones de la clarividencia, precognición, la telepatía, ensueños, las experiencias incorpóreas, la reencarnación, la comunicación con espíritus de los muertos, la curación psíquica, los poltergeists, y las auras.
Algunos entusiastas sostienen haber descubierto “las grietas del reino de lo transcendental” y nuevas dimensiones de la realidad. El enemigo es siempre el “conductista”, el “experimentalista”, o el “mecanicista”, quienes supuestamente se cierran a tales investigaciones. Estamos, algunos sostienen, en un estadío revolucionario de la historia de la ciencia, la cual ha visto el surgimiento de nuevos paradigmas explicativos. Los críticos insisten que nuestras usuales categorías científicas y métodos son demasiados estrechos y limitantes.
No estoy negando la constante necesidad de examinar la evidencia y mantener una mente abierta. Ciertamente, insistiría en que los científicos quieran investigar las afirmaciones de nuevos fenómenos. La ciencia no puede ser censuradora e intolerante, ni apartarse de los nuevos descubrimientos al hacer juicios que antecedan la investigación. Formas extremas de cientismo pueden ser tan dogmáticas como el subjetivismo. Sin embargo, hay una diferencia entre el uso cuidadoso de métodos de investigación por un lado, y la tendencia a generalizaciones apresuradas basadas en la evidencia insuficiente por el otro. Lamentablemente, también hay con demasiada frecuencia una tendencia de los crédulos en confiar en los datos más insuficientes y elaborar vastas conjeturas, o insistir que sus especulaciones han sido confirmadas concluyentemente, cuando no lo han sido.
Cuestiones serias pueden ser levantadas acerca de la escena actual. ¿Es mayor el nivel de irracionalidad o menor el nivel de irracionalidad en tiempos anteriores, o el nivel de lo insensato ha permanecido medianamente constante en la actitud humana y sólo asumió diferentes formas? ¿Por qué persiste la irracionalidad, aún en las sociedades adelantadas? Texto: Paul Kurtz tomado de: sindioses.org. Traducción de M. A. Paz y Miño. Ver: Parte II





6 mar 2015

No piense, mire la pantalla (Parte IV de IV)

Globalización, democracia y medios de comunicación

Se encuentran entronizados distintos mitos que recorren el planeta, de los que hoy pareciera imposible despegarse. Las ideas de libre mercado y democracia (entendida como democracia representativa y formal) parecen haber llegado para quedarse, inundando todo el mundo y no dando lugar a críticas o alternativas. Estar globalizados es participar de estos valores comunes, universales, fijados desde centros de poder omnímodos y que no dan ningún espacio para la actitud crítica. Cualquier disenso es tomado como “irrespetuoso acto de rebeldía”. Consideremos un ejemplo del impacto de esta construcción mediático ideológica en el pensamiento político dominante; analicemos así la noción de “democracia” entronizada hoy como un bien en sí mismo. “Con la democracia también se come”, gritaba en su campaña proselitista Raúl Alfonsín antes de convertirse en el primer presidente constitucional luego de la dictadura militar en Argentina entre 1976 y 1982. La promesa levantaba grandes expectativas; tantas, que le permitió ganar las elecciones. Hoy, con más de tres décadas de ejercicio democrático, el país no se termina de recuperar de la peor crisis de su historia. No es nada infrecuente que muchos de sus habitantes deban comer de los recipientes de basura (¡en el país de las vacas!) y tampoco fueron infrecuentes, en estos últimos años, saqueos a parques zoológicos para comerse algún animal.
Parece ser que la democracia no ha dado mucho para comer. En el histórico “país de las vacas”, con la democracia se pasa hambre y los índices de desnutrición crecieron en forma dramática. Una investigación del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en 2005 mostró con cifras elocuentes que el 55% de la población estudiada apoyaría de buen grado un gobierno dictatorial si resolviera los problemas de índole económica. Ello llenó de consternación a más de un politólogo. Sin lugar a dudas, décadas de dictaduras militares y regímenes totalitarios dejaron una profunda marca política en la región. Pero ello no habla sólo de una cierta vocación autoritaria en la población latinoamericana, transformada ya hoy en hecho cultural; habla, más que nada, del fracaso de estas democracias formales aparecidas alrededor de la década de los '80, luego de los tristemente célebres gobiernos militares. “Democracia” es una de las nociones más manoseadas y retorcidas del vocabulario político universal. Si intentáramos precisarla en pocas palabras, seguro que no lo lograríamos. El solo hecho de que pueda ser presentada como opción “buena” ante otras “equivocadas” alerta ya que no es universalmente aceptada y que es materia de equívocos, que alcanzan para todo. ¿Cómo es posible que en su nombre se produzcan guerras de conquista, como las de Irak o de Afganistán? ¿Cómo es posible que en su nombre se bombardee población civil no combatiente? Sin duda, la democracia es un tema explosivamente polémico, pero el insistente discurso -mediático en lo fundamental- lo ha colocado en un sitial de honor que casi no admite discusiones. Si en algún determinado país las cosas no funcionan del todo bien, el discurso dominante -dado en muy buena medida por los medios masivos de comunicación- dice que es porque aún ese lugar no vive “en democrática” o porque la institucionalidad democrática “es muy débil”. En uno de sus informes, el Banco Mundial reveló que la República Popular China sacó de la marginación a 200 millones de personas en veinte años, sin que sus reformas se apegaran a las recetas neoliberales en boga. Más aún, con una organización política abominada por las democracias occidentales en la que brillan por su ausencia todas las libertades esgrimidas como logros democráticos. Como señaló Luis Méndez Asensio al analizar el fenómeno: “El ejemplo chino nos incita a una de las preguntas clave de nuestro tiempo: ¿es la democracia sinónimo de desarrollo? Mucho me temo que la respuesta habrá que encontrarla en otra galaxia. Porque lo que reflejan los números macroeconómicos, a los que son tan adictos los neoliberales, es que el gigante asiático ha conseguido abatir los parámetros de pobreza sin recurrir a las urnas, sin hacer gala de las libertades, sin amnistiar al prójimo”. Tan elástico es este vapuleado concepto de democracia que sirve para cualquier propósito: para comer -según Alfonsín-, para mantener un bloqueo contra Cuba, para invadir Irak o Afganistán, para deponer al presidente Jean-Bertrand Aristide en Haití o a Manuel Zelaya en Honduras, o para intentar hacerlo con Nicolás Maduro en Venezuela. Quizá, por tan elástico, en realidad no significa ya nada. Pero todo ello puede llevarnos a concluir que lo que pensamos rara vez es original, ya viene pensado por otro. En el ámbito político, que es el que nos interesa fundamentalmente para el presente análisis, ese pensamiento viene muy marcadamente “preparado” por determinados centros de poder. Como tendencia siempre creciente, los medios masivos de comunicación juegan un papel cada vez más decisivo en la construcción de las imágenes políticas que las poblaciones tenemos de lo que somos, de por qué somos así y de lo que podemos hacer al respecto. Más allá de todo el despliegue científico-técnico con que nos movemos como una sociedad globalizada que entró en la modernidad -todos tenemos teléfono celular, el internet es un hecho y avanza portentoso, todos directa o indirectamente consumimos petróleo- en el ámbito ideológico-político seguimos apegados a mitos, a frases hechas, a estereotipos que repetimos sin la más mínima crítica. ¿Cuál es la diferencia entre cualquier mito tradicional (el hombre-lobo, Santa Klaus, determinada virgen milagrera, María Lionza en Venezuela o Palas Atenea en la Grecia clásica) y los mitos en torno a la democracia? Entretanto, los medios masivos de comunicación, en vez de ser críticos al respecto, los alimentan generosamente. Estos medios, en manos de empresas capitalistas lucrativas, por supuesto que seguirán defendiendo el sistema a cualquier costo (además de seguir haciendo negocio, pues eso son en definitiva: buenos business). Lo seguirán defendiendo a costa de la verdad, más allá de las pomposas declaraciones de “defensa irrestricta de la libertad de expresión” y altisonantes palabras que nadie puede tomarse en serio. Lo defenderán, alejados de la pretendida objetividad de la que tanto se habla, pues lo que está en juego no es una verdad científica, neutra, sincera, sino la perpetuación de un sistema de explotación que beneficia sólo a algunos, justamente a quienes detentan esos jugosos negocios. Es por eso que todo lo que tenga que ver con medios de comunicación debe ser tomado totalmente con pinzas si en verdad se busca objetividad. El campo popular, en todo caso, tiene que estar siempre alerta, desconfiando y en actitud de discordia con el discurso mediático, porque allí hay, ante todo, el ocultamiento de una mentira. La política en tanto red de relaciones que determina a la totalidad de una sociedad, no guarda la más mínima relación con la verdad objetiva; la política es una forma de mantener el engaño sobre el que se edifican las sociedades de clase, asentadas en la propiedad privada de los medios de producción. De eso no se habla, y ahí está el meollo de todo. En ese sentido, “política” no es sólo el oficio de los “políticos profesionales” que administran gerencialmente el sistema. La política está en el día a día, en la calle, en la comunidad, en la protesta ante los atropellos, en la reacción ante cualquier injusticia. Y de eso, los medios masivos de comunicación hoy absolutamente globalizados y monopolizados, no quieren saber nada. Por eso desconfiemos de esa mentira bien organizada, pensemos con nuestra propia cabeza, hagamos nuestra día a día aquella frase de “crítica implacable de todo lo existente”. Texto: Marcelo Colusi Ver: Parte I
Bibliografía:
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- Centro Knight para el Periodismo en las Américas. (2009) “El impacto de las tecnologías digitales en el periodismo y la democracia en América Latina y el Caribe”. Austin, Texas Centro Knight.
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- Eco, U. (2004) “Tratado de semiótica general”. Barcelona. Ed. Lumen.
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No piense, mire la pantalla (Parte III de IV)

La humanidad no es más tonta desde que ve televisión, señalábamos, pues el núcleo del problema no está en el consumidor sino en el productor. Lo que debe enfatizarse es que ese productor de imágenes es, cada vez más, el gran poder político. En la década de 1960, el padre de la semiótica, el italiano Umberto Eco, decía: “Quien detente los medios de comunicación, detentará el poder”. Evidentemente no se equivocaba. Vale la pena recordar la afirmación del dirigente nazi Joseph Goebbels, padre de la manipulación mediática moderna: “¿A quién debe dirigirse la propaganda: a los intelectuales o a la masa menos instruida? ¡Debe dirigirse siempre y únicamente a la masa! (...) Toda propaganda debe ser popular y situar su nivel en el límite de las facultades de asimilación del más corto de los alcances de entre aquellos a quienes se dirige [¿niño de seis años?]. (…) La facultad de asimilación de la masa es muy restringida, su entendimiento limitado; por el contrario, su falta de memoria es muy grande. Por lo tanto, toda propaganda eficaz debe limitarse a algunos puntos fuertes poco numerosos, e imponerlos a fuerza de fórmulas repetidas por tanto tiempo como sea necesario, para que el último de los oyentes sea también capaz de captar la idea”.

No hay ninguna duda de que la inmediatez y unidireccionalidad de los mensajes audiovisuales, de los que la televisión es el principal exponente (más que el cine, la foto, internet o los videojuegos), generó una cultura de la imagen que hoy pareciera muy difícil, si no imposible, de revertir. En la dinámica humana, la conducta reiteradamente repetida termina creando hábito: “algunos puntos fuertes poco numerosos se imponen a fuerza de fórmulas repetidas”, enseñaba el ministro de Propaganda del Tercer Reich. Al igual que la intuición de Eco, tenía razón. La cultura de la imagen que hace años viene repitiéndose con fuerza creciente ya creó un hábito en todas las capas sociales en estas últimas generaciones. Hoy por hoy, pareciera imposible desarmarla. Pero en esa cultura anida un límite intrínseco, quizá imposible de ser franqueado: no importa el tipo de programa televisivo que se presente, mirar la pantalla no facilita la actitud crítica que sí posibilita, por ejemplo, la lectura. De todos modos, esa cultura de la imagen no parece que vaya a desaparecer con facilidad, por varios motivos. En el marco del actual sistema de libre mercado, la imagen es un fácil expediente para generar enormes ganancias y herramienta idónea para seguir incentivando el hiper consumo que la economía necesita. El negocio de la televisión mueve fortunas y ninguna de las corporaciones que lo manejan está dispuesta a perderlo. Por otra parte, la televisión se ha revelado como un arma de dominación terriblemente eficaz (guerra de cuarta generación, más “letal” que las peores armas de fuego). Los centros de poder no dejarán de usarla, por el contrario, apelarán cada vez más a ella. Es un instrumento de sujeción mucho más efectivo que la espada de la antigüedad o las bombas inteligentes actuales. Por ambos motivos entonces, fabuloso negocio y mecanismo de control social, la televisión es parte medular de los factores de poder que manejan el mundo. Además -y esto es incontratable- la imagen nos hace caer en ella como la luz brillante atrapa a los insectos. La cultura mediática (audiovisual en lo fundamental) prefigura cada vez más el pensamiento político. “Pensamos” política e ideológicamente en términos pasivos lo que el “espectáculo mediático” presenta, sin mayores cuestionamientos. Por ejemplo, que los musulmanes son unos fanáticos terroristas, que los narcotraficantes constituyen el nuevo demonio que mueve la política en los “narco-Estados” latinoamericanos, que las “temibles” maras son el principal problema en Centroamérica, que Osama Bin Laden y Al Qaeda o el recientemente aparecido Estado Islámico manejan buena parte del mundo desde las tinieblas con un proyecto de siembra de terror que nos paraliza, que estamos mal porque “los políticos corruptos se roban todo”. Y también, sin formulaciones críticas al respecto, que “la democracia” es un bien en sí mismo y que los países exitosos son tales porque han abrazado la democracia. Nuestro pensamiento, recordémoslo una vez más, muchas veces (¿siempre?) se moldea a través de poderes hegemónicos que imponen “lo que se debe pensar”. En el ámbito universitario, esto resulta ser descarnadamente cierto, aunque debería ser el lugar de la crítica por excelencia. La cultura de la imagen lo barre todo: el “copia y pega” pareciera haber llegado para quedarse. ¿Y acaso no son eso mismo los noticieros que nos llenan la cabeza de “información”? El mundo globalizado, la aldea global, se rige en forma creciente por un pensamiento único, por un continuo “copia y pega”, donde cada sujeto recibe el texto “pegado” que habrá de repetir acríticamente. En términos políticos, esa globalización viene a uniformar puntos de vista y a contar con parámetros universalmente compartidos. Al hablar de “globalización” -proceso hoy día en la cresta de la ola del discurso sociopolítico y mediático- debemos precisar de qué se trata pues, en verdad, el término no aporta nada nuevo en lo conceptual. Quizás pueda incluso ser un estorbo si no se lo delimita adecuadamente. Globalización es más que -o incluso no es para nada- la posibilidad de tener en cualquier parte del mundo, en medio de la selva o del desierto, un teléfono celular fabricado por una empresa japonesa en algún país del medio oriente, con chips elaborados a base de coltán africano y activado por una compañía telefónica de origen español, cuya buena parte del paquete accionario es francés o estadounidense. Éste es el detalle descriptivo, no más. La globalización es más que eso.

El proceso de globalización

Para una síntesis sobre qué entender por globalización, podríamos proponer (a modo de definición aproximativa) que se trata del proceso económico, político y sociocultural que está teniendo lugar actualmente a nivel mundial. Este proceso hace que exista una interrelación económica cada vez mayor entre todos los rincones del planeta, por alejados que estén, bajo el control de las grandes corporaciones transnacionales. Esto gracias a tecnologías que han borrado prácticamente las distancias, permitiendo comunicaciones en tiempo real y que sirve básicamente a esas enormes empresas, aunque se viva la ilusión que todos nos beneficiamos de ella. Tomando en cuenta lo anterior, el proceso de globalización (generalmente considerado en su faceta económica) implica que cada vez más ámbitos de la vida son regulados por el libre mercado, que la ideología neoliberal se aplica en casi todos los países con cada vez más intensidad, que las grandes empresas consiguen cada vez más poder a costa de los derechos ciudadanos y la calidad de vida de los pueblos y, por último, que el medio ambiente y el bienestar social se subordinan absolutamente a los imperativos del sistema económico (cuyo fin es la acumulación insaciable por parte de una minoría cada vez más poderosa). Acompaña a todo este proceso el desprecio de los valores culturales y sociales de las distintas comunidades del planeta, con la imposición de una matriz única, producida y exportada desde los principales centros de poder, fundamentalmente los Estados Unidos de América. Ahora bien, las características señaladas no son en realidad nuevas. Desde que el capitalismo comenzó a solidificarse en Europa, su expansión global no ha cesado. La llegada de los españoles a tierras americanas puso en marcha este proceso de universalización del sistema económico europeo, proceso que desde hace cinco siglos no se ha detenido. El capitalismo es, en definitiva, sinónimo de comercio a escala planetaria. La trata de esclavos negros en África, el saqueo de recursos en Asia o América y el crecimiento de los bancos europeos son parte de un mismo proceso. La globalización ya lleva varios siglos en curso. Como se dijo en alguna ocasión: en realidad comenzó la madrugada del 12 de octubre de 1492, cuando Rodrigo de Triana pronunció su infausto grito de ¡tierra! Con el final de la Guerra Fría y el triunfo del gran capital transnacionalizado, el discurso hegemónico -el del neoliberalismo en boga- se sintió en condiciones de decir lo que le placiera. No sólo de decir, sino también de hacer. Surgen así los mitos post caída del muro de Berlín que, como todo mito y construcción simbólica, responden a momentos, coyunturas sociales y entramados de poder. “El fin de las ideologías”, el pragmatismo, el discurso del posibilismo y la resignación; el inglés como lengua universal, “don’t worry, be happy”; Coca-Cola y McDonald’s como íconos; individualismo triunfalista y desprecio por lo local; aquello que evoque el pasado; todos éstos son distintos elementos que conforman los nuevos paradigmas. Como parte de los símbolos de la globalización, debe incluirse también lo que se ha llamado “flexibilización laboral” (eufemismo de la sobreexplotación de la mano de obra). Es decir, pérdida de derechos sindicales históricos obtenidos luego de décadas de luchas, contratos laborales precarizados, casi extinción de sindicatos. Se complementa esto con la “deslocalización”, o sea, la posibilidad de instalar centros productivos en los que la mano de obra sea más barata, con menor regulación y escasos o nulos controles medioambientales por parte de los Estados. La globalización es siempre la de los grandes capitales. Si algo posibilita todo lo anterior, es la universalización del dominio del capital financiero. Entre los íconos de la globalización se inscribe también el mercado, como punto máximo del desarrollo y la democracia, como expresión superior de organización política. Los medios masivos de comunicación, cada vez más globalizados y concentrados, juegan un papel clave en la expansión de este fenómeno y de sus mitos. La relación entre medios masivos de comunicación y globalización, hoy en día en su apogeo, se perfilaba ya algunas décadas atrás. Así, por ejemplo, el Informe McBride de UNESCO en 1980 lo denunciaba explícitamente: “La industria de la comunicación está dominada por un número relativamente pequeño de empresas que engloban todos los aspectos de la producción y la distribución, las cuales están situadas en los principales países desarrollados y cuyas actividades son transnacionales. (…) Se deben adoptar medidas encaminadas a ampliar las fuentes de información que necesitan los ciudadanos en su vida cotidiana. Procede emprender un examen minucioso de las leyes y reglamentos vigentes para reducir las limitaciones, las cláusulas secretas y las restricciones de diversos tipos en las prácticas de información. (…) Con harta frecuencia se trata a los lectores, oyentes y espectadores como si fueran receptores pasivos de información”. Texto: Marcelo Colusi. Ver Parte II & Parte IV

No piense, mire la pantalla (Parte II de IV)

La televisión, la economía y el poder

En estos momentos, la televisión es ante todo: a) vehículo de los grandes capitales para la promoción de sus productos y b) arma ideológica de control social implementada por los grandes centros de poder. Secundariamente, existen otras acciones para transformarla en medio educativo. El “socialismo real” en su momento o las propuestas alternativas para construir otro tipo de televisión no lograron torcer mucho este rumbo. Arte, hasta donde lo conocemos, definitivamente no es. Y las propuestas serias, educativas, críticas, son más bien marginales.
En términos generales, se puede decir que, en todas partes del mundo, la televisión ofrece: a) entretenimiento ramplón, barato, de muy poca profundidad estética (la mayoría de la programación puede clasificarse dentro de este campo: desde deportes hasta telenovelas, series estandarizadas, reality shows, musicales y dibujos animados, preparados cada uno según el público-objetivo buscado); b) información, la mayor parte de las veces tendenciosa, haciendo del manejo de la noticia otro entretenimiento más; c) un porcentaje infinitamente menor de materiales educativos para la reflexión, programas culturales o científicos, así como arte. En la mayoría de casos, existe una fuerte carga ideológica, en general, mayor que la calidad estética. En lo que concierne a noticias, la situación es patética; en vez de informar con veracidad, se desinforma, se crean matrices de opinión en la lógica de defensa de los poderosos, se es chabacano y sensacionalista y no es para nada crítica. Una vez más: “El esclavo piensa con la cabeza del amo”. La razón última de la televisión es vender publicidad; dicho en otros términos, obtener beneficios monetarios. Y la razón última de acumular beneficios monetarios es concentrar poder. El “rating” (la medición de la teleaudiencia) pasó a ser el elemento que guía la gran mayoría de las programaciones. Como alguien alguna vez lo dijo, “los programas son una excusa para presentar publicidad”. En la actualidad y tras varias décadas de desarrollo, las televisoras más importantes del mundo son propiedad de las cien compañías más grandes, las que, a su vez, son las que más se anuncian en televisión. La ABC es propiedad de Disney Corporation, la NBC de General Electric, la CBS de Westinghouse. CNN es una super empresa que cotiza en bolsa moviendo fortunas. Las cadenas públicas o se privatizan o se mimetizan con las privadas y, en cualquier caso, quienes las financian son en buena parte las mismas compañías. En la actualidad existen conglomerados industrial-financiero-mediático-políticos (véanse los casos del magnate Silvio Berlusconi en Italia, Carlos Slim en México -una de las personas más acaudaladas del mundo- Ted Turner en Estados Unidos, propietario de CNN, Gustavo Cisneros en Venezuela -el segundo hombre más rico de América Latina-) que disponen de más poder político que un presidente de Estado. En ellos resulta muy difícil saber quién controla a quién, la política a las finanzas o los medios de comunicación a ambas, pues son todos en uno o hacia ello se encaminan. El mundo es lo que la televisión muestra. El poder político, entonces, ha pasado en buena medida a quienes detentan ese potencial de los medios masivos de comunicación, quienes ya se constituyeron abiertamente en actores políticos de primera magnitud, más incluso que los desacreditados partidos, cada vez más tenidos por una casta de corruptos y mercaderes mercenarios (esto es igual en todos los países). La cultura audiovisual que el entramado del poder ha ido creando invierte la evolución de lo sensible a lo inteligible y altera la relación entre entender y ver, empobreciendo así la comprensión del mundo, atrofiando la capacidad de abstracción y, por lo tanto, de actuar sobre la realidad. La humanidad no es más tonta desde que ve televisión, sin duda; pero sí es más manejable, tremendamente más manejable y manipulable. Y lo peor de todo, sin que se dé cuenta de ello. El video-dependiente promedio de televisión o de las nuevas tecnologías que entronizan la imagen (cada vez más gente en el planeta) tiene menos sentido crítico que quien no depende casi exclusivamente de las imágenes como fuente de conocimiento, de quien lee y piensa reflexiva y críticamente. El esfuerzo de ver es mucho menor que el de leer. Consideremos la forma de dejarse llevar por imágenes: se suceden unas a otras, el orden está fijado, se trata fragmentariamente cada tema y no hay espacio para reflexionar (es decir, para “darle vueltas al asunto”, examinar el contexto global en que se produce un acontecimiento, integrarlo con otros aspectos con los que interactúa, darse el tiempo para pensar futuras acciones). No obstante, sería incorrecto achacar todos los males y esta cultura “light” del “no piense y mire pasivamente” al avance tecnológico. No cabe duda que las nuevas tecnologías modelan las problemáticas y perfilan cambios en la constitución subjetiva; sin embargo, el poder de crear, innovar, formar y participar en los procesos de transformación social sigue siendo, exclusivamente, responsabilidad nuestra. Como siempre, el vínculo interpersonal es el factor determinante en el desarrollo y uso de las potenciales capacidades intelectuales. La tecnología condiciona, pero el proyecto antropológico de base (“político”, para llamarlo propiamente) es el que decide cómo y para qué se usa dicha tecnología. Por último, la “culpa” de los males del mundo no es de la televisión, de los medios de comunicación, de la tendencia al consumo de imágenes ni de los medios digitales (televisión y la parafernalia que la acompaña: internet, pantallas de teléfonos celulares, tablas y todos medios cada vez más sofisticados que podrán venir en un futuro). Ellos, como instrumentos de enorme penetración, también pueden servir para otros fines, como ampliar el conocimiento y mejorar el análisis y la opinión crítica. La televisión y los medios de comunicación en general pueden ser un arma liberadora. Las experiencias conocidas hasta la fecha abren interrogantes. El “socialismo” real no dio una producción televisiva excelente, aunque el recurso humano que trabajaba tal sistema tenía gran preparación y amplitud de criterio. Por el contrario, se dieron producciones que fueron, si no propaganda ideológica pesada, programas carentes de creatividad, de chispa y que resultaban ser igualmente soporíferos. Lo señalado anteriormente nos lleva a replantear la cultura de la imagen que está en la base de esta proliferación de medios masivos que cada vez más se van imponiendo. “Cuando se escribe un guión televisivo, hay que pensar que el potencial consumidor es un niño de seis años de edad”; así presentaba las cosas un prestigioso profesor de semiología para demostrar cómo se hace televisión. Quizá era un poco crudo, pero no estaba exagerando. “En la sociedad actual, el rumbo lo marca la suma de apoyo individual de millones de ciudadanos incoordinados que caen fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotan de modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón”, se expresaba sin mayores tapujos Zbigniew Brzezinsky, asesor del ex presidente de Estados Unidos James Carter e ideólogo de los reaccionarios documentos de Santa Fe. En otros términos, el funcionario de Estado no decía nada muy distinto a lo que nos enseñaba aquel docente de comunicación social: “manipular a la gente tratándola como niñitos tontos”. Así de simple (o de monstruoso). La televisión -y junto con ella los nuevas tecnologías centradas en la cultura de la imagen- es parte fundamental de lo que los estrategas de la potencia imperialista llaman “guerra de cuarta generación”. Dicho de otra forma, guerra psicológico-mediática, guerra a muerte para controlar poblaciones enteras, la población planetaria, no con armas de destrucción masiva, sino con medios más sutiles, no sanguinarios, pero de más impacto final. Texto: Marcelo Colusi. Ver: Parte I & Parte III


5 mar 2015

No piense, mire la pantalla (Parte I de IV)

Según la tradición aristotélico-tomista la realidad es una, y dada desde siempre, puesta en forma indubitable a la espera de que el ser humano contacte con ella. La realidad existe, en definitiva, independientemente del sujeto que se relaciona con ella. En este marco, la verdad es la “adecuación del sujeto que conoce con la cosa conocida” (''adaequatio intellectus et rei'' decían los escolásticos).


La cosa, la realidad, está a la espera de que el sujeto se dirija a ella para aprehenderla y conocerla, por medio de sus sentidos y de la razón. Durante dos milenios ésta fue la idea dominante dentro de la tradición occidental. Y es la concepción que sigue prevaleciendo en el sentido común. El peso está puesto en la realidad objetiva. Desde el Renacimiento y a partir del cambio de paradigmas que se produjo en aquel fabuloso momento histórico de la humanidad la noción de la realidad ha variado. En el mundo moderno y dentro del nuevo ideal de ciencia copernicana, la realidad pasa a ser “construcción”; es decir, producto de la forma en que el sujeto se relaciona con la cosa. La realidad deja de ser una, única, inobjetable. Llegados al presente, con el desarrollo de un pensamiento que se descentra cada vez más de la realidad objetiva como garantía misma de su existencia dada por un ser supremo creador, con un pensamiento mucho más centrado en el sujeto, interesa fundamentalmente el proceso de “construcción” de esa realidad. Los datos de las distintas ciencias sociales y de una epistemología que rompe vínculos con la tradición aristotélica ponen el énfasis en la relatividad de la realidad: la misma pasa a ser entendida como construcción histórica y, por lo tanto, cambiante, variada, siempre relativa. El peso ahora está puesto en el sujeto y en las relaciones que establece con la cosa. Así como una botella está medio vacía o medio llena, según el punto de vista, así comienza a entenderse esta nueva visión de la realidad. La verdad deja de ser un absoluto. Todo lo anterior ayuda a entender que la realidad de la que queremos hablar en términos políticos es construida, no es absoluta ni terminada. Lo político, en tanto esfera en donde se juegan relaciones de poder entre grupos humanos, no es una realidad dada de antemano, asegurada por Derecho Divino, única e indubitable. Esa realidad política es producto de la historia y, por lo tanto, cambiante, dinámica y en perpetuo movimiento. En esa construcción, más allá de la bienintencionada idea de paz y rechazo de la violencia, el conflicto juega un papel determinante. La historia, la realidad política en definitiva, es producto de una conflictividad estructural. “La violencia es la partera de la historia”, se ha dicho como síntesis de esta relación y construcción. La realidad política tiene que ver con el juego de poderes que se va estableciendo, el que a su vez se encuentra, como ya se indicó, en continuo cambio. Por otra parte, la forma de la realidad tampoco es ingenua ni neutra. Lo que se sabe de la realidad política -que es una realidad social y por lo tanto determinada por factores sociales, económicos en principio, así como culturales en sentido amplio- es que ésta siempre es una construcción hecha desde el ejercicio del poder. Lo que se piensa, se sabe y se dice es el reflejo de las luchas de poder que estructuran toda sociedad y le confieren dinamismo. Un pequeño grupo de pensadores -generalmente plegados a los poderes dominantes- es el que tiende a conceptualizar, organizar y dar forma a lo que las grandes mayorías luego repiten. Dicho de otra forma: “El esclavo siempre piensa con la cabeza del amo”. O también: “La ideología dominante de una época es la ideología de la clase dominante”. El pensamiento político es el reflejo de las luchas de poder que estructuran toda sociedad y le confieren dinamismo. Un pequeño grupo de pensadores -generalmente plegados a los poderes dominantes- es el que tiende a conceptualizar, organizar y dar forma a lo que las grandes mayorías luego repiten. En relación con lo anterior, algo inédito en la historia y que viene marcando una tendencia cultural desde inicios del siglo XX es el papel que juegan los medios masivos de comunicación modernos. Lo que la gran mayoría piensa, o más concretamente “piensa en términos políticos-ideológicos”, proviene cada vez más de esos medios comunicacionales: prensa escrita primero, luego radio, después televisión (con una fuerza arrolladora) y, actualmente, toda la diversidad de medios audiovisuales, incluidos internet y los videojuegos. Los llamados mass media han crecido hasta convertirse en una especie de nuevo medio ambiente que hace que para muchas personas ya no haya otra realidad relevante que la que esos medios producen. Según una publicación de la empresa encuestadora estadounidense Gallup (no sospechosa de pensamiento crítico y de ideología de izquierda) el 85% de lo que un adulto urbano promedio “sabe” hoy día sobre su realidad política proviene de esos medios masivos de comunicación, ante todo de la televisión. Es ya sabido (aunque sea una frase hecha -pero no por ello menos importante-) aquello de: “si no está en la televisión, no existe”. Lo anterior caracteriza la realidad política actual: los medios de comunicación, tradicionalmente el “cuarto poder”, han incrementado drásticamente su importancia. Hoy en día constituyen uno de los factores del poder mismo, ya que construyen la realidad político-ideológica a escala planetaria. Buena parte de las apreciaciones sobre esa realidad es producto prefabricado que esas usinas culturales elaboran, cada vez con mayor sutileza y con mayor esmero.

El primado de la televisión

Para precisar mejor el razonamiento considerado en los párrafos precedentes convendría realizar un pequeño recorrido por el medio de comunicación que más ha impactado a escala global en la población: la televisión. Sin duda es uno de los inventos que más ha influido en la historia de la humanidad. Su importancia es tan grande -desproporcionadamente grande podríamos decir- que influye en los cimientos mismos de la civilización: es la expresión máxima de los medios masivos de comunicación, parte medular de la cultura, de esta sociedad que llamamos hoy “sociedad de la información”. Lo es, de hecho, en forma cada vez más omnipresente, más avasallante. Sin temor a equivocarnos es posible afirmar que el siglo XXI será el siglo de la cultura de la imagen, de la pantalla, cultura que ya se entronizó en las pasadas décadas del siglo XX y que, tal como se ven las cosas, parece afianzarse con más fuerza y sin posibilidad de retroceso. El “¡no piense, mire la pantalla!” parece haber llegado para quedarse. Hoy en día, esa pantalla ya no es sólo la televisión, tenemos también los teléfonos celulares, las agendas electrónicas y las sofisticaciones del plasma líquido que florecen por todas partes. En definitiva, la imagen va envolviendo cada vez más al público, según el modelo televisivo. Cuando la televisión se masificó se inició también el debate sobre si, por fin, ese medio encarnaría el sueño de la educación al alcance de la población, si se convertiría en información veraz y objetiva sobre la realidad mundial, cultura para todos, programas de debate, aporte a las ciencias y a las artes. Luego de varias décadas de desarrollo, parece que ninguno de estos ideales se ha realizado (quizá muy poco a través de estos medios audiovisuales, pero menos aún en el caso de la televisión). Ello no sólo porque a la mayor parte de la población “no le interesa” este tipo de inquietudes -aunque sería un tanto superficial presentarlo así- sino, fundamentalmente, porque a quienes hacen televisión -más aún, a quienes la dirigen- parece importarles menos que a nadie. Como señaló el músico cubano Pablo Milanés: “El mal gusto está de moda”. Y se da ahí un círculo vicioso: ¿el público consume “basura mediática” porque eso recibe o es difícil (casi imposible) producir algo masivo (durante 24 horas al día los 365 días al año) con altos niveles de calidad? Con el transcurso del tiempo la televisión ha sido más criticada pero, al mismo tiempo, es más consumida. Prácticamente desde el momento mismo de su aparición, no fue un medio informativo ni educativo; constituyó una fuente de entretenimiento y terminó siendo el centro de todo hogar moderno. Así, al igual que no se piensa dos veces si se compra una licuadora o una cama cuando una pareja de recién casados estrena residencia o cuando un joven se independiza, tampoco se deja de pensar en comprar un televisor. Hoy en día, incluso en los hogares de clase media es “obligado” contar con más de un aparato. Tal “objeto” se ha convertido en parte esencial de la vida de los seres humanos, ricos y pobres, urbanos o rurales, varones o mujeres, jóvenes o adultos. Se calcula que actualmente están funcionando no menos de 2.000 millones de aparatos televisivos y la tendencia es a seguir creciendo. La televisión construye un mundo virtual muy especial. El poder de convicción de las imágenes hace que a menudo éstas reciban un estatus de realidad superior al de la realidad misma. En las modernas sociedades masificadas, en las que se aglomeran enormes cantidades de seres humanos que están paradójicamente muy separados unos de otros dados los patrones de individualismo y consumismo hedonista que el capitalismo ha impuesto -“es más fácil para la mayor parte de la gente encontrar un dinosaurio que un vecino”, dijo sarcástico A. Touraine- el elemento que une a esas grandes masas dispersas pasó a ser la televisión. Si “religión” quiere decir re-ligar, unir, no cabe dudas que este nuevo dispositivo tiene un valor “religioso” en las actuales sociedades. La televisión construye un mundo virtual muy especial. El poder de convicción de las imágenes hace que a menudo éstas reciban un estatus de realidad superior al de la realidad misma. El punto de partida para entender esto es la dificultad que el sistema nervioso en su conjunto tiene para distinguir las imágenes de la realidad de las imágenes virtuales o de representación de la misma. Por ello es que lloramos viendo una película de ficción o nos emocionamos con los anuncios de bebidas. El cerebro ha ido evolucionando en los organismos más complejos, incluida la especie humana, basándose en la credulidad de lo que ve. Todo el mundo sabe que añadir una imagen a una noticia cualquiera le confiere un carácter de mayor veracidad. Las informaciones icónicas producen en el cerebro la sensación de ser algo intrínsecamente creíble. A lo largo de la evolución no ha sido necesario desarrollar la capacidad de discriminar las imágenes virtuales de las reales puesto que las primeras no existían o eran poco relevantes (espejismos, reflejos en el agua). La aparición de la realidad virtual cambió, en gran medida, la historia humana. La memoria tiene dificultades para distinguir la procedencia de las imágenes mentales que posee. De dónde proviene, por ejemplo, la idea que se tiene de la nieve si se vive en el trópico, ¿de la experiencia personal o de las películas que se han visto? Y la idea de la Edad Media, ¿de la imaginación, de los textos leídos o de las imágenes vistas? ¿Y la idea de un sindicalista? ¿La de los indígenas? ¿La de la guerra? ¿Cómo llegamos a los conceptos de los “buenos” y los “malos”? (los primeros, siempre blancos; los segundos, negros, indígenas, musulmanes). En síntesis, la televisión influye más sobre la humanidad que todo el arsenal nuclear. La televisión crea la realidad cultural en la que nos desenvolvemos hoy día, con más fuerza que la familia, las iglesias o la escuela formal. Según apreciaciones de la UNESCO, en unas pocas generaciones más, el peso de la cultura virtual habrá desalojado la importancia de la escuela tradicional. La dificultad para distinguir entre imágenes reales y virtuales, junto con el aislamiento social y el tiempo dedicado a ver televisión (en promedio, dos horas diarias para un adulto y cuatro horas y media para un niño), borra las fronteras entre realidad y ficción e invierte el referente para conocer quiénes somos, cómo es la realidad y cuál es el mundo deseable. Por supuesto, a los círculos que detentan el poder, lo anterior les viene “como anillo al dedo”. De allí seguramente el crecimiento exponencial de la televisión como pocos, o ningún otro, avance científico del siglo XX. Siguiendo esta misma línea, el resto de dispositivos audiovisuales como internet se perfila como uno de los núcleos principales en torno al que ya se está tejiendo la vida del siglo XXI. Para mantener la atención el negocio televisivo transforma todo lo que trata en espectáculo. El discurso político, el conocimiento, el conflicto, el temor, la muerte, la guerra, el sexo, la destrucción, entre otras, pasan a ser fundamentalmente espectáculo, comedia, “show!”. El espectador es acostumbrado a ver el mundo sin actuar sobre él. Al separar la información de la ejecución, al contemplar un mundo mosaico en el que no se perciben las relaciones, se crea un estado de aturdimiento, indefensión y modorra que propicia el crecimiento de la parálisis social. Como tecnología de implantación de imágenes en el sistema nervioso central la televisión permite hablar directamente al interior de la subjetividad de millones de personas y depositar en ellas imágenes (que difícilmente se pueden modificar) capaces de lograr que la gente haga lo que de otra manera nunca hubiera pensado hacer. No olvidemos la ley de John Kenneth Galbraith: “Se publicita lo que no se necesita”. Es dable preguntarnos entonces: ¿cómo se ha logrado suprimir las diversas maneras de comer que existían en los distintos territorios y culturas y sustituirlas (en una tercera parte del planeta) por hamburguesas de McDonald’s o vasos de Coca-Cola? Sólo una tecnología como la televisión podría ser capaz de lograrlo con la eficacia mostrada en el escaso margen de pocas generaciones, lo que no logró ninguna iglesia ni partido político. Aunque la televisión se inventó en la década de 1920, se desarrolló como tecnología de implantación masiva de imágenes, coincidiendo con el período de mayor bonanza y acumulación capitalista tras la Segunda Guerra Mundial, liderada por la gran potencia hegemónica: Estados Unidos. Texto: Marcelo Colusi. Ver Parte 2




El negocio de la seguridad

Los ataques terroristas del 11 de Septiembre de 2001 determinaron una nueva política de seguridad y defensa mundial. Por una parte, Estados Unidos, y las fuerzas de la coalición, invadieron y ocuparon Afganistán (2001) e Iraq (2003). Por otra parte, se creo la política Homeland Security, o lo que denominaríamos como Seguridad Ciudadana. La ley de Seguridad Ciudadana de Estados Unidos fue aprobada meses después de los ataques a las torres gemelas para defender al país del terrorismo. Sin embargo, hoy incluye otras amenazas como la inmigración, la ciberdelincuencia o el crimen organizado. Organizaciones y movimientos pro-derechos humanos denunciaron, desde el principio, que estos nuevos marcos legales reducían la privacidad de la ciudadanía al aumentarse los sistemas de vigilancia y control masivo de datos, y reforzaba los poderes del Estado para proteger elementos de especial interés para el país. Este nuevo marco estratégico de seguridad, liderado por Estados Unidos, se ha extendido a otros países del mundo. Las líneas divisorias entre lo que es política exterior de defensa y seguridad doméstica se difuminan, y este proceso está siendo aprovechado por nuevos actores “legales” armados: las Empresas Militares y de Seguridad Privada (EMSP). La punta de la lanza del fenómeno de la privatización de la guerra y la seguridad. 


G4S, la empresa militar y de seguridad privada más grande del mundo

El caso más paradigmático es la empresa británica G4S. Con sus 620.000 empleados operando en más de 125 países, es considerada la segunda empresa que más trabajo da en el mundo tan sólo detrás de la cadena norteamericana Walmart. Ofrece servicios tan diversos como protección de empresas energéticas (petróleo, gas, minería), servicios  de inteligencia, anti-piratería, formación de cuerpos de seguridad nacional, transporte de prisioneros y apoyo en combate, entre otros. La organización War on Want ha venido denunciando en la campaña Stop G4S el papel clave que esta corporación juega en la ocupación de Palestina, concretamente con la provisión de equipos y sistemas de seguridad para prisiones, checkpoints y policía fronteriza israelí. Según las investigaciones del Instituto Internacional para la Acción Noviolenta (NOVACT) en el marco de la campaña Control PMSC, las EMSPs han participado en operaciones de combate y apoyado a los ejércitos de Estados Unidos y la Coalición en Iraq y Afganistán. Todo sin ninguna regulación internacional o nacional que supervise las actividades, obligue a la reparación de daños a las víctimas de violaciones de derechos humanos o establezca unos protocolos de actuación, selección y formación de personal de las EMSPs. A pesar de los esfuerzos de la sociedad civil internacional por detener el negocio de la guerra, se ha iniciado un proceso de transformación de la industria militar para mantener las cuotas de poder y beneficios. Esta reestructuración se refleja en una alianza estratégica entre el sector militar, las empresas de seguridad privada y la industria tecnológica, incluyendo instituciones universitarias. Todo ello con el apoyo de gobiernos que alimentan el mercado emergente de la seguridad.

Israel, el mejor del mundo

Israel, el país más militarizado del mundo por número de habitantes, ha desarrollado una ventaja comparativa en la producción de armamento, sistemas de seguridad y tecnología de doble uso (militar y civil). Este desarrollo se debe a la tensión en Oriente Próximo y sobre todo, a la ocupación de Palestina. Los territorios ocupados son un laboratorio donde Israel prueba sus nuevos productos y sistemas, para luego ponerlos en el mercado más rápidamente que sus competidores. Además, Israel utiliza sus operaciones militares como escaparate internacional de sus armas. Después del bombardeo de Líbano en 2006, España firmó con Israel el mayor acuerdo en materia militar y de defensa de su historia, incluyendo contratos específicos con las tres empresas que más se benefician de la ocupación del pueblo palestino: Rafael, Elbit Systems e Israel Aerospace Industries.

Negocios Ocultos entre España e Israel

La campaña 'No más Complicidad con Israel'  presentó el pasado mes de febrero el informe 'Defensa, Seguridad y Ocupación como Negocio' para denunciar las relaciones en materia armamentística, defensa y seguridad entre España e Israel. Uno de los aspectos principales que destaca el informe es la gradual invasión de EMSPs israelíes en nuestro Estado, lo que supone el inicio de la privatización de la guerra y la seguridad en nuestro país. El informe desvela como en 2012 la Comisión de Interior del Congreso español aprobó una iniciativa para estudiar la posibilidad de que contratistas privados substituyeran a funcionarios públicos en los controles de acceso y control de cámara en las prisiones del país. La iniciativa propuesta por Convergencia i Unió fue apoyada por el Partido Popular. Es interesante ver como en 1994 la EMSP Israelí Tenba TB, con estrechos lazos con Jordi Pujol, fue contratada para implementar un nuevo sistema de seguridad en el centro penitenciario de Lleida. El sector de las prisiones será una oportunidad de negocio para EMSPs israelíes e internacionales como G4S. Por su parte, las universidades españolas tienen numerosos acuerdos con universidades y centros de investigación israelíes. Es clave entender el rol que el sector académico e I+D juegan en la industria militar. El desarrollo tecnológico permite mejorar los sistemas de vigilancia como drones de última generación o control de población a través de internet. Algunos de los casos más interesantes son: el Proyecto CAPER, desarrollado por un consorcio entre los Mossos d’Esquadra, la Universidad Autónoma de Barcelona, Guardia Civil, el Ministerio de Seguridad Pública Israelí y el Technion-Israel Institute of Technology, para el desarrollo de una plataforma virtual para la lucha contra el crimen organizado a través de la extracción masiva de datos de internet; o también  el proyecto DESURBS, que analiza y diseña herramientas para la detección de amenaza urbanas, utilizando las ciudades de Jerusalem, Nottingham y Barcelona como casos de estudio, entre otros. Las campañas Complicidades que Matan y el boicot académico a Israel muestran y denuncian estos acuerdos. Nos encontramos en una nueva fase de la seguridad, ya no como bien público sino privado, donde nuestros Gobiernos subcontratarán a empresas extranjeras que violan los derechos humanos en Palestina, Iraq y/o Afganistán, para asegurar el orden y la estabilidad en nuestra sociedades. Estas nuevas EMSPs identificarán como amenazas “internas” aquello que los gobernantes determinen. No es casual que este proceso de privatización de la seguridad llegue en un momento de protesta social, donde se exige debatir y buscar soluciones alternativas a las instituciones políticas y económicas que nos han llevado a esta crisis moral y financiera. Los proyectos de ley de seguridad ciudadana y privada en España tienen por objetivo adecuar el concepto de Homeland Security, abrir las puertas a las EMSPs, especialmente israelíes, y proteger a las elites financieras y políticas de la inmensa mayoría de la ciudadanía.Texto: Felipe Daza.

4 mar 2015

Bakunin: 200 años

Mijaíl Bakunin es, sobre todo, un revolucionario. No es un anarquista de salón, es un hombre de acción que no escribió su primer texto político hasta 1842 y siempre consideró que su producción teórica estaba subordinada a su acción revolucionaria. Su biógrafa Helena Iswolsky apunta: “Los escritos de Bakunin están compuestos por cuartillas dispares, proclamas, cartas, artículos de propaganda, arreglado todo a voluntad de los impresores clandestinos o de los amigos a quienes confiaba con frecuencia sus pruebas. Daba a sus camaradas libertad absoluta para retocar y abreviar, sin tener ningún amor propio de autor”. ¿Quiere eso decir que su labor teórica es menor o de escaso interés? En absoluto; pero si es verdad que encontramos en él más intuiciones que certezas. Pero, ¿no es esa, precisamente, una de las señas de identidad del anarquismo?

Así fue porque Bakunin así lo quiso: era hijo de su tiempo y su tiempo fue el del romanticismo. Mientras Marx, con puntualidad prusiana, pasaba las tardes en el mismo pupitre de la biblioteca del Museo Británico, él apuró apasionadamente la vida: luchó en las barricadas en Dresde, Praga o Lyon; fue condenado a muerte en Alemania, el imperio Austro-Húngaro y Rusia; vivió como mísero emigrante en una docena de países…
Quizás por eso su pensamiento no es estático ni monolítico; realizó una tarea titánica al llevar sus reflexiones más lejos que los socialistas utópicos, atados a los convencionalismos burgueses, y más lejos que Marx, siempre deudor de su academicismo y su rígido racionalismo. Sólo después de 1860 pudo fijar los postulados de su ideario, pero en poco más de una década sentó las bases teóricas del anarquismo contemporáneo.
¿Cuáles son esas bases? La primera es la libertad. Bakunin nació en 1814 en la Rusia zarista, un imperio autocrático en una Europa que aún luchaba por romper las trabas del Antiguo Régimen, cuando la libertad individual y colectiva había que conquistarla cada día. Pero fue más allá de los postulados de la burguesía liberal; para Bakunin la libertad de cada uno de nosotros no termina donde empieza la del otro; por el contrario la libertad de los otros es complementaria de la mía: “Yo sólo soy verdaderamente libre cuando todos los seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, sean igualmente libres, y cuanto más numerosos sean los hombres libres que me rodean, y más profunda y duradera su libertad, tanto más extensa, más profunda y más duradera será la mía”. Porque él no es un individualista; no es Stirner y no es Nietzsche. Para Bakunin la sociedad es una construcción humana pero insustituible; no quiere aislarse de ella ni remontarse por encima de ella como un superhombre: quieren transformarla de raíz. Y esa raíz es la libertad.
En segundo lugar, yo señalaría el materialismo, una herencia de su pasión juvenil por Hegel, cuya filosofía abrazó con la misma convicción con que rompió con el idealismo de Fitche, cuyas obras le habían abierto el apetito por el pensamiento abstracto; quizás por eso siempre le quedó un poso idealista. Para Bakunin las dos realidades materiales a las que no podemos sustraernos son la Naturaleza y la Sociedad. El resto de las instituciones, incluyendo el Estado y la Iglesia, son construcciones humanas que pueden y deben ser superadas, pues sólo han sido levantadas para coartar nuestra libertad.
En tercer lugar, destacaría su humanismo. Se ha repetido que los anarquistas recogían una herencia rousseauniana y creían que “el hombre es bueno por naturaleza”. Nada más lejos de Bakunin, que sostenía que si creemos en una naturaleza común a todos los individuos, ésta tiene que ser anterior y superior a ellos y sólo puede ser Dios, un concepto cuyo materialismo rechaza. Por tanto, no nacemos buenos y tampoco se nos puede coaccionar a ser buenos, debemos de serlo como una premisa ética, y de ahí la importancia de la coherencia entre fines y medios: no hay otra guía de vida que la ética. Ese humanismo le empujó al colectivismo económico; no era contrario a la propiedad colectiva, pero se oponía a eliminar aquella propiedad individual que no generase explotación.
Huyendo de las abstracciones, intervino en los debates más acuciantes de su tiempo: el nacionalismo y la lucha de clases. Siempre hostil al nacionalismo ruso, en su juventud defendió el paneslavismo, implicándose en las revueltas en Polonia o Praga, pero desengañado de esta experiencia, se desembarazó del nacionalismo decimonónico. Firme internacionalista, defendía el afecto a lo que llamamos la patria chica, pero se oponía a que ese sentimiento tuviese una dimensión política; es decir, para Bakunin la protección de los particularismos de los distintos pueblos no podía desembocar en la formación de Estados propios, que sólo serían nuevos instrumento de opresión.
Y no fue ajeno, desde luego, a la lucha entre la burguesía y el proletariado. Para Bakunin la adscripción a una de las dos facciones enfrentadas no podía establecerse exclusivamente en base a presupuestos económicos: la diferencia no estaba en la desigual capacidad económica de unos y otros. El problema, según lo veía, no era que la acumulación de riqueza crease una clase social superior y ésta consolidase esa supremacía mediante instituciones políticas, sino que los que detentaban el poder político siempre terminaban por oprimir a los demás y de actuar en su propio beneficio. Opinaba que fuese cual fuese el modelo económico, las élites siempre actuaban en provecho propio y en contra de la libertad y los intereses de la mayoría; una ley universal que valía para la aristocracia feudal y para la dictadura del proletariado. Además, tampoco creía que los obreros de la industria moderna tuviesen ninguna superioridad sobre las demás clases sociales oprimidas y explotadas (campesinos, artesanos, lumpemproletariado…), así que, a pesar de su afición por las sociedades secretas, también se opuso a cualquier vanguardismo.
Hablar de las ideas de Bakunin es hablar de Bakunin, pues no hay distancia entre su vida y su obra. Como dice su biógrafo H. Kaminsky, “Marx es estudiado, Bakunin imitado”. Texto: J. P. Calero Delso. Recomendado: Stirner y la propiedad